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Authors: Christian Cameron

Sangre guerrera (50 page)

BOOK: Sangre guerrera
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—¡Troas! —lo llamé, y se me acercó.

Solo estaba remando la bancada inferior, atravesando con cautela la gran bahía y evitándoles las embestidas a nuestros hombres. Le señalé el caos que había entre los fenicios más próximos a tierra. Y, ahora que estábamos más cerca, pude ver que no eran fenicios; eran griegos.

Había muchas ciudades que estaban al servicio de Artafernes, por supuesto.

—Contracorriente —dijo Troas antes de que llegara al puente de mando—. No es muy fuerte, pero suficiente para alejarlos. Deberían remar más rápido… Con eso sería suficiente.

—Quédate a mi lado —le dije, y le hice una seña a Lejtes—. ¡Ocupa su sitio!

Lejtes estaba acostumbrado a esto, pero la mirada que me lanzó era todo un reproche. Había tenido un año para celebrar que era un guerrero en la gran casa y no sentía el más mínimo deseo de retroceder y volver a remar. Pero fue.

Delante de mí y de repente, los barcos samios que marchaban por la borda de la mar de Arqui se apartaron rápidamente de la línea. Eran veinte fuertes y actuaban de forma concertada. Abandonaron la lenta marcha de crucero y pasaron al ataque con tanta celeridad que los vimos alejarse antes de poder saber qué estaban haciendo.

Pero los demás barcos de nuestra parte de la primera línea los siguieron.

Nearco me miró sin comprender nada.

—¡Los samios van al encuentro de los enemigos griegos! —bramé al noble Aquiles encaramado a la baranda. El podía verlo igual que yo, pero, en mi arrogancia juvenil, di por supuesto que no sabría más que su hijo.

El asintió.

Por delante de nosotros, los efesios exilados y los lemnios siguieron a los samios.

El noble Aquiles hizo que su escudero izase una banderola de paño rojo y la ondease.

—Aumentad el ritmo para navegar más rápido —dije. Corrí a la plataforma de combate del centro del buque, dejando a mi navarca a los timones de espadilla. No necesitábamos mantenernos al nivel de la primera línea, o así me lo dijeron, pero yo estaba ansioso por avanzar y quería ir más deprisa de lo ordenado por el noble Aquiles.

Los cambios de velocidad requieren órdenes, y ahora que estaba en el centro del barco, no podía ver tan bien. Hice que el
Tetis
navegara a velocidad de crucero rápida y después fui a proa.

Los samios estaban orientando sus espolones de cara al enemigo. Se podían oír con toda claridad las colisiones a través del agua.

Miré hacia el barco de Arqui, pero se había quedado aislado de los primeros impactos por la impaciencia de los samios, y él y otros exilados estaban bogando en diagonal con respecto a la playa, con rumbo hacia mar adentro, al noroeste a través de la corriente, para probar y encontrar una abertura.

En alguna parte de la línea enemiga, algún empalagoso fenicio tomó una decisión y la batalla cambió en menos que canta un gallo. Su centro se rompió como un huevo bajo un martillo, y el núcleo central viró hacia tierra, al flanco de los samios. Nuestra agresión se volvía contra nosotros y nuestros vulnerables flancos quedaban abiertos a las embestidas de los pesados buques fenicios.

Por eso se mantiene una segunda línea, evidentemente.

Bajé corriendo a la tabla central, entre las bancadas superiores. Al noroeste, a nuestro frente izquierdo, el centro fenicio estaba virando al sur y los exilados de Arqui estaban precisamente en su rumbo. Los milesios y los quianos parecían paralizados, como habían estado en las otras batallas.

—¡Tenemos que virar al norte! —grité a través de la franja de mar entre nuestros barcos, ignorando que el hijo del noble Aquiles estaba a mi lado.

O el señor no me oyó u optó por ignorarme. Si manteníamos nuestro rumbo, entraríamos en la parte vencedora del combate próxima a la playa, una posición en la que, incluso en caso de desastre, los cretenses podrían varar sus barcos en la playa y escapar. El noble Aquiles estaba pensando como un rey.

Yo estaba pensando como un muchacho de diecinueve años con un juramento que cumplir.

Me di la vuelta hacia Nearco.

—Si esos barcos acaban mal, perdemos la batalla —dije, señalando al norte. Y los dioses me enviaron una inspiración, porque unos barcos abandonaban el centro para ayudar a los exilados, barcos lesbios—. ¡También va Epafrodito! ¡Tenemos que ayudarlos!

Nearco estuvo a la altura de las circunstancias.

—¡Vamos! —dijo—. ¡Deja que mi padre me siga!

Yo estaba seguro de que me habían contratado para evitar precisamente este tipo de incidente.

—¡Troas! ¡Toma los timones! —dije, empujándolo hacia el aparejo de gobierno—. Nearco, vete con los infantes de marina y estáte preparado para dirigir el equipo de abordaje.

Estaba seguro de que al noble Aquiles le daría un ataque, pero yo no estaba mandando a su hijo a ningún sitio adonde no fuera yo mismo.

Troas se colocó entre los dos timones de espadilla, y estábamos virando aún cuando ordené el último aumento de velocidad. Estaban remando todas nuestras hileras y los jefes de remeros daban con sus cañas unos golpes acompasados en cubierta, por lo que todo el buque seguía el ritmo.

Estábamos abandonando la segunda línea, dejando atrás las proas de otros señores cretenses. Era excitante. La guerra naval tiene algo especial: la velocidad de la embestida, el fulgor de la mar, el viento, los remeros cantando el peán… Yo me sentía como un dios venido a la tierra. Mis temores habían desaparecido, nuestra proa iba hacia el norte y entonces nos deslizamos en nuestro nuevo rumbo como si abriésemos una fosa en la mar, y nos estábamos moviendo tan rápido como un caballo lanzado al galope.

—¿Lo tienes? —pregunté a Troas. En realidad, era mí no suegro quien estaba mandando el barco.

—¡Nunca había hecho esto antes! —me dijo, pero se echó a reír. Algunos hombres saben estar a la altura de las circunstancias. Troas, un hombre capaz de regatear por la virtud de su hija, estaba preparado para lo suyo, y caímos sobre los fenicios como un halcón sobre palomas.

Vi los primeros combates en el centro. Arqui hizo virar su barco con tiempo de sobra y avanzó a toda velocidad. Llevaba un trirreme ligero y viró como lo haría un gato, pasando
entre
los primeros fenicios con los que se encontró. Un barco pudo izar sus remos, pero el otro acabó con los suyos destrozados, de manera que los astiles partidos rompían los brazos de los remeros y las esquirlas volaban como dardos. Cuando se rompen los remos, los remeros
mueren
.

Fue un golpe brillante, pero Arqui tendría un piloto profesional, tan bueno como un fenicio; de hecho, el hombre en cuestión podría ser fenicio. Pasó en un santiamén, derecho hacia su primera línea.

—¡Sigue a ese barco! —le dije a Troas—. A toda costa. Embiste lo que se te ponga por delante.

Troas sonrió maliciosamente.

El más rápido de los dos fenicios, el que no había perdido los remos, se nos estaba acercando ahora a una velocidad terrorífica. Un combate naval es aterrador, amigos. Empieza muy lentamente, pero, cuando todo el mundo decide entablar combate, la rapidez es desconcertante. Dos barcos lanzados a toda velocidad se acercan tan rápido como dos caballos al galope. Imagínate: espolón contra espolón, con un enemigo así y con barcos del mismo peso.

Hice una pausa y me volví hacia Troas.


¿Diekplous
? —pregunté—. ¿Espolón contra espolón?

El negó con la cabeza.

—En el último minuto, meteré la caña a babor —dijo—. Un pequeño golpe de timón y estaremos sobre sus remos.

—¡Avisaré a los remeros! —dije, y corrí a la plataforma de mando—. ¡A mi orden, todos los remos de estribor a bordo! —bramé.

Los jefes de remeros levantaron las manos para indicar que me habían oído. Por lo demás, su atención estaba centrada en la palada. Un error aquí y éramos hombres ahogados.

Por encima de mi hombro, el trirreme enemigo parecía tan grande como una ciudadela. Y tan rápido como una marsopa.

Y yo no tenía a nadie que me ayudase. ¿En qué momento
exacto
ordenas la retracción de los remos? ¿Cuánto tiempo,
exactamente
, tardan noventa hombres en retirar sus remos?

Tenía los músculos como cuerdas de violín. Eché un vistazo al enemigo, y vi que había un segundo barco inmediatamente a popa de él.

Troas también lo había visto, y fue demasiado condenadamente tarde para cambiar nuestro plan.

—¡Preparados para embestir! —grité.

A proa, los infantes de marina y Nearco estarían preparándose para la colisión.

Los remeros debían de estar rezando.

Troas sonreía como un loco.

Yo quería cagarme encima.

Miré al enemigo. Lo sentí tan cerca como si ya hubiésemos chocado; pude ver la cara de su capitán, y una flecha resonó contra mi casco y se desvió. Buen disparo.

—¡A estribor! —grité.

«Espera otro golpe. No abandones el juego».

—¡Remos dentro! —rugí, expulsando mi voz por un día en un gran chillido, tratando de utilizar la fuerza de mis pulmones para meter los remos por las portas.

Bam
. Chocamos con tanta fuerza que me caí y perdí el casco. Caí entre las bancadas y desaparecí por debajo.

Los remeros de estribor habían retirado sus remos, pero eso ya no importaba.

Ambos barcos habían optado por la misma táctica y habían hecho lo mismo, por lo que nos dimos espolón contra espolón… la mano de los dioses. Nuestro espolón, que llevaba un mes fuera del taller, resistió. El suyo se rompió. Su barco estaba llenándose de agua y mi boca estaba llena de sangre. Solo Ares sabe por qué.

—¡Remos de estribor fuera! —chillé. No tenía voz, pero los suboficiales captaron el mensaje.

—¡Todo atrás! ¡Nearco!

Él todavía estaba aturdido por el impacto, pero se me acercó. Su gran casco con alas de bronce estaba un poco aplastado y se había torcido.

—Saca esto de aquí y toma el mando —dije—. ¡No tengo voz!

Un marinero trepó desde el interior y me dio mi casco. Me lo puse en la cabeza.

Troas estaba alerta y consiguió situar la parte principal del barco fenicio que se hundía entre nosotros y el siguiente enemigo maniobrando hacia atrás a estribor. El segundo fenicio nos rebasó y pasó de largo. Yo miré hacia atrás y la mayor parte de la segunda línea del flanco derecho estaba detrás de nosotros, avanzando rápidamente.

¡Por Poseidón,
zugater
, fue un momento magnífico! Habíamos
hundido un harco fenicio en una sola pasada
. Llámalo suerte, si quieres. Fue suerte. ¡Niké estuvo con nosotros, y su preciosa hermana Tiké también!

Y Troas, al pensar rápido y gobernar el barco con mano firme, supo rodear el naufragio, haciendo crujir las cuadernas, pero con nuestro buque intacto. Entraba agua —no puedo imaginar la violencia del golpe de aquellos dos barcos al chocar—, pero los marineros fueron achicándola y todavía no estábamos acabados.

El barco de Arqui había logrado salir de la vorágine del centro. Un enjambre de barcos fenicios venía a por nosotros.

Miré a Nearco.

—Escoge uno y vamos a por él —le dije. Mi juramento tendría que esperar. En efecto, estábamos solos contra el centro fenicio.

El secreto para salir vivo de un combate naval consiste en no presentar nunca los costados del barco, las hileras de remos, al enemigo. Si presentas tu proa a sus proas, habrá un límite máximo de daños que puedas asumir, A pesar de lo que le acababa de ocurrir a nuestra nave, habíamos matado.

Troas fue a lo seguro y Nearco no interfirió. Nos abarloamos con el segundo barco fenicio, serviola contra serviola, y dañamos un poco sus remos, pero había retirado la mayoría. Perdimos a dos hombres: un remo se atascó en la porta y el extremo suelto mató al remero que debería haberlo agarrado y golpeó al hombre que estaba al remo superior, dejándolo inconsciente, y justo ese pequeño error nos hizo vulnerables, porque, cuando se ordenó a los remeros que volvieran a echar al agua los remos, a la siguiente remada, toda la bancada falló y viramos hacia el puerto, perdiendo el rumbo y cruzando la estela de otro enemigo.

Los dioses estaban con nosotros y pasamos justo a la longitud de una lanza de su popa, y después hicimos una remada hacia atrás y salimos vivos.

Pero nuestros remeros estaban cansados. Lo notaba. La tensión es su propia fatiga,
zugater
: Cuanto más asustado estés, más cansado te sientes. Y, cuanto más cansado estés, más fácil es que tengas miedo.

Eché un vistazo alrededor, porque, de repente, estábamos entre los combates. Al norte, Arquílogos y Epafrodito y sus aliados estaban combatiendo con la segunda línea del centro fenicio. Detrás de nosotros, los cretenses estaban aplastando la primera línea por el peso de los números, y los samios ya habían liquidado a los griegos enemigos.

Incluso Aristágoras podía oler la victoria. Dio orden de avante al centro y la izquierda y los milesios y los quianos avanzaron.

De hecho, habíamos ganado la batalla. Yo lo sabía y, más importante aún, también lo sabía el navarca fenicio, Su flanco derecho declinó el enfrentamiento y empezó a bogar hacia atrás de nuevo. En ningún momento vi la señal, pero los barcos enemigos empezaron a huir todos a la vez.

Sin embargo, los barcos que rodeaban a Arqui no. Estaban trabados en combates y los infantes de marina, lanza contra lanza.

Apunté al combate en el centro.

Los temores de Nearco habían desaparecido. Sonrió.

—Ahora, vamos a hacerte un nombre —dije. No eran las palabras por las que Aquiles me había pagado.

Pero éramos jóvenes.

Troas nos introdujo bien. Bogamos un poco pasada la confusión y viramos hacia el sur, tomando nuestro primer fenicio por el flanco. Yo estaba en la proa, con el casco sobre los ojos, los brazos contra el mamparo, cuando chocamos y pude ver a los remeros de la cubierta superior, sus bocas abiertas de par en par y su mirada aterrorizada cuando nuestro dañado espolón abrió su costado. Habíamos tenido todo un estadio para virar y avanzar hacia nuestro objetivo; los hombres estaban deseando un nuevo encontronazo y el nuestro era un buque pesado.

La quilla del enemigo se rompió bajo nuestro espolón y el barco se partió en dos. Fue un hundimiento espectacular y todos los barcos del centro de nuestra línea vieron cómo lo hacíamos. Así es como te creas una reputación, cariño.

Es probable que, con aquel impacto, también acabáramos con nuestro barco, Probablemente cedieran entonces las uniones de nuestra proa.

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