Saga Vanir - El libro de Jade (46 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Caleb sonrió como un niño pequeño que se había salido con la suya. Se inclinó y acercó su nariz al cuello de Aileen, impregnándose de su pastelito. Ella era dulce, dulce de verdad.

—No me gusta que te toquen —reconoció él. Si ella se sinceraba, él también, —ni que otros se te acerquen. Tú todavía no controlas lo que provocas en los demás —la soltó del pelo y abarcó su cara con las dos manos. Con el pulgar acarició su labio inferior. —No eres consciente de lo que provocas en mí... Me muero de los celos, Aileen. Soy un celta vanirio, no lo puedo evitar. Soy celoso, posesivo, protector...

—Arrogante, mandón, abusón...

—Sí —reconoció. Se humedeció los labios con la lengua. —Pero tú eres mi cáraid y nuestras relaciones son así.

—No quiero una relación así, me asusta. Ni siquiera quiero una relación. Quiero respeto y...

—Yo te respeto a más que nadie en el mundo, Aileen. Eres valiente, leal, compasiva... y preciosa —se inclinó y volvió a rozar su cuello con la nariz. A Aileen le costaba respirar. Con los labios pegados a su garganta susurró. —Pero el vanirio está lleno de pasión, así nos han hecho. Tu cuerpo es mi templo y no voy a dejar que nadie te ponga las manos encima. Yo tengo que proteger lo que es mío, y tú eres mía. No importa cuánto luches, no importa cuánto te opongas. Nada va a cambiar eso. Dónde estés tú, estaré yo. Eres mi pareja.

—Quiero mi espacio —echó el cuello hacia atrás para apartarse de sus labios. Su mirada atormentada y suplicante. —Todavía es pronto para mí. Hace cinco días que te conozco y no hemos empezado con buen pie que digamos. Aún estoy asimilando lo que soy, no me puedes

exigir ningún tipo de relación —aunque deseaba su cuerpo con locura.
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—No lo entiendes. Los vanirios somos completamente distintos de los humanos, sobre todo en
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lo tocante a nuestras relaciones de pareja. Me acabas de alimentar, no pretendas retomar tu vida
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con normalidad. Nada de espacios, nada de libertades. Yo seré lo más importante en tu vida igual
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que tú lo eres en la mía. Y eso lo cambia todo. Los humanos tienen muchas distracciones y dejan
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de lado a sus parejas. Nosotros no. Yo no.

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—Lo que cambie o no cambie esa peculiaridad de alimentarte —lo marcó con comillas, —lo
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decidiré yo. Tú no vas a regir mi vida —contestó altanera.

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—¿Regir tu vida? Ya está bien. Ven aquí.

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Aileen sentía la confusión interna de Caleb. Se sentía desquiciado, roto, desbordado por ella... y

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ella estaba igual. Las relaciones entre las parejas vanirias parecían ser muy tempestuosas y ella
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nunca había tenido ninguna relación.

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Él le enseñaría lo que significaba ser cáraid de un vanirio, y si no podía explicárselo con palabras lo haría con hechos. ¿Regirla? No, se trataba de verse invadido por una marea de emociones y sentimientos continuos hasta que no se sabe dónde empieza uno y acaba el otro. Caleb le puso las manos sobre las mejillas y le acercó los labios. Rozó sus cejas, sus ojos, su nariz, sus mejillas... Aileen cerró los ojos y dos inmensas lágrimas se derramaron hasta formar una inmensa gota en su barbilla. Caleb le inclinó la cabeza hacia atrás, y posó su boca en la barbilla de Aileen. Entonces ella olvidó todas las reprimendas y todos los inconvenientes de tener una relación con él, fuese del tipo que fuese. Se perdió en su roce, en su repentina dulzura, y aunque se odiaba por ello, reconoció que lo necesitaba tanto como él a ella. Caleb la mordisqueó y la besó. Aileen dejó de temblar y se apoyó con las manos en el duro pecho de Caleb, dejando que las sensaciones de sus besos, despertaran a todo su cuerpo enardecido. Abrió los ojos y se quedó enganchada en su mirada verde y él en la de ella. Una chispa se encendió, una chispa poderosa que brilló en las profundidades de los ojos de ambos.

Caleb, alto, grande, musculoso, casi imperial, estaba delante de ella, cogiéndole la cara con delicadeza, deseando que Aileen perdiera el miedo y se entregara totalmente a él. Ella observó su cara, sus facciones angulosas, llenas de tensión y de incertidumbre. Aileen estaba segura de que si ella lo rechazaba en aquel momento, Caleb moriría. Él le rogaba que lo aceptase, porque ella estaba más que convencida de que Caleb la aceptaba a ella. Aileen no podía engañarse. Lo deseaba y se moría de ganas de besarlo. Esa era su nueva naturaleza y se sorprendió de lo mucho que quería aceptarla, así que esperó la agresividad y la posesividad de Caleb y tomó fuerza para poder aguantarlas.

Aileen recordó su primera vez. No había habido besos, ni caricias, ni nada... A Caleb no le gustaba que lo tocaran. Ella no podría soportar una segunda experiencia como aquella. No con Caleb. No, sintiéndolo en cada poro de su piel como lo sentía, estando casi desnuda enfrente de él. Caleb ladeó la cabeza. Deslizó las manos desde su cara, por su cuello, sus hombros finos, su espalda elegantemente arqueada, hasta llegar a las caderas. La atrajo para que sintiera la palpitación de su erección, el deseo que rugía por ser liberado. Aileen abrió los ojos y la boca con sorpresa y, antes de que pudiera decir nada, él bajó sus labios con seguridad y los posó sobre los de ella.

Aturdida como estaba, dejó que él dirigiera el beso. Su primer beso. Eso no lo esperaba. De un modo indolente, su boca fue poseída por la de Caleb. Los labios se calentaron con el roce y la fricción, y entonces Caleb se concentró en su labio inferior y lo lamió dulcemente para luego morderlo y ponerle los pelos como escarpias a Aileen. Ella nunca antes había besado a nadie, pero la experiencia le pareció casi religiosa. La boca, la lengua y los dientes de Caleb la estimulaban y la

animaban a abrir más los labios. Cuando lo hizo, su propia lengua salió en busca de la de Caleb y
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cuando se encontraron se enrollaron como si fueran amantes en un baile de promesas, caricias e
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intenciones sensuales que despertaron todos sus sentidos. Sus manos notaban, apoyadas en el
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pecho de él, la suavidad y el calor de su piel. Su boca y su nariz se impregnaron de su olor y de su
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sabor. Su oído podía incluso escuchar el latido acelerado del corazón del vanirio.
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Sintiéndose poderosa y repentinamente atrevida, Aileen se agitó entre sus brazos. Quería
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rozarse con él.

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Caleb ardía, y sus dedos se habían clavado en sus caderas, conteniéndola, midiéndola. Se
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estremeció cuando sintió la calidez de la lengua de Aileen. Se limitó a sentir como poco a poco ella
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se despertaba a la pasión entre ellos y disfrutó de su reacción.

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Ella debía rendirse a la evidencia. Se deseaban, y no con un deseo humano, sino con un deseo
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casi animal, salvaje y arrasador. Aileen se había puesto de puntillas y ahora rozaba con avidez su
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erección, mientras le hacía el amor con la boca y la lengua. Ella era dulce, cuidadosa, pero muy
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apasionada. Lo tentaba rozando sus labios sin llegar a profundizar, y cuando él desistía entonces ella se lanzaba a comerle y morderle, a lamerle la lengua y acariciarle de modo totalmente intencionado los colmillos, a poseer su boca por completo. Esa caricia le gustaba y su sabor era fresco y ardiente.

Aileen había dejado de estar tensa. Armándose de valor, la volvió a acercar a la pared y la aprisionó contra ella, mientras seguían besándose como si dependiera sus vidas de ello. Caleb le agarró del pelo y le dio un leve tirón para que ella lo mirara. No había miedo, ni temor. Sólo deseo. Un deseo antiguo por poseer y ser poseído. Aileen seguía sin mover los brazos, sus manos no se habían movido del pecho de él. Se miraban el uno al otro, expectantes y asustados de su propia pasión. Caleb la cogió por las muñecas y se llevó sus manos a la cara.

—Tan suave... —ronroneó él.

Apoyó la mejilla en una de sus manitas y se frotó, buscando calor y consuelo. Aileen frunció el ceño mientras respiraba agitadamente. Los labios le hormigueaban, le quemaban, pero las palmas de sus manos ardían por tocarlo. ¿Qué estaba haciendo? Ella creía que a Caleb no le gustaban las caricias, pero él parecía un puma negro herido y deseoso de que lo tocaran. Su mano se ahuecó, para permitir que Caleb se frotara en ella. Caleb giró su mano de modo que la parte interior de sus muñecas quedaran a la altura de sus labios. A continuación, hizo algo que ella jamás hubiese esperado. Besó sus muñecas, por delante y por detrás. Besos dulces destinados a calmar, a curar. Besos húmedos destinados a enardecer y a despertar.

—Te hice daño aquí. No volveré a tratarte así jamás. No te haré daño nunca más. Te cuidaré y te protegeré siempre —con los labios pegados a la muñeca y la mirada enardecida le ordenó. —

Tócame, Aileen. Te lo suplico. Necesito que me acaricies —expresó en voz alta. Aileen se apoyó contra la pared. Las piernas le temblaban y el corazón golpeaba contra el pecho. Respiraba descompasadamente. Él mantenía sus manos femeninas y elegantes sobre su cara y las soltó, esperando a que llegaran las caricias. Había sido una declaración muy humilde por su parte.

La oscura claridad de la noche se colaba por el balcón abierto de par en par, iluminando la habitación y enmarcando sus cuerpos con un aura clara y pálida como la luna. Las cortinas rojas bailaban al son del viento. La lluvia marcaba el ritmo de sus respiraciones. Aileen titubeó hasta que al final decidió ceder a sus impulsos. Enmarcó la cara de Caleb y la acarició, primero las mejillas, luego los labios, la barbilla. El vanirio cerró los ojos agradecido por aquellos mimos. Fue descendiendo por su cuello fuerte y tenso, por sus hombros anchos y perfectamente redondeados, por su pecho caliente, terso y marcado, por sus abdominales tan bien definidas y su cintura delgada. Luego ascendió, deleitándose en el tacto de ese cuerpo hecho
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para el amor y la guerra y pasó sus dedos por los músculos de los brazos.
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Caleb siseó de placer en cada una de sus caricias y apretó los ojos para que las sensaciones
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fueran más poderosas. Entonces dejó de sentir las manos de Aileen. Abrió los ojos y ella no estaba.
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Al momento, sintió como unas manitas dibujaban con sus dedos, los músculos de su espalda. De
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arriba abajo, de lado a lado... Aileen estaba detrás de él y le estaba acariciando como ella quería.

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Por entero. Sus manos rodearon su pecho y su estómago y empezó a sentir los labios de Aileen en
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su espalda. Caleb echó las manos atrás y le tomó de los muslos desnudos y calientes al tacto,
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mientras ella proseguía con su exploración. Los pechos de Aileen apretados contra su espalda.
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Labios húmedos, benevolentes, le recorrían la amplitud de los hombros, le pasaban por la nuca y
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el cuello, seguían su columna vertebral y luego volvían a ascender. Por allí por donde pasaban le

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seguía la lengua, juguetona y de tacto de satén. Quiso borrar cada uno de los azotes, aunque ya no
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estaban, pero quiso que se le grabara un recuerdo dulce, no el lacerante.
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—Aileen... —musitó Caleb tensándose. —Necesito que... Joder... Bésame.
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Se giró, la tomó de la cintura y, pegándola a él, inclinó la cabeza hacia la de ella y pegó su boca a la suya como un lobo hambriento. Aileen pasó sus manos por su cuello y se agarró a su melena negra para sostenerse como si fuera un salvavidas. Caleb deslizó sus manos hasta abarcarle las nalgas y tirando de ellas la instó a que se pusiera de puntillas y profundizara en el beso. Ambos soltaron un gemido al unísono, sonido revelador de la necesidad que ambos tenían de esa intimidad. La erección de Caleb presionaba su estómago, y sus torsos desnudos se habían acoplado de modo que los latidos de sus corazones se mezclaran y se confundieran. Los besos pasaron a ser más exigentes, hasta que ya no les fue suficiente con besar. Aileen sentía que quería más, necesitaba más de él y él necesitaba mucho más de ella. La alzó

por las nalgas, moviendo su erección contra ella y con ella en brazos caminó hasta la cama sin dejar de besarla.

—No, Caleb —dijo ella tensándose y hablando sobre sus labios. —No quiero que me estires ahí. No quiero. No puedo.

Caleb miró la cama y sintió lo turbada que se encontraba Aileen al estar allí de nuevo, donde perdió la virginidad. Tenía miedo. Entonces él se sentó en un extremo, y colocó a Aileen de pie en el suelo entre sus piernas abiertas. La abrazó queriendo calmar su ansiedad y la necesidad de ambos.

—Aileen, no sabes cuánto te deseo —ronroneó como un felino. Frotó su cara sobre el valle de sus pechos, y ella le acarició el pelo. Deslizó sus manos por sus costillas, pasando por la cintura y las caderas. —Señor, eres perfecta. Me falta el aire —dijo con la voz enronquecida. Aileen no podía hablar. Estaba atrapada bajo sus caricias, hipnotizada por su voz llena de anhelo, sumergida en el contacto de su boca y su nariz en su torso. Caleb pasó los dedos por las bragas de seda negras de Aileen, y las deslizó por sus esbeltas y largas piernas hasta el suelo. Sin alzar la mirada todavía, le desabrochó las tiras de sus zapatos de tacón y también se los quitó. Pasó las manos por sus pies finos y femeninos hasta sus pantorrillas, rodillas y muslos fuertes y prietos. Llegó al triángulo de rizos negros y su respiración se volvió más dificultosa. Sin tocarla en esa zona siguió su camino ascendente acariciando caderas, cintura, el lateral de sus costillas y dejando la palma de sus manos abiertas sobre los dos pechos.

Aileen se estremeció. Las manos de ese hombre la enloquecían. Se sentía como una olla a presión a punto de explotar.

—Fíjate que bonitas son —susurró él masajeando sus senos con la mirada oscurecida.

—¿Te...? —tragó saliva. —¿Te... gustan? —preguntó ella conmocionada y complacida a la vez.

—¿Quieres que te demuestre cuánto me gustan? —la miró con desesperación.

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