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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Se anuncia un asesinato (11 page)

BOOK: Se anuncia un asesinato
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—No estoy seguro —respondió Craddock con cautela.

—Creo que aún le queda alguna pequeña cosa por contar —anunció miss Marple—. Parece preocupada. Me trajo arenques en lugar de sardinas esta mañana. Y se olvidó la jarrita de leche. Por lo general es una camarera excelente. Sí, está preocupada. Teme tener que presentarse a declarar o algo así. Pero supongo —los cándidos ojos azules contemplaron el varonil aspecto del inspector Craddock y el bien parecido rostro con una coquetería femenina verdaderamente victoriana— que usted conseguirá persuadirla para que le diga todo lo que sabe.

El detective inspector Craddock se puso colorado y sir Henry se echó a reír.

—Podría ser importante —dijo miss Marple—. Es posible que le dijera a la joven quién era.

Rydesdale la miró sorprendido.

—¿Quién era quién?

—¡Me expreso tan mal! Quién fue el que le indujo a hacerlo, por supuesto.

—¿Así que usted cree que alguien le indujo a hacerlo?

Los ojos de miss Marple se abrieron desmesuradamente con evidente sorpresa.

—Oh, pero si es lógico. Quiero decir que... Tenemos a un joven atractivo que sisa un poco de aquí y otro poquito de allá, retoca un cheque de poco valor, quizá se apodera de alguna joya pequeña si se la dejan por ahí o saca un poco de dinero de la caja, pequeñas fechorías. Procura tener un dinerillo para vestir bien y salir con una muchacha, todo eso. Y de pronto, se va con un revólver, atraca una habitación llena de gente y dispara contra alguien. Él nunca hubiese hecho una cosa así. ¡En absoluto! No era esa clase de persona. No tiene sentido.

Craddock respiró profundamente. Aquello era lo que había dicho Letitia Blacklock. Lo que había dicho la esposa del vicario. Lo que él mismo sentía con creciente fuerza: No tenía sentido. Y ahora, la vieja gata de sir Henry lo estaba diciendo también, muy convencida, con su aflautada vocecita.

—Entonces, miss Marple —dijo, y su voz se hizo bruscamente agresiva—, quizá pueda usted decirnos exactamente lo que ocurrió.

Ella se volvió sorprendida.

—¿Cómo podría yo saberlo? Publicaron la noticia en el periódico, pero decía muy poco. Una puede hacer conjeturas, claro está, pero no dispongo de la información necesaria.

—George —dijo sir Henry—, ¿le parecería poco ortodoxo que se le permitiera a miss Marple leer las notas de las entrevistas que celebró Craddock con esa gente de Chipping Cleghorn?

—Tal vez no sea ortodoxo —replicó Rydesdale—, pero no he llegado a este cargo precisamente por ser ortodoxo. Puede leerlas. Tengo curiosidad por oír qué tiene que decir.

Miss Marple parecía avergonzadísima.

—Me temo que ha estado usted escuchando a sir Henry. Es siempre tan amable. Da demasiada importancia a las pequeñas observaciones que haya podido yo hacer en otras ocasiones. La verdad es que no tengo dones, ninguno, salvo, quizá, cierto conocimiento de la naturaleza humana. La gente, en mi opinión, tiende siempre a ser excesivamente confiada. Me temo que mi tendencia, en cambio, es pensar siempre lo peor. No es un rasgo muy agradable, pero a menudo justificado por los acontecimientos.

—Lea esto, por favor —Rydesdale le ofreció las hojas mecanografiadas—. No necesitará mucho rato. Después de todo, son personas de su clase, debe usted conocer a muchas como éstas. Quizá logre usted ver algo que a nosotros se nos ha escapado. El caso está a punto de cerrarse. Oigamos la opinión de un aficionado antes de dar el carpetazo. No tengo inconveniente en decirle que Craddock no está satisfecho. Opina, como usted, que el asunto no tiene sentido.

Hubo silencio mientras miss Marple leía. Finalmente dejó las hojas sobre la mesa.

—Es muy interesante —dijo con un suspiro—. ¡Las cosas tan diferentes que piensa y dice la gente! Las cosas que ve o que cree ver. Y todo tan complejo, casi todo tan trivial, y si una cosa no es trivial, es tan difícil darse cuenta de cuál es. Como buscar una aguja en un pajar.

Craddock se sintió levemente decepcionado. Durante unos momentos dudó de las alabanzas de sir Henry en lo que se refería a aquella anciana tan rara. Tal vez hubiese reparado en algo. Los viejos eran a veces muy perspicaces. Él, por ejemplo, jamás había logrado ocultarle nada a su tía abuela Emma. Con el tiempo, ella acabó confesándole que cada vez que se disponía a decir una mentira fruncía la nariz.

Pero la famosa miss Marple de sir Henry sólo había sido capaz de decir unas cuantas generalidades. Se sintió enfadado con ella y dijo con un tono seco:

—La verdad es que los hechos son indiscutibles. Por muy contradictorios que fueran los detalles mencionados por toda esa gente, todos ellos vieron una cosa: a un hombre enmascarado con un revólver y una linterna que abría la puerta e intentaba atracarles. Y creen que dijo: «¡Manos arriba!» o «¡La bolsa o la vida!», o la frase que, en su mente, esté asociada con un atraco, ellos le vieron.

—Pero la cuestión es —señaló miss Marple con dulzura— que es posible que no vieran nada.

Craddock contuvo el aliento. ¡Había dado en el clavo! Era perspicaz, después de todo. La había estado poniendo a prueba, pero no se había dejado pillar. En realidad, no alteraba los hechos para nada, ni afectaba a lo ocurrido. Sin embargo, ella se había percatado, como él, de que las personas que habían visto a un hombre atracarles revólver en mano, en realidad no podían haberle visto.

—Si no he entendido mal —dijo miss Marple, encendidas las mejillas, y brillantes y alegres los ojos como los de una niña—, no había luz en el comedor, ni en el descansillo de la escalera en el piso superior, ¿verdad?

—Así es.

—Así que si un hombre aparecía en la puerta e iluminaba la habitación con una linterna potente, nadie podía ver otra cosa que la linterna, ¿no es cierto?

—Efectivamente. Lo probé yo mismo para asegurarme.

—Así que cuando algunos aseguran que vieron a un hombre enmascarado, etcétera, están haciendo una recapitulación en realidad de lo que vieron después, cuando se encendieron las luces. De modo que todo encaja a la perfección, siempre suponiendo que Rudi Scherz fuera el cabeza de turco, que es la palabra que buscaba, ¿verdad?

Y como Rydesdale la mirara con sorpresa, se puso más colorada aún.

—Es posible que haya escogido mal la expresión —murmuró—. No soy demasiado entendida en el tema, pero si no me equivoco, se llama cabeza de turco al que carga con la culpa de algo que, en realidad, ha hecho otro. Este joven, Rudi Scherz, me parece exactamente el tipo de persona que se escogería para una cosa así. Un hombre bastante estúpido en realidad, pero lleno de codicia, y muy crédulo.

Rydesdale, sonriendo con tolerancia, dijo:

—¿Sugiere usted quizá que alguien le convenció para que fuera a hacer unos cuantos disparos en una habitación llena de gente? Eso es un poco fuerte.

—Yo creo que le dijeron que se trataba de una broma —replicó miss Marple—. Le pagaron por hacerlo, claro está. Es decir, le pagaron para que publicara el anuncio en el periódico, para que fuera a espiar y explorar la casa y luego, en la noche de autos, para presentarse allí con antifaz y capa negra, abrir bruscamente la puerta, agitar una linterna y gritar: «¡Manos arriba!».

—¿Y disparar un revólver?

—No, no llevaba revólver.

—Pero si todo el mundo dice... —empezó Rydesdale.

Y se interrumpió.

—¡Exacto! —asintió miss Marple—. Es imposible que nadie hubiese visto el revólver aunque lo hubiese llevado. Y no creo que lo llevara. Yo creo que, después de gritar él «¡Manos arriba!», alguien se acercó sigilosamente por detrás en la oscuridad y disparó por encima de su hombro. El joven se llevaría un terrible sobresalto, giró sobre sus talones y, al hacerlo, la otra persona le mató y dejó caer el revólver a su lado.

Los tres hombres la miraron. Sir Henry dijo:

—Es una teoría plausible.

—Pero ¿quién es ese señor que se aproximó en la oscuridad? —murmuró el jefe de la policía.

—Tendrán ustedes que preguntarle a miss Blacklock quién quería matarla.

«Un tanto a favor de Dora Bunner»
, pensó Craddock. En una pugna entre el instinto y la inteligencia, salía ganando siempre el primero.

—¿Así que usted cree que se trató de un atentado contra la vida de miss Blacklock? —preguntó Rydesdale.

—Eso parece, desde luego. Aunque existen un par de dificultades. Pero lo que yo me estaba preguntando, en realidad, era si no podríamos encontrar una manera más fácil de descubrir quién es realmente ese individuo. No me cabe la menor duda de que quien contrató a Rudi Scherz tendría el buen cuidado de advertirle que debía mantener la boca cerrada. Pero si por casualidad se le escapó algún detalle, estoy segura de que tuvo que ser con esa muchacha, Myrna Harris. Y cabe la posibilidad, sólo la posibilidad, de que insinuara qué clase de persona le había sugerido el asunto.

—Iré a verla ahora —Craddock se levantó.

Miss Marple asintió.

—Sí, hágalo, inspector Craddock. Me sentiré mucho más tranquila cuando lo haya hecho. Porque en cuanto le haya dicho a usted lo que sepa, correrá menos peligro.

—¿Correrá menos peligro? ¡Ah, sí, comprendo!

Salió de la habitación. El jefe de policía dijo dubitativo, pero con tacto:

—No cabe duda, miss Marple, de que nos ha dado usted algo en qué pensar.

3

—Lo siento mucho, de verdad que lo siento —dijo Myrna Harris—. Es usted muy amable al no enfadarse; pero es que mamá es una de esas personas que se inquietan por cualquier cosa. Y así parecería como si yo hubiese sido... ¿cómo se llama eso...?, encubridora. Quiero decir que temí que no quisiera usted creerme cuando le dijera que yo lo había tomado todo como una broma.

El inspector Craddock repitió la frase tranquilizadora con la que había conseguido vencer la resistencia de Myrna.

—Sí que lo haré, se lo contaré todo. Pero ¿procurará usted que yo no figure en el asunto para no darle un disgusto a mamá? La cosa empezó porque Rudi rompió la cita que tenía conmigo. Íbamos a ir al cine aquella noche y luego me dijo que no podía llevarme, y yo me enfadé porque después de todo fue él quien lo propuso, y a mí me hace muy poca gracia que me dé plantón un extranjero. Y me dijo que la culpa no era suya y yo le dije: «¡Valiente historia!», y luego dijo que se iba de fiesta aquella noche, y que no saldría perdiendo con ello y que si me gustaría un reloj de pulsera. Así que yo le pregunté: «¿Qué quieres decir con eso de ir de fiesta?». Y me dijo que no se lo dijera a nadie, pero que se iba a celebrar una fiesta en cierto sitio, y que él haría de falso atracador. Luego me enseñó el anuncio que había publicado y tuve que reírme. Le parecía absurda toda esa comedia. Dijo que, en realidad, aquello era una chiquillada; pero que resultaba muy inglés. Los ingleses eran como niños que nunca se hacían mayores. Y claro, yo le dije que con qué derecho hablaba así de nosotros y discutimos un poco, pero acabamos haciendo las paces. Sólo que, usted lo comprende, ¿verdad?, cuando leí la noticia y que no había sido una broma, y que Rudi había disparado contra alguien y luego se había matado, no sabía qué hacer. Pensé que si yo decía que lo sabía de antemano, creerían que había tomado parte en el asunto. Pero la verdad es que me pareció una broma cuando me lo contó. Yo hubiera jurado que él creía lo mismo. Ni siquiera sabía que tuviese revólver. No dijo una palabra de que llevaría un revólver.

Craddock la tranquilizó y luego le hizo la pregunta más importante.

—¿Quién dijo que era la persona que había preparado la fiesta?

Pero allí pinchó en hueso.

—No llegó a decirlo. Supongo que, en realidad, nadie se lo habría encargado. Sería todo cosa suya.

—¿No mencionó un nombre? ¿Dijo él... o ella?

—No dijo nada, salvo que iba a tener muchísima gracia. «¡Cómo me reiré al ver la cara que ponen!», eso es lo que dijo.

«No tuvo mucho tiempo de reírse»
, pensó Craddock.

4

—No es más que una teoría —dijo Rydesdale mientras conducía de regreso a Medenham—. No hay nada que la apoye, nada en absoluto. Digamos que se trata de una simple fantasía senil y dejémoslo.

—Prefiero no hacer eso, señor.

—Todo muy improbable. Un misterioso señor X que aparece de pronto en la oscuridad detrás de nuestro amigo suizo. ¿De dónde salió? ¿Quién era? ¿Dónde había estado?

—Pudo haber entrado por la puerta lateral —dijo Craddock—, igual que lo hizo Scherz. O —añadió muy despacio— pudo haber venido de la cocina.

—Quiere usted decir que ella pudo acudir desde la cocina, ¿no es eso?

—Sí, señor. Es una posibilidad. No me ha dejado muy convencido esa muchacha. Creo que hay que ir con cuidado con ella. Todos esos chillidos y la histeria pueden ser una comedia. Quizás indujo al joven, le abrió la puerta en el momento apropiado, preparó todo el asunto, lo mató, volvió a toda prisa al comedor, cogió la bandeja de plata y la gamuza y empezó a chillar.

—En contra de esa teoría tenemos el hecho de que... ¿cómo se llama? ¡Ah, sí! De que Edmund Swettenham dice claramente que estaba echada la llave por fuera y que él la abrió. ¿Hay alguna otra puerta que dé a esa parte de la casa?

—Sí, hay una puerta que da a la escalera de atrás y a la cocina y que está justamente detrás de la escalera; pero parece ser que se cayó el pomo hace tres semanas y que aún no han ido a arreglarlo. Entretanto, no se puede abrir la puerta. He de reconocer que eso parece exacto. La espiga y los dos pomos estaban en un estante cerca de la puerta, en el comedor, cubiertos por una espesa capa de polvo. Pero, claro está, un profesional hubiera abierto la puerta sin problemas.

—Más vale que veamos los antecedentes de la muchacha. Compruebe si tiene en orden los papeles; pero a mí me parece demasiado improbable.

El jefe de policía dirigió otra mirada inquisitiva a su subordinado. Craddock dijo:

—Lo sé, señor. Y si usted cree que el asunto debe cerrarse, así ha de ser. Pero le agradecería que me dejase insistir un poco más.

Se llevó una sorpresa cuando el jefe manifestó en voz baja y con un tono de aprobación:

—¡Buen chico!

—Queda por examinar el revólver. Si esa teoría responde a la realidad, el revólver no era de Scherz. Y, desde luego, nadie ha podido decir hasta la fecha que Scherz tuviese revólver.

—Es de fabricación alemana.

—Lo sé, pero este país está lleno de armas de fabricación continental. Todos los norteamericanos se trajeron una como recuerdo y nuestros chicos también. No se puede juzgar por eso.

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