Rumbo al cosmos (31 page)

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Authors: Javier Casado

BOOK: Rumbo al cosmos
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El misterio del Blackstar

En 2006, el avión espacial volvía a saltar a las portadas de la prensa especializada con un artículo de la prestigiosa revista Aviation Week anunciando un programa militar secreto: el “Blackstar”.

Aunque sin confirmación oficial y contemplado con bastante escepticismo en círculos especializados, según Aviation Week el Blackstar habría llegado a ser un avión espacial operativo de la Fuerza Aérea estadounidense utilizado en secreto durante la década de los 90, aunque finalmente habría sido de baja por razones presupuestarias o simplemente operativas. Sea o no cierto, lo que sí sabemos es que el ejército norteamericano sigue interesado en el concepto, como lo demuestra el proyecto X-40 introducido a finales de los 90, inicialmente como demostrador atmosférico de algunas tecnologías para un futuro avión espacial, pero que podría irse desarrollando hasta adquirir la capacidad orbital si se ponen los fondos necesarios para ello. También se mantiene sobre el papel el proyecto militar “Blackswift”, derivado del fallido NASP, aunque también está pendiente de financiación para hacerse realidad.

Imagen: Proyecto militar Blackswift (
Imagen: Lockheed Martin
)

Ingenio hindú: Avatar

Quizás el proyecto en activo más sorprendente, por su origen y su originalidad, sea el Avatar. Se trata de un proyecto de avión espacial desarrollado en la India que comparte con muchos de los otros proyectos su despegue y aterrizaje en horizontal, y su utilización de motores atmosféricos en las primeras fases del vuelo. Pero presenta como novedad la generación en vuelo del oxígeno líquido necesario para las siguientes fases de propulsión cohete, tomándolo del aire exterior y licuándolo en el propio vehículo, ahorrándose así levantar este peso de oxígeno al despegue. Siempre que el peso del sistema de licuefacción consiga ser inferior al peso de oxígeno líquido ahorrado, por supuesto.

La idea parece prometedora, y el gobierno indio apuesta por ella, estándose trabajando en estos momentos en un demostrador atmosférico del sistema de licuefacción en vuelo, y con pruebas de motores scramjet en tierra. El gran problema del proyecto es la financiación, ya que se admite que sin la cooperación internacional será imposible que un vehículo operacional pueda ver la luz. Y por ahora no parece que las grandes potencias espaciales muestren interés por involucrarse en el proyecto.

Mirando al futuro

Después de 50 años de actividad espacial, el vehículo tipo SSTO sigue siendo, como decíamos en un artículo anterior, algo así como “el Santo Grial” de la exploración espacial: algo perseguido y deseado, pero cuya búsqueda está resultando infructuosa. Tanto, que muchos hoy piensan que no tiene sentido seguir invirtiendo más dinero en programas siempre abocados al fracaso. Como hemos visto en este breve repaso de los principales proyectos, muchos de estos fracasos han sobrevenido ya sobre el papel, sin llegarse nunca a fabricar una sola pieza, generalmente como consecuencia de un exceso de confianza en el momento de lanzar el proyecto, que se hizo evidente una vez arrancado éste con tremendos incrementos en los presupuestos y plazos previstos. Sin embargo, también proyectos que realizaron grandes avances reales, como el X-33, terminaron en la basura; probablemente la principal razón sea que nuestra tecnología necesita aún mayores avances antes de poder desarrollar un vehículo de estas características cuyo peso se mantenga en los niveles de viabilidad requeridos. En cualquier caso, parece que durante algún tiempo el avión espacial seguirá presente donde siempre lo ha estado: en la imaginación de todos los aficionados al espacio.

Festines en gravedad cero

Cuando muchos de nosotros éramos niños, era frecuente que se asociase la comida de los astronautas con píldoras alimenticias. Incluso algunos profetizaban que allá por el “lejano” año 2000 todos nos alimentaríamos de pastillas y nos vestiríamos con mallas blancas. Afortunadamente aún usamos vaqueros y comemos jamón, pero… ¿sabemos lo que comen los astronautas?

En realidad los astronautas nunca han usado pastillas para alimentarse en el espacio, aunque es posible que aquel mito que corría por los años 70 tuviera su origen en las primeras experiencias de alimentación en gravedad cero, llevadas a cabo durante las misiones Mercury y Vostok. Porque si bien nunca se tomaron píldoras como las que podemos comprar en la farmacia, sí que se consumieron pequeñas pastillas alimenticias que, por su aspecto, hoy nos parecerían más aptas para usar como detergente en el lavavajillas o la lavadora.

Enfrentándose a lo desconocido

En las primeras misiones Vostok y Mercury, destinadas a permanecer en el espacio durante muy pocas horas, la comida tenía un objetivo más experimental que alimenticio. Se trataba de averiguar si el cuerpo humano sería capaz de ingerir alimentos en gravedad cero, algo que quedó definitivamente confirmado con la primera misión de Gagarin, por parte de la URSS, y la de John Glenn para los Estados Unidos. A medida que las misiones fueron haciéndose de mayor duración, no obstante, la actividad de llevarse algo a la boca dejó de ser un experimento científico para convertirse en una necesidad fisiológica; pero desde luego, distaba mucho de constituir un placer.

En aquellas primeras misiones, con los astronautas prácticamente embutidos en pequeñas cápsulas y con severas restricciones de peso, el tipo de alimentos a transportar a bordo estaba limitado principalmente por esos condicionantes: debían ocupar poco volumen y pesar poco; además, por supuesto, deberían ser capaces de conservarse adecuadamente a temperatura ambiente durante el tiempo que durase la misión.

Una forma sencilla de cumplir todos estos requisitos era deshidratar los alimentos; así se disminuía drásticamente su volumen, a la vez que se reducía su peso y se favorecía su conservación durante periodos prolongados. Esto daría lugar a dos tipos de alimentos utilizados durante las misiones Mercury y Gemini: las pastillas y los purés deshidratados. En el primer caso, se trataba de pequeños cubos de material seco prensado que el astronauta mordisqueaba, y en el segundo se trataba de bolsitas de plástico con polvos deshidratados en su interior, algo parecido al puré de patatas de sobre. Para su consumo, el astronauta simplemente tendría que rehidratar el contenido del paquete inyectando agua a través de una válvula dispuesta en la bolsa, con una especie de pistola que se alimentaba de los depósitos de agua de la nave. El menú de aquellas misiones se completaba con tubos de pasta alimenticia, parecidos a tubos de dentífrico pero rellenos de un puré comestible.

Imagen: Alimentos deshidratados del proyecto Mercury, en pastillas y en polvo. (
Foto: NASA
)

Primeros pasos

Este tipo de alimentación se mantuvo prácticamente invariable durante los programas Mercury y Gemini. Entre uno y otro simplemente se mejoraron algunos detalles: por ejemplo, las pastillas se recubrieron de una gelatina que reducía la posibilidad de que se soltasen migajas que flotaban por la nave, amenazando con dañar los instrumentos (por interponerse en contactos eléctricos, por ejemplo) o pudiendo ser inhalados por el propio astronauta. También los tubos de pasta modificaron el material con el que estaban fabricados, al haberse comprobado que en las primeras versiones pesaba más el envase que su contenido. Y por último, se mejoraron las bolsas de comida deshidratada para facilitar el proceso de rehidratación. Pero básicamente podemos decir que la alimentación se mantuvo prácticamente invariable, y desde luego poco apetitosa para los tripulantes. Hasta tal punto era así, que el intento del astronauta Gus Grissom durante la misión Gemini 3 de alegrar algo su monótona dieta provocó una controvertida anécdota que estuvo a punto de costarle un disgusto:

Grissom había escondido un sándwich de ternera entre sus enseres personales de a bordo, comiéndolo durante el vuelo. La anécdota provocó un gran revuelo, en parte por la indisciplina mostrada por el astronauta al saltarse las reglas, y en parte por el riesgo que las migas desprendidas pudieron suponer para la misión, además del peligro que hubiera supuesto que el astronauta sufriera una indisposición por consumir un sándwich que llevaba oculto varios días sin unas condiciones de conservación adecuadas. El asunto llegó a provocar una queja formal del Congreso de los Estados Unidos, saldándose finalmente sin mayores consecuencias, para alivio del astronauta y de los responsables de la NASA.

La situación empezó a mejorar ligeramente con la llegada del proyecto Apollo. Aunque la base de la alimentación seguían siendo los alimentos deshidratados, ahora ya no se trataba únicamente de polvos que se convertían en purés, sino que alimentos de alguna mayor consistencia empezaron a incluirse en el menú, cuya variedad había aumentado considerablemente. También el proceso de rehidratación se había facilitado por el hecho de contar con agua caliente a bordo frente al agua a temperatura ambiente de misiones anteriores; esto, además, mejoraba el sabor de los alimentos y permitía a los astronautas la agradable sensación de tomar comida caliente.

Las misiones Apollo introdujeron también los primeros alimentos termoestabilizados, productos conservados al vacío en su estado normal tras haber sufrido un proceso de esterilización térmica para evitar la proliferación de microorganismos y permitir así su conservación a bordo.

La era de las estaciones espaciales

La situación siguió mejorando en los años siguientes, principalmente con el establecimiento de una presencia humana casi permanente en el espacio a bordo de las estaciones espaciales rusas Salyut y Mir. Se introdujeron los dispositivos calentadores, que permitían calentar los alimentos en una especie de horno de baja temperatura, y en algunos casos incluso se disponía de frigoríficos y congeladores a bordo que favorecían la conservación de los alimentos. Además, los suministros periódicos por medio de naves carguero Progress permitían incluso la presencia de alimentos perecederos como frutas y verduras en su estado natural, que eran consumidas en los días siguientes a su recepción. La base de la alimentación en el espacio, no obstante, seguía basándose en los alimentos deshidratados y termoestabilizados, a los que se añadían ahora los alimentos irradiados, tratados con radiación ionizante para inhibir el crecimiento microbiano que provoca su descomposición. En el lado ruso se añadía además la presentación de alimentos en latas de conserva, algo desechado por los norteamericanos por el aumento de peso que implica esta opción.

Imagen: Pack de comida en el transbordador espacial norteamericano. (
Foto: NASA
)

Hoy, con la Estación Espacial Internacional casi a pleno funcionamiento, podemos decir que la alimentación de los astronautas en el espacio ha alcanzado un cierto grado de madurez, aunque todavía queda mucho por avanzar de cara a futuras misiones de larga duración sin soporte exterior (misiones tripuladas a Marte, por ejemplo). Aunque ha aumentado espectacularmente la variedad de alimentos consumibles a bordo, y aunque su presencia y sabor ha aumentado también de forma más que notable con respecto a las primeras misiones de los años 60, todavía queda un grave problema por resolver de cara a futuras misiones interplanetarias: la generación de comida a bordo, a partir de vegetales cultivados en un invernadero, por ejemplo. Y es que, aunque con los medios actuales sería posible equipar una nave con suficientes alimentos previamente tratados para conservarse durante toda la misión, la carencia de frutas y verduras frescas obligaría a utilizar complementos vitamínicos de origen artificial para mantener la buena salud de la tripulación, aparte de la monotonía que para los astronautas supondría tener que depender durante largos años de alimentos envasados. Todo ello sin olvidar que la generación de alimentos a bordo podría suponer un importante ahorro en peso frente al transporte de la totalidad de los alimentos en forma envasada desde el comienzo de la misión.

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