Read Refugio del viento Online
Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle
Tags: #Ciencia ficción, Fantasía
Bajo ellas, la playa volvía a estar llena de niños que querían ayudar a los alados recién llegados. A pesar de ser muchos, casi todos estaban ocupados. Las llegadas fueron constantes a lo largo del día. El momento más espectacular —S'Rella lo contempló asombrada, con los ojos abiertos de par en par— fue cuando los alados de Gran Shotan se acercaron todos a una. Eran casi cuarenta, volando en formación cerrada, deslumbrantes bajo el sol con los uniformes color rojo oscuro y las alas plateadas.
Maris sabía que, para cuando empezara la competición, casi todos los alados de las dispersas islas del Archipiélago Occidental estarían allí. También habría muchísimos representantes del Oriental. Del Archipiélago del Sur, más pequeño y más lejano, también habría bastantes. Y sólo acudirían un puñado de competidores de las Islas Exteriores, de la desolada Artellia, de las volcánicas Brasas y de otros lugares lejanos.
Por la tarde, cuando Maris y S'Rella estaban sentadas en el exterior del refugio, bebiendo dos vasos de leche caliente especiada, Val hizo su aparición.
Dirigió a Maris una de sus burlonas medias sonrisas antes de sentarse junto a S'Rella.
Creo que has disfrutado de la hospitalidad de los alados —dijo con su voz inexpresiva.
Son muy amables —replicó S'Rella, enrojeciendo—. ¿No vas a venir esta noche? Habrá otra fiesta. Garth va a asar un tigre marino entero, y su hermana aportará la cerveza.
—No —respondió Val—, en el sitio donde estoy tienen cerveza y comida de sobra, y a mí me va bien. —Miró a Maris—. Supongo que a todos nos va bien.
Maris se negó a morder el anzuelo.
—¿Dónde te hospedas?
—En una taberna, unas dos millas más abajo por el camino del mar. No es el tipo de lugar que tú visitarías. Allí no van muchos alados, sólo mineros, guardianes, y otros que no están tan dispuestos a hablar de su profesión. No creo que sepan cómo tratar a una alada.
Maris frunció el ceño, disgustada.
¿Es que no paras nunca?
¿Parar? —sonrió Val.
De pronto. Maris sintió la perversa necesidad de borrarle aquella sonrisa, de demostrar a Val que estaba equivocado.
Ni siquiera conoces a los alados —dijo—, ¿qué derecho tienes a odiarles tanto? Son personas, no se diferencian en nada de ti… No, falso, son diferentes. Son más cálidos, más generosos.
La calidez y la generosidad de los alados son legendarias —le replicó Val—. Sin duda es por eso por lo que sólo se acepta a los alados en las fiestas de los alados.
—A mí me aceptaron —señaló S'Rella.
Val la miró largamente, estudiándola, calibrándola. Luego se encogió de hombros y volvió a sus labios la fina sonrisa.
—Me has convencido —dijo—. Iré a la fiesta esta noche. Si permiten que un atado a la tierra cruce la puerta, claro.
—Ven como invitado mío —ofreció Maris—, si te niegas a llamarte a ti mismo alado. Y, por unas horas, deja a un lado esa maldita hostilidad tuya. Dales una oportunidad.
—Por favor —suplicó S'Rella.
Tomó la mano del joven y le sonrió, esperanzada.
—¡Oh!, tendrán oportunidad de demostrar su calidez y generosidad —prometió Val—. Pero no se lo suplicaré, ni les abrillantaré las alas, ni cantaré canciones en su honor —se levantó bruscamente—. Ahora me gustaría volar un poco. ¿Puedo usar un par de alas?
Maris asintió y le acompañó hasta la cabaña donde tenían colgadas las alas. Después de que se marchara, se volvió hacia S'Rella.
Le aprecias mucho, ¿verdad? —preguntó amablemente. S'Rella bajó los ojos y enrojeció.
Sé que a veces parece cruel, Maris, pero no siempre es así.
—Es posible —admitió la alada—. No me ha dejado que le conozca. Pero… Por favor, S'Rella, ten cuidado. A Val le han hecho mucho daño y a veces la gente que sufre hace sufrir a los que les rodean, incluso a los que más les quieren.
—Lo sé —asintió la joven—. No lo… No le harán daño esta noche, ¿verdad, Maris? Los alados, quiero decir.
—Creo que Val quiere que se lo hagan. Para que veas que tiene razón en lo que dice sobre ellos… sobre nosotros. Pero espero que le demostremos su error.
S'Rella no dijo nada. Maris apuró el contenido del vaso y se levantó.
—Ven —dijo—, queda tiempo para hacer más prácticas, y te harán falta. Vamos a por las alas.
A primera hora de la noche, todo el mundo sabía ya que Val Un-Ala estaba entre los alados presentes en Skulny, y que tenía intención de lanzar un desafío. Maris no estaba segura de cómo había corrido la voz. Quizá Dorrel informó a alguien, o quizá la noticia llegó del Archipiélago Oriental, con algún alado que supiera que Val había tomado un barco desde Hogar del Aire. En cualquier caso, todos hablaban de ello. Por dos veces oyó Maris el epíteto «Un-Ala» mientras caminaba con S'Rella hacia la cabaña que compartían. En la puerta las esperaba una joven alada a la que Maris conocía de vista, del
Nido de Águilas
. La alada le preguntó simplemente si el rumor era cierto. Cuando Maris admitió que lo era, la otra mujer se limitó a silbar y a menear la cabeza.
Aún no estaba demasiado oscuro cuando Maris y S'Rella subieron paseando hasta el refugio, pero la sala principal ya estaba medio llena de alados que bebían y charlaban, repartidos en pequeños grupos. El tigre marino prometido se estaba asando sobre el fuego, y por su aspecto, aún le quedaban varias horas de cocción. La hermana de Garth, una corpulenta mujer de rostro vulgar llamada Riesa, sirvió a Maris una jarra de cerveza de uno de los tres enormes barriles de madera que había junto a la pared.
—Muy buena —dijo Maris después de probarla—. Aunque confieso que no soy ninguna experta. Generalmente, sólo bebo vino y kivas.
Riesa se echó a reír.
—Bueno, Garth la recomienda a todo el mundo, y ha bebido la suficiente cerveza como para hacer navegar a una flotilla mercante.
—¿Dónde está Garth? —preguntó S'Rella—. Creí que vendría. —Llegará más tarde, creo —respondió Riesa—. No se encontraba muy bien, así que me dijo que viniera yo antes. La verdad, yo creo que era una excusa para no cargar con los barriles.
—¿No se encontraba bien? —repitió Maris—. ¿Le pasa algo, Riesa? Últimamente, ha estado enfermo con frecuencia, ¿verdad?
La agradable sonrisa de Riesa desapareció.
—¿Te lo ha dicho, Maris? No estaba segura. Es sólo desde hace seis meses. Se trata de las articulaciones. En los peores momentos, se le hinchan de una manera terrible. Incluso cuando no las tiene hinchadas, le duelen. —Se inclinó hacia ella—. La verdad es que me preocupa. Y a Dorrel, también. Ha estado visitando a curanderos de aquí, y a los de Ciudad Tormenta, pero no le hacen gran cosa. Y bebe más que antes.
Maris había palidecido.
—Sabía que Dorrel estaba preocupado por él, pero pensé que era sólo por la bebida. —Titubeó—. Riesa, ¿ha hablado Garth con el Señor de la Tierra sobre este problema?
Riesa meneó la cabeza.
—No, tiene… —Se interrumpió para servir una jarra de cerveza aun oriental de aspecto rudo, y sólo siguió hablando cuando el alado se hubo retirado—. Tiene miedo, Maris.
—¿De qué tiene miedo? —preguntó S'Rella suavemente.
Miró alternativamente a Maris y a Riesa. Había estado junto a Maris, escuchando.
—Si un alado está enfermo —explicó Maris—, el Señor de la Tierra puede convocar una reunión con todos los demás alados de la isla y, si están de acuerdo, tiene poder para quitarle las alas al que está enfermo, antes de que se pierdan en el mar. —Volvió la vista hacia Riesa—. Entonces, Garth sigue volando para llevar mensajes, como si estuviera bien —dijo con voz preocupada—. El Señor de la Tierra le sigue encargando misiones.
—Sí —respondió Riesa, mordiéndose un labio—. Tengo miedo por él, Maris. A veces el dolor llega de repente, y si alguna vez le sucede mientras está volando… Le he dicho que hable con el Señor de la Tierra, pero no quiere. Ya sabes, las alas lo son todo para él. Todos los alados sois iguales.
—Hablaré con él —prometió Maris con firmeza.
—Dorrel ya lo ha intentado cientos de veces —explicó Riesa—, pero es inútil. Ya sabes lo testarudo que puede llegar a ser Garth.
—Debería ceder las alas —intervino repentinamente S'Rella.
Riesa la miró con el ceño fruncido.
—No sabes lo que dices, niña. Eres la Alas de Madera con la que estuvo Garth en la fiesta de anoche, ¿verdad? La amiga de Maris, ¿no?
S'Rella asintió.
—Sí, Garth me habló de ti —siguió Riesa—. Lo entenderías si fueras una alada. Tú y yo sólo podemos mirarles desde fuera, no entendemos lo que sienten los alados hacia sus alas. Al menos, eso me ha dicho Garth.
—Seré una alada —insistió S'Rella.
—Desde luego, chiquilla, pero todavía no lo eres. Por eso hablas tan tranquilamente de ceder las alas.
Pero S'Rella parecía ofendida. Se puso rígida.
—No soy una chiquilla, y lo comprendo.
Podría haber dicho más cosas, pero en aquel momento se abrió la puerta, y Maris y ella miraron hacia allí.
Val había llegado.
—Perdóname ahora —dijo Maris, tomando a Riesa por el brazo y dándole un apretón reconfortante—. Luego seguiremos hablando.
Avanzó hacia donde esperaba Val, estudiando la sala con sus ojos oscuros, con una mano sobre el adornado mango del cuchillo en una postura que era mitad nerviosa y mitad desafiante.
—Una pequeña fiesta —dijo simplemente cuando Maris y S'Rella se reunieron con él.
—Todavía es temprano —replicó Maris—. Dale tiempo. Ven, coge un vaso y algo de comer. —Hizo un gesto hacia la pared del otro lado, donde la mesa volvía a estar llena de huevos especiados, fruta, queso, pan, mariscos y dulces—. El tigre marino es el plato principal, pero aún le faltan horas de cocción —concluyó.
Val miró el tigre marino que se asaba en el fuego y la mesa llena de platos.
—Ya veo que los alados siguen comiendo poco —señaló.
Pero se dejó acompañar a través de la habitación, para tomar dos huevos especiados y una porción de queso antes de servirse un vaso de vino.
Alrededor de ellos, la fiesta seguía; Val no había atraído la atención de nadie. Pero Maris no sabía si era porque le aceptaban o, simplemente, porque no le habían reconocido.
Los tres permanecieron unos momentos en el mismo sitio. S'Rella hablaba con Val en voz baja mientras el joven bebía vino y se cortaba otra ración de queso. Maris saboreaba la cerveza y miraba en dirección a la puerta con una cierta aprensión cada vez que se abría. En el exterior, había oscurecido del todo, y el refugio se estaba llenando rápidamente. Una docena de alados de Shotan, a los que sólo conocía superficialmente, entraron juntos, todavía con sus uniformes rojos, seguidos por media docena de orientales a los que no conocía en absoluto. Uno de ellos se subió sobre los barriles de Riesa. Uno de sus compañeros le tendió una guitarra, y empezó a cantar canciones de alados con voz pasablemente dulce. Una multitud empezó a congregarse a su alrededor, y los oyentes comenzaron a gritar sus peticiones.
Maris, que seguía mirando hacia la puerta cada vez que se abría, se acercó un poco más a Val y a S'Rella para intentar escucharles por encima del ruido de la música.
Entonces, la música se detuvo.
De repente, a media canción, el bardo y el instrumento se quedaron en silencio. El mismo silencio se extendió por la habitación, las conversaciones se detuvieron y todas las miradas se volvieron con curiosidad hacia el hombre encaramado en el barril de cerveza. En menos de un minuto, todos los presentes en el refugio le estaban mirando.
Y él estaba mirando a Val.
Val se volvió hacia él y alzó el vaso de vino.
—Saludos, Loren —dijo con aquella insoportable voz inexpresiva—. Brindo por tus hermosas canciones.
Vació el vaso de un trago y lo dejó sobre la mesa.
Alguien interpretó las palabras de Val como un insulto velado, y dejó escapar una risita disimulada. Otros se adhirieron al brindis y también alzaron los vasos. El bardo se limitó a quedarse allí sentado, mirándole con el rostro sombrío. La mayoría de los alados le observaban sorprendidos, esperando que continuase.
—¡Canta la balada de Aron y Jeni! —pidió alguien. El guitarrista sacudió la cabeza.
—No —dijo—, tengo una canción más apropiada. Rasgueó las cuerdas y empezó a cantar una balada que Maris desconocía.
Val se volvió hacia ella.
—¿No la conoces? Es muy popular en el Archipiélago Oriental. La llaman la balada de Ari y Un-Ala.
Se sirvió más vino y volvió a alzar el vaso, en burlón tributo al bardo.
Asqueada. Maris recordó que había oído antes aquella canción, hacía años. Y peor todavía, la había disfrutado. Era una terrible y dramática historia de traición y venganza. Un-Ala era el villano y los alados los héroes.
S'Rella se mordía los labios, furiosa, conteniendo a duras penas las lágrimas. Dio un impulsivo paso hacia adelante, pero Val la contuvo poniéndole una mano en el hombro y negando con la cabeza. Maris no pudo hacer más que escuchar, impotente, oyendo la cruel letra, tan diferente de la de su propia canción, la que Coll compusiera para ella. ¡Ojalá su hermano adoptivo estuviera allí para cantar una canción en respuesta a aquélla! Los bardos tenían un extraño poder, incluso los aficionados, como aquel oriental.
Cuando terminó de cantar, todo el mundo lo sabía.
Tendió la guitarra a un amigo y se bajó de los barriles.
—Si alguien quiere oírme, estaré cantando en la playa —dijo. Recogió el instrumento y se marchó, seguido por todos los orientales que habían llegado con él y un buen puñado de alados más. De pronto, el refugio volvió a quedar medio vacío.
—Loren era un vecino —explicó Val—. De Arren Norte, al otro lado de la bahía. Hacía años que no le veía.
Los alados de Shotan hablaban en voz baja entre ellos, y de vez en cuando miraban a Val. Maris y S'Rella. También se marcharon juntos.
—No me has presentado a tus amigos alados —dijo Val a S'Rella—. Vamos. —La tomó de la mano y la llevó casi a la fuerza hacia un grupo de cuatro hombres que charlaban en un apretado círculo. Maris no pudo hacer más que seguirles—. Soy Val de Arren Sur —dijo el joven en voz alta—. Esta es S'Rella. Hoy ha hecho buen tiempo para volar, ¿verdad?
Uno de los cuatro, un hombretón de mandíbula recia, le miró con el ceño fruncido.
Admiro tu valor, Un-Ala —dijo hoscamente—, pero nada más. Conocía a Ari, aunque no demasiado. ¿Quieres que mantenga una conversación educada contigo?