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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Ritos de Madurez (24 page)

BOOK: Ritos de Madurez
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—¿Eso hiciste? —le preguntó a Tate.

—Pensé que estaría a salvo en Lo.

—Debería de haberlo estado. —Lilith inspiró profundamente—. Ésa fue la primera incursión que sufríamos en muchos años. Nos habíamos descuidado.

Ahajas, Dichaan y Nikanj se separaron de los otros oankali y se acercaron al grupo humano. Akin no podía esperar más. Tendió las manos hacia Dichaan, y éste lo alzó en brazos y lo tuvo agarrado durante unos minutos de felicidad, alegría y reencuentro. No supo lo que decían los humanos, mientras él y Dichaan estaban unidos por tantos de los tentáculos sensoriales de Dichaan como eran capaces de alcanzarle y por la propia lengua de Akin. Éste se enteró de cómo Dichaan había hallado a Tino y luchado por mantenerlo vivo y cómo, al volver a casa, había descubierto que la hija de Ahajas estaba a punto de nacer. La familia no podía ir a buscarle, pero otros lo habían hecho…, al principio.

—¿Fui dejado entre ellos tanto tiempo para que pudiera estudiarlos? —preguntó Akin en silencio.

Dichaan hizo resonar sus tentáculos libres, incómodo.

—Hubo un consenso —dijo—. Todo el mundo pensó que era lo más adecuado. Todos menos nosotros. Nunca antes habíamos estado tan solos. A los otros les sorprendió que no aceptásemos la voluntad general, pero eran ellos los que estaban equivocados. ¡Estaban equivocados hasta en su mismo deseo de querer arriesgarte!

—¿Y mi compañera de camada?

Silencio. Tristeza.

—Te recuerda como algo que estaba, y que luego ya no estaba. Nikanj te mantuvo durante un tiempo en sus pensamientos, y el resto de nosotros te buscamos. Tan pronto como la pudimos dejar, nos pusimos a buscarte. Hasta ahora, nadie más nos ayudó.

—¿Y por qué ahora sí? —preguntó Akin.

—La gente cree que ya has aprendido bastante. Y saben que te han privado de tu compañera de camada.

—Es… demasiado tarde para el conexionado. —Sabía que lo era.

—Sí.

—Aquí hubo un par de compañeras de camada construidas.

—Lo sabemos. Están bien.

—Vi lo que tenían, lo que representaba para ellas. —Hizo un momento de pausa, recordando, ansiando—. Yo nunca tendré eso.

Sin darse cuenta, había empezado a llorar.

—Eka, tendrás algo muy similar cuando te aparees. Mientras tanto, nos tienes a nosotros. —A Dichaan no había que decirle lo poco que era esto. Pasarían largos años antes de que Akin fuera lo bastante mayor como para aparearse. Y el conexionarse con los padres no era lo mismo que hacerlo con un compañero de camada cercano. Nada con lo que había estado en contacto era tan dulce como ese conexionado.

Dichaan se lo pasó a Nikanj y éste le sacó, entre caricias, toda la información que había descubierto acerca de plantas y animales, acerca del pozo de excavación.

Esto podía serle pasado a gran velocidad al ooloi. Era trabajo de éste absorber y asimilar la información que los otros habían reunido. Ellos comparaban las formas de vida familiares con lo que antes habían sido o debían llegar a ser. Ellos detectaban cambios y hallaban nuevas formas de vida que podían ser comprendidas, montadas y usadas, a medida que eran necesitadas. Los machos y las hembras iban al ooloi con sus capturas de información biológica; el ooloi tomaba esa información y, a cambio, les daba un intenso placer. El dar y el tomar eran un único acto.

Akin había experimentado versiones más suaves de este intercambio con Nikanj durante toda su vida, pero esta experiencia le demostró que, hasta ahora, no había sabido nada de lo que un ooloi podía tomar y dar. Unido a Nikanj, se olvidó por un tiempo del dolor de que le hubiera sido negada la unión con su compañera de camada.

Cuando fue capaz de pensar de nuevo, comprendió por qué la gente atesoraba a los ooloi. Los machos y hembras no recolectaban información únicamente por complacer al ooloi y lograr de él placer; la recolectaban porque sentían que era algo necesario y les complacía hacerlo.

Pero, aun así, sabían que, en algún momento, un ooloi debía tomar la información y coordinarla, para que así el pueblo pudiera usarla. En cierto momento, un ooloi debía darles la sensación que sólo un ooloi podía dar. Incluso los humanos eran vulnerables a esta tentación. No podían, deliberadamente, recoger el tipo de información biológica específica que deseaban los ooloi, pero podían compartir con ellos todo lo que recientemente habían comido, respirado o absorbido a través de su piel. Podían compartir cualquier cambio que se hubiera producido en sus cuerpos, desde la última vez que habían tenido contacto con el ooloi. Ellos no sabían lo que le daban al ooloi, pero sí sabían lo que el ooloi les daba a ellos. Akin sabía lo que le estaba dando a Nikanj. Y, por primera vez, comenzó a comprender lo que un ooloi le podía dar a él. No podía tomar el lugar de una cercanía continua, como la que tenían Amma y Shkaht, nada podía sustituir a eso; pero aquello era mejor que cualquier otra cosa que hubiera conocido. Era un alivio del dolor de ahora, y el adelanto de la curación para un distante futuro como adulto.

Algo después, Akin volvió a darse cuenta de la existencia de los tres humanos. Estaban sentados en el suelo, hablando entre ellos. En la ladera de la colina que les ocultaba del campamento, a sus espaldas, estaba Gabe. Aparentemente, ninguno de los humanos lo había visto aún, pero todos los oankali debían de haberse dado cuenta de su presencia. Estaba en pie, mirando a Tate, sin duda enfocando la vista en su dorado cabello.

—No digas nada —le advirtió Nikanj en silencio—. Déjalos hablar.

—Es el compañero de ella —susurró vocalmente Akin—. Tiene miedo de que ella se venga con nosotros y lo deje solo.

—Sí.

—Déjame ir a buscarlo.

—No, Eka.

—Es un amigo. Me llevó de viaje por las colinas. Fue gracias a él que he podido recoger tanta información que darte.

—Es un resistente. No le voy a dar la posibilidad de usarte como rehén. No te das cuenta de lo valioso que eres.

—Él no lo haría.

—¿Y si se limitase a tomarte en brazos, ir al otro lado de la colina y llamar a sus amigos? En ese campamento hay armas de fuego, ¿no?

Silencio. Gabe podía hacer algo así, si pensaba que iba a perder tanto a Akin como a Tate. Podía. Del mismo modo que el padre de Tino había reunido a sus amigos y matado a tanta gente, a pesar de que sabía que nada de lo que hiciera le devolvería la vida al hijo que creía muerto, o ni siquiera lo vengaría adecuadamente.

—¡Ven con nosotros! —estaba diciendo Lilith—. ¿Te gustan los niños? ¡Ten algunos, tuyos propios! ¡Enséñales todo lo que sabes acerca de cómo era antes la Tierra!

—Eso no es lo que acostumbrabas a decir antes —contestó suavemente Tate.

Lilith asintió con la cabeza.

—Yo antes acostumbraba a pensar que vosotros, los resistentes, hallaríais una respuesta. Confiaba en que lo lograríais. Pero, ¡Cristo!, vuestra única respuesta ha sido robarnos los hijos a nosotros. Los mismos hijos que vosotros no os rebajáis a tener. ¿De qué sirve esto?

—Pensamos…, creímos que ellos podrían tener niños, sin necesidad de un ooloi.

Lilith inspiró profundamente.

—Nadie puede tenerlos sin los ooloi. Ellos se han cuidado muy bien de esto.

—No puedo volver con ellos.

—No es malo —le dijo Tino—. No es lo que pensaba.

—¡Sé exactamente lo que es! Sé perfectamente lo que es… Como también lo sabe Gabe. Y no creo que nada de lo que yo pueda decirle sea capaz de hacer que pase de nuevo por aquello.

—Llámalo —le dijo Lilith—. Está ahí en la colina.

Tate alzó la vista, vio a Gabe y se puso en pie.

—Tengo que irme.

—¡Tate! —dijo con urgencia Lilith.

Tate volvió a mirarla.

—Tráelo con nosotros. Hablemos. ¿Qué daño puede hacer esto?

Pero Tate no quería hacerlo. Akin veía que no iba a hacerlo.

—Tate —llamó Akin.

Ella le miró, luego apartó rápidamente la mirada.

—Haré lo que te he dicho que haría —exclamó él—. Yo no olvido las cosas.

Ella se le acercó y lo besó. El que Nikanj aún lo estuviera sosteniendo en brazos no pareció preocuparla.

—Si lo deseas —le dijo Nikanj—, mis padres vendrán de la nave. No han hallado otros compañeros humanos.

Ella miró a Nikanj, pero no habló. Caminó colina arriba, y fue más allá, sin siquiera detenerse para hablar con Gabe. Éste la siguió, y los dos desaparecieron al otro lado de la cima.

III - CHKAHICHDAHK
1

—El chico corretea demasiado por ahí —dijo Dichaan mientras estaba sentado, compartiendo una comida con Tino—. Y es demasiado pronto para que empiece la fase errante de su vida.

Tino comía un plato de judías con maíz, y tenía al lado un melón de dulce carne anaranjada, cortado a rodajas, así como platitos de plátano frito y nueces asadas. Estaba, pensó Dichaan, prestándole más atención a su comida que a lo que él le estaba diciendo.

—¡Tino, escúchame!

—Te oigo. —El hombre tragó y se lamió los labios—. Tiene ya veinte años, Chaan. Si no estuviera mostrando una cierta independencia, yo sería el que estaría preocupado.

—No. —Dichaan hizo resonar sus tentáculos—. Su apariencia humana te engaña. Sus veinte años son como… doce años humanos. Menos, en algunos aspectos. Aún no es fértil. No lo será hasta que no se haya completado su metamorfosis.

—¿Cuatro o cinco años más?

—Quizá. ¿A dónde va, Tino?

—No te lo diré. Me pidió que no lo hiciera.

Dichaan se enfocó fijamente en él.

—Nunca he querido seguirlo.

—No lo hagas. No está haciendo daño a nadie.

—Yo soy su único familiar paterno del mismo sexo. Debería comprenderle mejor. Y no puedo, porque su herencia humana le impulsa a hacer cosas que yo no espero que haga.

—¿Qué es lo que estaría haciendo un veinteañero oankali?

—Desarrollando una afinidad por uno de los sexos. Comenzando a saber en qué se convertirá.

—Él lo sabe. No sabe qué aspecto tendrá, pero sabe que se convertirá en un macho.

—Sí.

—Bueno, un macho humano de veinte años, en un lugar como éste, estaría explorando, cazando, persiguiendo chicas y pavoneándose. Estaría tratando de demostrarle a todo el mundo que es un hombre, que ya no es un chico. Al menos, eso fue lo que yo hice a esa edad.

—Tal como tú dices, Akin aún es un crío.

—A pesar de su pequeño tamaño, al menos no tiene aspecto de serlo. Y probablemente no se sienta un crío. Y, sea fértil o no, lo cierto es que está jodidamente interesado en las chicas. Y a ellas no parece molestarles.

—Nikanj dijo que pasaría por una etapa de sexualidad casi humana.

Tino se echó a reír.

—Entonces, debe de ser ésta.

—Luego querrá un ooloi.

—Aja. Eso también lo entiendo.

Dichaan dudó. Había llegado a la pregunta que más deseaba hacer, y sabía que a Tino no le gustaría que la hiciese.

—¿Va con los resistentes, Tino? ¿Son ellos el motivo por el que anda errante?

Tino pareció sobresaltado, luego irritado.

—Si lo sabías…, ¿para qué lo has preguntado?

—No lo sabía, lo he supuesto. ¡Tiene que dejar de hacerlo!

—No.

—¡Podrían matarlo, Tino! ¡Se matan los unos a los otros con tanta facilidad!

—Lo conocen. Lo cuidan. Y no va muy lejos.

—¿Quieres decir que saben que es un hombre construido?

—Sí. Ha aprendido algunos de sus dialectos, pero no les ha ocultado su identidad. Su tamaño los desarma: piensan que nadie tan pequeño puede ser peligroso. Por otra parte, eso significa que ha tenido que pelearse varias veces, pues algunos tipos piensan que si es pequeño debe de ser débil y, si es débil, entonces es una presa fácil.

—Es demasiado valioso para esto, Tino. Nos está enseñando lo que puede ser un macho nacido de humana. Aún hay demasiado pocos como él, porque estamos demasiado inseguros como para poder llegar a un consenso…

—¡Entonces, aprended de él! ¡Dejadlo en paz y aprended!

—¿Aprender qué? ¿Que le gusta estar en compañía de los resistentes? ¿Que le gusta luchar?

—No le gusta luchar. Tuvo que decidirse a hacerlo para defenderse, nada más. Y, en cuanto a los resistentes, él dice que tiene que conocerlos, que comprenderlos. Dice que son parte de él.

—¿Qué es lo que aún le falta por aprender?

Tino envaró la espalda y miró a Dichaan.

—¿Acaso lo sabe todo acerca de los oankali?

—…No. —Dichaan dejó que sus tentáculos corporales y craneales colgasen inertes—. Lo siento. Los resistentes no parecen muy complejos…, excepto biológicamente.

—Y, sin embargo, resisten. Prefieren morir antes que venir aquí a vivir vidas fáciles y sin dolor, con vosotros.

Dichaan apartó su comida y enfocó un cono de tentáculos de su cabeza a Tino.

—¿Está tu vida libre de dolor?

—A veces…, biológicamente hablando.

No le gustaba que Dichaan lo tocase. A Dichaan le había costado cierto tiempo descubrir que esto se debía no a que fuera oankali, sino a que era un macho. Tino daba la mano o incluso echaba el brazo por encima de los hombros de otros machos humanos, pero le desazonaba la masculinidad de Dichaan. Finalmente había ido a hablar con Lilith, para que le ayudase a comprender esto.

—Tú eres uno de los componentes de su matrimonio —le había dicho solemnemente ella—. Créeme, Dichaan, Tino jamás pensó que fuera a tener un cónyuge macho. Ya le costó bastante trabajo acostumbrarse a Nikanj.

Dichaan no veía que a Tino le hubiese resultado difícil acostumbrarse a Nikanj. La gente se acostumbraba muy deprisa a Nikanj. Y, en los largos e inolvidables apareamientos de grupo, Tino no parecía tener problemas con nadie…, pese a que, después de ellos, tendiese a evitar a Dichaan. En cambio, Lilith no evitaba a Ahajas.

Dichaan se alzó de su plataforma, dejó su ensalada y se acercó a Tino. Éste inició un gesto de retroceso, pero Dichaan lo tomó por los brazos.

—Déjame tratar de comprenderte, Chkah. ¿Cuántos hijos hemos tenido juntos? Estáte quieto.

Tino siguió sentado, inmóvil, y permitió que Dichaan le tocase con unos pocos tentáculos, largos y delgados, de la cabeza. Habían tenido seis hijos juntos: tres chicos de Ahajas y tres chicas de Lilith. El viejo esquema.

—Elegiste venir aquí —dijo Dichaan—, y has elegido quedarte. Estamos muy contentos de tenerte aquí: un padre humano para los chicos y un macho humano para equilibrar los apareamientos de grupo. Un socio, en todos los sentidos. ¿Por qué te hace daño el estar aquí?

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