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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Policíaco

Sangre fría (35 page)

BOOK: Sangre fría
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—Imposible. He tenido el máximo cuidado. Además, nunca he estado en Malfourche —replicó Esterhazy con mirada firme.

Falkoner pareció relajarse. Respiró hondo.

—Supongo que podríamos decir que ha sido un buen ensayo en previsión de lo que va a ocurrir,
ja?

Esterhazy no respondió.

—Estamos preparados para ese Pendergast. Siempre y cuando usted haya utilizado el cebo adecuado y esté seguro de que vendrá...

—Con Pendergast nadie puede estar seguro de nada —dijo por fin Esterhazy.

Capítulo 62

Felder estaba de pie en el rincón más alejado de la habitación de Constance Greene en el hospital Mount Mercy. Allí estaban también el doctor Ostrom, el agente Pendergast y un teniente de la policía de Nueva York llamado D'Agosta. La tarde anterior la policía se había llevado los libros de Constance, sus escritos privados, sus efectos personales e incluso las pinturas de las paredes. Aquella mañana se habían enterado de que Poole era un impostor, y Felder había tenido que aguantar un rapapolvo del verdadero Poole por no haber verificado las credenciales de su suplantador.

Pendergast no se molestó en ocultar su gélido desprecio hacia los responsables de Mount Mercy, que habían permitido que Constance saliera del hospital de aquel modo. Una parte de su disgusto había recaído en el doctor Ostrom, pero Felder se había llevado lo peor de su ira glacial.

—Muy bien, señores, permítanme que los felicite por la primera fuga que se ha producido en los ciento veinte años de historia de Mount Mercy. ¿Dónde les parece que deberíamos colgar la placa conmemorativa?

Silencio.

Pendergast sacó una foto del bolsillo de la americana y se la mostró primero a Ostrom y después a Felder.

—¿Reconocen a este hombre?

Felder la miró con atención. Era una instantánea ligeramente borrosa de un hombre de mediana edad, bastante atractivo.

—Se parece a Poole —dijo—, pero diría que no es la misma persona. ¿Su hermano, quizá?

—¿Y usted, doctor Ostrom?

—No sabría decirle.

Pendergast sacó un fino rotulador del bolsillo, se inclinó sobre la foto y la retocó ligeramente antes de acabar con unas pinceladas de blanco. Luego volvió a mostrarla a los dos doctores sin hacer ningún comentario.

Felder examinó la fotografía y esta vez la sorpresa se reflejó en su rostro. Pendergast había añadido bigote, perilla y unas pocas canas.

—Dios mío, es él. Poole.

Ostrom se limitó a convenir con un triste asentimiento.

—El verdadero nombre de esta persona es Esterhazy —explicó Pendergast arrojando la foto con indignación encima de la mesa vacía.

Se sentó junto a la mesa, apoyó los codos en ella y juntó las puntas de los dedos con la mirada perdida.

—He sido un maldito idiota, Vincent. Creí que lo había obligado a esconderse. No imaginé que me seguiría el rastro y contraatacaría.

El teniente no dijo nada. Su incómodo silencio empezó a adueñarse de la habitación.

—En su nota —dijo por fin Felder—, Constance afirma que su hijo está vivo. ¿Cómo puede ser? La principal razón de su ingreso en Mount Mercy es que admitió haberlo matado.

Pendergast lo fulminó con la mirada.

—Antes de devolver a la vida a un niño, doctor, ¿no le parece que deberíamos recuperar a la madre?

Una pausa. Luego Pendergast se volvió hacia Ostrom.

—¿Ese falso Poole habló del estado de Constance demostrando tener conocimientos de psiquiatría?

—Así es.

—¿Y su análisis era coherente? ¿Creíble?

—Parecía chocante, teniendo en cuenta lo que sé de la señorita Greene. Sin embargo, sus razonamientos eran lógicos y di por hecho que eran correctos. Afirmaba que ella había sido su paciente. No vi motivos para dudar de él.

Pendergast tamborileó con sus largos dedos en el brazo de la silla.

—También me ha dicho que en su primera visita el doctor Poole solicitó estar a solas un momento con Constance.

—Sí.

Pendergast miró a D'Agosta.

—Creo que la situación está clara. Totalmente clara, de hecho.

Para Felder no lo estaba en absoluto, pero no dijo nada.

Pendergast se volvió hacia Ostrom.

—Y fue ese tal Poole quien sugirió que concediera permiso a Constance para salir, ¿no?

—Exacto.

—¿Quién se encargó de tramitar la autorización?

—El doctor Felder.

La mirada que Pendergast le dirigió hizo que Felder se encogiera.

El agente del FBI recorrió con la mirada la habitación de Constance y volvió a dirigirse a D'Agosta.

—Vincent, este cuarto y este lugar ya no tienen interés. Debemos centrarnos en la nota. ¿Puedes enseñármela otra vez, por favor?

D'Agosta sacó del bolsillo la fotocopia que había hecho Ostrom. Pendergast la cogió y la releyó varias veces.

—La mujer que trajo esto... —dijo—. ¿Ha habido suerte en la localización del taxi?

—No. —D'agosta hizo un gesto hacia la nota—. No hay mucho que buscar por ahí.

—No mucho —dijo Pendergast—, pero quizá lo suficiente.

—No te entiendo.

—En esta nota hablan dos voces: una de ellas conoce el destino último de Constance, y la otra no.

—¿Quieres decir que la primera voz es la de Poole, es decir, la de Esterhazy?

—Exacto. Y verás que, quizá inadvertidamente, en algún momento se le escapó la frase que Constance cita: «En venganza, ahí es donde todo acabará».

—¿Y?

—Esterhazy siempre se ha mostrado muy orgulloso de su agudeza. «En venganza, ahí es donde todo acabará.» ¿No te parece una frase curiosa, Vincent?

—No estoy seguro, la verdad. La venganza es el meollo de todo esto.

Pendergast agitó la mano con un gesto de impaciencia.

—¿Y si en vez de a un acto se refiere a un lugar?

Siguió un largo silencio.

—Esterhazy se ha llevado a Constance a cierto sitio llamado Venganza. Podría ser una vieja mansión familiar. Una finca. Un negocio. Es un juego de palabras muy propio de Esterhazy, especialmente en un momento de triunfo, y no hay duda de que para él la ocasión lo era.

D'Agosta menó la cabeza.

—Me parece una conjetura muy poco consistente. ¿Quién llamaría Venganza a algo?

Pendergast volvió sus plateados ojos hacia el escéptico policía.

—¿Tenemos alguna otra pista que seguir?

—No, supongo que no —repuso D'Agosta al cabo de un momento.

—¿Y crees que un centenar de agentes de la policía que vayan por ahí llamando a las puertas, van a tener más posibilidades de éxito que yo siguiendo esta posible pista?

—Es una aguja en un pajar. ¿Cómo vas a dar con ello?

—Conozco a una persona excepcionalmente dotada para dar con algo así. Vamos, el tiempo corre.

Se volvió hacia Felder y Ostrom.

—Nos vamos, caballeros.

Mientras salían, y los médicos avivaban el paso para que Pendergast no los dejara atrás, el agente del FBI cogió el móvil y marcó.

—¿Mime? —dijo—. Soy Pendergast. Tengo otro encargo para ti, uno muy difícil, me temo. —Siguió hablando muy rápido y en voz baja de camino al vestíbulo. Luego cerró el móvil con un golpe seco, se volvió hacia Felder y Ostrom y con un tono teñido de sarcasmo dijo—: Muchas gracias, doctores, estoy seguro de que sabremos encontrar la salida.

Capítulo 63

Constance recobró la conciencia lentamente. Estaba muy oscuro. Sentía náuseas y tenía un dolor de cabeza atroz. Permaneció muy quieta durante un momento, inclinada hacia delante, confundida, mientras se le aclaraba la cabeza. Entonces, de repente, recordó lo que había pasado.

Intentó moverse, pero descubrió que tenía las manos esposadas a una cadena que le rodeaba la cintura y las piernas atadas a algo que había a su espalda, esta vez firmemente sujetas. Un trozo de cinta americana le tapaba la boca. El aire era húmedo y olía a gasoil y a moho. Notó un leve balanceo y el sonido del agua golpeando un casco. Estaba a bordo de una embarcación.

Aguzó el oído. Había gente a bordo..., oyó voces apagadas. Se quedó muy quieta, intentando poner orden en sus pensamientos y calmar los latidos de su corazón. Notaba los brazos y las piernas doloridos y entumecidos: seguramente había estado horas inconsciente, quizá muchas horas.

El tiempo pasó. Y entonces oyó pasos que se acercaban. Se abrió una rendija de luz y un momento después se encendió una bombilla. Constance parpadeó. En el umbral se hallaba el individuo que se llamaba a sí mismo tanto doctor Poole como Esterhazy. La miró, su atractivo rostro estaba marcado por la tensión y por los arañazos que ella le había dejado. Tras él, en un estrecho pasillo, vio una segunda figura.

El hombre se le acercó.

—Vamos a trasladarla. Por su propio bien, no intente hacer nada.

Constance se limitó a fulminarlo con la mirada. No podía moverse, no podía hablar.

Esterhazy sacó un cuchillo y cortó la cinta americana que ataba las piernas de la joven a un poste de una de las bodegas del barco. Segundos después estaba libre.

—Vamos. —Esterhazy le agarró las esposadas muñecas.

Constance se tambaleó, tenía las piernas agarrotadas y los pies entumecidos, pequeñas chispas de dolor centelleaban ante sus ojos con cada movimiento. Esterhazy la sujetó ante él y la ayudó a caminar hacia la puerta. Constance tuvo que agacharse para salir. Esterhazy la seguía.

La figura que esperaba fuera era... una mujer. Constance la reconoció: la pelirroja del jardín trasero. La mujer le devolvió la mirada con una leve sonrisa en los labios.

Así pues, su nota no había llegado a manos de Pendergast. Había sido en vano. De hecho, seguramente se había tratado de algún tipo de artimaña.

—Cójala del otro brazo —dijo Esterhazy a la pelirroja—. Es del todo impredecible.

La mujer la sujetó por el brazo y entre los dos la escoltaron por el pasillo hasta otra compuerta aún más pequeña. Constance no se resistía, se dejaba llevar, con la cabeza gacha. Cuando Esterhazy la soltó y se adelantó para abrirla, Constance se armó de valor: embistió a la mujer y le dio un cabezazo en el estómago. Con un grito ahogado, la pelirroja cayó hacia atrás y se estrelló contra un mamparo. Esterhazy se volvió y Constance intentó derribarlo, pero él la rodeó con un fuerte abrazo y la inmovilizó. La pelirroja se puso en pie, se acercó a ella, la agarró del pelo, tiró de la cabeza hacia atrás y la abofeteó con fuerza dos veces.

—Eso no es necesario —dijo Esterhazy en tono cortante. Luego obligó a Constance a mirarlo a la cara—: Haga lo que le digo o de lo contrario esta gente le hará mucho daño. ¿Entendido?

Ella, incapaz de hablar, le lanzó una mirada de odio mientras se esforzaba por recobrar el aliento.

Esterhazy la empujó dentro de la oscura sala que había tras la compuerta y él y la pelirroja la siguieron. Se hallaban en otra bodega. En el suelo había una escotilla. Esterhazy se agachó, aflojó los pernos y la abrió, revelando un espacio oscuro y pestilente. A pesar de la escasa luz, Constance vio que se trataba de la sentina, donde la quilla formaba una «V». Sin duda estaban cerca de la proa del barco.

Esterhazy se limitó a señalar la negra abertura.

Constance retrocedió.

Sintió un fuerte golpe en el cogote. La mujer la había golpeado con la mano abierta.

—Abajo —ordenó.

—Deje que yo me ocupe —intervino Esterhazy, disgustado.

Constance se sentó, metió los pies por la escotilla y se dejó caer lentamente. El espacio era más grande de lo que le había parecido. Alzó la mirada y vio que la pelirroja se disponía a pegarle de nuevo, esta vez con el puño. Esterhazy le sujetó la muñeca con escasa amabilidad.

—No es necesario —dijo—. No pienso repetírselo.

Una solitaria lágrima asomó en los ojos de Constance y se apresuró a limpiársela. Hacía tanto que no lloraba que no recordaba cuánto, y no tenía intención de que aquella gentuza la viera hacerlo. Sin duda se debía a la sorpresa de haber visto a la mujer pelirroja y haber comprendido que se había aferrado a la vana esperanza que aquella nota le ofrecía.

Se sentó y se apoyó contra un mamparo. La escotilla se cerró, seguida del sonido de los pernos al enroscarse.

Allí abajo la oscuridad era total, mayor que en la bodega anterior. El sonido del oleaje contra el casco llenaba la sentina; tenía la sensación de hallarse bajo el agua.

Se encontraba mal, como si estuviera mareada. Si vomitaba, la mordaza haría que se tragara su propio vómito, y se ahogaría. No podía permitir que le ocurriera algo así.

Cambió de postura, intentó ponerse cómoda
y
pensar en otra cosa. Al fin y al cabo, estaba acostumbrada a la oscuridad y a los espacios pequeños. Aquello no era nada nuevo, se dijo. Nada nuevo en absoluto.

Capítulo 64

A las dos y media de la tarde —es decir, justo después de levantarse—, Corrie Swanson salió de su dormitorio, bajó a la calle y se dirigió a su cubículo favorito de la Biblioteca Sealy, en la Décima Avenida. Por el camino se detuvo en la cafetería del barrio. Parecía que el invierno hubiera llegado de repente; un fuerte viento hacía volar los papeles de la acera. Sin embargo, la cafetería era un cálido oasis, con su ruido de platos y su bullicio. Pidió un café y cogió un ejemplar del
New York Times
de la pila de diarios que había en el mostrador. Se disponía a marcharse cuando reparó en el titular del
Post:

Macabra decapitación en Riverside Park

Cogió también el
Post
, no sin cierto reparo. Siempre había considerado que era un periódico para idiotas, pero a menudo informaba de los crímenes más espantosos que el
Times
solía evitar y que eran su secreta pasión.

Cuando llegó a su cubículo de la biblioteca, tomó asiento, miró en derredor para tener la seguridad de que nadie la observaba y, con una punzada de vergüenza, abrió en primer lugar el
Post.

Se echó hacia atrás en el acto, horrorizada. La víctima era un tal Edward Betterton, de Mississippi, que estaba de vacaciones en la ciudad y cuyo cuerpo había sido hallado en una zona apartada de Riverside Park, detrás la estatua de Juana de Arco. Le habían cortado el cuello con tanta violencia que casi le habían arrancado la cabeza del tronco. El
Post
añadía que presentaba otras mutilaciones que hacían pensar en un ajuste de cuentas entre bandas, aunque también podía tratarse de un atraco especialmente violento, porque la víctima había sido encontrada con los bolsillos vueltos del revés y sin ningún objeto de valor encima.

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