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Authors: Michael Crichton

Tags: #Ciencia Ficción

Rescate en el tiempo (64 page)

BOOK: Rescate en el tiempo
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—Oigo vuestras transmisiones, ¿recuerdas? —De Kere tendió la mano—. Venga, dámelo.

Volvió a agarrar a Chris y lo empujó hacia la puerta. Dando tumbos, Chris entró en el arsenal. Estaba vacío; los soldados habían huido. Alrededor, se hallaban las bolsas de pólvora apiladas. Los morteros donde los soldados habían empezado a machacar la mezcla estaban dispersos por el suelo.

—Vuestro jodido profesor… —dijo De Kere, viendo los morteros—. ¡Os creéis todos tan listos…! Dámelo.

Con movimientos nerviosos, Chris se buscó la bolsa bajo el jubón.

De Kere, impaciente, chasqueó con los dedos.

—Vamos, vamos, deprisa.

—Un momento —contestó Chris.

—Sois todos iguales. Como Doniger. ¿Sabes qué me decía Doniger? No te preocupes, Rob, desarrollaremos nueva tecnología para resolver tu caso. Siempre me salía con la misma cantinela. Pero no desarrolló ninguna nueva tecnología. Nunca tuvo intención de hacerlo. Sencillamente mentía, como es su costumbre. Fíjate en mi cara, esta maldita cara. —Se tocó la cicatriz que le surcaba el rostro de arriba abajo—. Me duele continuamente. Algún problema de huesos. Me duele. Y por dentro estoy destrozado. Todo me duele.

De Kere tendió la mano con visible irritación.

—Vamos. Si te resistes, te mataré aquí mismo.

Buscando a tientas en la bolsa, Chris se encontró con el aerosol. ¿A qué distancia sería eficaz el gas? No a la distancia a que lo obligaba a mantenerse la espada. Pero no le quedaba otra alternativa.

Chris respiró hondo y roció a De Kere con el gas. De Kere tosió, más iracundo que sorprendido, y avanzó hacia Chris.

—Gilipollas —dijo—. ¿Te ha parecido una buena idea? Muy astuto. Un chico astuto.

Empujó a Chris con la punta de la espada. Chris retrocedió.

—Por eso, voy a abrirte en canal y a dejarte que veas tus tripas desparramadas.

Y acometió con la espada, pero Chris esquivó el golpe con facilidad y pensó: El gas le causa cierto efecto. Lo roció de nuevo, esta vez más cerca del rostro, y de inmediato se apartó para esquivar el siguiente golpe de De Kere, que fue a dar al suelo, volcando uno de los morteros.

De Kere se tambaleó, pero seguía en pie. Chris lo roció por tercera vez, pero De Kere, por alguna razón, no se desplomó. Lanzó otro golpe con la espada, la hoja rehiló, y Chris la esquivó, pero en esta ocasión el filo le rozó el brazo por encima del codo. La sangre manó de la herida y salpicó el suelo. El bote de gas se le cayó de la mano.

De Kere sonrió.

—Aquí los trucos no sirven —dijo—. Esto es lo que sirve: la espada. Te haré una demostración, amigo mío.

Se preparó para golpear nuevamente. Sus movimientos eran aún vacilantes, pero recobraba deprisa las fuerzas. Chris se agachó, y la hoja de la espada zumbó sobre su cabeza y se hundió en las bolsas de pólvora apiladas. El aire se llenó de partículas grises. Chris retrocedió, y tropezó con uno de los morteros abandonados en el suelo. Al tratar de apartarlo con el pie, notó su peso. No era uno de los morteros de pólvora; contenía una densa pasta. Y despedía un olor áspero. Lo reconoció de inmediato: era el olor de la cal viva.

Y eso quería decir que la mezcla de ese mortero era fuego automático.

Se apresuró a cogerlo y lo levantó con ambas manos.

De Kere se detuvo.

Sabía qué era.

Chris aprovechó esa breve vacilación para arrojarle el mortero a la cara. Le dio en el pecho, y la pasta marrón le salpicó el rostro, los brazos y el cuerpo.

De Kere soltó un gruñido.

Chris necesitaba agua. ¿Dónde había agua? Desesperado, miró alrededor, pero ya conocía la respuesta: en aquella sala no había agua. Estaba arrinconado. De Kere sonrió.

—¿No hay agua? —dijo—. Es una lástima, chico astuto.

Sostuvo la espada en posición horizontal ante él y avanzó. Chris notó la pared de piedra contra su espalda, y supo que estaba perdido. Al menos, quizá los otros pudieran regresar al presente.

Observó acercarse a De Kere, despacio, confiado. Olía su aliento; estaba lo bastante cerca como para escupirle.

Escupirle.

Nada más ocurrírsele la idea, Chris escupió a De Kere, no a la cara sino al pecho. De Kere soltó un resoplido de aversión: el chico ni siquiera sabía escupir. Allí donde la saliva entró en contacto con la pasta, empezaron a verse chispas y humo.

De Kere bajó la vista, horrorizado.

Chris le escupió otra vez. Y otra más.

El silbido de la combustión se oyó con mayor claridad. Saltaron chispas. En cuestión de segundos, De Kere ardería. Desesperadamente, trató de sacudirse la pasta con los dedos, pero sólo consiguió extenderla aún más; ahora chisporroteaba y crepitaba también en las yemas de sus dedos, a causa de la humedad de la piel.

—Ahí tienes tu demostración, amigo mío —dijo Chris.

Corrió hacia la puerta. A sus espaldas, oyó un fogonazo. Echó una ojeada atrás y vio al caballero envuelto en llamas de cintura para arriba. De Kere lo miraba fijamente a través del fuego.

Chris se echó a correr. Corrió tan rápido como pudo, alejándose del arsenal.

En la puerta media, los otros lo vieron acercarse a todo correr. Hacía señas con las manos. Ellos no las entendieron. Se encontraban en el centro de la puerta, esperándolo.

—¡Marchaos, marchaos! —gritaba, indicándoles mediante gestos que fueran a ocultarse tras la muralla.

Marek miró más allá de Chris y vio las llamas a través de las ventanas del arsenal.

—¡Salgamos de aquí! —exclamó, y empujó a los otros hacia el siguiente patio.

Chris cruzó la puerta, y Marek lo agarró del brazo, tirando de él para ponerlo a cubierto, en el preciso instante en que el arsenal volaba por los aires. Una enorme esfera de fuego se elevó por encima de la muralla; todo el patio quedó bañado por una luz cegadora. Soldados, tiendas y caballos fueron derribados por la onda expansiva. El humo y la confusión se propagaron por todas partes.

—Olvidaos del cadalso —dijo el profesor—. Vámonos.

Y comenzaron a cruzar el patio en línea recta. Enfrente veían la barbacana de la muralla exterior.

00.02.22

En la sala de control, todos lanzaban vítores y gritos de alegría. Kramer brincaba de entusiasmo. Gordon daba palmadas en la espalda a Stern. El monitor volvía a reflejar fluctuaciones de campo. Intensas y potentes.

—¡Vuelven! —exclamó Kramer.

Stern dirigió la mirada a las grandes pantallas de vídeo, que mostraban el blindaje en la plataforma de tránsito. Los técnicos ya habían llenado de agua varios segmentos, y el cristal resistía. Los contenedores restantes estaban llenándose en ese momento, pero el nivel de agua era ya alto.

—¿Cuánto tiempo falta? —preguntó.

—Dos minutos, veinte segundos.

—¿Y para que acabe de llenarse el blindaje?

—Dos minutos, diez segundos.

Stern se mordió el labio.

—¿Llegaremos a tiempo?

—Sin duda. Puede jugarse lo que quiera —aseguró Gordon. Stern observó de nuevo las fluctuaciones de campo, cada vez más pronunciadas y nítidas. El inestable pico presentaba ahora una estabilidad total, elevándose sobre la superficie, tomando forma.

—¿Cuántos vuelven? —preguntó. Sin embargo, ya conocía la respuesta, porque el pico se dividía en secciones separadas.

—Tres —dijo el técnico—. Parece que regresan tres.

00.01.44

La barbacana exterior estaba cerrada: el pesado rastrillo bajado y el puente levantado. Cinco guardias yacían en tierra, y Marek alzaba el rastrillo lo justo para pasar por debajo. Pero el puente levadizo seguía cerrado.

—¿Cómo lo abrimos? —preguntó Chris.

Marek observaba las cadenas, que entraban en la barbacana.

—Allí —respondió, señalando arriba.

En el primer piso, había instalado un cabrestante.

—Quedaos aquí —dijo Marek—. Yo me encargaré.

—Vuelve a bajar enseguida —instó Kate.

—No te preocupes. Bajaré.

Subiendo por una escalera de caracol, Marek llegó a un cuarto estrecho y desangelado, con paredes de piedra, y dominado por el cabrestante de hierro que izaba el puente levadizo. Allí vio a un anciano de pelo blanco que, temblando de miedo, sostenía una barra de hierro ensartada en los eslabones de la cadena. Esa barra de hierro era lo que mantenía cerrado el puente. Marek apartó al anciano de un empujón y retiró la barra. La cadena se deslizó ruidosamente, y el puente empezó a bajar. Consultó el temporizador, sorprendiéndose al ver que marcaba 00.01.19.

—André, vamos —dijo Chris por el auricular.

—Ya voy.

Marek se volvió para marcharse. Pero entonces oyó unos pasos rápidos, y dedujo que había soldados en lo alto de la barbacana y bajaban para averiguar por qué se movía el puente. Si se iba de allí en ese momento, impedirían que el puente siguiera bajando.

Marek era consciente de lo que eso significaba. Debía quedarse allí.

Abajo, Chris observaba el puente levadizo, que bajaba lentamente con un ruido de cadenas. A través de la abertura, vio el cielo oscuro y las estrellas.

—Vamos, André.

—Hay soldados.

—¿Y qué?

—Tengo que quedarme a vigilar la cadena.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Chris.

Marek no contestó. Chris oyó un gruñido y un grito de dolor. Arriba, Marek estaba luchando. Chris observó el puente, que continuaba bajando. Miró al profesor. Pero el rostro del profesor permanecía inescrutable.

Apostado junto a la escalera que descendía del tejado, Marek mantenía en alto la espada. Mató al primer soldado en cuanto apareció. Mató también al segundo. Apartó los cuerpos con los pies para despejar el camino de obstáculos. Los otros soldados, confusos, se detuvieron escalera arriba, y Marek oyó murmullos de consternación.

La cadena del puente levadizo seguía deslizándose. El puente continuaba bajando.

—André, vamos.

Marek echó un vistazo al temporizador. Marcaba 00.01.04. Poco más de un minuto. Mirando por la ventana, vio que los otros no habían aguardado a que el puente bajara por completo; corrieron hasta el borde por el puente todavía inclinado y saltaron a la explanada. Allí, apenas los veía en la oscuridad.

—André. —Era otra vez Chris—. André.

Otro soldado bajó por la escalera, y Marek, al alzar la espada, golpeó accidentalmente el cabrestante. Saltaron chispas y el impacto contra el metal resonó en el aire, alertando al soldado, que retrocedió de inmediato, empujando y gritando a sus compañeros.

—André, escapa —dijo Chris—. Tienes tiempo.

Marek sabía que así era. Si se echaba a correr, podía alcanzarlos a tiempo. Si salía de allí en ese momento, los soldados no podrían volver a levantar el puente antes de que él lo cruzara y saltara a la explanada con los otros. Sabía que estaban allí fuera, esperándolo. Sus amigos. Esperándolo para regresar juntos al presente.

Al volverse para bajar por la escalera, su mirada se posó en el anciano, aún encogido en un rincón. Marek se preguntó cómo sería pasar la vida entera en aquel mundo. Vivir y amar, siempre en peligro, amenazado por las enfermedades, el hambre, la violencia, la muerte. Estar vivo en aquel mundo.

—André, ¿vienes?

—No hay tiempo —contestó Marek.

—André.

Miró hacia la explanada y vio sucesivos destellos. Habían llamado a las máquinas. Dispuestos a marcharse.

Las máquinas estaban allí. Todos ocupaban sus posiciones sobre las plataformas. Un vapor frío flotaba en torno a las bases, enroscándose en la hierba oscura.

—André, ven —dijo Kate.

Siguió un breve silencio. A continuación, Marek respondió:

—No me voy. Me quedo aquí.

—André, no lo has pensado bien.

—Sí, sí lo he pensado.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Kate.

Kate miró al profesor, y él se limitó a mover la cabeza en un lento gesto de asentimiento.

—Ha deseado esto toda su vida.

Chris insertó el marcador de navegación en la ranura de la base.

Marek observaba desde la barbacana.

—Bueno, André… —Era Chris.

—Hasta la vista, Chris.

—Cuídate.

—André. —Era Kate—. No sé qué decir.

—Adiós, Kate.

Después oyó decir al profesor:

—Adiós, André.

—Adiós —se despidió Marek.

Por el auricular, oyó una voz grabada: «Permanezca inmóvil… abra los ojos… respire hondo…, contenga la respiración…
Ahora.
» Vio un resplandeciente destello de luz azul en la explanada. Luego otro, y otro, con decreciente intensidad, hasta desaparecer por completo.

Capítulo 87

Doniger se paseaba de un lado a otro por el escenario a oscuras. En el auditorio, los tres ejecutivos, sentados en sus cabinas, lo observaban en silencio.

—Tarde o temprano —dijo— el artificio del entretenimiento… un entretenimiento continuo, incesante… impulsará a la gente a buscar autenticidad. «Autenticidad» será la palabra que abra todas las puertas en el siglo
XXI
. ¿Y qué es auténtico? Todo aquello que no está concebido y estructurado para obtener un beneficio. Todo aquello que no está controlado por las multinacionales. Todo aquello que existe por sí mismo, que adopta su propia forma. ¿Y qué es lo más auténtico que conocemos? El pasado.

»El pasado es indiscutiblemente auténtico. El pasado es un mundo que ya existía antes que Disney, Murdoch, Nissan, Sony, IBM y cuantas empresas se han dedicado a dar forma al mundo moderno. El pasado estaba ahí antes que ellos. El pasado es real. Es auténtico. Y eso mismo conferirá al pasado un extraordinario atractivo. Porque el pasado es la única alternativa a un presente en extremo organizado.

»¿Qué hará la gente? Ya está haciéndolo. Actualmente, en el ámbito de los viajes, el segmento que crece con mayor rapidez es el turismo cultural. Personas que no desean visitar otros lugares, sino otras épocas. Personas que desean sumergirse en ciudades amuralladas medievales, en colosales templos budistas, en pirámides mayas, en necrópolis egipcias. Personas que desean estar en el mundo del pasado. El mundo desaparecido.

»Y no quieren que sea falso. No quieren que se lo muestren bonito o limpio. Quieren que sea auténtico. ¿Quién garantizará esa autenticidad? ¿Quién se convertirá en la empresa líder en el sector del pasado como entretenimiento? La ITC.

»Ahora pasaré a exponerles nuestros proyectos de turismo cultural en todo el mundo. Me concentraré especialmente en uno que está en preparación en Francia, pero tenemos otros muchos. En todos los casos, cedemos el yacimiento al gobierno del país en cuestión. Pero somos propietarios de las tierras colindantes, lo cual significa que los hoteles, restaurantes, tiendas, y todo el aparato turístico será nuestro. Por no entrar ya en detalles como los libros, las películas, las guías, los disfraces, los juguetes, etcétera. Los turistas pagarán diez dólares por acceder al recinto. Pero gastarán quinientos dólares en gastos externos. Todo eso estará bajo nuestro control. —Doniger sonrió—. Para asegurarnos de que se lleva a cabo con el debido buen gusto, naturalmente. —A sus espaldas apareció un gráfico—. Estimamos que cada centro generará unos beneficios de dos mil millones de dólares anuales, incluida la comercialización de subproductos. Estimamos que los ingresos globales de la empresa superarán los cien mil millones de dólares anuales hacia la segunda década del próximo siglo. Ésa es una de las razones para que ustedes contraigan un compromiso con nosotros.

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