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Authors: Eduardo Mendoza

Sin noticias de Gurb (6 page)

BOOK: Sin noticias de Gurb
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07.12
Después de mostrarme de un modo somero el funcionamiento de los aparatos de uso más frecuente en el bar, el señor Joaquín y la señora Mercedes suben a bordo de un Seat Ibiza, el cual parte.

07.19
Recorro el establecimiento, pasando revista al instrumental. Creo que sabré hacer funcionar todos los aparatos, salvo uno muy complicado denominado grifo.

07.21
Pongo a punto la cafetera para que los clientes no tengan que esperar a que se caliente el agua.

07.40
Voy preparando bocatas con idéntica finalidad, pero a medida que los hago, me los zampo.

07.56
Descubro una cucaracha sobre el mostrador. Intento aplastarla con una loncha de jamón de York, pero huye y se oculta en un intersticio, entre el mostrador y el fregadero. Desde allí me hace burla con las antenas. Ahora vas a ver tú. Cucal en dosis masivas.

08.05
No encuentro por ninguna parte las jarritas de cerveza. Bebo aplicando los labios al caño. Me sale espuma por todos los poros. Parezco un borreguito.

08.20
Entra el primer cliente. Quiera Dios que pida algo fácil.

08.21
El primer cliente se dirige a mí y me da los buenos días. Respondo en idénticos términos. Mentalmente doy instrucciones a la cafetera, a la nevera y a los croissants para que también le den los buenos días. El primer cliente parece quedar gratamente sorprendido de esta cortés salutación.

08.24
El primer cliente pide un café con leche. Compruebo con horror que la cafetera no se ha calentado. Quizá adolece de un defecto de fabricación o quizá yo olvidé accionar algún botón o clavija. Ante la perspectiva de que el primer cliente se vaya sin haber hecho su correspondiente consumición, opto por meterme el enchufe de la cafetera en las fosas nasales y transmitirle parte de mi carga energética por este conducto. La cafetera se funde, pero sale un café riquísimo.

08.35
Sirvo el café con leche al primer cliente. Con los nervios se me derrama la mitad. Todavía me cuelga de la nariz el cable eléctrico y me doy cuenta (demasiado tarde) de que en vez de leche he puesto Cucal en el café. Temperatura, 21 grados centígrados; humedad relativa, 50 por ciento; vientos flojos del nordeste; estado de la mar, rizada.

11.25
Mientras intento despegar del techo una tortilla de veintidós huevos, regresa al bar el señor Joaquín. Antes de que pueda percatarse de los desperfectos, le digo que yo repondré, de mi propio bolsillo, la cafetera, la nevera, el lavaplatos, el televisor, las lámparas y las sillas. Para animarle, le informo de que esta mañana la clientela ha sido numerosa. La caja, que él dejó vacía al irse, contiene ahora ocho pesetas. Quizá no di bien las vueltas. Pese a mis temores, el señor Joaquín reacciona con indiferencia, como si todo lo que le cuento no le interesara. Ni siquiera le sorprende encontrarme en el techo
sin
escalera. Entonces me doy cuenta de que ha vuelto al bar solo, esto es, sin la señora Mercedes. Me intereso por lo ocurrido.

11.35
El señor Joaquín
frunce el ceño
y me dice que han internado a la señora Mercedes en un hospital y que habrán de operarla mañana sin falta. Al parecer, se han presentado algunas complicaciones que exigen una intervención rápida. Mientras me refiere lo antedicho, vamos cerrando el bar.

11.55
Regreso a la ciudad en metro. Aunque todas las chicas que viajan en el metro están buenísimas, yo no me fijo en ellas, porque tengo el corazón en un puño.

12.20
Hasta la hora de comer, hago tiempo inspeccionando algunas obras que se llevan a cabo en solares céntricos. Parece ser que está de moda construir hacia abajo más que hacia arriba. Edificios de cinco o seis plantas sobre el nivel de la calle, cuentan con diez o quince plantas subterráneas, destinadas, casi siempre, a parking o pupilaje. De ambas modalidades, esta última, la denominada pupilaje, es de largo la más cara. Muchas familias acomodadas han de enfrentarse a una terrible disyuntiva: o enviar a los hijos a estudiar a los Estados Unidos o tener el coche a pupilaje. Esto no sucedía hace años, cuando no existían los automóviles, y menos aún cuando no existían los automóviles ni los Estados Unidos. En aquella época antigua, los edificios apenas si contaban con una planta subterránea, llamada sótano y destinada a bodega, despensa y mazmorra.

Sin embargo, las cosas no fueron siempre así. En una época anterior, de la cual no queda memoria en los archivos de la Tierra, todas las casas eran subterráneas. Los hombres primitivos que las construyeron imitaban en esto a los animales constructores, como los topos, los conejos, los tejones y los patos (de entonces), y como ningún animal de los mencionados sabía poner un ladrillo sobre otro, a los hombres, que no tenían más maestro que la Naturaleza, tampoco se les ocurría hacerlo. En aquella época había ciudades enteras que no afloraban ni un palmo sobre el nivel del suelo. Debajo estaban las calles, las plazas, los teatros y los templos. La celebérrima Babilonia (no la que aparece en las crónicas y los libros de historia, sino otra anterior, situada cerca de donde hoy se encuentra Zúrich) era totalmente subterránea, inclusive sus reputados jardines colgantes, concebidos y realizados por un arquitecto y horticultor llamado Abundio Greenthumb (más tarde deificado), que consiguió que los árboles y las plantas crecieran
hacia abajo.

14.00
Llego al lugar donde ayer estaba la churrería y veo que ya no está. Desconcierto. Preguntando a unos y a otros doy con ella. Resulta que la churrería es, en realidad, un remolque habilitado como churrería. Una de las paredes laterales del remolque se abate por medio de unas bisagras y se transforma en mostrador. Tras el panel, dentro del remolque, figura la churrería propiamente dicha. Este sistema permite a su dueño instalar la churrería (con el debido permiso municipal) allí donde las expectativas de negocio son o parecen ser más halagüeñas. Así, los días laborales, a primera hora de la mañana, suele encontrársele en la parte alta de la Bonanova, donde la concentración de colegios es mayor y donde cuenta con una clientela fiel entre los alumnos, los acompañantes de los alumnos y el profesorado; a otras horas acude a otros lugares, como, por ejemplo, la puerta de la cárcel Modelo, donde le compran los abogados que visitan a sus clientes, los familiares de estos clientes, los guardias que vigilan a estos mismos clientes y algunos clientes que han logrado fugarse, o frente a la puerta de urgencias del Hospital Clínico (personal sanitario, heridos leves y enfermos de
poca
gravedad que desean acceder a la categoría de enfermos de
mucha
gravedad), o frente a la Plaza de Toros Monumental (turistas y banderilleros locos), o frente al Palau de la Música Catalana (miembros de la Orquesta Ciutat de Barcelona, sección vientos), y así sucesivamente.

15.00
Regreso a casa. En la puerta del ascensor hay un letrero que dice: NO FUNCIONA. Se refiere sin duda al ascensor. Decido subir a pie.

15.02
Al pasar frente a la puerta del piso de mi vecina me detengo. En el interior suenan voces. Desmonto el timbre, me introduzco el cable eléctrico en las orejas y escucho. ¡Es ella! Al parecer, su hijo se muestra remiso a ingerir un plato de verdura. Ella le insta a comer diciéndole que si no come no crecerá ni será fuerte como Supermán; por si estos argumentos no bastan, añade que si no se traga toda la coliflor en menos de cinco minutos le partirá los dientes con el taburete de la cocina. Me avergüenzo de hollar de este modo la intimidad de su hogar, dejo los cables colgando de la caja y continúo subiendo las escaleras.

15.15
Me como los diez kilogramos de churros que he comprado. Me gustan tanto que, acabado el último, me como también el papel aceitado que los envolvía.

16.00
Tendido en la cama y con la vista clavada en el techo, del que cuelgan varias arañas grandes como melones, pienso en mi vecina. Por más que me devano los sesos (que no tengo), no doy con la forma idónea de abordarla. Llamar a su puerta e invitarla a cenar no me parece prudente ni oportuno. Tal vez la invitación debería ir precedida de un obsequio. En ningún caso debo enviarle dinero, pero, si a pesar de todo decidiera enviárselo, mejor en billetes de banco que en monedas. Las joyas presuponen una relación más formal. Un perfume es un regalo delicado, pero muy personal; se corre el riesgo de no acertar el gusto de la persona a la que se desea obsequiar. Laxantes, emulsivos, apósitos, vermicidas, antirreumáticos y demás productos farmacéuticos, excluidos. Es muy probable que le gusten las flores y los animales domésticos. Podría enviarle una rosa y dos docenas de dobermans.

17.20
Me asalta el temor de que mi vecina tome cualquier regalo procedente de mí como un
atrevimiento
. Intento exterminar las arañas con Cucal.

17.45
Necesito ropa. Salgo a la calle. Me compro unas bermudas. Me darían un aspecto desenfadado si no salieran por debajo las perneras de los calzoncillos de felpa, pero la verdad es que no puedo prescindir de ellos, pues, aunque el clima es casi veraniego (y con tendencia a un ligero aumento de las temperaturas), mi metabolismo se adapta mal al cuerpo humano. Tengo siempre los pies helados, al igual que las pantorrillas y los muslos; las rodillas, en cambio, me bullen, y lo mismo me sucede con uno de los glúteos (con el otro, no); y así sucesivamente. Lo peor es la cabeza, quizá debido a su intensa actividad intelectual a que la someto de continuo. Su temperatura sobrepasa a veces los 150 grados centígrados. Para paliar este calor llevo siempre un sombrero de copa, cuyo interior voy rellenando con cubitos de hielo que compro en las gasolineras, pero el remedio, por desgracia, es pasajero. Enseguida el hielo se licúa, el agua hierve y la chistera sale despedida con tal potencia que las primeras que tuve aún siguen en el aire (ahora he mejorado el sistema sujetando el ala de la chistera al cuello de la camisa con una goma resistente). También me he comprado tres camisas de manga corta (azul cobalto, amarilla, granate), unos mocasines de ante para llevar
sin
calcetines y un traje de baño floreado con el que me han asegurado que me haré el
amo
de todas las piscinas. Que Dios les oiga.

19.00
De vuelta a casa, me quedo pensando frente a la televisión. Urdo un plan para trabar contacto con mi vecina sin despertar
sus
sospechas respecto de
mis
intenciones. Ensayo frente al espejo.

20.30
Voy a casa de mi vecina, llamo quedamente a su puerta con los nudillos, me abre mi vecina en persona. Me disculpo por importunarla a estas horas y le digo (pero es mentira) que a medio cocinar me he dado cuenta de que no tengo ni un grano de
arroz
. ¿Tendría ella la amabilidad de prestarme una tacita de
arroz
, añado, que le devolveré sin falta mañana por la mañana, tan pronto abran Mercabarna (a las 5 de la mañana)? No faltaría más. Me da la tacita de
arroz
y me dice que no hace falta que le devuelva el
arroz
, ni mañana, ni nunca, que para estas emergencias están los vecinos. Le doy las gracias. Nos despedimos. Cierra la puerta. Subo corriendo a casa y tiro el
arroz
a la basura. El plan está funcionando mejor de lo que yo mismo había previsto.

20.35
Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido dos cucharadas de aceite.

20.39
Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido una cabeza de ajos.

20.42
Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido cuatro tomates pelados, sin pepitas.

20.44
Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido sal, pimienta, perejil, azafrán.

20.46
Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido doscientos gramos de alcachofas (ya hervidas), guisantes, judías tiernas.

20.47
Vuelvo a llamar a la puerta de mi vecina. Me abre ella personalmente. Le pido medio kilo de gambas peladas, cien gramos de rape, doscientos gramos de almejas vivas. Me da dos mil pelas y me dice que me vaya a cenar al restaurante y que la deje en paz.

21.00
Tan deprimido que ni siquiera tengo ganas de comerme los doce kilos de churros que me he hecho traer por un mensajero. Sal de fruta Eno, pijama y dientes. Antes de acostarme entono las letanías a voz en cuello. Todavía sin noticias de Gurb.

DÍA 19

07.00
Hoy se cumple una semana (en el sistema decimal) de la desaparición de Gurb y la efemérides, unida a los demás reveses de fortuna que he sufrido últimamente, acaban de abatir mi ánimo. Para combatir la depresión me como los churros que dejé anoche y salgo de casa
sin
lavarme los dientes.

08.00
Me persono en la catedral con la intención de ofrecer un cirio a Santa Rita para que vuelva Gurb, pero al acercarme al altar, tropiezo y con el cirio prendo fuego al lienzo que lo cubre. El siniestro es sofocado fácilmente, pero no antes de que resulten fritas dos ocas del claustro. Mal presagio.

08.40
Saliendo de la catedral entro en un bar y desayuno (los churros de antes no cuentan) tortilla de atún, dos huevos fritos con morcilla, tasajo y berberechos. Para beber, cerveza (un tanque). Este piscolabis debería animarme, pero lejos de ello, su deglución me trae el recuerdo de la señora Mercedes, que a estas horas debe de estar siendo intervenida. Prometo ir a Montserrat a pie (sin desintegrarme) si sale con bien del trance.

09.00
Bajo paseando por las Ramblas, me meto por algunas calles laterales. En esta parte de la ciudad la gente es variopinta y bastaría su sola contemplación para saber que Barcelona es puerto de mar aunque no lo fuera. Aquí confluyen razas de todo el mundo (y también de otros mundos, si se me incluye a mí en el censo) y aquí se cruzan y descruzan los más variados destinos. Es el paso de la Historia el que ha formado este barrio y el que ahora lo nutre con sus polluelos, uno de los cuales, dicho sea de paso, acaba de chorizarme la cartera.

09.50
Continúo el paseo y las reflexiones a que éste me induce. Para pasar inadvertido, decido adoptar una constitución física de raza negra (pero con la fisonomía y la hechura de Luciano Pavarotti), mayoritaria en la zona. De todos los seres humanos, los llamados negros (porque lo son), parecen ser los mejor dotados: más altos, más fuertes y más ágiles que los blancos, e igual de tontos. Los blancos, sin embargo, no los tienen en alta estima, tal vez porque perdura en el subconsciente colectivo el recuerdo de un tiempo muy remoto, en el cual los negros fueron la raza dominante, y los blancos, la dominada. La riqueza del imperio negro provenía del cultivo de árboles frutales, cuya cosecha exportaban casi íntegramente al resto del mundo. Como las demás razas se dedicaban sólo a la caza, pues desconocían la agricultura y aun la pesca, su dieta era muy nociva y necesitaban desesperadamente de la fruta para reducir el nivel de colesterol. La opulencia y el poder del imperio negro duraron mientras duró el cultivo intensivo de las naranjas y las peras, los melocotones y los albaricoques. La decadencia empezó con el emperador Baltasar II, bisabuelo de aquel otro Baltasar, que viajó a Belén en compañía de Melchor y Gaspar. Baltasar II, apodado el Mentecato, hizo extirpar todos los frutales del imperio y dedicar la tierra fértil a la producción de mirra, un artículo que entonces, como ahora, tenía poca salida en el mercado.

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