Read Siempre Unidos - La Isla de los Elfos Online
Authors: Elaine Cunningham
—Pero los elfos de aquí son pocos y no tienen verdadero poder —dijo la diosa, esperando que realmente fuera así—. Yo enviaré clanes enteros, elfos que construirán ciudades y fabricaran armas mágicas. Tus primitivos orcos te buscarán con la esperanza de cazarlos. Te convertirás en un gran poder, en el dios de todos aquellos que odian y cazan a los hijos de Corellon.
Finalmente el Señor de las Bestias asintió.
—Iré —dijo simplemente, y entonces se introdujo de un salto en el globo brillante.
La visión que Araushnee había conjurado se disipó con un leve crujido. Cuando se hizo el silencio, el dios de la caza había desaparecido.
Una risa de triunfo nació en la garganta de Araushnee, se hizo más profunda hasta agitar su liso abdomen y creció más y más hasta desbordarse en carcajadas. La risa no cesaba, haciéndose cada vez más potente y turbadora hasta que pareció fundirse con el ulular del viento.
Abajo, en el valle, los feroces orcos detuvieron su orgía de sangre para escuchar el impío sonido y, por primera vez ese día, conocieron el auténtico miedo.
La larga noche de lucha había quedado atras y la luz del sol que se filtraba por el dosel del bosque proporcionaba calor y fuerza al fatigado dios elfo. Pronto estaría en casa. Corellon percibía el cambio en el aire. Pronto estaría en casa. Corellon percibía el cambio en el aire y notaba el poder en el suelo que hollaba. Ya sentía la magia de Arvandor que fluía por él, y aceleró el paso. Había vencido a Gruumsh, pero la batalla había suscitado demasiadas cuestiones que debían resolverse.
De un macizo de zumaques escarlata detrás de él brotó un ronco gruñido animal. Corellon se puso en tensión, atónito. No había oído acercarse ningún animal, y no conocía ningún animal en el bosque que fuera su enemigo. El dios elfo se volvió cautelosamente hacia el sonido, con la mano en la empuñadura de su espada, y justo entonces el follaje pareció estallar en una embestida brutal.
Un monstruoso ser peludo se abalanzó contra él, con los brazos extendidos y garras curvadas con las que agarrarlo. Corellon atacó y dio un tajo al sesgo a una de las curtidas palmas de la criatura. Antes de que la bestia pudiera reaccionar, el elfo se había alejado de un brinco.
—¡Malar! —le espetó, pues sabía del Señor de las Bestias, y nada bueno por cierto—. ¿Cómo osas cazar en un bosque elfo?
—Cazo donde me place —gruñó en respuesta Malar—, y a quien me place.
Al tiempo que decía esto, la bestia agachó la cabeza y se lanzó contra el elfo como un cérvido a la carga. De la cabeza de Malar surgieron astas, cada una de las cuales se bifurcaron al instante en una veintena de puntas letales semejantes a dagas.
Corellon se mantuvo firme, agarró la espada firmemente con las dos manos y la impulsó contra los cuernos. Rápidamente giró para dar la espada a Malar y, acto seuido, se inclinó hacia adelante al tiempo que levantaba la espada, enredada en la cornamenta.
La increíble velocidad de la maniobra del elfo combinada con el impulso de llevaba Malar hicieron que su contrincante, que era mucho más pequeño, lo lanzara por los aires. El Señor de las Bestias aterrizó de espaldas con tanta fuerza que rebotó en el suelo. Corellon saltó al frente. Con un pie inmovilizó el brazo de Malar contra el suelo, y entonces apretó la punta de su acero contra la garganta cubierta de negro pelaje de su rival.
—Ríndete —exigió el Señor de los Elfos—, y podrás marcharte sin sufrir ningún daño.
Malar soltó un gruñido de desafío y con el brazo que tenía libre se dispuso a propinar un tremendo golpe a las piernas del elfo. Corellon paró el golpe con la espada y le cercenó un par de garras para curarse en salud. Rápidamente, el elfo invirtió la dirección de la estocada para hundir el arma en la garganta de Malar. Pero el Señor de las Bestias había desaparecido.
La punta de la espada de Corellon cortó la hierba aplastada y abrió un profundo surco en el suelo. Durante un segundo, el dios se tambaleó, y antes de que pudiera asentarse con firmeza en el suelo, alguien le atizó un golpe desde atrás que lo hizo salir disparado. Una risa grave y rasposa resonó por el bosque mientras el ágil elfo se hacía un ovillo y rodaba.
Ahora el dios elfo estaba enfadado. Una cosa era que Gruumsh lo desafiara allí (después de todo Gruumsh era el principal dios de su panteón, un dios poderoso y un adversario digno, aunque traicionero), pero Malar era un dios menor que buscaba adoradores entre las razas depredadoras de un centenar de mundos. Que un dios así lo desaiera era un insulto.
El elfo se puso en pie y giró sobre sus talones, empuñando la espada. Ante él flotaba un enorme miembro incorpóreo que parecía la pata delantera de la titánica pantera. Las garras eran aterciopeladas; Malar había golpeado a Corellon un malicioso gatito que jugara con un ratón.
Corellon cerro con fuerza la mano alrededor de la empuñadura de su arma. Dentro de
Sahandrian
las luces se arremolinaron y chisporrotearon en armonía con la cólera que sentía su dueño.
El dios elfo arremetió contra ese extraño enemigo. La espada giraba, se movía como una flecha, grabando profundas líneas en la pata del felino y haciendo volar mechones de pelaje negro. La risa de Malar pronto se convirtió en bramidos de ira y de dolor. Las zarpas de la pantera también atacaban y trataban de desgarrar, pero no alcanzaron ni una sola vez al dios elfo. Corellon bailaba alrededor del miembro de Malar, hostigándolo y ofreciendolo aberturas donde no las había para que el Señor de las Bestias atacara una vez y otra. El elfo se resarcía con creces de cada ataque fallido de Malar.
La furia que sentía éste y su incontenible instinto para matar matar lo impulsaron a seguir luchando, hasta que la sangre cubrió por completo su pelaje de pantera y la piel desgarrada, reelando tendones e incluso hueso. Pasaron largos minutos hasta que el Señor de las Bestias cayó en la cuenta de que actuaba guiado por el deseo de sangre en vez de por una estrategia sensata. Nuevamente el dios cambió de forma y un velo de total oscuridad envolvió al elfo.
Corellon se quedó helado a media estocada. No lo había sorprendido la subita noche que había caído sobre él —conocía las manifestaciones de Malar y ya lo esperaba—, sino por la sofocante sensación de maldad en la miasma que lo envolvía. Instintivamente, se precipitó hacia un lado, pero la nube que era Malar se movió con él. En la oscuridad resonó la risa profunda y desagradable, que hizo aún más intensa la sofocante mortaja de maldad.
Un fantasmagórico resplandor rojo cayó sobre el elfo. Corellon levantó la vista hacia los enormes ojos que flotaban cerca de la cresta de la nube. Sin vacilar, levantó su espada por encima de la cabeza y la lanzó hacia arriba con todas sus fuerzas.
Sahandrian
dio dos volteretas en el aire en una espiral de pura luz, mientras hendía la circundante maldad. La punta de la espada se hundió entre los ojos carmesíes de Malar.
Con un bramido de angustia y rabia que sacudió los árboles vecinos, el Señor de las Bestias desapareció.
Corellon parpadeó en la súbita claridad y al oír el zumbido que anunciaba el triundante descenso de
Sahandrian
se aparto. La espada cayó al suelo con la punta hacia abajo y un ruido sordo.
Mientras limmpiaba la espada de sangre, secreciones y tierra plegada, Corellon reflexionó sobre los combates que había vencido. Gruumsh había recbido una grave y perdurable herida, Malar había sido completamente derrotado y, al menos por un tiempo, expulsado. Ambas eran hazañas que serian recordadas en canciones y que darian pie a mil leyendas.
Pero Corellon no podía sentir orgullo ni alegria por esas victorias, pues tenía el presentimiento de que los que había conseguido ese dia no era gloria sino nuevos y mortales enemigos para las demás deidades elfas y para sus hijos, los elfos mortales.
Araushnee se apresuró a regresar al corazon de Arvandor, al bosque en el que vivía junto a sus hujos y Corellon Larethian. Pese a que regresaba al hogar, la diosa no estaba contenta; había presenciado la batalla entre Malar y Corellon a través de otro de sus orbes mágicos. En el curso de un solo día dos de los agentes que había elegido habían sido incapaces de acabar con Corellon. Una vez más el dios elfo, sin saberlo, había impedido que ella ocupara el lugar que le correspondía, a la cabeza del panteón elfo.
Pese a estar contrariada, a Araushnee le produjo un cierto alivio despojarse del atuendo de cazadora que había tomado prestado de su hija y ponerse un vaporoso vestido y delicadas chinelas, ambos tejidos por sus propias manos con la seda de araña más fina. La diosa entró en la alcoba de su hija sin llamar y dejó caer el equipo de caza en el suelo.
Pero, excepcionalmente, Eilistraee estaba en casa y se preparaba para participar en alguna fiesta en el bosque. La joven levantó la mirada de las botas que se estaba atando, sobresaltada por la interrupción. Sus ojos plateados se posaron en sus pertenencias desparramadas por el suelo, luego en la cara de su madre, y sintió una mezcla de placer y excitación.
—¡Oh, madre! ¡Has ido de caza! ¿Por qué no me dijiste que querías ir? ¡Podriamos haber ido juntas y pasárnoslo en grande!
—Sí, desde luego —pensó Araushnee en voz alta mientras que en su mente consideraba rápidamente las opciones. Necesitaba aliados y sería estúpido pasar por alto a quienes tenía más cerca.
Ciertamente, Eilistraee no hubiera sido su primera elección. La joven era temperamental y dada a los cambios de humor; un momento era una niña despreocupada que bailaba como un rayo o corría como un lobo plateado por el bosque, y al momento siguiente era tan seductora como una sirena o tan seria como un dios enano. Bueno, la chica estaba en una edad en la que esos cambios eran normales, se dijo Araushnee mientras obserbava a su hija. Eilistraee ya no era una niña y, además, demasiado hermosa para su gusto, pues Araushnee no toleraba ninguna competencia, viniera de donde viniese. La joven diosa había heredado el rostro de su madre pero su cabello y sus ojos eran de un tono plateado qu eindefectiblemente le recordaba a su odiada rival, Sehanine Moonbow. Otra cosa que molestaba a la menuda Araushnee era que su hija era muy alta, aunque no podía por menos de admirar la fuerza y la gracia quie poseían los largos brazos y piernas de Eilistraee. Ningún dios del Seldarine podía vencer a la Doncella Oscura en una carrera, y pocos alcanzaban su pericia con el arco.
Sí, definitivamente había posibilidades en Eilistraee, concluyó astutamente su madre. Araushnee dudaba de que fuera capaz de inducir a su hija a ir abiertamente en contra de Corellon, pues adoraba a su padre. Sin embargo, era joven y su ingenuidad podía convertirse en una poderosa arma contra el Señor de los Elfos. Además, aparte de necesitar aliados, Araushnee también necesitaba chivos expiatorios. Eilistraee le serviría de un modo y otro.
—Tienes razón, mi valiente cazadora —dijo Araushnee con una calidez desacostumbrada y enlazando a su hija por la cintura—. Ya es hora de que cacemos juntas. Tengo un plan. Escucha y dime si te gusta...
En el Olimpo los días son largos, más largos que el paso de los años en algunos mundos. pero a Araushnee ese día en particular se le hizo demasiado corto. La mañana fue un no parar. Primero no lo quedó más remedio que recorrer todo el bosque con Eilistraee para informarse de las habilidades y costumbres de su hija, y tramar formas de volver ese conocimiento contra la joven cazadora.
Su otro hijo, Vhaeraun, también intervendria. Araushnee se pasó un buen rato instruyéndolo en su papel. No fue una tarea nada fácil, ya que todo el Seldarine estaba celebrando las dos victorias de Corellon Larethian. Por grande que fuera Arvandor, esquivar a varias docenas de deidades elfas no resultó sencillo, ni tampoco retener la atención de Vhaeraun: muchas jóvenes diosas, y también una o dos de las más maduras, urgieron al hermoso joven a unirse a la fiesta.
Finalmente, cuando el sol estaba en lo más alto, Araushnee dejó que Vhaeraun participara en la fiesta y ella fue en busca de Corellon, pues el dios se extrañaría si no lo hacía. Ambos posaron las horas más luminosas del día charlando y coqueteando, aunque ella tuvo que fingir una alegria que no sentía. Actuar como consorte nunca le había representado ningún problema, pero demasiadas cosas se habían roto y a Araushnee le costaba halagar y contar historias ingeniosas cuando su mente bullía con los detalles de la conspiración. Al cabo de una rato pudo escabullirse pretextando, entre sonrisas, que ya lo había acaparado demasiado tiempo y que los demás lo esperaban para festejar sus victorias. El plan había tramado Araushnee era brillante, pues todos los elfos, quizá con la única excepción de ella, valoraban la hermandad del Seldarine por encima de todas las cosas. Araushnee tenía que ir a algunos lugares y hacer cosas que nadie debía ver.
Los dioses elfos raramente salían de Arvandor, excepto para ocuparse de las necesidades de sus hijos elfos y alimentar sus artes, pero en esa larga tarde Araushnee viajó a multitud de lugares extraños y espantosos en busca de guerreros para la guerra que pronto iba a estallar. Los elfos constituían un pueblo antiguo, casi tanto como los dioses que les habían dado vida, y muchas criaturas los envidiaban y odiaban. Araushnee llevo la semilla de la guerra a los dioses de todos esos pueblos: orcos, ogros, goblins, hobgoblins, monstruos, dragones del mal, criaturas del cielo y de los mares más profundos, e incluso seres de los planos elementales. Desde luego, no se les apareció en su forma elfa, pues eso sería exposnerse a una muerte segura o, en su defecto, a que el Seldarine descubriera su plan. Para llevar a cabo esa misión Araushnee adoptó una nueva y letal forma, adecuada para sus talentos, y que los dioses malignos sabrían apreciar.
El sol se ponía ya sobre el bosque elfo cuando Araushnee regresó al Olimpo, satisfecha de lo conseguido. Pero su alegría se desvaneción al encontrarse en su propia casa a una visitante inesperada.
La forma translúcida de Sehanine Moonbow paseaba nerviosamente por el vestíbulo, presa de gran agitación. Cuandao Araushnee entró, la diosa de la luna se detuvo y señaló a la diosa oscura con un dedo aún brumoso.
—Araushnee, te acuso de traición al Seldarine, de conspirar con orcos y crímenes aún peores —proclamó con voz argentina.
Una sombra de inquietud pasó por la mente de Araushnee. ¿Qué sabía Sehanine? Y lo más importante, ¿hablaba inducida por los celos o tenía pruebas concluyentes de su perfidia? Araushnee se cruzó de brazos, clavó la mirada en la brumosa diosa y dijo friamente: