Sexy de la Muerte (34 page)

Read Sexy de la Muerte Online

Authors: Kathy Lette

BOOK: Sexy de la Muerte
6.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Vamos —objetó Kit, con una ligera irritación asomando en su voz—. Te negaste a creer que una mujer pudiera machacar a un hombre porque no corresponde con la profecía de mamá.

La atracción que sentía Shelly por Kit se extinguió como la llama de una vela.

—¡Dios, qué arrogante eres! ¡Tendrías que haberte pedido tu propia mano en el altar! No puedo creer que arriesgara mi vida para salvarte cuando…

—¿Vida? ¿Qué vida? ¿Profesora de música de adolescentes escandalosos? Lo más destacado de tu vida antes de que me conocieras era que te regalaran una caja de bombones en la entrada de una gasolinera.

Shelly miró a Kit entrecerrando los ojos. Se había equivocado. Lo que sentía no era amor. Era obviamente la gripe, o intoxicación por alimentos.

—¡Sí, quería vivir un poco… pero vivir contigo es peligroso para la salud de una chica! —«Oh, llamando al Doctor Freud a recepción.» Ahora Shelly llegó a la conclusión de que sus reacciones iníciales habían sido correctas después de todo. Ese hombre no era más que un calco de su padre… egoísta, imprudente, loco. Un auténtico dolor de muelas en toda regla. Sus delitos menores se escribieron en su mente como una lista de la compra. Una lista de cosas que ella no quería. «Una cosa era cierta —pensó—, estaba claro que el secreto de un matrimonio feliz era un secreto condenadamente bien guardado.»

Matilda tiró violentamente de la mano de su padre. Los dos adultos bajaron la mirada hacia su carita sombría manchada de suciedad.

—¿Qué, cariño? —dijo Kit.

Matty señaló la puerta de la barraca.
La Tigresse
estaba ahí apoyada, mirándoles con ojos entrecerrados y suspicaces, con la pistola colgada en un brazo.

Shelly pensó que, dado que Coco era una «romántica empedernida», quizá fuera una estupidez, por no decir descaradamente peligroso, romper justo ahora.

Mirar por el interior de un fusil
Kalashnikov
sería un momento de estrechar lazos afectivos para cualquier pareja. Cuando discutía con Kit, ella quería tener la última palabra, sí, pero no en su epitafio.

—Coco —dijo Matty con curiosidad, con las manos puestas en sus minúsculas caderas, mirando a la revolucionaria—. Los combatientes del crimen combaten el crimen. Los bomberos combaten el fuego. ¿Y qué es lo que combaten los guerrilleros
{25}
? No puede ser la libertad porque vas a dejar que papá, Shelly yo nos vayamos, ¿verdad?

Ay Dios. De tal palo, tal astilla. Shelly se desesperó. Ella y Kit miraron a Coco con agitación.

Sin embargo,
La Tigresse
sólo soltó una gran carcajada.

—Subiendo pog la montaña, podguía habegte matado, Shelly, en cualquier momento.

—Oh, bien —dijo Shelly, con toda la indiferencia que un inminente paro cardíaco podía permitir.

—Aunque, Matty… —Coco se encogió de hombros—. Como yo, Shelly es
romantique.
En este momento de la histoguia todo el mundo es tan cínico hacia el idealismo. Pego yo digo que lo que el mundo necesita es idealismo desenfguenado… y una AK47. —Se echó la pistola al hombro—. Le conté a Gastón cómo me ayudasteis, sacándome de la cágcel y luego escondiéndome de
Super Flic
. Tenemos el dinego de Pandoga. Le complace devolvegos vuestgo dinego del pguemio. —Shelly cogió el sobre de papel de embalaje con gratitud—. Aún no ha acabado vuestga pequeña aventura de luna de miel. Tenéis que ig a Madagascag antes de que
Super Flic
os siga la pista. Hay un pueblecito de pescadogues cegca de aquí. Podéis fletag un bagco. Pego si Kit actúa como un
grand saláud
, entonces quizás debeguías pegagle una patada en las bolas e igte sola —sugirió, con astucia.

—Venga —rió Kit, con tono crispado—. Oye, Shelly y yo tenemos nuestras diferencias, cómo no, pero nuestra unión es sólida porque tenemos mucho en común…

—Sí, desprecio mutuo y aborrecimiento absoluto. —Shelly abrió el sobre que contenía las cincuenta mil libras y le pasó a Kit una parte de las ganancias—. Una vez que salgamos de la isla, podemos separarnos. —Después de todo, suspiró para sus adentros, era una mujer muy ocupada… tenía que llevar su vibrador a la revisión de los cinco mil kilómetros.

Coco lanzó un juego de llaves de coche hacia el cielo y las cogió al vuelo con profesionalidad.

—¿Vienes, Kit?

—Bueno… —Kit se llevó un dedo a la barbilla, pensativo—. Uf, no sé. Tengo una clase pendiente de
feng shui
erótico… ¡por supuesto que voy, mujer!

*

Lo que probablemente se habría clasificado como un riesgo para el tráfico en cualquier otro lugar del mundo civilizado Coco lo veía como una carretera normal. El
Saab
viejo y abollado de la revolucionaria francesa cogió velocidad, catapultó y cayó en picado por caminos de tierra de la montaña hasta que por fin llegaron a la costa. Fue un viaje en coche que amenazó con hacer que los empastes de las muelas de Shelly salieran despedidos. En un pueblo tras otro, los destrozos del ciclón eran patentes. Casas endebles se habían doblado de forma papirofléxica unas dentro de otras, y las puertas pendían de las bisagras como borrachas. Trozos de hormigón, de los cuales se habían desprendido casas de fibra de vidrio, bordeaban la carretera cual dientes.

Cuando las mujeres sufren ataques hormonales, se consumen grandes cantidades de chocolate, acompañadas habitualmente por una ligera compra de zapatos. Pero los cambios de humor de la Madre Naturaleza no eran tan fáciles de apaciguar. Y pronto quedó claro que, a pesar de su arranque tormentoso, aún no había descargado toda su furia.

Matilda fue la que se percató de la nieve gris. Aplaudió con entusiasmo y rogó que pararan para hacer muñecos de nieve. Al principio Shelly supuso que era ceniza de algún fuego forestal, pero cuanto más se aproximaban a la capital, Saint Denis, más hollín gris caía sobre ellos en forma de caspa. El cielo se oscureció, a pesar de que sólo era media tarde. El cambio de viento trajo un fuerte olor a sulfuro.

—¡Oh merde!
—Coco dio un grito sofocado—. Es el viejo Humeante.

—¿Qué?

Por un momento Shelly vio a Coco buscar mentalmente las palabras menos alarmistas.

—Lo siento, h'ente, pego no hay una buena fogma de decig que estáis a punto de moguig quemados pog un mag de lava.

Un temblor de tierra balanceó el coche, explicando la situación de manera más sucinta de lo que podría hacerlo Coco.

—Santa María madre de Dios —exclamó Kit, el católico no practicante, conforme una nube colosal de gases incandescentes se arrojaba hacia la tierra—. No me lo digas. El volcán. Está en erupción.

—¿El volcán está en erupción? —Shelly se giró hacia el asiento trasero, repitiendo las palabras a Kit en un esfuerzo por entender la barroca idiotez de todo aquello. ¿Un ciclón y ahora un volcán? Aquí el clima era más melodramático que una dama de la pantomima.

—Que no cunda el pánico. Sólo estoy bromeando.
Le Pitón de la Fournaise
sólo entga en egupción una vez al año. Es el volcán más activo del mundo —les tranquilizó Coco.

Un temblor sísmico vibró desde el centro de la tierra y el coche se detuvo con un zigzag. Mientras Coco peleaba con el arranque, los ojos de Shelly detectaron movimiento a través de la neblina cenicienta en la carretera que continuaba. Como en una plaga bíblica, serpientes, mangostas y milpiés gigantes bajaban contorsionándose, retorciéndose y escarbando por los flancos de la montaña justo hacia ellos.

Kit, que tenía los dientes apretados, quería saber por qué los vulcanólogos no habían predicho que la montaña se estaba preparando para retumbar.

—Hay un obsegvatoguio, el
Instituí Physique de Globe
, pego el ciclón lo destguyó —explicó Coco despreocupadamente—.
Le Pitón de la Fournaise
está al sugueste de la isla. Esta montaña volcánica en la que estamos está extinguida. No hay nada de que pgueocupagse.

Sin embargo, conforme el coche avanzaba dando tumbos por el camino de la montaña, quedó claro que esto era descaradamente falso. No era
Le Pitón de la Fournaise
el que había echado chispas. Era la montaña en la que estaban
, Pitón des Neiges
, la cual estaba teniendo una eyaculación geográfica. Dios, ¿es que Shelly era la única que no estaba disfrutando de acción? Hasta la montaña llegaba al clímax:
Coitus Eruptus
. Sin embargo, conforme corrían hacia la siguiente curva, Shelly se dio cuenta de que no había ningún motivo para bromear. La cima se había levantado y agrietado, escupiendo rocas al rojo vivo y lava hacia el mar, y el flujo de magma se estaba tragando todas las casas y los coches que estaban en su camino. La papilla abrasadora estaba rezumando montaña abajo delante de ellos a cien kilómetros por hora, y llovían piedras y ceniza. Toda la vegetación a su alrededor estaba ardiendo.

El miedo envolvía a Shelly como las llamas.

—¿No dijiste que este volcán estaba extinguido? —chilló. Hasta su luna de miel, rara vez se había preocupado por la vida después de la muerte. Estos días parecía que sólo se preocupaba por la vida antes de la muerte, esto es, «¿iba a tener alguna?». Shelly lamentaría haberse casado con Kit Kinkade hasta el día de su muerte… si llegaba a vivir todo ese tiempo. Era un caso de Síndrome de Muerte Súbita del Adulto. Pues sí. Como forma de acortar la esperanza de vida de uno, Shelly podía recomendar encarecidamente el matrimonio.

—Jesús bendito. Estamos en grave peligro, ¿verdad? —indagó Kit de manera apremiante.

—Verdad —le dio la razón Coco de manera inexorable.

Por una vez, ni siquiera Matilda tuvo preguntas.

Diferencias entre sexos: Salud

 

Las mujeres cogen catarros, dolores de cabeza, la depre…

Los hombres, con síntomas idénticos, cogen la gripe, una migraña y la crisis de los cuarenta…

«Hipocondría» es un eufemismo para decir «hombre». Si un hombre niega esto, entonces la hipocondría es la única enfermedad que no tiene.

21

Kamikaze

Existen muchas razones para una conversión religiosa súbita. Una particularmente buena sería encontrarse tirado en el camino de un volcán activo, metido en un coche con un fugitivo y un terrorista buscado y siendo acechados por los cazarrecompensas de una ex mujer y un jefe de policía psicópata.

Shelly estaba rezando mientras llenaban el motor y competían con la lava descendiendo hacia el mar por la ladera de la montaña. Conforme el asfalto daba paso a la mugre desencantada, Coco viró bruscamente a la izquierda hacia un pueblo pesquero. Al principio Shelly sintió cómo una ola sísmica la bañaba. Sin embargo, al aproximarse más a la aldea, vio que era un pueblo fantasma, envuelto en cenizas volcánicas.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Shelly desesperada, buscando frenéticamente movimiento entre la ceniza gris.

—Creo que tenemos que concluir —dijo Kit sin alterar la voz— que cualquier lugareño que parezca un poco distante y antipático… bueno, es que en realidad está muerto.

—Tendguéis que pgobag suegte en el aegopuegto —determinó Coco.

Pero unos pocos kilómetros más adelante quedó claro que no estaban solos en su determinación de volar. Toda la población restante de la isla de Reunión parecía dirigirse en la misma dirección.

El sol estaba ahora oculto por una nube, el cielo de un gris amarillento oscuro. La tierra rugía como la tripa de un gigante. Parecía como si el mundo estuviera de mudanza. Una ráfaga de viento caliente anómalo se cernió sobre las laderas, como si huyera de la cima de la montaña. Era como ser maldecido por un secador infernal. El humo se enrolló en olas, silbando como un rompeolas a través de los pinos. Shelly pensó que tenía ceniza en los pulmones a causa del aire con olor a huevo podrido. O que quizá una pequeña pila de gravilla se había asentado en su estómago. El mundo racional parecía haberse salido completamente de su órbita. Hubo otro gruñido grave y bajo, seguido por un
boom
conforme el magma estallaba en el aire con un efecto de fuegos artificiales y más lava chorreaba por la ladera temblorosa de la montaña.

Shelly miró a Kit. Su cuerpo estaba tan rígido que parecía como si le hubieran disparado.

—¿Has notado que nunca hay ningún miembro de la industria turística alrededor cuando los necesitas? —dijo a la ligera para beneficio de Matty, conforme ésta le miraba con ojos asustados.

El estómago de Shelly dio arcadas como sacudido por una tormenta en el mar. De repente tenía mono de vivir.

—¿Piensas mucho en la muerte? —susurró a Kit, lúgubremente.

—Dios, no —respondió Kit—. Eso es lo último que quiero hacer.

—¿Cómo puedes bromear en un momento como éste?

—¿Cómo puedes tú no hacerlo?

Ahora la ceniza caía sobre ellos como lluvia negra. Los coches encendían los faros para avanzar… aunque tampoco es que se pudiera avanzar mucho por las carreteras rebosantes. Llevaría horas recorrer los once kilómetros hasta el aeropuerto con ese atasco, pero Coco sólo tardó diez minutos por los callejones que conocía asombrosamente bien. Los faros se apagaron, ella se desvió por un pueblo de chabolas con calles de un solo sentido y cooperativas pesqueras decrépitas.

—¿Adónde vamos, papá? —preguntó Matty con una voz diminuta.

—No importa —sollozó Shelly, con la cabeza apoyada en las manos—. ¡Todas las carreteras llevan al infierno!

—Oh, ¿podemos ir a algún otro sitio? Estoy casado. Ya he estado allí —bromeó Kit, pero el estrés tensaba sus palabras. Abrazó con fuerza a Matty conforme el coche chirriaba dando un esquinazo sobre dos ruedas—. El volcán se ve precioso desde aquí, mira. —Hizo un esfuerzo por distraer a su hija, señalando los labios naranja ardiente de la montaña que le hacían pucheros al cielo. Pero hizo el efecto contrario. Matty dio un grito ahogado cuando una nueva ola de gusanos rojos bulló de la herida abierta de la tierra.

Shelly acarició la mano de Mattty.

—La única vista bonita de la isla de Reunión será la que tendremos desde la ventana del avión cuando estemos largándonos de aquí —dijo con firmeza.

Coco los sacó del coche al final de la pista. Señaló un agujero de la valla.

—Pog ahí evitáis las aduanas. La sala de embagques estagá caótica, lo cual es bueno. Buena tapadega. ¡Cuidad vuestgos
chakgas
, soñadogues chalados! —La falsa
hippie
y
femme
no tan
fatale
guiñó un ojo a los tres turistas desconcertados—. Cuando migo en mi bola de kguistal, ¿sabéis lo que veo?… Un pez de cologues. Y ahoga debo igme y gguepasag algunos dogmas con mi
kagma
. —Dio una carcajada y su coche supersónico se alejó vibrando por la carretera desierta.

Other books

Break Every Rule by J. Minter
Blood Instinct by Lindsay J. Pryor
True Heart by Kathleen Duey
The Shop on Blossom Street by Debbie Macomber
Johnston - I Promise by Johnston, Joan
Shallow Graves by Jeffery Deaver