Sentido y Sensibilidad (19 page)

Read Sentido y Sensibilidad Online

Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

BOOK: Sentido y Sensibilidad
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

«Todo esto», pensó Elinor, «suena muy bonito, pero no nos puede engañar a ninguna de las dos».

—Pero —dijo después de un breve silencio—, ¿qué planes tiene? ¿O no tiene ninguno, sino esperar que la señora Ferrars se muera, lo que es una medida tan extrema, terrible y triste? ¿Es que su hijo está decidido a someterse a esto, y a todo el tedio de los muchos años de espera en que puede involucrarla a usted, antes que correr el riesgo de disgustar a su madre durante algún tiempo admitiendo la verdad?

—¡Si pudiéramos estar seguros de que sería sólo durante un tiempo! Pero la señora Ferrars es una mujer muy obstinada y orgullosa, y sería muy probable que, en su primer ataque de ira al escucharlo, legara todo a Robert; y esa posibilidad, pensando en el bien de Edward, ahuyenta en mí toda tentación de incurrir en medidas precipitadas.

—Y también por su propio bien, o está llevando su desinterés más allá de todo lo razonable.

Lucy miró nuevamente a Elinor, y guardó silencio.

¿Conoce al señor Robert Ferrars? —le preguntó Elinor.

—En absoluto… jamás lo he visto; pero me lo imagino muy distinto a su hermano: tonto y un gran fanfarrón.

—¡Un gran fanfarrón! —repitió la señorita Steele, que había alcanzado a escuchar estas palabras durante una repentina pausa en la música de Marianne—. ¡Ah! Me parece que están hablando de sus galanes favoritos.

—No, hermana —exclamó Lucy—, te equivocas en eso, nuestros galanes favoritos
no
son grandes fanfarrones.

Doy fe de que el de la señorita Dashwood no lo es —dijo la señora Jennings riendo con ganas; es uno de los jóvenes más sencillos, de más lindos modales que yo haya visto. Pero en cuanto a Lucy, esta criatura sabe disimular tan bien que no hay manera de saber
quién
le gusta.

—¡Ah! —exclamó la señorita Steele lanzándoles una mirada sugestiva—, puedo decir que el pretendiente de Lucy es tan sencillo y de lindos modales como el de la señorita Dashwood.

Elinor se sonrojó sin querer. Lucy se mordió los labios y miró muy enojada a su hermana. Un silencio generalizado se posó en la habitación durante un rato. Lucy fue la primera en romperlo al decir en un tono más bajo, aunque en ese momento Marianne les prestaba la poderosa protección de un magnífico concierto:

—Le expondré sin tapujos un plan que se me ha ocurrido ahora último para manejar este asunto; en verdad, estoy obligada a hacerla participar del secreto, porque es una de las partes interesadas. Me atrevería a decir que ha visto a Edward lo suficiente para saber que él preferiría la iglesia antes que cualquier otra profesión. Ahora, mi plan es que se ordene tan pronto como pueda y entonces que usted interceda ante su hermano, lo que estoy segura tendrá la generosidad de hacer por amistad a él y, espero, algún afecto por mí, para convencerlo de que le dé el beneficio
[5]
de Norland; según entiendo, es muy bueno y no es probable que el titular actual viva mucho tiempo. Eso nos bastaría para casarnos, y dejaríamos al tiempo y las oportunidades para que proveyeran el resto.

—Siempre será un placer para mí —respondió Elinor— entregar cualquier señal de afecto y amistad por el señor Ferrars; pero, ¿no advierte que mi intervención en esta oportunidad sería completamente innecesaria? El es hermano de la señora de John Dashwood… eso debería
bastar
como recomendación para su esposo.

—Pero la señora de John Dashwood no aprueba realmente que Edward tome las órdenes.

—Entonces sospecho que mi intervención tendría escaso efecto.

Nuevamente guardaron silencio durante varios minutos. Por fin Lucy exclamó, con un gran suspiro:

—Creo que lo más sabio sería poner fin a todo el asunto de una vez, deshaciendo el compromiso. Pareciera que son tantas las dificultades que nos acosan por todos lados, que aunque nos haga desdichados por algún tiempo, a la larga quizá estemos mejor. Pero, ¿no me aconsejaría usted, señorita Dashwood?

—No —respondió Elinor, con una sonrisa que ocultaba una gran agitación—, sobre tal tema por supuesto que no lo haré. Sabe perfectamente que mi opinión no tendría peso alguno en usted, a no ser que respaldara sus deseos.

—En verdad es injusta conmigo —respondió Lucy con gran solemnidad—; no sé de nadie cuyo juicio (espete tanto como el suyo; y realmente creo que si usted fuera a decirme «Le aconsejo que, cueste lo que cueste, ponga fin a su compromiso con Edward Ferrars, será lo mejor para la felicidad de ambos», no vacilaría en hacerlo de inmediato.

Elinor se sonrojó ante la falta de sinceridad de 'la futura esposa de Edward, y replicó:

Tal cumplido sería absolutamente eficaz para ahuyentar en mí toda posibilidad de dar mi opinión en esta materia, a, si es que tuviera alguna. Da demasiado valor a mi influencia; el poder de separar a dos personas unidas tan tiernamente es demasiado para alguien que no es parte interesada.

—Es precisamente porque no es parte interesada —lijo Lucy, con una cierta inquina y acentuando de manera especial esas palabras— que su parecer podría tener, con toda justicia, tal influencia en mí. Si pudiera suponerse que su opinión estaría sesgada en cualquier sentido por sus propios sentimientos, no valdría la pena tenerla.

Elinor creyó más sabio no responder a esto, no fuera a ocurrir que se empujaran mutuamente a hablar con una libertad y franqueza que no podían ser convenientes, e incluso estaba en parte decidida a no mencionar nunca más el tema. Así, a esta conversación siguió una pausa de varios minutos, y de nuevo fue Lucy quien le puso fin.

—¿Estará en la ciudad este invierno, señorita Dashwood? —le dijo, con su habitual amabilidad.

—Por supuesto que no.

—Cuánto lo siento —respondió la otra, brillándole los ojos ante la información—. ¡Me habría gustado tanto verla allí! Pero apostaría que va a ir de todas maneras. Con toda seguridad, su hermano y su hermana la invitarán a su casa.

—No podré aceptar su invitación, si es que la hacen.

—¡Qué pena! Estaba tan confiada en que nos encontraríamos allá. Anne y yo iremos a fines de enero donde unos parientes que hace años nos están pidiendo que los visitemos. Pero voy únicamente por ver a Edward. El estará allá en febrero; si no fuera así, Londres no tendría ningún atractivo para mí; no tengo ánimo para eso.

No transcurrió mucho tiempo antes de que terminara la primera ronda de naipes y llamaran a Elinor a la mesa, lo que puso fin a la conversación privada de las dos damas, algo a que ni una ni otra opuso gran resistencia, porque nada se había dicho en esa ocasión que les hiciera sentir un desagrado por la otra menor al que habían sentido antes. Elinor se sentó a la mesa con el —triste convencimiento de que Edward no sólo no quena a la persona que iba a ser su esposa, sino que no tenía la menor oportunidad de alcanzar ni siquiera una aceptable felicidad en el matrimonio, algo que podría haber tenido si
ella
, su prometida, lo hubiera amado con sinceridad, pues tan sólo el propio interés podía inducir a que una mujer atara a un hombre a un compromiso que claramente lo agobiaba.

Desde ese momento Elinor nunca volvió a tocar el tema; y cuando lo mencionaba Lucy, que no dejaba pasar la oportunidad de introducirlo en la conversación y se preocupaba especialmente de hacer saber a su confidente su felicidad cada vez que recibía una carta de Edward, la primera lo trataba con tranquilidad y cautela y lo despachaba apenas lo permitían las buenas maneras, pues sentía que tales conversaciones eran una concesión que Lucy no se merecía, y que para ella era peligrosa.

La visita de las señoritas Steele a Barton Park se alargó bastante más allá de lo que había supuesto la primera invitación. Aumentó el aprecio que les tenían, no podían prescindir de ellas; sir John no aceptaba escuchar que se iban; a pesar de los numerosos compromisos que tenían en Exeter y de que hubieran sido contraídos hacía tiempo, a pesar de su absoluta obligación de volver a cumplirlos de inmediato, que se hacía sentir imperativamente cada fin de semana, se las persuadió a quedarse casi dos meses en la finca, y ayudar en la adecuada celebración de esas festividades que requieren de una cantidad más que usual de bailes privados y grandes cenas para proclamar su importancia.

CAPITULO XXV

Aunque la señora Jennings acostumbraba pasar gran parte del año en las casas de sus hijos y amigos, no carecía de una vivienda permanente de su propiedad. Desde la muerte de su esposo, que había comerciado con éxito en una parte menos elegante de la ciudad, pasaba todos los inviernos en una casa ubicada en una de las calles cercanas a Portman Square. Hacia ella comenzó a dirigir sus pensamientos al aproximarse enero, y a ella un día, repentinamente y sin que se lo hubieran esperado, invitó a las dos señoritas Dashwood mayores para que la acompañaran. Elinor, sin observar los cambios de color en el rostro de su hermana y la animada expresión de sus ojos, que revelaban que el plan no le era indiferente, rehusó de inmediato, agradecida pero terminantemente, a nombre de las dos, creyendo estar haciéndose cargo de un deseo compartido. El motivo al que recurrió fue su firme decisión de no dejar a su madre en esa época del año. La señora Jennings recibió el rechazo de su invitación con algo de sorpresa, y la repitió de inmediato.

—¡Ay, Dios! Estoy segura de que su madre puede pasarse muy bien sin ustedes, y les
ruego
me concedan el favor de su compañía, porque he puesto todas mis esperanzas en ello. No se imaginen que van a ser ninguna molestia para mí, porque no haré nada fuera de lo que acostumbro para atenderlas. Sólo significará enviar a Betty en el coche de posta, y confío en que eso sí puedo permitirmelo. Nosotras tres iremos muy cómodas en mi calesín; y cuando estemos en la ciudad, si no desean ir a donde yo voy, santo y bueno, siempre pueden salir con alguna de mis hijas. Estoy segura de que su madre no se opondrá a ello, pues he tenido tanta suerte en sacarme a mis hijos de las manos, que me considerará una persona muy adecuada para estar a cargo de ustedes; y si no consigo casar bien al menos a una de ustedes antes de dar por terminado el asunto, no será por causa mía. Les hablaré bien de ustedes a todos los jóvenes, pueden estar seguras.

—Tengo la idea —dijo sir John— de que la señorita Marianne no se opondría a tal plan, si su hermana mayor accediera a él. Es muy duro, en verdad, que no pueda distraerse un poco, sólo porque la señorita Dashwood no lo desea. Así que les recomendaría a ustedes dos que partan a la ciudad cuando se cansen de Barton, sin decirle una palabra sobre ello a la señorita Dashwood.

—No —exclamó la señora Jennings—, estoy segura de que estaré terriblemente contenta de la compañía de la señorita Marianne, vaya o no vaya la señorita Dashwood, sólo que mientras más, mayor es la alegría, digo yo, y pensé que sería más cómodo para ellas estar juntas; porque si se cansan de mí, pueden hablar entre ellas, y reírse de mis rarezas a mis espaldas. Pero una u otra, si no ambas, debo tener. ¡Que Dios me bendiga! Cómo pueden imaginarse que puedo vivir andando por ahí sola, yo que hasta este invierno siempre he estado acostumbrada a tener a Charlotte conmigo. Vamos, señorita Marianne, démonos las manos para sellar este trato, y si la señorita Dashwood cambia de opinión luego, tanto mejor.

—Le agradezco, señora, de todo corazón le agradezco —dijo Marianne calurosamente—; su invitación ha comprometido mi gratitud para siempre, y poder aceptarla me haría tan feliz… sí, sería casi la máxima felicidad que puedo imaginar. Pero mi madre, mi queridísima, bondadosa madre… creo que es muy justo lo que Elinor ha planteado, y si nuestra ausencia la fuera a hacer menos feliz, le fuera a restar comodidad… ¡Oh, no! Nada podría inducirme a dejarla. Esto no puede significar, no debe significar un conflicto.

La señora Jennings volvió a repetir cuán segura estaba de que la señora Dashwood podría pasarse muy bien sin ellas; y Elinor, que ahora comprendía a su hermana y veía cuán indiferente a casi todo lo demás la hacía su ansiedad por volver a ver a Willoughby, no planteó ninguna otra objeción directa al plan; se limitó a referirlo a la voluntad de su madre, de quien, sin embargo, no esperaba recibir gran apoyo en su esfuerzo por impedir una visita que tan inconveniente le parecía para Marianne, y que también por su propio bien tenía especial interés en evitar. En todo lo que Mariana deseaba, su madre estaba ansiosa por complacerla; no podía esperar inducir a esta última a comportarse con cautela en un asunto respecto del cual nunca había podido inspirarle desconfianza, y no se atrevía a explicar la causa de su propia renuencia a ir a Londres. Que Marianne, quisquillosa como era, perfectamente al tanto de la forma de conducirse de la señora Jennings que tanto la desagradaba, en sus esfuerzos por lograr su objetivo estuviera dispuesta a pasar por alto todas las molestias de ese tipo y a ignorar lo que más la irritaba en su sensibilidad, era una prueba tal, tan fuerte, tan plena, de la importancia que daba a ese objetivo, que a pesar de todo lo ocurrido sorprendió a Elinor, como si nada la hubiera preparado para presenciarlo.

Cuando le contaron sobre la invitación, la señora Dashwood, convencida de que tal salida podría significar muchas diversiones para sus dos hijas y percibiendo a través de todas las cariñosas atenciones de Marianne cuán ilusionada estaba con el viaje, no quiso ni oír que rehusaran el ofrecimiento por causa de
ella
; insistió en que aceptaran de inmediato y comenzó a imaginar, con su habitual alegría, las diversas ventajas que para todas ellas resultarían de esta separación.

—Me encanta este plan —exclamó—, es exactamente lo que yo habría deseado. A Margaret y a mí nos beneficiará tanto como a ustedes. Cuando ustedes y los Middleton se hayan ido, ¡qué tranquilas y felices lo pasaremos juntas, con nuestros libros y nuestra música! ¡Encontrarán tan crecida a Margaret cuando vuelvan! Y también tengo un pequeño plan de arreglo de los dormitorios de ustedes, que ahora podré llevar a cabo sin incomodarlas. Me parece que
tienen
que ir a la ciudad; a mi juicio, todas las jóvenes en las condiciones de vida que ustedes tienen deben conocer las costumbres y diversiones de Londres. Estarán al cuidado de una buena mujer, muy maternal, de cuya bondad no me cabe la menor duda. Y lo más probable es que vean a su hermano, y cualesquiera sean sus defectos, o los de su esposa, cuando pienso de quién es hijo, no quisiera verlos tan alejados unos de otros.

Other books

Raced by K. Bromberg
His Five Favorite Lines by Gordon, Gina
The Reluctant Cinderella by Christine Rimmer
Thinner Than Skin by Uzma Aslam Khan
The Rolling Stones by Robert A Heinlein
The Virgin's Choice by Jennie Lucas
Stolen Love by Joyce Lomax Dukes
Savage Rhythm by Chloe Cox
Son of Holmes by John Lescroart
The Pyramid by Ismail Kadare