Se anuncia un asesinato (24 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Se anuncia un asesinato
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»Han engrasado la segunda puerta. Se abre sin hacer el menor ruido. He aquí la escena: Las luces se apagan. La puerta A (la que se usa corrientemente), se abre de golpe. Movimiento de linterna y las palabras del papel. Entretanto, mientras nosotros estamos boquiabiertos, X (ésa es la mejor manera de llamarle) sale silenciosamente por la puerta B al pasillo oscuro, se acerca por detrás a ese suizo idiota, le dispara un par de tiros a Letitia Blacklock y luego mata al suizo. Deja el revólver donde los de mente tan perezosa como la tuya lo creerán prueba de que fue el suizo quien disparó, y vuelve a la sala justo a tiempo, antes de que alguien haya conseguido que su encendedor funcione. ¿Lo has comprendido?

—Sí, sí. Pero, ¿quién fue?

—Si tú no lo sabes, Murgatroyd, nadie puede saberlo.

—¿Yo? —dijo miss Murgatroyd temblando—. Pero, ¡si yo no sé absolutamente nada! ¡De veras que no!

—Usa esa cosa que llamas cerebro. En primer lugar, ¿dónde estaba todo el mundo cuando se apagaron las luces?

—No lo sé.

—Sí que lo sabes. Eres capaz de enloquecer a cualquiera, Murgatroyd. Sabes dónde estabas tú, ¿verdad? Estabas detrás de la puerta.

—Sí... sí que estaba. Me dio en el callo cuando se abrió de golpe.

—¿Por qué no vas a un callista como es debido en lugar de hurgarte tú los pies? El día menos pensado te provocarás una infección. Vamos, tú estás detrás de la puerta. Yo estoy de pie junto a la chimenea, con la lengua colgando fuera por no tener nada que beber. Letty Blacklock está junto a la mesita de la arcada, cogiendo la caja de cigarrillos. Patrick Simmons ha pasado la arcada y está en la sala pequeña, donde Letty ha hecho colocar las bebidas. ¿De acuerdo?

—Sí, sí. Todo eso lo recuerdo.

—Magnífico. Otra persona siguió a Patrick a la salita o empezaba a seguirle. Uno de los hombres. Lo que me enfurece es que no recuerdo si era Easterbrook o Edmund Swettenham. ¿Te acuerdas tú?

—No.

—¡Era de esperar! Y hubo otra persona que pasó a la salita: Phillipa Haymes. Lo recuerdo bien, porque ahora pienso que me fijé en la espalda tan erguida que tiene y me dije: «Esa muchacha estaría muy bien a caballo». La estaba observando y pensando eso. Se acercó a la repisa de la chimenea de la otra sala. No sé lo que iba a buscar allí, porque en aquel momento se apagaron las luces.

»Así que ésta es la situación. En la salita están Patrick Simmons, Phillipa Haymes y el coronel Easterbrook o Edmund Swettenham, no sabemos cuál de los dos. Ahora, Murgatroyd, presta atención. Lo más probable es que uno de ellos tres lo hiciera. Si alguno quería salir por la segunda puerta tendría buen cuidado, como es natural, de colocarse en un lugar conveniente antes de que se apagaran las luces. Así que, como digo, probablemente será uno de ellos.

Miss Murgatroyd se animó perceptiblemente.

—Sin embargo —prosiguió miss Hinchcliffe—, existe la posibilidad de que no fuera ninguno de los tres. Y ahí es donde entras tú, Murgatroyd.

—Pero ¿cómo he de saber yo nada del asunto?

—Si no lo sabes tú, no puede saberlo nadie.

—¡Pero si yo no lo sé! ¡De veras que no lo sé! ¡No podía ver nada en absoluto!

—Ya lo creo que podías ver. Tú eras la única persona que podía ver. Estabas detrás de la puerta. No podías ver la linterna. Estabas de cara a la pared opuesta y mirabas en la misma dirección que señalaba la linterna. Los demás quedamos deslumbrados, pero tú no.

—No, no, quizá no, pero no vi nada. La linterna dio vueltas.

—Enseñándote ¿qué? La luz dio en las caras, ¿verdad? ¿En las mesas? ¿Y en las sillas?

—Sí... sí, en efecto. En miss Bunner, con la boca abierta de par en par y los ojos desorbitados mirando hacia la luz.

—¡Así se habla! —exclamó miss Hinchcliffe exhalando un suspiro de alivio—. La dificultad estriba en obligarte a que uses tu materia gris. Y ahora continúa.

—Si es que no vi nada más, de veras que no.

—¿Quieres decir con eso que viste una habitación vacía? ¿No había nadie de pie? ¿Nadie sentado?

—No, eso no, claro. Mrs. Harmon estaba sentada en el brazo de un sillón. Tenía los ojos muy apretados y los puños contra la cara, como una criatura.

—¡Magnífico! Ya tenemos a Mrs. Harmon y miss Bunner. ¿No te das cuenta de lo que pretendo? La dificultad estriba en que no quiero meterte ideas en la cabeza. Sin embargo, cuando hayamos eliminado a las personas que viste, podremos pasar al punto importante, que es: ¿hubo alguien a quien no viste? ¿Lo entiendes? Además de las mesas y las sillas y los crisantemos y todo lo demás, estaban las personas: Julia Simmons, Mrs. Swettenham, Mrs. Easterbrook, el coronel Easterbrook o Edmund Swettenham, Dora Bunner y Bunch Harmon. Bien, viste a Dora Bunner y a Bunch Harmon. Táchalas de la lista. Y ahora piensa, Murgatroyd, piensa, ¿no hay ninguna de esas personas de la que puedas decir con seguridad que no estaba?

Miss Murgatroyd se sobresaltó al golpear una ramita con la ventana abierta. Cerró los ojos y murmuró para sí:

—Las flores en la mesa, el sillón grande... La linterna no llegó hasta ti, Hinch. Mrs. Harmon, sí...

Sonó el teléfono. Mrs. Hinchcliffe fue a contestar.

—¿Diga? ¿Sí? ¿La estación?

La obediente miss Murgatroyd, con los ojos cerrados, estaba reviviendo la noche del 29. La linterna que giraba lentamente, un grupo de personas, las ventanas, el sofá, Dora Bunner, la pared, la mesita con la lámpara, la arcada, el brusco fogonazo producido por el revólver.

—¡Es extraordinario! —exclamó miss Murgatroyd.

—¿Cómo? —gritaba miss Hinchcliffe enfurecida, pegado el oído al auricular del teléfono—. ¿Que está allí desde por la mañana? ¿A qué hora? ¡Maldita sea su estampa! ¿Y es ahora cuando se le ocurre llamarme? Les denunciaré a la Sociedad Protectora de Animales. ¿Un descuido? ¿Es eso lo único que tiene que decir?

Colgó el auricular de golpe.

—Es la perra —dijo—, la setter fuego. Está en la estación desde esta mañana. ¡Desde las ocho de la mañana! ¡Sin una gota de agua! Y los muy idiotas no me avisan hasta ahora. Me cuidaré personalmente de ella.

Salió apresuradamente de la habitación, con miss Murgatroyd chillando tras ella.

—Escucha, Hinch, una cosa extraordinaria. No lo comprendo.

Miss Hinchcliffe había salido a la carrera, dirigiéndose hacia el cobertizo que hacía las veces de garaje.

—Continuaremos cuando regrese —gritó—. No puedo esperar a que me acompañes. Llevas puestas las zapatillas de estar por casa, como de costumbre.

Arrancó el coche y salió del garaje marcha atrás. Miss Murgatroyd se apartó de un brinco.

—Pero, escucha, Hinch, es preciso que te diga...

—Cuando regrese.

El coche dio un salto hacia delante. La siguió débilmente la voz de miss Murgatroyd, agudizada por la excitación.

—Pero, Hinch, ella no estaba allí.

3

Arriba en el cielo, las nubes se habían estado concentrando, densas y oscuras. Mientras miss Murgatroyd contemplaba cómo se alejaba el coche, empezaron a caer gruesas gotas.

Agitada, la mujer corrió hacia el tendedero donde había colgado, unas horas antes, un par de jerseys y otro par de combinaciones de lana.

Iba murmurando entre dientes:

—Es extraordinario. ¡Ay, Señor! ¡Jamás lograré descolgar todo esto a tiempo! Y ya estaban casi secos.

Luchó con una pinza recalcitrante y luego volvió la cabeza al oír que alguien se acercaba.

Sonrió contenta, con aire de bienvenida.

—Hola. Entre, por favor. Se mojará.

—Permítame que la ayude.

—Oh, si no le importa. ¡Es tan molesto si se vuelven a mojar! En realidad debería descolgar el cordel, pero creí que llegaba.

—Aquí tiene la bufanda. ¿Quiere que se la eche al cuello?

—Oh, gracias. Sí, gracias. Si me alcanzara esta pinza.

Le echaron la bufanda de lana al cuello y luego, de pronto, tiraron de ella con fuerza.

Miss Murgatroyd abrió la boca, pero no exhaló más sonido que un gorgoteo ahogado. Y apretaron aún más la bufanda.

4

De regreso de la estación, miss Hinchcliffe detuvo el coche para recoger a miss Marple, que caminaba apresuradamente calle abajo.

—¡Hola! —gritó—. Va a mojarse usted hasta los huesos. Venga a tomar el té con nosotras, vi a Bunch esperando el autobús. Estará usted completamente sola en la vicaría. Venga a hacernos compañía. Murgatroyd y yo estamos tratando de reconstruir el crimen. Y creo que vamos a sacar algo en limpio. ¡Cuidado con la perra! Está algo nerviosa.

—¡Qué hermosa es!

—Sí, una perra magnífica, ¿verdad? Esos imbéciles la han tenido en la estación desde esta mañana sin avisarme. Les canté las cuarenta a los muy co... ¡Oh! ¡Perdone mi vocabulario! ¡Me criaron así los mozos de cuadra en mi casa de Irlanda!

El coche giró bruscamente y se metió en el patio de Boulders.

Una bandada de patos y demás aves de corral rodearon a las dos mujeres cuando se apearon.

—Maldita sea esa Murgatroyd —dijo miss Hinchcliffe—, no les ha dado el maíz.

—¿Es difícil conseguir trigo? —preguntó miss Marple.

Miss Hinchcliffe le guiñó un ojo.

—Estoy en buenas relaciones con todos los granjeros.

Espantó a las gallinas y escoltó a miss Marple hacia la casa.

—Espero que no estará usted demasiado mojada.

—No, este impermeable es muy bueno.

—Encenderé el fuego si no lo ha encendido ya Murgatroyd. ¡Eh, Murgatroyd! ¿Dónde está esa mujer? ¡Murgatroyd! ¿Dónde está la perra? Ahora ha desaparecido.

Fuera se oyó un aullido lastimero.

—¡Maldita sea esa perra! —dijo miss Hinchcliffe.

Se acercó a la puerta y llamó:

—¡Eh, Cutie, Cutie! Es un nombre imbécil, pero así la llamaban, al parecer. Tenemos que encontrarle otro nombre. ¡Ven aquí, Cutie!

La setter fuego estaba olfateando algo que yacía debajo de la tensa cuerda de la que colgaban varias prendas agitadas por el aire.

—A Murgatroyd ni siquiera se le ha ocurrido recoger la ropa. ¿Dónde estará?

De nuevo la perra olfateó lo que parecía un montón de ropa, levantó el hocico y volvió a lanzar un aullido.

—¿Qué diablos le pasa a esa perra?

Miss Hinchcliffe cruzó por la hierba.

Y aprisa, con cierta aprensión, miss Marple la siguió. Se quedaron inmóviles allí la una al lado de la otra, azotadas por la lluvia. El brazo de la anciana rodeó los hombros de la más joven.

Sintió cómo a miss Hinchcliffe se le ponían los músculos en tensión al contemplar el cuerpo que yacía en el suelo, con el rostro congestionado y la lengua colgando.

—Mataré a quien haya hecho esto —prometió miss Hinchcliffe en voz baja—. Como llegue a ponerle a esa mujer las manos encima...

—¿Mujer? —preguntó interesada miss Marple.

Miss Hinchcliffe volvió hacia ella el rostro macilento.

—Sí. Sé quién es, o estoy casi segura. Es decir, es una de las tres posibles.

Permaneció un momento más contemplando a su difunta amiga. Luego se dirigió a la casa. Su voz sonó dura y áspera.

—Tenemos que llamar a la policía. Y mientras la esperamos, se lo contaré a usted. En cierta manera es culpa mía que Murgatroyd haya muerto. Quise convertirlo en un juego... y el asesinato no es un juego.

—No —aseveró miss Marple—, el asesinato no es un juego.

—Pero usted ya lo sabe, ¿verdad? —dijo miss Hinchcliffe, mientras descolgaba el auricular y marcaba un número.

Informó en pocas palabras y volvió a colgar.

—Estarán aquí dentro de unos minutos. Sí, oí decir que ya había andado usted metida en este tipo de asuntos antes. Creo que fue Edmund Swettenham quien me lo dijo. ¿Le gustaría saber lo que estábamos haciendo Murgatroyd y yo?

Describió brevemente la conversación que habían sostenido antes de que se marchara a la estación.

—Me llamó cuando me marchaba, ¿sabe? Por eso sé que se trata de una mujer y no de un hombre. Si hubiese esperado. ¡Si la hubiese escuchado! ¡Maldita sea mi estampa, la perra podía haber esperado un cuarto de hora más!

—No se culpe usted, querida. Con eso no se adelanta nada. No podía preverlo.

—No, no podía. Algo golpeó contra la ventana, recuerdo. Quizás ella estuviese allí fuera entonces. Sí, claro, seguramente venía a casa y nos oyó a Murgatroyd y a mí hablando a gritos. A voz en cuello. Lo oyó... lo oyó. De eso estoy convencida.

—Aún no me ha dicho usted lo que dijo su amiga.

—Nada más que una frase: ¡Ella no estaba allí!

Hizo una pausa.

—¿Comprende? Quedaban tres mujeres a las que no habíamos eliminado: Mrs. Swettenham, Mrs. Easterbrook y Julia Simmons. Una de esas tres, no estaba allí, no se encontraba allí, en la sala, porque se había ido por la segunda puerta y estaba en el pasillo.

—Si —dijo miss Marple—, comprendo.

—Es una de esas tres mujeres. No sé cuál, pero lo averiguaré. Puede estar segura.

—Perdone, pero lo de... miss Murgatroyd, quiero decir que... ¿lo dijo exactamente como lo ha dicho usted?

—¿Qué quiere decir?

—¿Cómo se lo puedo explicar? Usted dijo: «Ella no estaba allí». Con el mismo énfasis en cada palabra. Es que hay tres posibles maneras de decirlo, ¿comprende? Podría decir: «Ella no estaba allí», poniendo énfasis en la persona. O bien: «Ella no estaba allí», confirmando una sospecha que ya se tuviera. O podría decirse (y esto se acercaría más a la manera en que usted lo dijo): «Ella no estaba allí», con un tono, por así decirlo, neutro.

—No lo sé. —Miss Hinchcliffe meneó la cabeza—. No recuerdo. ¿Cómo diablos habría de acordarme? Creo que... sí. Seguramente dijo: «Ella no estaba allí». Sería lo más natural, creo yo, aunque la verdad es que no lo sé. ¿Importa eso mucho?

—Sí —dijo miss Marple pensativa—. Creo que sí. Es una indicación muy leve, claro está, pero es una indicación. Sí, yo creo que es muy importante.

Capítulo XX
 
-
Miss Marple desaparece
1

El cartero, con gran disgusto suyo, había recibido la orden de hacer un reparto de correspondencia en Chipping Cleghorn por la tarde, además del de la mañana. Aquella tarde dejó tres cartas en Little Paddocks a las cinco menos diez exactamente.

Una iba dirigida a Phillipa Haymes, escrito el nombre con letra de colegial; las otras dos eran para miss Blacklock. Las abrió al sentarse ella y Phillipa a la mesa para tomar el té. La lluvia torrencial había permitido a Phillipa marcharse de Dayas Hall temprano, porque después de cerrar los invernaderos, no tenía nada más que hacer.

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