Srta. Marple y 13 Problemas (13 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
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—No, querida, no exactamente —replicó miss Marple—. Mire, si yo fuera a matar a alguien, lo cual, por supuesto, no imagino ni por un momento porque sería una maldad y además no me gusta matar, ni siquiera a las avispas, aunque

que debe hacerse y estoy segura de que los jardineros lo hacen tan humanamente como es posible. Pero veamos, ¿ que estaba diciendo?

—Que si usted fuera a matar a alguien... —le recordó sir Henry.

—Oh, sí. Bien, si quisiera hacerlo, no me contentaría con asustar. Leemos a menudo que la gente fallece de terror, pero considero que es un método un tanto incierto y las personas más nerviosas son mucho más valientes de lo que uno cree. Preferiría algo definitivo y seguro, y trazaría a conciencia un buen plan para ponerlo en práctica.

—Miss Marple —dijo sir Henry—, me asusta usted. Espero que nunca se le ocurra eliminarme. Su plan sería demasiado bueno.

Miss Marple le miró con aire de reproche.

—Creí haber dejado bien patente que nunca sería capaz de una maldad semejante —exclamó miss Marple—. No, sólo intentaba situarme en el lugar de... de cierta persona.

—¿Se refiere a George Pritchard? —preguntó el coronel Bantry—. Yo nunca creí que George... aunque, si quiere saber la verdad, hasta la enfermera lo cree. Fui a verle un mes después, cuando la exhumación. Ella ignoraba cómo lo hizo, la verdad es que no dijo nada en absoluto, pero era evidente que creía que George era responsable de la muerte de su esposa. Estaba convencida.

—Bueno —comentó el doctor Lloyd—, tal vez no anduviera muy equivocada. Permítame que le diga que una enfermera puede saber esas cosas. Quizá no pueda decir nada concreto, ni tenga pruebas, pero
lo sabe.

Sir Henry se inclinó hacia delante.

—Vamos, miss Marple —le dijo en tono persuasivo—. Está usted perdida en sus pensamientos. ¿Por qué no nos los cuenta?

Miss Marple se sobresaltó y se puso muy colora —da.

—Le ruego me perdone —replicó—, estaba pensando en la enfermera de nuestro distrito. Un caso muy difícil.

—¿Más difícil que el problema del geranio azul?

—En realidad todo depende de las primaveras —dijo miss Marple—. Quiero decir que Mrs. Bantry dijo que eran amarillas y rosadas. Si la que se volvió azul era de color rosa, desde luego encaja perfectamente, pero si fue una de las amarillas...

—Fue una de las rosadas —respondió Mrs. Bantry. Todos miraron a miss Marple.

—Entonces todo encaja —explicó la anciana moviendo la cabeza con pesar—. La estación de las avispas y todo lo demás. Y desde luego el gas.

—Supongo que le recordará incontables tragedias ocurridas en el pueblo —dijo sir Henry.

—Tragedias no —contestó miss Marple—. Y desde luego nada criminal. Pero sí me recuerda ciertas complicaciones que hemos tenido con la enfermera del distrito. Después de todo, las enfermeras son seres humanos y, a pesar de tener que ser tan correctas y de llevar esos cuellos tan incómodos... bueno, ¿puede uno extrañarse de que a veces ocurran ciertas cosas?

Una tenue lucecita iluminó la mente de sir Henry.

—¿Se refiere a la enfermera Carstairs?

—Oh, no, a la enfermera Copling. Mire, ella ya había estado antes en la casa y apreciaba a Mr. Pritchard, que según ustedes es un hombre atractivo. Yo diría que la pobre pensó... bueno, no es necesario entrar en detalles. No creo que supiera lo de miss Instow y, cuando lo descubrió, quiso revolverse y ocasionarle todo el daño posible. Claro que la carta la delata, ¿no le parece?

—¿Qué carta?

—Bueno, fue ella quien escribió a la adivinadora a petición de Mrs. Pritchard y la adivinadora acudió al parecer como respuesta a la carta. Pero más tarde descubrieron que en aquella dirección no existía semejante persona. Por lo tanto, eso demuestra que la enfermera Copling únicamente simuló escribirla, de manera que, ¿no es muy probable que fuese ella misma la adivinadora?

—No me había fijado en el detalle de la carta —comentó sir Henry—. Y desde luego es un dato muy importante.

—Un paso muy arriesgado —dijo miss Marple—, ya que Mrs. Pritchard pudo haberla reconocido a pesar de su disfraz. Aunque, de haber sido así, la enfermera hubiera dicho que se trataba de una broma.

—¿Qué quiso significar al decir que si usted fuera cierta persona no hubiera confiado sólo en asustar? —preguntó sir Henry.

—No se puede estar seguro de esa manera —replicó miss Marple—. No, yo creo que la amenaza y las flores azules fueron, si me permite emplear un término militar,
camuflaje
—se rió satisfecha.

—¿Y lo auténtico?

—Sé —dijo miss Marple a modo de disculpa— que tengo metida en la cabeza la idea de las avispas. Pobrecillas, son destruidas a miles y, por lo general, en días de verano tan hermosos como éste. Pero recuerdo haber pensado al ver a un jardinero mezclando cianuro de potasio en una botella con agua que se parecía mucho a las sales. Y si se coloca en un frasco de sales sustituyéndolo por éstas... La pobre señora tenía la costumbre de utilizar su frasquito de sales y dicen que lo encontraron junto a su mano. Luego, mientras Mr. Pritchard fue a telefonear al médico, la enfermera lo cambiaría por el frasco auténtico y abriría un poco el gas para disimular el olor a almendras amargas. Siempre he oído decir que el cianuro no deja rastro si se espera lo suficiente. Pero es posible que me equivoque y tal vez puso algo completamente distinto en la botella, pero eso no tiene importancia, ¿verdad?

Miss Marple hizo una pausa para cobrar aliento.

Jane Helier, inclinándose hacia delante, dijo:

—Pero, ¿y el geranio azul y las otras flores?

—Las enfermeras siempre tienen papel tornasol, ¿no es cierto? —exclamó miss Marple—, para... para hacer pruebas. No es un tema muy agradable y no vamos a entrar en detalles. Yo he hecho también de enfermera. —Enrojeció ligeramente—. El azul se vuelve rojo por la acción de un ácido y el rojo azul por la de un álcali. Fue fácil pegar un pedazo de papel tornasol rojo encima de una flor roja, cerca de la cama desde luego, y después, cuando la pobre señora destapara su frasquito de sales, las emanaciones del fuerte álcali volátil la transformaron en azul. Realmente muy ingenioso. Claro que el geranio no sería azul la primera vez que entraron en la habitación. Nadie se fijó en él hasta después. Cuando la enfermera cambió las botellas, acercó la de las sales alcalinas a la pared durante un minuto.

—Parece como si hubiera estado presente, miss Marple —dijo sir Henry.

—Los que me preocupan —continuó miss Marple— son Mr. Pritchard y esa muchacha tan encantadora, miss Instow. Probablemente sospecharían el uno del otro y por ello se han ido distanciando, y la vida es tan corta.

Meneó la cabeza.

—No necesita preocuparse —replicó sir Henry—. A decir verdad, yo ya sospechaba algo. Acaba de ser detenida una enfermera acusada de haber asesinado a un anciano paciente suyo que le había dejado su herencia. Para ello sustituyó las sales de su frasco por cianuro de potasio. La enfermera Copling quiso repetir el mismo truco. Miss Instow y Mr. Pritchard ya no pueden tener dudas sobre cuál es la verdad.

—¿No es estupendo? —exclamó miss Marple—. No me refiero al nuevo crimen, desdeluego. Es muy triste y demuestra la maldad que hay en el mundo y que, cuando se tropieza una vez... eso me recuerda que debo terminar mi conversación con el doctor Lloyd acerca de la enfermera de mi pueblecito.

Capítulo VIII
-
La señorita de compañía

—Ahora usted, doctor Lloyd —dijo miss Helier—, ¿no conoce alguna historia espeluznante?

Le sonrió con aquella sonrisa que cada noche embrujaba al público que acudía al teatro. Jane Helier era considerada la mujer más hermosa de Inglaterra y algunas de sus compañeras de profesión, celosas de ella, solían decirse entre ellas: “Claro que Jane no es una
artista
. No sabe
actuar
, en el verdadero sentido de la palabra. ¡Son esos ojos...!”.

Y esos ojos estaban en aquel momento mirando suplicantes al solterón y anciano doctor que durante los cinco últimos años había atendido todas las dolencias de los habitantes del pueblo de St. Mary Mead.

Con un gesto inconsciente, el médico tiró hacia abajo de las puntas de su chaleco (que empezaba a quedársele estrecho) y buscó afanosamente en su memoria algún recuerdo para no decepcionar a la encantadora criatura que se dirigía a él con tanta confianza.

—Esta noche me gustaría sumergirme en el crimen —dijo Jane con aire soñador.

—Espléndido —exclamó su anfitrión, el coronel Bantry—. Espléndido, espléndido. —Y lanzó su potente risa militar—. ¿No te parece, Dolly?

Su esposa, reclamada tan bruscamente a las exigencias de la vida social (mentalmente estaba planeando qué flores plantaría la próxima primavera), convino con entusiasmo:

—Claro que es espléndido —dijo de corazón, aunque sin saber de qué se trataba—. Siempre lo he pensado.

—¿De veras, querida? —preguntó miss Marple cuyos ojos parpadearon rápidamente.

—En St. Mary Mead no tenemos muchos casos espeluznantes... y menos en el terreno criminal, miss Helier —dijo el doctor Lloyd.

—Me sorprende usted —dijo sir Henry Clithering, ex comisionado de Scotland Yard, vuelto hacia miss Marple—. Siempre he pensado, por lo que he oído decir a nuestra amiga, que St. Mary Mead es un verdadero nido de crímenes y perversión.

—¡Oh, sir Henry! —protestó miss Marple mientras sus mejillas enrojecían—. Estoy segura de no haber dicho nunca semejante cosa. Lo único que he dicho alguna vez es que la naturaleza humana es la misma en un pueblo que en cualquier parte, sólo que aquí uno tiene oportunidad y tiempo para estudiarla más de cerca.

—Pero usted no ha vivido siempre aquí —dijo Jane Helier dirigiéndose al médico—. Usted ha estado en toda clase de sitios extraños y en diversas partes del mundo, lugares donde
sí ocurren
cosas.

—Es cierto, desde luego —dijo el doctor Lloyd pensando desesperadamente—. Sí claro, sí... ¡Ah! ¡Ya lo tengo!

Y se reclinó en su butaca con un suspiro de alivio.

—De esto hace ya algunos años y casi lo había olvidado. Pero los hechos fueron realmente extraños, muy extraños. Y también la coincidencia que me ayudó a desvelar finalmente el misterio.

Miss Helier acercó su silla un poco más hacia él, se pintó los labios y aguardó impaciente. Los demás también volvieron sus rostros hacia el doctor.

—No sé si alguno de ustedes conoce las Islas Canarias —empezó a decir el médico.

—Deben de ser maravillosas —dijo Jane Helier—. Están en los Mares del Sur, ¿no? ¿O están en el Mediterráneo?

—Yo las visité camino de Sudáfrica —dijo el coronel—. Es muy hermosa la vista del Teide, en Tenerife, iluminado por el sol poniente.

—El incidente que voy a referirles —continuó el médico —sucedió en la isla de Gran Canaria, no en Tenerife. Hace ahora muchos años ya. Mi salud no era muy buena y me vi obligado a dejar mi trabajo en Inglaterra y marcharme al extranjero. Estuve ejerciendo en Las Palmas, que es la capital de Gran Canaria. En cierto modo, allí disfruté mucho. El clima es suave y soleado, excelente playa (yo soy un bañista entusiasta) y la vida del puerto me atraía sobremanera. Barcos de todo el mundo atracan en Las Palmas. Yo acostumbraba a pasear por el muelle cada mañana, más interesado que una dama que pasara por una calle de sombrererías.

“Como les decía, barcos procedentes de todas las partes del mundo atracan en Las Palmas. Algunas veces hacían escala unas horas y otras un día o dos. En el hotel principal, el Metropol, se veían gentes de todas razas y nacionalidades, aves de paso. Incluso los que se dirigían a Tenerife se quedaban unos días antes de pasar a la otra isla.

“Mi historia comienza allí, en el hotel Metropol, un jueves por la noche del mes de enero. Se celebraba un baile y yo contemplaba la escena sentado en una mesa con un amigo mío. Había algunos ingleses y gentes de otras nacionalidades, pero la mayoría de los que bailaban eran españoles. Cuando la orquesta inició los compases de un tango, sólo media docena de parejas de esta nacionalidad permanecieron en la pista. Todos bailaban admirablemente mientras nosotros los contemplábamos. Una mujer en particular despertó vivamente nuestra admiración. Alta, hermosa e insinuante, se movía con la gracia de una pantera. Había algo peligroso en ella. Así se lo dije a mi compañero, que se mostró de acuerdo conmigo.

“—Las mujeres como ésta —me dijo— suelen tener historia. No pasan por la vida con más pena que gloria.

“—La hermosura es quizá la riqueza más peligrosa —repliqué.

“—No es sólo su belleza —insistió—. Hay algo más. Mírela de nuevo. A esa mujer han de sucederle cosas o sucederán por su causa. Como le digo, la vida no pasa de largo junto a una mujer así. Estoy seguro de que se verá rodeada de sucesos extraños y excitantes. Sólo hay que mirarla para comprenderlo.

“Hizo una pausa y luego agregó con una sonrisa.

“—Igual que sólo hay que mirar a esas dos mujeres de ahí, para saber que nada extraordinario puede sucederles a ninguna de ellas. Han nacido para llevar una existencia segura y tranquila.

“Seguí su mirada. Las dos mujeres a las que se refería eran dos viajeras que acababan de llegar. Un buque holandés había entrado en el puerto aquella noche y sus pasajeros llegaban al hotel.

“A1 mirarlas comprendí en el acto lo que quiso decir mi amigo. Eran dos señoras inglesas, el tipo clásico de viajera inglesa que se encuentra en el extranjero. Las dos debían rayar los cuarenta años. Una era rubia y un poco... sólo un poco llenita. La otra era morena y un poco... también sólo un poco exageradamente delgada. Estaban lo que se ha dado en llamar bien conservadas: vestían trajes de buen corte poco ostentosos y no llevaban ninguna clase de maquillaje. Tenían la tranquila prestancia de la mujer inglesa, bien educada y de buena familia. Ninguna de las dos tenía nada de particular. Eran iguales a miles de sus compatriotas: verían lo que quisieran ver, asistidas por sus guías Baedeker, y estarían ciegas a todo lo demás. Acudirían a la biblioteca inglesa y a la iglesia anglicana en cualquier lugar donde se encontrasen, y era probable que una de las dos pintara de vez en cuando. Como mi amigo había dicho, nada excitante o extraordinario habría de ocurrirle nunca a ninguna de las dos por mucho que viajaran alrededor de medio mundo. Aparté mis ojos de ellas para mirar de nuevo a nuestra sensual española de provocativa mirada y sonreí.

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