Srta. Marple y 13 Problemas (24 page)

Read Srta. Marple y 13 Problemas Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Srta. Marple y 13 Problemas
7.51Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Claro que puede —dijo Mrs. Bantry—. No seas tan escrupulosa. Los mayores podemos comentar algún que otro escándalo. De todas maneras, díganos por lo menos quién era el magnate de la ciudad.

Miss Jane negó con la cabeza y miss Marple continuó apoyando a la joven.

—Debió de ser un caso muy desagradable —le dijo.

—No —replicó Jane pensativa—. Creo... creo que más bien disfruté.

—Bien, es posible —respondió miss Marple—. Supongo que rompería la monotonía. ¿Qué comedia estaba usted representando?


Smith
.

—Oh, sí. Es una de Somerset Maugham, ¿verdad? Todas sus obras son muy inteligentes. Las he visto casi todas.

—Vas a reponerla el próximo otoño, ¿verdad? —le preguntó Mrs. Bantry.

Jane asintió.

—Bueno —dijo miss Marple poniéndose en pie—. Debo irme a casa. ¡Es tan tarde! Pero he pasado una velada muy entretenida. No sucede a menudo. Creo que la historia de miss Helier se lleva el premio. ¿No les parece?

—Siento que se hayan disgustado conmigo —dijo Jane—, porque no sé el final. Supongo que debí decírselo antes.

Su tono denotaba pesar y el doctor Lloyd salvó la situación con su galantería acostumbrada.

—Mi querida amiga, ¿por qué había de sentirlo? Usted nos ha presentado un bonito problema para que aguzáramos nuestro ingenio. Lo único que lamento es que ninguno de nosotros haya sabido resolverlo convenientemente.

—Hable por usted —dijo Mrs. Bantry—. Yo lo he resuelto, estoy completamente convencida.

—¿Sabe que creo que tiene usted razón? —intervino Jane—. Lo que ha dicho parecía muy razonable.

—¿A cuál de sus siete soluciones se refiere? —preguntó sir Henry molesto.

El doctor Lloyd ayudaba a miss Marple a ponerse sus chanclos. “Sólo por si acaso”, dijo. El doctor debía acompañarla hasta su vieja casa y, una vez envuelta en diversos chales de lana, les dio a todos las buenas noches. Después, acercándose a Jane Helier, le murmuró unas palabras en su oído. Tal exclamación de sorpresa salió de los labios de Jane que hizo que los demás se volvieran a mirarla.

Asintiendo con una sonrisa, miss Marple se dispuso a marcharse seguida por la mirada de Jane Helier.

—¿Vas a acostarte, Jane? —preguntó Mrs. Bantry—. ¿Qué te ocurre, Jane? Parece como si acabaras de ver un fantasma.

Con un profundo suspiro, la actriz se rehizo y, sonriendo a los dos hombres, siguió a su anfitriona hacia la escalera. Mrs. Bantry entró con la joven en su habitación.

—El fuego está casi apagado —dijo removiendo inútilmente el rescoldo—. No son ni capaces de encender bien el fuego, estas estúpidas doncellas. Aunque supongo que ya es muy tarde. ¡Vaya, es más de la una!

—¿Crees que hay muchas personas como ella? —preguntó Jane Helier.

Se había sentado a un lado de la cama, al parecer perdida en sus pensamientos.

—¿Como la doncella?

—No, como esa extraña anciana, ¿cómo se llama? ¿Marple?

—¡Oh! No lo sé. Imagino que es bastante corriente encontrar ancianitas como ella en los pueblos.

—Oh, Dios mío —replicó Jane—. No sé qué hacer, de veras.

Suspiró profundamente.

—¿Qué te ocurre?

—Estoy preocupada.

—¿Por qué?

—Dolly —Jane Helier adquirió de pronto un tono solemne—, ¿sabes lo que esa extraña viejecita me murmuró al oído esta noche un poquito antes de marcharse?

—No. ¿Qué?

—Me dijo: “Yo de usted no lo haría, querida. Nunca se ponga en manos de otra mujer, aunque la considere su amiga”. ¿Sabes, Dolly, que eso es absolutamente cierto?

—¿El consejo? Sí, tal vez lo sea, pero no le veo la aplicación.

—Cree que no debo confiar totalmente en otra mujer. Y además estaría en sus manos. No se me había ocurrido pensarlo.

—¿De qué mujer estás hablando?

—De Netta Greene, mi suplente.

—¿Y qué diablos sabe miss Marple de tu suplente?

—Imagino que lo ha adivinado, aunque no sé cómo.

—Jane, ¿quieres explicarme en seguida de qué estás hablando?

—De mi historia, la que acabo de contaros. Oh, Dolly, esa mujer, la que apartó a Claud de mi lado...

Mrs. Bantry asintió y a su memoria acudió el primer matrimonio desgraciado de Jane con Claud Averbury, el actor.

—Se casó con ella y yo podía haberle dicho lo que iba a suceder. Claud lo ignoraba, pero ella pasa los fines de semana con sir Joseph Salmón en el bungalow del que les he hablado. Yo quería descubrirla, demostrar a todo el mundo la clase de mujer que es. Y con un robo, todo hubiera tenido que salir a relucir.

—¡Jane! —exclamó Mrs. Bantry—. ¿Imaginaste tú el caso que acabas de contarnos?

Jane asintió.

—Por eso escogí la obra
Smith
. En ella aparezco vestida de doncella y tengo a mano el disfraz. Y cuando me enviaran al puesto de policía sería lo más sencillo del mundo decir que estaba ensayando mi papel en mi hotel con mi suplente, cuando en realidad estaríamos en el bungalow. Yo me limitaría a abrir la puerta y servir los combinados, y Netta simularía ser yo. Él no volvería a verla, por supuesto, de modo que no habría forma de que la reconociera. Y yo cambio muchísimo vestida de doncella. Y, además, no se mira a las doncellas como si fueran personas. Luego planeábamos llevarlo a la carretera, coger las joyas, telefonear a la policía y regresar al hotel. No me gustaría que sufriera el pobre muchacho, pero sir Henry no parece creer que vaya a sufrir, ¿verdad? Y ella saldría en los periódicos y Claud sabría cómo es en realidad.

Mrs. Bantry se sentó exhalando un gemido.

—Oh, mi cabeza. Y todo este tiempo... Jane Helier, ¡eres terrible! ¡Y nos has contado la historia como si nada!

—Soy una buena actriz —contestó Jane complacida—. Siempre lo he sido, aunque la gente diga lo contrario. No me descubrí en ningún momento, ¿verdad?

—Miss Marple tenía razón —murmuró Mrs. Bantry—. El elemento emocional. Oh, sí, el elemento emocional. Jane, pequeña, ¿te das cuenta de que un robo es un robo y de que podrías acabar irremisiblemente en la cárcel?

—Bueno, ninguno de vosotros lo adivinó —respondió Jane—, excepto miss Marple. —Su rostro volvió a adquirir una expresión preocupada—. Dolly, ¿crees realmente que hay mucha gente como ella?

—Con franqueza, no lo creo —contestó Mrs. Bantry.

Jane volvió a suspirar.

—De todos modos, es mejor no arriesgarse. Y desde luego estaría por completo en las manos de Netta, eso es cierto.
Podría
hacerme chantaje o volverse contra mí. Me ayudó a pensar todos los detalles y dice que me tiene un gran afecto, pero no hay que fiarse nunca de las mujeres. No, creo que miss Marple tiene
razón
. Será mejor no arriesgarse,

—Pero, querida, si ya te has arriesgado...

—Oh, no. —Jane abrió del todo sus grandes ojos azules—. ¿No lo comprendes?
¡Nada de esto ha ocurrido todavía!
Yo intentaba probarlo con vosotros, por así decirlo.

—No lo entiendo —replicó Mrs. Bantry muy digna—. ¿Quieres decir que se trata de un proyecto futuro y no de un hecho consumado?

—Pensaba ponerlo en práctica este otoño, en septiembre. Ahora no sé qué hacer.

—Y Jane Marple lo adivinó, supo averiguar la verdad y no nos lo dijo —añadió Mrs. Bantry dolida.

—Creo que por eso dijo lo que dijo: lo de que las mujeres deben ayudarse. No me ha descubierto delante de los caballeros. Ha sido muy generoso por su parte. Pero no me importa que

lo sepas, Dolly.

—Bueno, renuncia a ese proyecto, Jane. Te lo suplico.

—Creo que lo haré —murmuró miss Helier—. Podría haber otra miss Marple

Capítulo XIII
-
La ahogada

Sir Henry Clithering, ex-comisionado de Scotland Yard, estaba hospedado en casa de sus amigos, los Bantry, cerca del pueblecito de St. Mary Mead.

El sábado por la mañana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto, casi tropezó con su anfitriona, Mrs. Bantry, en la puerta del comedor. Salía de la habitación evidentemente presa de una gran excitación y contrariedad.

El coronel Bantry estaba sentado a la mesa con el rostro más enrojecido que de costumbre.

—Buenos días, Clithering —dijo—. Hermoso día, siéntese.

Sir Henry obedeció y, al ocupar su sitio ante un plato de riñones con beicon, su anfitrión continuó:

—Dolly está algo preocupada esta mañana.

—Sí... eso me ha parecido —dijo sir Henry.

Y se preguntó a qué sería debido. Su anfitriona era una mujer de carácter apacible, poco dada a los cambios de humor y a la excitación. Que sir Henry supiera, lo único que le preocupaba de verdad era su jardín.

—Sí —continuó el coronel Bantry—. La han trastornado las noticias que nos han llegado esta mañana. Una chica del pueblo, la hija de Emmott, el dueño del Blue Boat.

—Oh, sí, claro.

—Sí —dijo el coronel pensativo—. Una chica bonita que se metió en un lío. La historia de siempre. He estado discutiendo con Dolly sobre el asunto. Soy un tonto. Las mujeres carecen de sentido común. Dolly se ha puesto a defender a esa chica. Ya sabe cómo son las mujeres, dicen que los hombres somos unos brutos, etcétera, etcétera. Pero no es tan sencillo como esto, por lo menos hoy en día. Las chicas saben lo que se hacen y el individuo que seduce a una joven no tiene que ser necesariamente un villano. El cincuenta por ciento de las veces no lo es. A mí me cae bastante bien el joven Sanford, un joven simplón, más bien que un donjuán.

—¿Es ese tal Sanford el que ha comprometido a la chica?

—Eso parece. Claro que yo
no sé
nada concreto —replicó el coronel—. Sólo son habladurías y chismorreos. ¡Ya sabe usted cómo es este pueblo! Como le digo, yo no sé nada. Y no soy como Dolly, que saca sus conclusiones y empieza a lanzar acusaciones a diestro y siniestro. Maldita sea, hay que tener cuidado con lo que se dice. Ya sabe, la encuesta judicial y lo demás...

—¿Encuesta?

El coronel Bantry lo miró.

—Sí. ¿No se lo he dicho? La chica se ha ahogado. Por eso se ha armado todo ese alboroto.

—Qué asunto más desagradable —dijo sir Henry.

—Por supuesto, me repugna tan sólo pensarlo, pobrecilla. Su padre es un hombre duro en todos los aspectos e imagino que ella no se vio
capaz
de hacer frente a lo ocurrido.

Hizo una pausa.

—Eso es lo que ha trastornado tanto a Dolly.

—¿Dónde se ahogó?

—En el río. Debajo del molino la corriente es bastante fuerte. Hay un camino y un puente que lo cruza. Creen que se arrojó desde allí. Bueno, bueno, es mejor no pensarlo.

Y el coronel Bantry abrió el periódico, dispuesto a distraer sus pensamientos de esos penosos asuntos y absorberse en las nuevas iniquidades del gobierno.

Sir Henry no se interesó especialmente por aquella tragedia local. Después del desayuno, se instaló cómodamente en una tumbona sobre la hierba, se echó el sombrero sobre los ojos y se dispuso a contemplar la vida desde su cómodo asiento.

Eran las doce y media cuando una doncella se le acercó por el césped.

—Señor, ha llegado miss Marple y desea verle.

—¿Miss Marple?

Sir Henry se incorporó y se colocó bien el sombrero. Recordaba perfectamente a miss Marple: sus modales anticuados, sus maneras amables y su asombrosa perspicacia, así como una docena de casos hipotéticos y sin resolver para los que aquella “típica solterona de pueblo” había encontrado la solución exacta. Sir Henry sentía un profundo respeto por miss Marple y se preguntó para qué habría ido a verle.

Miss Marple estaba sentada en el salón, tan erguida como siempre, y a su lado se veía un cesto de la compra de fabricación extranjera. Sus mejillas estaban muy sonrosadas y parecía sumamente excitada.

—Sir Henry, celebro mucho verle. Qué suerte he tenido al encontrarle. Acabo de saber que estaba pasando aquí unos días. Espero que me perdonará...

—Es un placer verla —dijo sir Henry estrechándole la mano—. Lamento que Mrs. Bantry haya salido de compras.

—Sí —contestó miss Marple—. Al pasar la vi hablando con Footit, el carnicero. Henry Footit fue atropellado ayer cuando iba con su perro, uno de esos
terrier
pendencieros que al parecer tienen todos los carniceros.

—Sí —respondió sir Henry sin saber a qué venía aquello.

—Celebro haber venido ahora que no está ella —continuó miss Marple—, porque a quien deseaba ver era a usted, a causa de ese desgraciado asunto.

—¿Henry Footit? —preguntó sir Henry extrañado.

Miss Marple le dirigió una mirada de reproche.

—No, no. Me refiero a Rose Emmott, por supuesto. ¿Lo sabe usted ya?

Sir Henry asintió.

—Bantry me lo ha contado. Es muy triste.

Estaba intrigado. No podía imaginar por qué quería verle miss Marple para hablarle de Rose Emmott.

Miss Marple volvió a tomar asiento y sir Henry se sentó a su vez. Cuando la anciana habló de nuevo, su voz sonó grave.

—Debe usted recordar, sir Henry, que en un par de ocasiones hemos jugado a una especie de pasatiempo muy agradable: proponer misterios y buscar una solución. Usted tuvo la amabilidad de decir que yo no lo hacía del todo mal.

—Nos venció usted a todos —contestó sir Henry con entusiasmo—. Demostró un ingenio extraordinario para llegar a la verdad. Y recuerdo que siempre encontraba un caso similar ocurrido en el pueblo, que era el que le proporcionaba la clave.

Sir Henry sonrió al decir esto, pero miss Marple permanecía muy seria.

—Si me he decidido a acudir a usted ha sido justamente por aquellas amables palabras suyas. Sé que si le hablo a usted... bueno, al menos no se reirá.

El ex-comisionado comprendió de pronto que estaba realmente apurada.

—Ciertamente, no me reiré —le dijo con toda amabilidad.

—Sir Henry, esa chica, Rose Emmott, no se suicidó, fue asesinada. Y yo sé quién la ha matado.

El asombro dejó sin habla a sir Henry durante unos segundos. La voz de miss Marple había sonado perfectamente tranquila y sosegada, como si acabara de decir la cosa más normal del mundo.

—Ésa es una declaración muy seria, miss Marple —dijo sir Henry cuando se hubo recuperado.

Ella asintió varias veces.

—Lo sé, lo sé. Por eso he venido a verle.

—Pero mi querida señora, yo no soy la persona adecuada. Ahora soy un ciudadano más. Si usted está segura de lo que afirma debe acudir a la policía.

Other books

Impact by James Dekker
India on My Platter by Saransh Goila, Sanjeev Kapoor
God Save the Child by Robert B. Parker
Morrighan by Mary E. Pearson
Decoding Love by Andrew Trees
All That Follows by Jim Crace