Relatos de Faerûn (14 page)

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Authors: Varios autores

BOOK: Relatos de Faerûn
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Melegaunt se sentó sobre su trasero y se alejó a rastras tan rápidamente como pudo. Cuando la madera volvió a mostrarse sólida, se había alejado cinco pasos más de Bodvar, de forma que ya no podía distinguir con nitidez las formas de las cabezas de los vaasans.

Un nuevo miembro de aquel clan gritó con desesperación, antes de ser engullido por la charca con un ruido sordo.

—Viajero, ¿sigues ahí? —preguntó Bodvar.

—Por el momento —respondió Melegaunt. Tras levantarse, se alejó un par de pasos—. Algo venía a por mí.

—Uno de los hombres de la ciénaga —explicó Bodvar—. Les atrae todo lo que vibra.

—¿Todo lo que vibra? —repitió Melegaunt—. ¿El sonido de una voz, por ejemplo?

—El sonido de una voz, por ejemplo —confirmó Bodvar—. Pero no te inquietes por mí. Mi coraza amortigua el sonido; está confeccionada con escamas de dragón.

—Con todo, mejor será que no hables más que lo imprescindible. —Melegaunt empezaba a admirar a aquel vaasan, no tanto porque vistiera una coraza de dragón, sino por los riesgos que estaba dispuesto a asumir para salvar a su gente—. Te prometo que os sacaré de aquí.

—Viajero, no hagas promesas que luego no puedas cumplir —dijo Bodvar—. Aunque estoy seguro de que harás todo cuanto esté en tu mano.

Melegaunt le aseguró que así sería, se alejó unos pasos más y tendió la mano sobre el borde del camino. No había ni rastro de sombra. La magia de Melegaunt iba a verse muy debilitada, y él había visto lo suficiente de los poderes de su enemigo para comprender que sería una locura enfrentarse a él si no era en plenitud de facultades. Incluso en un mundo marcado por la putrefacción y la regeneración continuas, unos troncos de madera no se descomponían a aquella velocidad así como así.

Haciendo lo posible por hacer caso omiso de los gritos ocasionales que resonaban en la niebla, Melegaunt sacó unas hebras de sedasombra y las apretó en una madeja. En el siglo y medio que llevaba viajando por Toril, todavía no había revelado su condición recurriendo a tan poderosa magia ante las miradas ajenas. Pero nunca hasta ahora había tenido razón para pensar que su larga búsqueda estaba cerca de llegar a su fin. Bodvar era muy valiente, y ésa era la primera cualidad. También era prudente a la hora de hacer promesas y creer en las palabras ajenas, y ésa era la segunda cualidad. Faltaba por ver si efectivamente contaba con la tercera, cosa que muy pronto se sabría, si todo marchaba como estaba previsto.

Una vez hubo enrollado la sedasombra en una prieta madeja, Melegaunt pronunció unas palabras en netheriliano arcaico. Al momento sintió que un estremecimiento de fría energía recorría su cuerpo de los pies a la cabeza. A diferencia de tantos otros magos de Faerun, cuya magia tenía origen en la todopoderosa Urdimbre de la diosa Mystra, la magia de Melegaunt provenía del enigmático Tejido Sombrío. Universal como el mismo Tejido, el Tejido Sombrío era menos conocido y bastante más poderoso, aunque sólo fuera porque la diosa envuelta en el velo, cuyo nombre no podía pronunciarse en voz alta bajo ninguna circunstancia, estaba empeñada en que siguiera siendo secreta y determinada a enloquecer a quien osase revelar su existencia.

Una vez que se hubo imbuido de la fría magia del Tejido Sombrío, Melegaunt arrojó la madeja de sedasombra al limo de la ciénaga e hizo girar los dedos en el aire. El hilo empezó a desenmadejarse, si bien se hundió en el lodo antes de hacerlo del todo y siguió girando entre jirones de niebla.

Un buey mugió alarmado y se oyó un fuerte gluglú seguido del ruido de la madera al resquebrajarse. Varios niños y mujeres chillaron aterrorizados.

—¿Via... viajero? —exclamó Bodvar, cuya voz de pronto resonó más débil y fría—. ¿Es que va... vas a dejarnos aquí?

—Guarda silencio, vaasan, o muy pronto no tendré motivo para quedarme —contestó Melegaunt a voz en cuello—. Voy tan rápido como puedo.

A juzgar por las voces inquietas que se elevaron al instante, los del clan del Águila Moor no terminaban de creerse sus palabras. Melegaunt de nuevo les instó a tener paciencia. Mientras esperaba a que su primer encantamiento surtiera efecto, se preparó para el combate, envolviéndose en una armadura mágica y dotándose de conjuros de protección que, llegado el momento, le permitirían pasar a la ofensiva o caminar o nadar por el cieno, según lo que fuera más conveniente. Cuando hubo terminado, su encantamiento había dispersado la niebla lo suficiente para permitirle ver una larga hilera de vaasans encenagados junto a sus sobrecargados carromatos, que describían una curva que llegaba hasta las abruptas paredes grisáceas de unos lejanos cerros. El final de la columna se encontraba a cosa de unos doscientos pasos de distancia, mientras que, a una cincuentena de pasos más adelante se divisaba la oscura cinta de troncos.

Lejos de mostrarse impresionados o agradecidos, Bodvar y sus guerreros, todos ellos tan barbados como él mismo, estaban mirando el cielo azul con la alarma en el rostro. Los que tenían los brazos libres tenían las espadas en alto, prestas para la acción, mientras que, en los carromatos, las mujeres y los ancianos se aprestaban a echar mano a sus arcos y azagayas. Melegaunt contempló el cielo sin ver más que nubes blancas. En ese momento se oyeron dos ruidos como de succión, y dos guerreros más fueron absorbidos bajo el limo.

Melegaunt se acercó al final del largo camino y tendió el brazo. Al comprobar que había luz suficiente para proyectar una sombra, volvió a tender el brazo hasta que la negra línea de sombra señaló a Bodvar. Aunque entre ambos había más de veinte pasos de distancia, la niebla era dispersa, de forma que Melegaunt reparó en que Bodvar, con sus ojos azul zafiro y su pelo rojo como la planta llamada sanguinaria, tenía el pelo muy claro y era inusualmente apuesto para tratarse de un vaasan.

—¿Eres tú quien ha aclarado la niebla, viajero? —preguntó Bodvar.

Melegaunt asintió con la cabeza.

—Me gusta ver bien a mi enemigo. —En realidad se sentía más cómodo luchando en la oscuridad, pero le interesaba evitar que los vaasans descubrieran la naturaleza de su magia—. Así la lucha resulta más fácil.

—Ya —repuso Bodvar—. Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Hay una razón por la que la ciénaga de Montañasombra sólo puede cruzarse cuando la niebla es espesa.

Melegaunt frunció el entrecejo.

—¿Qué razón es ésa?

—Allí la verás.

Bodvar levantó el brazo que no estaba atrapado en el cenagal y señaló al oeste. Las cumbres cercanas ahora eran claramente visibles, semejantes a enormes colmillos cubiertos de nieve, y en sus laderas se veían hileras de puntitos blanquecinos.

—¿Grifos? —preguntó Melegaunt—. ¿O wyverns?

—Lo que tú prefieras.

—Mientras no sean dragones de las montañas, me las arreglaré para vencerlos —prometió Melegaunt.

—Te veo muy seguro de ti, viajero.

—Pronto verás que tengo motivos para ello —respondió Melegaunt.

Dicho esto, Melegaunt pronunció unas palabras mágicas, y la sombra que había proyectado sobre el lodazal se ensanchó hasta adquirir la amplitud de una senda. Melegaunt dio un paso al frente, salió del camino de troncos, y siempre con el brazo tendido hacia adelante, siguió la línea de sombra. A fin de evitar que el sendero se desvaneciera ante sus narices, avanzaba pronunciando un conjuro de permanencia. Entonces una suerte de barboteo resonó en el cieno.

Melegaunt se volvió al tiempo que un par de garras con membranas se aferraban al borde del camino de sombra; la cabeza de un gran reptil apareció entre ambas garras presta para el ataque. La cabeza era ancha y semejante a la de una rana, con la salvedad de que sus muertos ojos negros estaban fijos en la pierna de Melegaunt y su boca abierta dejaba al descubierto una hilera de dientes tan afilados como agujas. Melegaunt señaló al reptil y pronunció unas palabras mágicas. Un relámpago negro brotó de su dedo y taladró la cabeza del ser, produciendo un agujero del tamaño de un puño. Las garras del monstruo se abrieron, y su cuerpo sin vida se hundió en el lodo.

—¿Qué magia es ésa? —preguntó Bodvar.

—Magia del sur —mintió Melegaunt, que se detuvo junto al vaasan y se agachó, ofreciéndole la mano—. No creo que estés familiarizado con ella.

Bodvar no parecía tener prisa en agarrarse al moreno brazo del sombrío mago.

—¿Ah, no? —repuso—. En Vaasa no estamos tan atrasados como piensas. Hemos oído hablar de la magia oscura de Thay.

Melegaunt se echó a reír.

—No sabéis nada de nada.

Melegaunt pronunció un nuevo y rápido conjuro. De las yemas de sus dedos brotaron unos tentáculos de oscuridad que se cerraron en torno a la muñeca del vaasan.

—Y ahora sal de aquí —dijo Melegaunt—. Has hecho un trato, no lo olvides.

Melegaunt hizo que los tentáculos volvieran a sus dedos, tirando del brazo de Melegaunt a la vez. Otro barboteo sordo resonó bajo el limo, y el vaasan soltó un grito. Aunque intuyó que acababa de dislocarle el brazo, Melegaunt siguió tirando, con más fuerza todavía. El grito de Bodvar haría que las gentes del cenagal se lanzaran a por él como una bandada de alimañas.

El vaasan seguía sin liberarse, y aunque Melegaunt tenía fuerzas para arrancarle el miembro de cuajo, ello no serviría para arrancar a Bodvar del frío abrazo del lodo viscoso. Melegaunt dejó de tirar. Bodvar seguía gimiendo, aunque no tan alto. A todo esto, una larga línea dibujada bajo el cieno se estaba acercando.

Melegaunt señaló con el dedo al extremo de la larga línea y pronunció una sílaba mágica. Un rayo de sombra negra perforó la superficie y se hundió bajo el fango. Aunque aquel ser estaba a demasiada profundidad para saber si la treta había dado resultado, la cosa dejó de avanzar.

—No perdamos la calma —instó Melegaunt—. A ver si puedes quitarte las botas y los pantalones.

Bodvar dejó de gemir por un segundo y dirigió una mirada esquinada a Melegaunt.

—¿Los pantalones? ¿Mis pantalones de escamas de dragón?

—Hay que frenar la succión —explicó Melegaunt—. Son tus pantalones o tu vida.

Bodvar suspiró, si bien se las arregló para hundir su mano libre bajo el cieno.

—¿Llegas a ellos? —preguntó Melegaunt.

—No, no puedo... —Bodvar de repente abrió mucho los ojos y gritó—: ¡Tira! ¡Tira!

Melegaunt sintió que algo estaba arrastrando al vaasan al fondo y empezó a tirar. Bodvar soltó un aullido de rabia y dolor, revolviéndose sin cesar mientras pugnaba por liberarse. De pronto se oyó un sonido apagado que recordaba un hueso al quebrarse, y Bodvar se liberó y salió del limo sin botas ni pantalones, pero con una daga en la mano y el cinto de su espada sobre el hombro.

Melegaunt atisbó una figura viscosa que descendía con los pantalones del vaasan prendidos de una de las comisuras de su bocaza sonriente. Melegaunt proyectó un rayo de sombra en su dirección, pero era imposible saber si el conjuro había dado en el blanco o se había perdido en el fondo del lodazal.

—¡Que el infierno se lleve a ese ser del fango! —imprecó Bodvar—. ¡Mira lo que ha hecho con mi espada!

Melegaunt hizo que el vaasan se colocara en el camino de sombra, momento en que advirtió que estaba desnudo de cintura para abajo y que uno de sus brazos pendía inerte de su hombro.

—¿Cómo voy a luchar con esto?

—¿Luchar? ¿En el estado en que te encuentras?

Melegaunt miró las montañas y vio que los puntitos lejanos se habían convertido en varias formaciones en «v» que se estaban dirigiendo hacia el cenagal, en el que seguía atrapada la mayor parte del clan del Águila de Moor. Melegaunt se llevó la mano bajo la capa y desenvainó su espada, un arma cuya fina hoja parecía haber sido elaborada con cristal negro.

—Usa esta espada —indicó—, pero sin forzar las estocadas. Verás que este filo corta mucho mejor que el de esa espada de hierro tuya.

Bodvar apenas miró la espada.

—Usaré mi propia daga —afirmó—. Esa espada tuya se romperá a las primeras de cambio y...

—No lo creo.

Melegaunt descargó un golpe con la espada sobre la daga de Bodvar, cuya hoja rebanó como si fuera de blanda madera y no de hierro de fragua. A continuación, con la punta, apartó la empuñadura de la mano del atónito vaasan y le pasó la espada.

—Ten cuidado. No te vayas a cortar un pie.

Bodvar apretó los dientes con determinación y, con el brazo todavía inerte sobre el costado, pasó junto a Melegaunt y cercenó las cabezas de dos seres del cenagal que acababan de emerger del limo.

—No está mal —indicó. A pesar del evidente dolor que le causaba su hombro dislocado, el Vaasan repuso con calma—: Gracias por el préstamo.

Melegaunt observó con desaliento que las gentes del cenagal no habían estado desocupadas mientras él rescataba a Bodvar. La mitad de los guerreros que estaban empantanados con el limo al cuello se había esfumado bajo la superficie, mientras las mujeres y los ancianos hacían lo que podían por rechazar a las criaturas del lodazal, que por decenas se estaban lanzando al asalto de los carromatos repletos de niños que no paraban de sollozar.

Melegaunt sacó un puñado de hebras de sedasombra del interior de su capa y las arrojó en dirección a los carromatos; luego extendió los dedos y los movió como si con ellos quisiera representar el movimiento de la lluvia. Un manto oscuro descendió sobre los seis primeros carromatos, sumiendo en un sueño profundo e inmediato a todos a quienes tocaba, vaasans y criaturas del limo por igual.

—¿Cómo has hecho eso? —inquirió Bodvar—. ¡La magia del sueño no funciona con las criaturas del lodazal!

—Me temo que andas equivocado. —Melegaunt dirigió el brazo hacia el carromato más próximo y extendió el camino de sombra hasta que estuvo a tres pasos del pescante del primer cochero—. ¿Crees que...?

Pero Bodvar ya estaba corriendo por el camino de sombra con la espada prestada en la mano. Al llegar al final se lanzó en un salto prodigioso sobre los cuernos de un buey empantanado, rebotó sobre los semisumergidos hombros de la bestia y aterrizó en el pescante entre el cochero dormido y el anciano derrumbado a su lado. A pesar de las advertencias de Melegaunt sobre la necesidad de emplear la espada con cuidado, Bodvar empezó a dar cuenta de los dormidos seres del lodazal con un ardor que delataba la naturaleza primitiva del armamento de los vaasans. Melegaunt le vio rebanar a dos enemigos y atravesar con el filo tres de los tablones laterales del carromato, hasta que ya no fue capaz de seguir mirando y dirigió su atención a los guerreros atrapados en el cieno.

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