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Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

Realidad aumentada (17 page)

BOOK: Realidad aumentada
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—Eres el hombre más tonto que he conocido nunca.

—¿Sí? —dijo él, completamente azorado.

Sin poder contenerse, la abrazó, consciente de que en cualquier momento ella podía apartarse bruscamente. Sin embargo, no lo hizo, y Alex se apretó contra ella, mientras comenzaba a desahogarse llorando en silencio sobre su hombro. Ella le acarició el pelo, durante unos minutos, paciente. Lentamente, separó su rostro un par de centímetros.

—Te creo —dijo, mirándole a los ojos—. Y no te preocupes por lo que viste anoche, es solo un amigo al que no veía desde hace tiempo. Le gusto, es cierto. Pero a mí me gustan otro tipo de hombres, digamos, un poco más complicados.

El mundo de Alex se redujo a los inmensos y azules ojos de Lia, que le miraron tórridos y se le asemejaron, más que nunca, al color del mar. No le hubiera importado sumergirse y morir ahogado en ellos, si con ello hubiera podido tener a Lia para siempre.

El estridente timbre de su móvil reventó el mágico momento. Alex casi dio un salto, por lo inesperado del sonido. Se separó unos centímetros de Lia, en busca del aparato, pero antes de que lo sacara de su bolsillo, el de ella comenzó a sonar también. Ambos se miraron, y no necesitaron decirse nada para saber que algo había sucedido.

—Ha fallecido otra persona del equipo —dijo Boggs—. Ha sido por una arritmia cardíaca.

Un silencio glacial cayó sobre los jefes de equipo, una vez más reunidos en su despacho. A ellos se les había unido Jones, el jefe de seguridad. Era bastante raro verle, así que su presencia había llamado la atención de Alex. Ahora comprendía por qué: acababan de ascender un peldaño en la escala del desastre absoluto. Con toda seguridad estaba acudiendo al final del proyecto.

—Se trata de Dubois —continuó explicando Boggs—, un operario del equipo de limpieza sin nexo alguno con el núcleo del proyecto. El señor Jones —dijo, señalándole— ha repasado los registros de entrada y salida, así como sus turnos. Ha constatado que el empleado ha coincidido con varias de las pruebas del dispositivo.

Un murmullo de decepción recorrió la mesa. Aquello estaba empezando a pintar bastante mal, pensó Alex.

—Stephen, yo tengo mis dudas —dijo de repente Mark, y todos se volvieron hacia él. Jones se limitó a arquear una ceja—. De acuerdo, ha coincidido con algunas pruebas del dispositivo, pero eso es algo que estoy seguro de que le ha ocurrido a casi todo el personal del laboratorio. Lo importante aquí es que él no ha tenido contacto directo con el dispositivo, si es que este es la causa de estos accidentes.

Lia fue a decir algo, con el rostro furioso, pero Boggs se adelantó, pidiéndole calma con la mano:

—Lo siento, pero ya no hay vuelta atrás. He avisado a los patrocinadores y han decidido realizar una auditoría urgente. Ahora mismo vuelan hacia aquí, así que todo el material queda en cuarentena y no debe ser manipulado desde este mismo momento. —Visiblemente cansado, añadió—: Ese es el motivo por el que Jones ha acudido a esta reunión: tiene orden estricta de que se respete esta orden.

Todos miraron al jefe de seguridad, cuyo rostro, sobre el que caían unas finísimas gotas de sudor debido a su corpulencia, parecía de piedra. Alex se sintió confundido. Una nueva muerte en el seno del proyecto, pero que, una vez más, no parecía relacionada con este.
Un fallo cardíaco, no ha tocado el dispositivo…
, comenzó a pensar. Y como le sucedía desde que empezó a trabajar allí, algo no le encajaba. Comenzó a repasar los accidentes, concentrado e intentando aislarse y las palabras de Boggs fueron ahogándose, hasta convertirse en un murmullo lejano.
Antecedentes de epilepsia, depresión, consumo de cocaína…
Su mente procesaba imágenes, datos, fragmentos de conversaciones, recuerdos, mezclando todo a la vez.

—¡Hay un nexo! —exclamó, poniéndose en pie.

Todos se giraron hacia él. En sus rostros vio expresiones de sorpresa.

—¿Un nexo? —preguntó Boggs, molesto por la interrupción—. ¿Te refieres a que ves una relación entre las muertes?

—Estoy
casi
seguro.

—En estas circunstancias, un «casi seguro» no es aceptable.

—Llevas razón —señaló el neurólogo—. Tendremos que hacer alguna que otra modelización probabilística para confirmarlo, además de un estudio…

—¡Alex, por favor! —le interrumpió Chen, inquisitivo—. ¿Cuál es ese posible nexo?

—Perdonad, estoy pensando a la vez que hablo —dijo, con un ligero temblor en la voz—: Hasta ahora hemos aceptado que todos los sucesos tenían causas que podían justificarlos por separado. Es decir, siempre existía la posibilidad de que
no
estuvieran relacionados entre sí.

Vio que todos asentían, y lo tomó como una buena señal. Estaba razonando al mismo tiempo que hablaba, intentando explicar con su pensamiento lógico aquello que el profundo había logrado comprender:

—Pero esta coincidencia, aunque posible, es
menos
probable cada vez que aparece un nuevo suceso, ¿no es así?

De nuevo, todos asintieron, para alivio de Alex.

—Imaginad entonces que se siguen produciendo más accidentes, y que todos ellos tienen una justificación, pero en vez de cinco o diez casos se producen infinitos —hizo una pausa, y vio diferentes reacciones en sus rostros—. ¿Estamos de acuerdo en que, si la probabilidad de que los sucesos sean casuales es menor a mayor número de eventos, si tuviéramos
infinitos casos
, la probabilidad entonces sería cero?

—Alex, no termino de entender adónde quieres llegar —dijo Lee.

—Os lo explicaré de otra forma —dijo Alex, caminando alrededor de la mesa mientras movía los brazos para acompañar su exposición—: partimos de la base de que es posible que los eventos no estén relacionados, pero, cuantos más ocurran, menos probable es esa hipótesis. Así que si tenemos eventos infinitos, ¡la probabilidad de la casualidad es cero! Y por lo tanto, ¡existiría un motivo, tanto para esos infinitos casos, como para solo los cinco primeros!

—¡Dios mío, es cierto! —exclamó Lia, con los ojos abiertos de par en par—. Todos los sucesos tendrían
una sola causa
que los estaría originando. ¡Habría un nexo común, no infinitas causas que expliquen infinitos sucesos!

Alex vio que todos asentían, aunque lentamente, y sonrió.

—¡Correcto! —continuó—. Ahora pensemos, ¿y si hubiera algún componente del proyecto que estuviese influyendo en el sistema nervioso de todos nosotros, y especialmente más en el de aquellos con mayor posibilidad de padecer un trastorno? ¿Es decir, los que tengan antecedentes o enfermedades neurológicas?

—Pero en el caso de este último chico, Dubois, se trata de una arritmia cardíaca —replicó Mark—. Y eso no es un proceso neurológico, ¿no?

Alex arqueó las cejas, se había olvidado explicarles lo más importante. El dato que su cerebro, de alguna forma, había logrado encajar gracias a sus conocimientos.

—Una arritmia cardíaca no es un proceso neurológico… por lo general —vio las expresiones de curiosidad en sus rostros—. Pero el ritmo cardíaco depende del tronco del cerebro, así que una lesión en esa zona, como por ejemplo una hemorragia, podría desencadenarla.

Un murmullo de sorpresa le permitió saber que habían comprendido su razonamiento.

—Entonces, según tu teoría —dijo Boggs, con gesto preocupado—, hay algo que podría estar afectando a nuestro sistema nervioso, y que lo ha hecho en mayor medida en aquellas personas más predispuestas. ¿Eso explicaría también por qué estamos tan irritables?

—Supongo que hay factores externos que influyen, como el estrés —dijo Alex asintiendo con la cabeza—. Pero sí, creo que también es la explicación a eso. Sea lo que sea, nos está afectando a todos, aunque no a todos por igual —dijo, recordando que había localizado a Lia en dos ocasiones.

Lee, tan cortés como siempre, alzó ligeramente la mano, pidiendo la palabra:

—¿Tienes alguna hipótesis de qué puede ser?

Alex suspiró. Sí que la tenía.

—Si he de hacer caso a mi intuición, antes de que debamos lamentar otro incidente, creo que debemos tener una nueva conversación con esos amigos tuyos —dijo, mirando a Boggs—. Quiero hablar muy despacio de ese chip, ya no me trago que esté libre de código. Estoy seguro de que ese procesador genera las pautas de respuesta anómalas, y que, de alguna manera, estas influyen sobre el funcionamiento de nuestro sistema nervioso, irradiadas o emitidas desde el chip.

—Hemos comprobado eso —protestó Gekko—. No hay ningún tipo de emisión o radiación conocida que hayamos podido detectar.

—Tú lo has dicho —dijo Alex, con media sonrisa—: «conocida». Pero, ¿y si ese chip emite algún nuevo tipo de frecuencia o energía?

Gekko negó con la cabeza; a pesar de ello Alex insistió:

—Piénsalo, la prueba de que eso debe de estar sucediendo es que hay personas afectadas que, sorprendentemente, no han llegado a utilizar el dispositivo. ¿Se te ocurre alguna otra posible explicación? —dijo, mirando al ingeniero, y este por fin asintió—. Si esa hipótesis es cierta, esa influencia sobre nuestros cerebros es la que estaría desencadenando patologías cerebrales leves en todos nosotros, como irritación; y graves, en las personas con predisposición genética a padecerlas.

Y otros sucesos bastante más extraños que aún no sé cómo interpretar
, pensó, resignado.

—Entonces… —dijo Chen, con un ligero temblor en la voz—, ¿la culpa no es del software?

—Según mi teoría, no.

—¿Estás seguro? —preguntó Boggs, con el ceño fruncido—. Alex, esto es muy serio, no podemos acudir con una teoría propia de la ciencia ficción a unos señores que se han gastado millones.

—Tengo mis motivos para estarlo… —dijo Alex, suspirando y rememorando—. Y más nos vale que sea algo remediable.

Alex respiró el aroma del mar, que rompía a un par de metros desde donde él estaba. El monótono murmullo de las olas batiendo la tierra y el suave zumbido de la brisa inundaron sus sentidos. Cualquiera que lo hubiera visto, sentado sobre la arena y con los ojos apenas abiertos, habría pensado que estaba dormido, o a punto de hacerlo. Nada más lejos de la realidad, ya que su cerebro bullía en pensamientos.

La auditoría había comenzado y de momento no era necesaria su presencia, por lo que Boggs le había recomendado que se marchara a descansar. Jones, «amablemente», le había acompañado hasta la salida del complejo, donde le había estado esperando Smith, con el motor arrancado. Incluso había llegado a dudar si habrían averiguado que tomó prestado el dispositivo el día anterior. Confió en que no.

—¿Puedo sentarme?

La voz de Jules le hizo dar un respingo, destrozando por completo su meditación. Su primer impulso consistió en levantarse y golpearle; el segundo, en salir corriendo de allí. La parte lógica de su cerebro comenzó a adueñarse de la situación, y se dio cuenta de que ambos movimientos eran absurdos. Su indignación creció, aún le dolía la intromisión de su compañero en su ordenador, pero más aún sus envenenadas palabras. Educadamente le instó a sentarse y ambos quedaron de cara al mar, viendo cómo el sol, ya poniéndose, teñía de tonos anaranjados la playa.

—¿Se va a prolongar este acoso por mucho tiempo? —le preguntó, con la voz muy calmada.

—Lo siento, vivimos en un entorno competitivo.

El neurólogo sonrió y le miró.

—¿Hasta el punto de instalar programas espía? Algunos nos limitamos a intentar llevar una vida lo más normal posible.

Jules le miró también, con el rostro teñido de naranja por la luz del sol.

—Sin mucho éxito, por lo que veo —dijo sonriendo—. Creo que tu vida reciente podría definirse de muchas formas, excepto de «normal». ¿No es así?

Alex se puso en guardia.
¿A qué se refería?
, se preguntó. Tenía varios puntos débiles en ese momento: sus dudas acerca del proyecto, haber cogido «prestado» el dispositivo, Lia…

—No sabes
nada
de mi vida —respondió, en tono cortante. Jules se volvió y le habló, contrayendo el rostro hasta imprimir en él una expresión amarga:

—No puedo perder más el tiempo esperando a que te decidas. Sabes que el proyecto de Stephen ha fracasado. Aunque superara la auditoría que ahora mismo se está realizando, jamás funcionaría. Está podrido, ¿acaso necesitas más muertes para ser consciente de ello? Déjalo de una vez y vente conmigo.

Alex contuvo el aire. Una vez más, Jules le hablaba con una naturalidad pasmosa de un proyecto del que ninguno de sus miembros se atrevería a decir nada. Aunque, evidentemente, alguien se estaba yendo de la lengua.
¿Quién es el infiltrado?
, se preguntó. Sin embargo, enseguida se dio cuenta de que podía ser cualquiera. Hasta el último responsable de mantenimiento podía enterarse de todo, si abría bien los oídos, pues el laboratorio era un hervidero de rumores desde que empezaron los problemas.

—Tengo un compromiso —dijo, apretando los labios.

—Ya, un «compromiso» —respondió Jules con una sonrisa falsa—. Podríamos contar con…
ella
.

Alex se sintió furioso, estaba yendo demasiado lejos. ¿Acaso todo el mundo sabía lo suyo con Lia?

—¿De verdad queréis continuar en un proyecto que os puede matar a todos…? —insistió Jules.

Esa era la teoría que él mismo había expuesto, ¡hacía tan solo unas horas! La fuente de su amigo no solo era buena, sino también rápida.

—Eso no es cierto —intentó decir, pero su voz sonó débil.

—Mentir no es lo tuyo —dijo Jules, con una torva sonrisa—. Te aclararé una cosa: hace tiempo que sospechaba lo mismo. ¿Acaso no te intrigó que te hicieran una exploración neurológica tan exhaustiva cuando te incorporaste al proyecto? En el que yo trabajo eso no es necesario.

Alex, asombrado, abrió la boca sin darse cuenta, y vio que Jules sonreía ampliamente. Asintiendo inconscientemente con la cabeza se dio cuenta de que, en su momento, no hizo caso a su instinto.
¡La resonancia magnética!
, recordó. Le había extrañado que fuera necesario realizarse una. Hasta llamó a Stephen, solo por eso, sin embargo se dio por satisfecho con su vaga respuesta, a pesar de su inquietud. Se notó cansado, algo que le sucedía cuando se daba cuenta de que había cometido alguna torpeza, como en ese momento. Tuvo la frustrante sensación de que todo el mundo le llevaba ventaja en esta historia.

—Ya no sé qué creer… —respondió sinceramente.

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