Ritos de Madurez (18 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Ritos de Madurez
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Las niñas ya sabían que era nacido de humana y que esperaba convertirse en macho. Esto hacía de él un objeto de intensa curiosidad. Descubrió que le gustaba su atención, y les dejó investigarlo a conciencia.

—…no se comportan como los niños normales —estaba diciendo uno de los humanos—. Están unos encima de los otros, olisqueándose como una manada de perros.

¿Quién estaba hablando? Akin se obligó a enfocar de nuevo su atención al resto de la sala, a los humanos. Otros tres habían entrado en la habitación, y la que hablaba era Neci, una mujer que siempre le había considerado como una propiedad valiosa, pero a la que nunca le había agradado.

—Si eso es lo peor que hacen, nos llevaremos muy bien con ellas —dijo Tate—. ¿Cómo se llaman, Akin?

—Shkaht y Amma —le contestó el niño—. Shkaht es la más pequeña.

—¿Qué clase de nombre es Shkaht? —preguntó Gabe. Había entrado con Neci y Pilar.

—Tres de sus padres son oankali. Como también lo son tres de los míos. —No les iba a decir que Shkaht era nacida de oankali. Y tampoco dejaría que Shkaht se lo dijese. ¿Qué pasaría si, de enterarse, decidían que sólo querían a la niña nacida de humana? ¿La cambiarían por algo, o se la devolverían a los bandoleros? Era mejor que siguieran creyendo que tanto Shkaht como Amma eran nacidas de humana, y realmente hembras. Él mismo tendría que pensar en ellas en este modo, para que sus pensamientos no se convirtiesen en palabras y lo traicionasen. Ya les había advertido a ambas niñas de que no debían revelar este secreto. No comprendían el motivo, pero habían aceptado.

—¿Qué idiomas hablan? —preguntó Tate.

—Quieren saber los idiomas que habláis —les transmitió en oankali.

—Hablamos francés y twi —le dijo Amma—. Nuestro padre humano y sus hermanos eran franceses. Estaban viajando por la patria de nuestra madre cuando estalló la guerra. Mucha gente en el país de ella hablaba inglés, pero en su poblado natal lo que más se hablaba era el twi.

—¿Dónde estaba su poblado?

—En Ghana. Nuestra madre era de allí.

Akin le informó de todo esto a Tate.

—África de nuevo —comentó ella—; probablemente no sufrió ningún ataque. Me pregunto si los oankali habrán puesto en marcha colonias allá. Pero pensaba que toda la gente en Ghana hablaba en inglés.

—Pregúntales de qué poblado comercial provienen —le pidió Gabe.

—De Kaal —le contestó Akin sin preguntar. Luego se volvió hacia las niñas—. ¿Hay más de un poblado Kaal?

—Hay tres —le contestó Shkaht—: Nosotras somos de Kaal-Osei.

—Kaal-Osei —traspasó la información Akin.

Gabe sacudió la cabeza.

—Kaal… —miró a Tate, pero ésta negó con la cabeza.

—Si allá no hablan inglés —dijo—, no habrá nadie que conozcamos.

Él asintió.

—Habla con ellas, Akin. Averigua cuándo las cogieron y dónde está su poblado…, si es que lo saben. ¿Pueden recordar las cosas del modo en que tú lo haces?

—Todos los construidos recuerdan.

—Bien. Se van a quedar con nosotros, así que empieza a enseñarles inglés.

—Son compañeras de camada. Están muy unidas. Necesitan permanecer juntas.

—¿Sí? Bueno, ya veremos.

A Akin no le gustó esto. Tendría que advertirles a Amma y Shkaht que se pusiesen enfermas si las separaban. Únicamente llorar no serviría. Había que darles miedo a los humanos, tenían que creer que podían llegar a perder a una o a las dos niñas nuevas. Ahora tenían lo que probablemente no habían tenido nunca antes: niños que ellos pensaban que podían ser fértiles juntos. Por lo que había oído acerca de los resistentes, no tenía la menor duda de que parte de ellos creían a pies juntillas el que pronto podrían criar nuevos niños, de aspecto humano, y enseñarlos a ser humanos.

—Vamos fuera —les dijo a las niñas—. ¿Aún tenéis hambre?

—Sí —le contestaron al unísono.

—Entonces vamos. Os enseñaré dónde crecen las cosas más ricas.

14

Al día siguiente colocaron a los tres niños en mochilas y los llevaron hacia las montañas. No les permitieron caminar. Gabe llevaba a Akin encima de un montón de suministros y Tate iba tras de él, llevando aún más suministros. Amma viajaba a la espalda de Macy Wilton y, subrepticiamente, la probó con uno de sus pequeños tentáculos corporales. Ella tenía una lengua humana normal, pero cada uno de sus tentáculos le podían servir tan bien como la larga y gris lengua oankali de Akin. Los tentáculos del cuello de Shkaht le daban unos sentidos del olor y el sabor más agudos que los que tenía Akin, y además podía usar sus manos para probar. Por otra parte, tenía largos y delgados tentáculos en la cabeza, mezclados con los cabellos, y podía ver con ellos. En cambio, no podía hacerlo con sus ojos. Sin embargo, había aprendido a aparentar mirar a la gente con los ojos…, a volver la cara hacia ellos y mover los delgados tentáculos de su cabeza al compás con el movimiento de su cabeza, para que la gente no se asustase al ver cómo su cabello parecía moverse por sí solo. Tendría que tener mucho cuidado porque a los humanos, por alguna razón, les gustaba cortar el cabello de la gente. Se cortaban el propio, y le habían cortado el suyo a Akin. Incluso allá en Lo, los hombres en especial, o se cortaban el cabello o hacían que otros se lo cortasen. Akin no quería ni pensar en lo que podía representar que a uno le cortasen los tentáculos sensoriales. Nada podía hacer más daño. Nada podía ser más proclive a ocasionar que un oankali o construido aguijonease de modo reflejo, mortífero.

Los humanos caminaron durante todo el día, deteniéndose para comer y descansar únicamente al mediodía. No hablaban ni de a dónde iban ni de por qué, pero caminaban con rapidez, como si temiesen ser perseguidos.

Eran un grupo de veinte, armados, pese a los esfuerzos de Tate, con los cuatro rifles de los captores de Akin. Damek seguía vivo, pero no podía caminar. Lo seguían cuidando allá en Fénix. El niño suponía que Damek no debía tener ni idea de lo que estaba pasando: que le habían quitado su arma, que le habían quitado a Akin. Claro que, lo que no sabía, ni podía contarlo a otros ni podía dolerle a él.

Esa noche, los humanos levantaron tiendas e hicieron camas con mantas y ramas o bambúes…, lo que encontraron. Algunos colgaron hamacas de los árboles y se pusieron a dormir fuera de las tiendas, pues no había señales de que fuera a llover. Akin pidió dormir al aire libre con alguien, y una mujer llamada Abira se limitó a tender el brazo desde su hamaca y alzarlo a la misma. A pesar del calor y la humedad, parecía feliz de tenerlo con ella. Era una mujer bajita, muy fuerte, que llevaba una mochila tan cargada como la de hombres que medían medio cuerpo más que ella, y, sin embargo, a él lo manejaba con suavidad.

—Tuve tres hijos antes de la guerra —le dijo en su inglés de extraño acento. Provenía de Israel. Frotó la cabeza de Akin, la caricia favorita de ella, y se puso a dormir, dejando que el niño encontrase por sí mismo la postura que le era más cómoda.

Amma y Shkaht dormían juntas en su propia cama de bambú, cubiertas por una manta. Los humanos las tenían por valiosas, las alimentaban, las cobijaban, pero no les gustaban los tentáculos de las niñas, no se dejaban tocar deliberadamente por los pequeños órganos sensoriales. Amma había podido probar a Macy Wilton sólo porque la llevaba a sus espaldas y sus tentáculos habían sido capaces de infiltrarse a través de la ropa que había puesto entre él y ella.

Ningún humano quería dormir con ellas. Incluso en aquel momento, Neci Roybal y su esposo Stancio estaban susurrando acerca de la posibilidad de cortarles los tentáculos a las niñas, ahora que eran jovencitas.

Alarmado, Akin escuchó cuidadosamente.

—Si se los quitamos, ahora que son tan pequeñas, aprenderán a apañárselas sin ellos —estaba diciendo Neci.

—No tenemos anestésicos adecuados —protestaba el hombre—. Sería cruel hacerles eso.

Él era todo lo contrario a su mujer: tranquilo, silencioso, amable. La gente aguantaba a Neci en consideración a él. Akin lo evitaba para no toparse con Neci. Pero ésta tenía un modo de decir una cosa, y repetirla, y volverla a repetir…, hasta que la gente acababa por decirla también, y empezaba a creérsela.

—Ahora no notarían mucho la operación —insistió ella—. ¡Son tan jóvenes…! Y esas cosas, esos gusanitos, son tan diminutos… Ahora es el mejor momento para hacerlo.

Stancio no dijo nada.

—Aprenderán a usar sus sentidos humanos —susurró Neci—. Verán el mundo como lo vemos nosotros, y se parecerán más a nosotros.

—¿Quieres cortárselos tú misma? —exclamó Stancio—. Son unas niñas muy pequeñas, casi bebés.

—No digas memeces. Puede hacerse. Las heridas cicatrizarán. Y se olvidarán de que en un tiempo tuvieron tentáculos.

—Quizá les vuelvan a crecer.

—¡Pues se los cortamos otra vez!

Hubo un largo silencio.

—¿Cuántas veces? —dijo al fin el hombre—. ¿Cuántas veces estarías dispuesta a torturar a unas criaturas? ¿Las torturarías también si hubiesen salido de tu vientre? ¿O torturarás a éstas porque no han salido de ti?

No fue dicho nada más. A Akin le pareció que Neci lloraba un poco: eran sonidos pequeños, sin palabras. Stancio sólo emitía sonidos regulares de respiración. Y, al cabo de un rato, Akin se dio cuenta de que era porque se había quedado dormido.

15

Pasaron días caminando a través de la selva, subiendo colinas cubiertas de jungla. Pero, ahora, el ambiente era más frío, y Akin y las niñas tuvieron que luchar contra los intentos de vestirlos con ropas más cálidas. Aún había mucho que comer, y sus cuerpos se ajustaron, rápida y fácilmente, al cambio de temperatura. Akin seguía llevando puestos los pantalones cortos que le había hecho Pilar Leal. No había habido tiempo de preparar ropa para las niñas, de modo que vestían trozos de tela, envueltos a su cintura y atados por arriba. Éste era el único tipo de ropa que no se quitaban y perdían deliberadamente.

A la segunda noche del viaje, Akin empezó a dormir con ellas. Necesitaban aprender más inglés, y tenían que aprenderlo rápidamente. Neci estaba haciendo lo que Akin había supuesto: decir una y otra vez, a diferente gente, en privadas y emotivas conversaciones, que era el momento justo para quitarles los tentáculos a las niñas, ahora que aún eran pequeñas, para que así pareciesen más humanas, para que así aprendiesen a depender de sus sentidos humanos y comenzasen a ver el mundo como humanas. La gente se reía de ella a sus espaldas, pero, de vez en cuando, Akin les oía hablar de los tentáculos de las niñas…, de lo feos que eran y de lo mucho más guapas que se las vería sin ellos…

—¿Nos los cortarán? —le preguntó Amma cuando les explicó lo que pasaba. Todos sus tentáculos se aplastaron, hasta hacerse invisibles contra su piel.

—Puede que lo intenten —le contestó Akin—. Tendremos que impedirles que lo lleven a cabo.

—¿Cómo?

Shkaht le tocó con una de sus pequeñas y sensibles manos.

—¿De qué humanos te fías? —quiso saber. Era la más joven de las dos, pero había logrado aprender más que la otra.

—De la mujer con la que vivo, Tate. De su esposo no, sólo de ella. Voy a tener que decirle la verdad.

—Realmente, ¿podrá ella hacer algo?

—Tal vez. Quizá no lo haga. Hace…, cosas extrañas, a veces. Lo peor que podría hacer ahora es no hacer nada.

—¿Qué es lo que le pasa?

—¿Qué es lo que les pasa a todos? ¿O es que no te has dado cuenta?

—…Sí. Pero no lo entiendo.

—Realmente, yo tampoco. Pero es por el modo en que tienen que vivir. Quieren niños, así que nos compran. Pero seguimos sin ser sus niños: quieren tener niños propios. A veces nos odian, porque no pueden tenerlos. Y a veces nos odian porque somos parte de los oankali, y son los oankali los que no les dejan tener niños.

—Podrían tener docenas de niños si dejasen de vivir separados y se uniesen a nosotros.

—Quieren tener esos niños del modo en que los tenían antes de la guerra. Sin los oankali.

—¿Por qué?

—Porque ésa es su manera de ser. —Estaba tendido amontonado con ellas, de modo que una zona sensorial hallase otra zona sensorial, para que así las niñas pudiesen usar sus tentáculos sensoriales y él su lengua. Casi ni se daban cuenta de que la conversación había dejado de ser vocal. Akin ya había descubierto que, cuando estaban echados de este modo, los humanos se creían que estaban dormidos amontonados.

—Ya no habrá más de ellos —les dijo, tratando de proyectar la sensación de soledad y miedo que creía sentían los humanos—. Su especie es todo lo que han conocido o sido, y pronto ya no existirá. Tratan de hacernos a nosotros como son ellos, pero realmente nunca seremos como ellos, y eso lo saben.

Las chicas se estremecieron y cortaron el contacto por un instante. Cuando lo tocaron de nuevo, parecieron comunicarse como una única persona:

—¡Somos ellos! Y somos los oankali. Tú lo sabes. ¡Y si ellos pudieran percibir, también lo sabrían!

—Si pudieran percibir, serían nosotros. No pueden y no lo son. Nosotros somos lo mejor que son ellos y lo mejor que son los oankali. Pero, a causa de nosotros, ellos ya no existirán.

—Tampoco los oankali Dinso y Toaht existirán ya.

—No. Pero los Akjai se marcharán sin haber cambiado. Si la especie construida humanoankali no funciona aquí, o para los Toaht, los Akjai seguirán existiendo.

—Sólo si hallan a alguna otra gente con la que mezclarse. —Esto lo dijo, separadamente, Amma.

—Los humanos habían llegado ya a su propio fin —intervino Shkaht—. Tenían fallos y estaban sobreespecializados. Si no hubieran tenido su guerra habrían hallado otro modo de matarse ellos mismos.

—Quizá —admitió Akin—. También a mí me enseñaron eso. Y puedo ver el conflicto en sus genes… la nueva inteligencia, puesta al servicio de las viejas tendencias jerárquicas. Pero…., no tienen por qué destruirse a sí mismos. Desde luego, no tienen por qué hacerlo de nuevo.

—¿Y cómo podrían no hacerlo? —preguntó Amma. Todo lo que ella había aprendido, todo lo que le habían enseñado los cuerpos de sus propios padres humanos, le indicaba que Akin estaba diciendo tonterías. No había estado el bastante tiempo entre los humanos resistentes como para que empezase a verlos como un pueblo realmente diferenciado.

Sin embargo, debía entender. Ella sería una hembra y, algún día, les contaría a sus hijos lo que habían sido los humanos. Y no lo sabía. Él mismo sólo estaba empezando a entenderlo.

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