Se libró un encarnizado combate en el que murieron los tres caballeros y muchos de sus soldados. Otros emprendieron la huida ante el arrojo de Robin y sus hombres.
Faltaba ahora la liberación de Mariana. Se dirigieron hasta la estancia en la que Guy de Gisborne se mantenía pertrechado. A través de la puerta, Robin pidió al caballero su rendición.
—¡Dejadme salir o acabaré con Mariana! —dijo.
Pero, en ese momento, Robin era informado de que Much estaba a punto de introducirse en la habitación. Dio la orden de que lo hiciera justo cuando De Gisborne abriera la puerta.
—Está bien. Nada podemos hacer. Vos ganáis —dijo Robin.
Se abrió la puerta. Apareció De Gisborne escudado tras la joven. Entonces, Much hizo prisionero al cruel barón.
La alegría de todos fue inmensa. Pero entonces, De Gisborne se revolvió contra Much, y éste no tuvo más remedio que utilizar su espada. El caballero quedaba mortalmente herido.
E
l asalto al castillo de Hugo de Reinault había sido un rotundo éxito. Una vez puestos en fuga sirvientes y soldados, los hombres de Robin cargaron con todo lo valioso que había dentro y provocaron el incendio de la fortaleza. Así no volvería a ser utilizada contra ellos por otros adeptos del príncipe Juan.
Había algo, no obstante, que asombraba a Robin. Cuando abandonaron el castillo en llamas, había buscado al misterioso caballero que se había unido a la arriesgada expedición. Ni rastro de él. Nadie recordaba haberlo visto en los últimos momentos.
La tranquilidad era absoluta en Sherwood; los principales enemigos de los allí refugiados habían sido eliminados. Aun así, Robin Hood y los suyos sabían que no podían bajar la guardia. Sin duda, el príncipe Juan, ayudado por otros barones fieles, seguiría cargando contra ellos.
Robin se preguntaba cuándo acabaría esa lucha sin cuartel. Cuándo podrían vivir en paz, sin tener que esconderse, sin ser considerados ciudadanos fuera de la ley.
Un buen día, Robin y los suyos recibieron una visita sorprendente. En medio de la espesura apareció el misterioso caballero del que nada habían vuelto a saber desde el asalto al castillo del señor de Reinault.
Tras el efusivo recibimiento del que fue objeto el noble visitante y sus muestras de sincero agradecimiento, se alejó con Robin hasta la cabaña de éste.
—Espero que hayas resuelto unirte a nosotros —dijo Robin.
—No es así exactamente, Robin. Escúchame ahora con mucha atención. Yo soy el rey Ricardo Corazón de León.
Robin quedó estupefacto al oír aquellas palabras. Hincó sus rodillas en el suelo y emocionado besó la mano de su añorado rey.
—Ahora soy yo el que necesita vuestra ayuda, Robin. Convoca a tus hombres.
Robin salió de su choza y llamó a los suyos. AI momento, todos rodearon a Robin y su acompañante.
Robin tomó la palabra y, conteniendo su excitación, dijo:
—Amigos, hoy es un gran día. El día más feliz de todos los que llevamos aquí. Tenéis ante vosotros al gran rey Ricardo.
La multitud estalló en aplausos. Los vítores a Ricardo I de Plantagenet parecían no tener fin. Las lágrimas en los rostros manifestaban el hondo sentir de todos los presentes.
—He tenido la oportunidad de comprobar lo que todos habéis sacrificado por mí y os aseguro que, cuando recupere mi trono, dejaréis de ser proscritos y se os restituirá lo que hayáis perdido. Ahora tengo que pediros un último favor: que me acompañéis a Londres a recuperar lo que me pertenece. El rey de Escocia está en camino y se unirá a nosotros allí. Yo iré con vosotros.
—Será un gran honor acompañaros, majestad —dijo Robin.
AI día siguiente, Robin Hood y sus hombres, con el rey Ricardo a la cabeza, emprendieron la marcha hacia Londres.
El príncipe Juan había sido advertido de que las tropas escocesas se acercaban a la ciudad. Todo estaba dispuesto para repeler la ofensiva del rey escocés David de Huntington, sir Kenneth.
Cuando los dos ejércitos estaban a punto de enfrentarse en combate, Juan sin Tierra observó que su retaguardia se veía amenazada por un numeroso grupo de hombres armados.
—Señor, es la banda de Robin Hood —dijo uno de los vigías.
—Nos dividiremos. Atacaremos a la vez en los dos frentes. Somos suficientes para obtener la victoria —dijo el príncipe Juan.
El gran ejército de Juan sin Tierra se separó en el acto, dispuesto a librar la batalla. Pero, apenas unos minutos después, el príncipe Juan observó que de las filas de los soldados de Sherwood se adelantaba un caballero perfectamente armado.
—¡Detened el combate! —gritó el extraño caballero.
—¿Por qué tenemos que obedecer esa orden? —preguntó indignado Juan sin Tierra.
—Porque soy el rey Ricardo. Vuestro hermano.
En ese momento, en medio de un silencio sepulcral, Ricardo Corazón de León desmontó de su caballo y, despojándose del casco, dejó al descubierto su inconfundible rostro.
Todos lanzaron vivas al rey, unidos en un único clamor que se elevaba hasta el cielo.
—Perdonadme, hermano —dijo el príncipe Juan—. Cómo iba yo a sospechar que vos… Pensé que se trataba de otro ataque de Robin Hood… Que el rey de Escocia lo apoyaba…
—¡Cuántos errores habéis cometido, Juan! Os dejé un reino en paz. Confié en vos… Me legáis un país insatisfecho, enfrentado. Desde este instante quedáis desterrado.
A Ricardo Corazón de León se le humedecieron los ojos. Se sentía decepcionado, traicionado por su propio hermano. Nunca debió dejar el reino en sus manos.
Juan sin Tierra, acompañado de un reducido séquito, partió hacia sus posesiones en Bretaña. Pensaba que ya nunca volvería a Inglaterra, que en ese momento terminaba su papel en la monarquía inglesa.
El rey Ricardo abrazó y felicitó a Robin y sir Kenneth, ya rey de Escocia. Con ellos y junto a hombres sajones, normandos y escoceses desfiló triunfal por las calles de Londres. Poco después abrazaba a su querida esposa y a la reina madre.
Todo el país festejó la vuelta de su rey. Ricardo Corazón de León proclamó la igualdad entre normandos y sajones, y reintegró sus bienes a los desposeídos. Los barones normandos aprobaron estas medidas, cansados ya de tantos años de lucha.
Robin Hood fue nombrado conde de Nottingham y le fue restituido el título y la herencia legados por su padre.
Los miembros de la banda de Robin volvieron a las tareas que un día tuvieron que abandonar en pos de la justicia y de una existencia pacífica. Algo que habían logrado, después de tanto tiempo, gracias a la vuelta del buen rey.
Richard At Lea y su hija Mariana, tras los sufrimientos pasados, volvían a vivir juntos y en paz en el castillo familiar. Los sucesos vividos perdurarían por siempre en su memoria.
Poco tiempo después, Robin planteaba a su querido Richard At Lea una importante cuestión:
—Señor, deseo pediros la mano de vuestra hija.
—Sólo el cielo sabe lo que siento al escuchar tu petición, hijo. Erais unos niños cuando tu padre y yo soñábamos con ello –dijo conmovido el anciano caballero abrazando a Robin.
Dos meses más tarde se celebró la boda de Mariana y Robin. La ceremonia fue oficiada por el emocionado padre Tuck. Asistieron el rey y su esposa Berengaria, la reina madre, el rey de Escocia y su esposa, los principales barones ingleses y todos los miembros de la banda de Sherwood.
El rey Ricardo aprovechó la ocasión para recordar la importancia de las acciones llevadas a cabo por aquellos hombres y mujeres, y volvió a reiterar públicamente su reconocimiento.
La alegría reinó durante los tres días que duró el banquete. Los invitados brindaron por la felicidad de los recién desposados, a los que todos querían como a sus propios hijos.
E
l rey Ricardo nombró consejero de la corona a Robin Hood. Muy pronto necesitó oír sus opiniones sobre un grave asunto: una posible declaración de guerra a Francia. El rey francés no cesaba en sus instigaciones, y el buen rey inglés había presentado ya una protesta formal en la corte francesa. Si Felipe de Francia se disculpaba, el asunto quedaría olvidado. Si no era así, Ricardo Corazón de León, por dignidad personal y de su monarquía, no tendría más remedio que luchar contra el país vecino.
Las gestiones diplomáticas ante el rey Felipe fracasaron y Ricardo I se vio en la obligación de declararle la guerra.
Robin quería acompañar a su rey en aquella campaña. Pero el rey no aceptó el ofrecimiento.
—Permaneceréis aquí, Robin. Mi esposa será la regente, y vos, su consejero más cercano. Necesito que me proporcionéis todos los hombres que podáis para nutrir mi ejército.
—Lo que ordenéis, majestad.
Pocos días después, Ricardo Corazón de León partía hacia Francia. Aquella guerra inspiraba a Robin muchos temores. Sentía miedo por la vida del rey de Inglaterra.
Las primeras noticias sobre la campaña fueron esperanzadoras. Se cosecharon grandes victorias. Las tropas inglesas estaban eufóricas. En Inglaterra, la alegría era desbordante.
Pero los avatares del destino hicieron que una flecha hiriera mortalmente al rey Ricardo en el asalto a una fortaleza. Los soldados ingleses retiraron el cuerpo de su rey del campo de batalla y emprendieron la retirada. La trágica noticia sumió en el más profundo dolor a todo el pueblo de Inglaterra.
Tras los funerales del rey Ricardo, se reunió el consejo de la corona. La línea dinástica tenía continuidad en el hermano del rey, en Juan sin Tierra, ya que Ricardo I no había tenido descendencia. A pesar de las pocas simpatías con las que contaba el príncipe Juan dentro del consejo, ninguno de sus miembros manifestó voluntad por cambiar el orden sucesorio. Así, Juan sin Tierra fue proclamado rey de Inglaterra.
La primera medida del nuevo rey fue cesar de forma fulminante a todos los miembros del consejo de la corona. Precisamente a aquellos hombres que, por lealtad a la monarquía, lo habían entronizado. Éstos fueron sustituidos por sus amigos más íntimos.
Apenas un mes después de su coronación, Juan sin Tierra abolía todos los privilegios y libertades decretados por su hermano. Deseaba un poder sin límites.
Esto provocó fuertes protestas. La mayoría de los nobles se rebeló contra las medidas del rey, quien sólo favorecía a sus adeptos más cercanos.
A causa de las revueltas y para que fuera acatada su autoridad, el nuevo rey decidió confiscar los feudos de la nobleza y publicar una larga lista de proscritos. Entre ellos se encontraba, por supuesto, el conde de Nottingham.
—Tendremos que volver a Sherwood, Mariana —dijo Robin.
El bosque de Sherwood volvió a convertirse en un lugar de encuentro para los descontentos con el poder autoritario de Juan sin Tierra. Pero en esta ocasión, Robin Hood fue seguido no sólo por campesinos, artesanos y servidores, sino por un gran número de caballeros, tanto sajones como normandos.
El acoso a los refugiados en Sherwood volvió a ser la principal ocupación de Juan sin Tierra. De la misma forma, Robin Hood tuvo que volver a organizar su banda, ahora bien numerosa, para repeler los continuos ataques enemigos.
Pero el rey Juan y sus seguidores tenían a Robin en el punto de mira. Pensaban que si acababan con él, acabarían con la mitad de los problemas.
Un día llegaron al bosque dos buhoneros. Entre sus variadas mercancías había preciosas telas. Los vigilantes realizaron el estricto control acostumbrado y no encontraron nada sospechoso. Sabían que las mujeres tenían problemas para adquirir tejidos con los que confeccionar sus ropas, así que los dejaron pasar Pensaron, sobre todo, en lo feliz que se pondría Mariana.
Y así fue. Mariana y el resto de las mujeres de Sherwood rodearon a los buhoneros que mostraban aquellas maravillosas telas y las extendían sobre otros valiosos objetos.
De repente, uno de los mercaderes tomó en sus manos una cimitarra artísticamente labrada. Todos admiraban la extraña arma oriental cuando, en un santiamén, el desconocido la desenfundó y la clavó varias veces en el cuerpo de Mariana. Ésta cayó al suelo mortalmente herida.
El pánico cundió entre todos los presentes. Los que pudieron entrar en acción persiguieron al buhonero que echó a correr por la espesura. Robin acudió en primer lugar a auxiliar a su esposa y, al ver el estado en el que se encontraba, decidió ir tras el asesino. Lo alcanzó con una de sus flechas cuando estaba acurrucado bajo un árbol. La flecha atravesó el hombro del buhonero y lo dejó clavado al tronco. Allí lo capturaron. Robin miró su cara y lo reconoció de inmediato: era John de Bellamy el hermano de Ralph.
Todo Sherwood veló esa noche el cadáver de Mariana. Robin, arrodillado ante su esposa, no paraba de llorar No había consuelo para él.
AI día siguiente, Mariana recibió cristiana sepultura. El padre Tuck fue el encargado de realizar el oficio religioso, como lo había hecho también en la ceremonia de su boda. El dolor y la consternación de los proscritos de Sherwood era inmensa.
Tras el triste acontecimiento, algunos de los hombres de Robin trasladaron a los dos prisioneros hasta el pie de la muralla del castillo de Ralph de Bellamy donde, desde la muerte de éste, vivía John. Allí, los dos falsos buhoneros fueron ahorcados.
Desde aquel funesto día, Robin no volvió a ser el mismo. La melancolía que inundaba su alma se apoderó también de su cuerpo. Estaba tan débil, que su fiel Johnny le propuso acompañarle hasta algún lugar donde pudiera descansar.
Robin aceptó pedir cobijo a su tía Margaret, abadesa de un monasterio. En aquel lugar estaría seguro y podría recuperar su salud. Aunque el dolor que sentía en el alma fuera incurable.
En las jornadas que duró el viaje, Robin agotó sus escasas fuerzas. A partir de ahí quedó postrado en el lecho de una celda, vigilado día y noche por su leal amigo. De nada sirvieron las pócimas que le fueron administradas. Su estado no mejoraba.
Un día llegó a las puertas del monasterio un médico que pidió posada para pasar la noche. La tía de Robin le rogó que visitara a su sobrino, que se hallaba inconsciente desde hacía varios días.
El desconocido, al ver al enfermo, aseguró que el único remedio para acabar con su mal era efectuar una sangría.
La abadesa y Johnny aceptaron el consejo del médico, sin sospechar que éste era un enviado del rey para acabar con Robin.