Ante la sorpresa de todos, se dirigió hacia Dave y le relató lo que Jennifer le había dicho cuando hubo zarpado el Ptydwen, lo que Brendel había añadido y hecho y adónde habían ido los dos.
En el silencio que siguió a sus palabras todos pudieron oír a través de las ventanas el barullo del campamento; se oían los gritos de sorpresa y admiración que proferían 1os dalreis al ver a los raithen. Los sonidos parecían venir de muy lejos. Los pensamientos de Dave volaron hacia Jennifer y hacia la mujer en la que parecía haberse convertido.
La voz de Ra-Tenniel se escuchó en el silencio de la habitación. Mientras hablaba, sus ojos eran de color violeta.
-Muy bien. O por lo menos todo lo bien que puede concebirse en tiempos como estos que vivimos. Los hilos de Brendel estaban entretejidos a los de ella desde la noche en que Galadan la raptó. Quizás sea más conveniente que esté en Anor que en ninguna otra parte.
Sin acabar de entenderlo, Dave vio que la mujer lios alfar, resplandeciente como un diamante, daba un suspiro de alivio.
-Niavin de Seresh y el mago Teyrnori vienen al frente del ejército -dijo Aileron, abordando hechos concretos-. Traigo conmigo a casi todas mis tropas, inclusive el contingente de Cathal. Shalhassan está movilizando más hombres en su país y he dejado órdenes para que permanezcan en Brennin como retaguardia. He venido solo cabalgando toda la noche con Galen y Lydan porque mis hombres necesitaban un descanso; han cabalgado sin detenerse durante más de veinticuatro horas.
-Y tú, soberano rey -preguntó Aven-, ¿has descansado?
Aileron se encogió de hombros.
-Quizás pueda hacerlo después de esta reunión -dijo con tono indiferente-. No importa.
Dave, al mirarlo, pensó todo lo contrario.
-¿Detrás de quién cabalgabas? -preguntó de pronto Ra-Tenniel con una inesperada malicia en su voz.
-¿Acaso crees -respondió Galen antes de que Aileron pudiera contestar- que iba a permitir que un hombre tan atractivo cabalgara con alguna otra?
Y sonrió.
Aileron se sonrojó bajo la barba en tanto los dalreis se echaban a reír rompiendo la tensión. Dave, que también reía, se encontró con la mirada de Ra-Tenniel, ahora de plata, y sorprendió un guiño del lios alfar. Kevin Lame, pensó, hubiera sabido apreciar lo que Ra-Tenniel acababa de hacer. Sintió un agudo dolor y comprobó con un estremecimiento de sorpresa que era el más profundo entre tantos otros dolores.
Pero no había tiempo que perder en la consideración de sentimientos tan complejos.
Dave sabia que era probable que fuera el momento adecuado, pero las emociones de esa clase, tan profundamente sentidas, le resultaban siempre peligrosas. Siempre, durante toda su vida, había sido así, y no podía perder tiempo en el pasmo y el dolor que con seguridad le causarían. Ivor había empezado a hablar y Dave alejó de su mente esos pensamientos.
-Estaba a punto de iniciarse el Consejo de la Guerra, soberano rey. ¿Querrías asumir la presidencia?
-En Celidon, no -repuso Aileron con inusitada cortesía.
Se había recuperado de su momentáneo embarazo y se comportaba otra vez de forma reservada y franca, peto no exenta de tacto.
Dave, por el rabillo del ojo, vio que Mabon de Rhoden asentía en silencio y que una expresión de gratitud iluminaba las facciones del anciano Dhira, sentado junto al duque.
Dave decidió que, después de todo, Dhira era un hombre razonable. Se preguntó si más tarde podría pedirle disculpas y sí sería capaz de atreverse a hacerlo.
-Tengo mis propios planes -continuó diciendo Aileron- pero preferiría oír la opinión de los dalreis y de Danilorh antes de exponerlos.
-Muy bien -dijo Ivor con un vigor que eclipsó el de Aileron-. Mi opinión es la siguiente: el ejército de Brennin y Carhal está en la Llanura; Daniloth está también con nosotros, y todos los dalreis en edad de empuñar las armas…
«Excepto uno», pensó involuntariamente Dave, pero guardó silencio.
-Hemos perdido al Guerrero y a Manto de Plata y no tenemos noticias de Eridu -
continuó diciendo Ivor-. Sabemos que no podemos esperar ayuda alguna de parte de los enanos. No sabemos lo que ha ocurrido o lo que ocurrirá en el mar. Creo que no podemos perder tiempo esperando noticias. Mi opinión es que debemos permanecer aquí sólo el tiempo que tarden en llegar Niavin y Teyrnon, y luego debemos dirigirnos al norte atravesando Gwynir para internarnos en Andarien y forzar a Maugrim a que presente de nuevo batalla.
Se hizo un breve silencio. Luego Lydan, el hermano de Galen, murmuró:
-Arruinada Andarien, ¡para siempre jamás el campo de batalla!
Había en su voz una amarga tristeza. Ecos de música. Recuerdos.
Aileron no dijo nada; simplemente esperaba. Mabon de Rhoden fue el primero en hablar, apoyándose en su brazo sano:
-Tus palabras encierran una gran prudencia, aven. Más prudencia de la que podría encontrarse hoy en día en cualquier otro plan, pero me gustaría contar con la opinión de Loren, o de Gereint, o de nuestra vidente…
-¿Dónde están Gereint y la vidente? ¿Es que no podemos hacer que los raithen los traigan hasta aquí? -preguntó Tulger, de la octava tribu.
Ivor miró a su viejo amigo con una profunda tristeza en los ojos.
-Gereint ha dejado su cuerpo. Ha emprendido un largo viaje con el alma. No dijo por qué. La vidente partió de Gwen Ystrat y se internó en las montañas. Tampoco sé por qué.
Miró a Aileron.
El soberano rey parecía dudar.
-Lo que voy a deciros, no debe salir de esta sala. El temor que sienten todos es ya suficientemente grande para que lo aumentemos.
Hizo una pausa y en medio del silencio continuó:
-Fue a liberar a los paraikos en Khath Meigol.
Se levantó un murmullo. Un hombre hizo la señal contra el mal de ojo, pero sólo uno.
Eran jefes y conductores de cacería, y corrían tiempos de guerra.
-¿Están vivos? -susurró Ra-Tenniel en voz muy baja.
-Así me lo dijo ella -repuso Aileron.
-¡El Tejedor en el Telar! -exclamó Dhira desde lo más profundo del corazón. Esta vez su exclamación no pareció fuera de lugar. Dave, comprendiendo a medias, sintió que la tensión invadía la habitación como una presencia envolvente.
-Entonces tampoco podemos contar con la vidente -gruñó Mabon-. Debemos aceptar lo que has dicho: quizás no podamos contar nunca más con ella, con Gereint o con Loren.
Tenemos que tomar una decisión basándonos tan sólo en nuestra propia experiencia; por eso debo plantearte una pregunta, aven. ¿Qué seguridad tenemos de que Maugrim combatirá con nosotros en Andarien cuando lleguemos allí? ¿No podría su ejército burlarnos entre los árboles de Gwynir y dirigirse así hacia el sur para destruir todo lo que nosotros hayamos dejado atrás sin protección alguna: la Llanura, las mujeres y los niños de los dalreis, Gwen Ystrat? ¿Acaso Brennin y Cathal no quedarán a su merced mientras nuestras tropas se hallan tan lejos? ¿No crees que podría hacer algo parecido?
Un silencio absoluto reinaba en la sala. Al cabo de unos instantes, Mabon continuó hablando, casi en un susurro.
-Maugrim está fuera del tiempo, y sus designios no están entretejidos en el Telar. No se lo puede matar. Y con el prolongado invierno ha demostrado que esta vez no tiene prisa por presentar batalla. ¿Acaso no se regocijarían él y sus lugartenientes al ver que nuestro ejército espera inútilmente frente a la inexpugnable fortaleza de Starkadh, mientras los svarts y los urgachs y los lobos de Galadan arrasan todo cuanto amamos?
Se calló. Dave sintió su corazón abrumado por el peso de un yunque. Le resultaba penoso respirar. Miró a Torc para darse ánimos y vio la angustia pintada en su rostro; la vio también reflejaba en el de Ivor, y en las normalmente inescrutables facciones de Aileron leyó algo todavía más aterrador.
-No temáis semejante cosa -dijo Ra-Tenniel.
Su voz era cristalina. Ivor dan Banor pensó que era una voz que rozaba los limites entre el sonido y la luz, entre la música y las palabras. El aven miró al señor de los lios alfar como lo haría alguien desesperado por agua en un país sin lluvias.
-Temed a Maugrim -dijo Ra-Tenniel- como deben temerlo quienes se consideren prudentes. Temed la derrota y temed el dominio de la Oscuridad. Temed también la aniquilación, que es el propósito por el que se afana Galadan.
«Agua», estaba pensando Ivor, mientras aquellas mesuradas palabras fluían sobre él.
Agua, y dolor como una piedra en el fondo de un hoyo.
-Temed todas esas cosas -dijo Ra-Tenniel-. Temed que nuestros hilos sean arrancados del Telar, que nuestras historias no sean jamás contadas, que se desenmarañen los designios del Tejedor.
Hizo una pausa. Agua en tiempos de sequía. Música y luz.
-Pero no temáis -siguió diciendo el señor de los lios alfar- que rehuya combatir con nosotros si marchamos a Andarien. Yo soy vuestra garantía. Yo y mi pueblo. Por primera vez en mil años los lios alfar han salido de Danilorh. El puede vernos, puede alcanzarnos.
Ya no estamos escondidos en el País de las Sombras. No nos pasará por alto. No está en su naturaleza hacerlo. Rakoth Maugrim saldrá al encuentro de este ejército si los lios alfar se internan en Andarien.
Era muy cierto. Ivor lo comprendió tan pronto como oyó esas palabras, y lo comprendió con tanta seguridad como había comprendido durante toda su vida las cosas más sencillas. El hecho venía a reforzar su opinión y a responder la terrorífica pregunta de Mabon por boca de la más profunda esencia de los lios alfar, los elegidos del Tejedor, los Hijos de la Luz. Eso era lo que eran y lo que siempre habían sido; y por eso pagaban un terrible y amargo precio. Esa era la otra cara de la imagen, la piedra en el fondo del hoyo.
Eran los más odiados por la Oscuridad porque su nombre era Luz.
Ivor quería indinarse reverencialmente, arrodillarse para ofrecer la pena, la piedad, el amor, la gratitud de su corazón. De alguna forma, ninguno de ellos, ni siquiera todos ellos juntos, podían compararse con lo que Ra-Tenniel acababa de decir. Ivor se sentía torpe, se sentía un patán. Al mirar a los tres lios alfar, se sentía como un puñado de tierra.
«Sí», pensó. Si, eso era exactamente lo que era. Era vulgar, y desmañado, era de tierra, de yerba. Era de la Llanura, y ésta resistiría si en los días que se avecinaban demostraban estar a la altura requerida; de otro modo, sucumbiría.
Rebuscando en su propia historia, como Ra-Tenniel acababa de hacer, el aven desechó todos los pensamientos, todas las emociones excepto las que tenían que ver con la fuerza y la resistencia.
-Hace mil años, el primer aven de la llanura condujo a todos los cazadores dalteis que podían cabalgar hacia las entretejidas nieblas y el torcido tiempo de Daniloth, y el Tejedor trazó para ellos un camino recto. Así pudieron llegar al campo de batalla junto a la bahía Linden, que, de otro modo, se habría perdido. Desde allí Revor cabalgó con Ra-Termaine, atravesaron el río Celyn y se internaron en Andarien. Y del mismo modo, resplandeciente señor, yo cabalgaré a tu lado, en el caso de que tomemos esa decisión cuando nos marchemos de aquí.
Hizo una pausa y se dirigió al otro rey que había en la sala.
-Cuando Revor y Ra-Termaine cabalgaron, lo hicieron en el ejército y bajo el mando de Conary de Brennin, y luego de su hijo Colan. Así lo hicieron entonces y con toda justicia, puesto que los soberanos reyes son los Hijos de Mórnir; y así sucederá de nuevo y con toda justicia, en el caso de que tú aceptes esta decisión, soberano rey.
Era totalmente inconsciente de los cadenciosos tonos y del poder que brotaban en su voz.
-Eres el heredero de Conary -siguió diciendo- y nosotros lo somos de Revor y de Ra-Termaine. ¿Te unirás a esta decisión? Tu puesto está aquí, Aileron dan Ailell. ¿Te gustaría que cabalgáramos a tu lado?
Barbado y moreno, sin adorno alguno, tan sólo con una espada de soldado colgándole de la cadera en una sencilla vaina, Aileron era la viva imagen de un rey en tiempos de guerra. No era tan hermoso y atractivo como lo habían sido Conary y Colan, ni siquiera como su hermano. Tenía un aire austero y adusto, y era uno de los hombres más jóvenes de la sala.
-Me uno a vuestra decisión -dijo-. Me gustaría que cabalgarais a mi lado. Cuando el ejército llegue mañana, nos pondremos en marcha hacia Andarien.
En aquellos momentos, a poco más de medio camino hacia Gwynir, una enjuta figura cubierta de cicatrices, extrañamente elegante pese a montar uno de aquellos horrorosos salugs, aminoró la marcha y luego obligó a su montura a detenerse. Inmóvil en la vasta Llanura, contempló la polvareda que ante él levantaba el ejército de Rakoth en retirada.
Durante casi toda la noche había corrido bajo la apariencia de lobo. En cauteloso silencio había observado cómo Uathach, el gigantesco urgach de blanco, había convertido en ordenada retirada lo que había comenzado siendo una ciega estampida. Se le había presentado un problema de prioridades que debería resolverse a la larga, pero no en aquellos momentos.
Galadan tenía otras cosas en que pensar.
Y pensaba con más claridad bajo la apariencia humana. Por eso, poco antes del alba había recuperado su genuina apariencia y se había apoderado de un slaug, pese a lo mucho que odiaba a aquellas criaturas. Mientras se despejaban los tonos grisáceos del alba, había dejado que el ejército se le adelantara, poniendo buen cuidado en que Uathach no notara su presencia.
No temía al urgach vestido de blanco, pero conocía muy poco de él, y el conocimiento para el señor de los Lobos había sido siempre el secreto del poder. De todos modos, eso no le importaba demasiado, puesto que estaba razonablemente seguro de poder matar a Uathach; lo que en realidad le importaba era entender qué lo había convertido en lo que era. Hacia seis meses, Uathach había sido llamado a Starkadh; era un urgach gigantesco, tan estúpido como los demás, pero un poco más peligroso por su rapidez y su tamaño.
Había reaparecido hacia cuatro noches, aumentado y engrandecido de una forma inquietante. Ahora era más inteligente, cruel, distinto, y vestido por Rakoth de blanco, detalle que Galadan apreciaba, pues le recordaba a Lauriel, el cisne que tanto habían amado los lios.
Y a Uathach se le había encomendado el mando del ejército que emprendía la marcha desde el puente Valgrind. En principio, Galadan no había puesto ningún reparo.