Como siempre, mi opinión concitó más de una mirada curiosa y alguna sonrisa aviesa.
—Quiero decir que estaría mucho mejor darse un apretón en el cuartito del material o sobre la fotocopiadora con tu legítima que aliviarse a solas en el baño, ¿no?
Me consta, por lo que cuentan las viejas glorias de este oficio, que antiguamente se follaba mucho en horas de trabajo. De hecho, lo intempestivo del cierre y las noticias de última hora han sido parapeto a más de uno o dos millones de adulterios (qué antigüedad de palabra, madre mía).
Yo misma, más de una vez, he fantaseado con la idea de enseñarle el periódico a una de mis conquistas y aprovechar la hora de comer para darnos rienda suelta en alguna esquina solitaria. Porque sitios hay, que conste.
De hecho, un domingo de invierno lo hice con un chico que había conocido la noche anterior y que se había ofrecido a no dejarme dormir sola. A la hora de comer, nos acercamos al periódico con la excusa de coger unas cosas que necesitaba para el reportaje del día siguiente y, de paso, satisfacer su curiosidad recorriendo con él las praderas vacías en la redacción. Estábamos junto a la máquina de café de la planta baja, junto a las mesas de los redactores de Magazine, cuando mi amante se reactivó, me abrazó por detrás y colocó mis manos en la barra, en la zona de
vending
.
Supuse que sólo era un juego y no creía que fuese a pasar nada, pero tenía sus manos acariciándome los pechos por encima del vestido y apretándome su abultada pernera contra el culo, como si fuera a penetrarme por detrás, cuando se abrió de golpe la puerta del baño y apareció un muchacho que creí reconocer como alguien de la sección de taller. Ni pestañeó.
—Buenaaaaas —dijo al pasar junto a nosotros sin detenerse y se perdió entre las mesas.
La risa entrecortada y el rubor ahogó la excitación y abandonamos la redacción a un metro de distancia uno del otro, disimulando… Cuando volvimos al garaje, sin embargo, mi amigo me colocó la mano en su entrepierna y tenía tal erección que no consideré prudente esperar para aliviarle ya que me pareció que corría peligro su riego cerebral. Vi una puerta abierta junto a mi coche y un pasillo oscuro y allí, de pie, echamos el primer y único polvo que puedo presumir de haber echado en el trabajo. Como recuerdo, me llevé un par de raspones en las manos, porque mi amante no calculaba la fuerza con la que me empujaba contra el gotelé de la pared, y un orgasmo con eco en un corredor que no nos preocupamos en saber cuánto tenía de largo o adónde conducía.
Me hubiera gustado más hacerlo entre los coches, pero nunca estoy segura de qué es un detector de humos y qué una cámara camuflada, así que… Cuando nos fuimos, tuve la precaución de recoger el preservativo usado y todos los trozos de su envoltorio. No me apetecía que, al día siguiente, Consuelo nos fuera contando la primicia de lo que se había encontrado en aquel pasillo. Miento fatal, me habrían cazado en tres segundos.
Julia me ha preparado otro viaje para el lunes que viene. Alucino con el despliegue viajero de mi trabajo últimamente. Son sólo dos días a Venecia con un fotógrafo para hacer un reportaje sobre un hotel nuevo, de capital español, en pleno Gran Canal.
Me sorprende el encargo, porque hace mucho que no escribo sobre viajes, pero me parece el plan perfecto para desaparecer un par de días y pienso pedirle a Javier que se venga conmigo. Me excita la posibilidad de echar un polvo en una ventana mientras pasan las góndolas por debajo.
Aunque se pasa la mañana dando detalles de las idas y venidas de Martín Lobo y de las últimas ocurrencias de su sobrino Miguel, el hijo de su hermana Cintia, Julia no me cuenta lo más interesante que ha sucedido esta semana: Lucas Tenorio ha dado por fin señales de vida.
Ella vio actividad en su muro de Facebook y le mandó un mensaje.
Sorprendentemente él contestó y ella pudo llamarle para ponerle al día de lo que mis amigas y Juan Carlos traman y de lo importante que es para todos que él encuentre a esa tal Red Angel. Eso fue el lunes, dos días antes de nuestro regreso, y Julia pensó que no soportaría la intriga cuando él contestó con un enigmático:
—Llámame mañana.
Pero el martes Lucas no cogía el teléfono y, por más que Julia y Juan Carlos lo intentaron, no apareció hasta el miércoles a mediodía. Para entonces nosotras ya sobrevolábamos el Atlántico y las noticias de Lucas, aunque prometedoras, precisaban de ayuda para ofrecer resultados concluyentes:
—Llamé ayer a Red Angel, pero no pude hablar mucho con ella porque estaba haciendo
cam
. Ya sabes, sexo con clientes a través de la cámara de vídeo. Me ha dicho que la llame esta noche. Pero oye, creo que sería útil que estuviese presente alguien que haya visto alguna vez en persona al novio de Pandora. Yo sólo he visto una foto y prefiero que lo vea alguien que le conozca.
La llamada de teléfono que Elena recibe en el aeropuerto, cuando yo desaparezco por la puerta en pos de Javier, es una de Julia que le urge a ponerse en contacto con Lucas y participar en la identificación del presunto Javier, si es que la actriz porno se digna a enseñarles una imagen suya.
Red Angel ha dicho que la llamen sobre las diez de la noche, así que Elena tiene que volar a su casa, dejar las maletas, ducharse y salir corriendo para llegar antes de la hora al edificio donde Lucas tiene su guarida. Le sobra tiempo porque, como es habitual, Tenorio no está. Para compensar la espera, que no justifica de ninguna forma, Lucas le regala a Elena un vibrador de la inmensa estantería donde los tiene perfectamente ordenados en función de su tamaño, material y color. Le da a elegir con su recomendación de siempre:
—Coge el que quieras, bonita, pero recuerda que el tamaño no importa, aporta.
Elena le mira como si fuera un extraterrestre.
—¿Y tú qué sabes? ¿Acaso tienes coño y no nos lo has contado? Tú dirás lo que quieras, pero yo las prefiero de un calibre mediano tirando a grande. Como ésta.
Y elige un dildo fabricado en un material excelente, de una cuarta aproximada de tamaño y un simpático saliente que ya imaginaba ella para lo que servía. Medio en broma medio en serio, Lucas se ofrece para enseñarle cómo y para qué se usa y Elena saca una de sus mejores sonrisas antes de decirle que sí.
Cuando me lo contaron me sentó sólo regular. Básicamente porque yo he respetado a Lucas y he mantenido las distancias con él todo lo que he podido y más, hasta límites que rozan la locura, teniendo en cuenta que nuestros encuentros siempre se dan en eventos de carácter erótico y que una no es de piedra.
Pero como un amigo es un amigo y una amiga es sagrada, celebré la rendición de Lucas a los encantos de Elena y me reí un rato cuando supe que Red Angel llamó por Skype casi a las once, cansada de esperar a que ellos la llamaran, mientras estaban en plena sesión de «yo te doy por detrás mientras tú te metes el dildo por delante».
Y es que mi Elena se define a sí misma como «porculera», le encanta que la sodomicen y encuentra en Lucas lo que nunca hubiera pensado: un follador anal sin prisas, sin problemas y sin complejos, que igual le da placer por el camino más ortodoxo que coge un desvío y toma el túnel.
Y en ésas están, entregados a darse un gustazo en el sofá, cuando llama Red Angel. Lucas alarga una mano y alcanza el ratón para contestar la llamada sin sacar el pene del cuerpo de mi amiga.
La primera imagen que tiene la actriz porno de los dos es una secuencia que le hace pensar que se han cruzado las líneas y ha llamado a alguna compañera. La voz indignada de Elena ordenándole a Lucas que tenga la decencia de sacársela antes de encender una webcam provoca la carcajada de Red Angel.
—Lucas, mi
amol
, si quieres termina el polvo, yo no tengo prisa. Os espero hasta que acabes de limpiarte y dile a tu amiguita que se vista tranquilamente. No importa, aquí voy a estar cuando quieras.
A Elena le sorprende el acento caribeño de la actriz. No sé por qué, pero todas pensaban que Red Angel sería española, y resulta que no. Es una cubana, mulata, con el pelo teñido de un rojo fuego totalmente artificial, y unos pechos que distan mucho de ser naturales, pero su sonrisa parece sincera aunque cansada y, según Elena, es mucho más espabilada e inteligente de lo que jamás hubiera imaginado.
Red Angel, que resulta llamarse Samantha Rodrigues, no se anda por las ramas y, cuando Lucas le explica de qué se trata y por qué quieren saber si Javier es cliente suyo, pregunta:
—¿Por cuánto?
Les pilla por sorpresa a los dos, que se miran sin comprender.
—¿Dinero?
—Bueno, algo tendré que sacar yo de esto, ¿no?
Balbuceando por lo inesperado de la pregunta, Lucas le explica que se trata de ayudar a una amiga que tiene planeado casarse con un tipo del que nadie se fía y que se temen que esconda algo oscuro.
—Nunca nos ha preocupado demasiado en qué líos se mete Pandora, porque siempre saca alguna historia interesante, pero es que esta vez está desconocida; no es ella… —añade Elena.
—Espera… ¿Pandora la de
La cama de Pandora
?
—Sí…
Resulta que Red Angel sigue los relatos de la serie e, incluso, en alguna ocasión, me mandó un email con su nombre real para felicitarme y contarme, de paso, alguna cosa que le había pasado a ella.
—Me contestó y fue encantadora. Yo pensaba que no existía siquiera, así que me gustó mucho recibir su email. Vale. Pues entonces, si es para ella, no he dicho nada de dinero. ¿Cómo dices que era el tipo?
Elena empieza a describir a Javier pormenorizadamente y Red Angel le manda unas cuantas fotos de clientes que tiene guardadas.
En el sexto correo, por fin aparece.
—Éste es. No me mandes más. Es éste en el que pone… ¿Héctor? Pero se llama Javier, ¿no?
Samantha resopla al otro lado de la línea de Skype y a Elena le parece que se muerde la lengua para no dar más información de la cuenta.
—Bueno, lo de menos es cómo dice él que se llama… Pero no te preocupes. No creo que se case con tu amiga.
—¿Y eso?
—No puede. Porque ya está casado.
Infinidad de veces, Elena me ha confesado después que esperaba cualquier otra revelación sobre Javier y que, cuando Samantha dice que está casado, no siente sorpresa, sino alivio porque, de pronto, las piezas comienzan a encajar.
Por supuesto, ella argumenta que sí, que sabe que Javier estuvo casado, pero que hacía años que estaba separado y que su mujer es una loca que vive gracias a su generosidad en Málaga.
La actriz casi se ahoga del ataque de risa.
—¿Eso le ha contado a Pandora? ¡Qué cabrón! Pues no, está casado ahora mismo, en estos momentos, todavía… Yo a ella no la conozco. Sólo sé que es extranjera y mayor. Tengo un vídeo de la primera y única vez que la vi, pero prefiero enseñárselo directamente a Pandora, si no os importa. Hablad con ella y, cuando quiera pruebas, llamadme.
Con los pelos como escarpias por haber averiguado ella solita de qué va el cuento, Elena piensa que el nuevo descubrimiento esclarece mucho las cosas y que, gracias a Samantha, mi ruptura con Javier es un hecho. También se da cuenta de que la noticia no me va a hacer ninguna gracia y, como ya ha experimentado en carne propia mis momentos de furia desatada, decide que no tiene ninguna intención de contármelo ella sola. Chica lista.
La noticia corre de móvil en móvil y, a los pocos minutos, todas mis amigas, además de Julia, Juan Carlos y Pepe, saben que Javier o Héctor, como se llame, es un novio mentiroso y fraudulento y se genera una corriente nueva de entusiasmo y energía que se traduce en la conclusión de que, decididamente, hay que descubrir su juego. Para eso sirve la verdad, para echar más leña al fuego.
Y como no hay nada que le guste más a un mentiroso que la oportunidad de soltar mentiras, mis amigos deciden provocar otra sesión de trolas, pero para eso yo me tengo que marchar. Sacarme otra vez del país es la mejor baza que tienen los conspiradores para que Javier se mueva libremente y poder seguirle. Y, en eso, Julia tiene las riendas.
Cuando el jueves aparezco por el periódico, después de una semana de ausencia, Julia me encaloma el viaje a Venecia, previsto para el lunes siguiente.
Maldigo la inoportunidad de haber guardado ya la maleta, pero pienso que, quizá, podría volver a sacarla y llenarla con ropa de los dos, de Javier y mía, y repetir la escapada romántica que hicimos a Marrakech de la que, no sé si porque sólo fueron dos días o porque no salimos de la habitación más que para ir a cenar, no tengo muchos recuerdos. Ni fotos, la verdad.
Puede que esta vez podamos salir de la habitación de Venecia (a mí no me queda más remedio, al fin y al cabo yo voy a trabajar) y dar una vuelta por el Gran Canal, visitar La Salute o besarnos entre las palomas de la plaza de San Marcos.
Suena terriblemente cursi y el almíbar de mis propios pensamientos me provoca un escalofrío, pero supongo que, más que disgusto, es la falta de costumbre.
Sin embargo, él no parece muy entusiasmado con la propuesta de acompañarme, «Tengo cosas que hacer aquí», me dice, pero al señorito tampoco le gusta nada la idea de que yo me vaya a la ciudad más romántica del mundo dos días con un fotógrafo.
Una vez más, no tengo ganas de discutir, así es que me encojo de hombros y me agarro a lo que es obvio:
—Es trabajo, Javier. No puedo decir que no, porque me viene muy bien el dinero. Me he gastado una pasta en Nueva York y estoy tiesa. Ahora mismo me viene de perlas lo que me van a pagar.
—¿Qué dices? Vaya chorrada, Pandora, pero si ganas un pastón. Te tienes que estar haciendo de oro con los relatos y vas a ganar todavía más dinero cuando publiques el libro.
Estoy a punto de preguntarle a qué libro se refiere, porque yo no tengo pensado escribir ningún libro, cuando caigo en la cuenta de que es la primera vez que tengo con Javier la poco elegante conversación sobre lo que gano y no me ha gustado nada el tono con el que ha sugerido que conoce mi estado financiero. Una remota señal de alarma, alentada por la rápida asociación de ideas con la eterna disputa de la separación de bienes, se enciende en algún lugar prácticamente inexplorado y en desuso de mi cerebro, allí donde se dosifica la prudencia.
—Vaya… No te sabía tan al tanto de mis cuentas… Pues que sepas que esta casa se paga como todas las casas del mundo: con una hipoteca. Hipoteca y facturas que voy pagando con mi sueldo que, como soy
freelance
, es bastante irregular. Ahora mismo tengo un pagador y un trabajo que me da de comer. Como comprenderás no puedo decirle que no cuando me ofrece un reportaje. Sería de idiotas. Así que no te enfades, por favor, pero me voy el lunes a Venecia a trabajar.