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Authors: Dean Devlin & Roland Emmerich

Tags: #Ciencia ficción

Stargate (43 page)

BOOK: Stargate
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Kawalsky, bajando a toda prisa por la pendiente, miró atrás. Otras dos naves se acercaban a toda velocidad por el otro lado de la pirámide. Al verle, ambos pilotos dispararon al mismo tiempo. Cuando las dos potentes bolas explosivas trazaron una larga estela en el cielo, Kawalsky se giró y saltó de cabeza hacia las dunas un segundo antes de que gran parte de la rampa saltara por los aires hecha pedazos.

Episodio XXII

Espéreme

Cuando quería, Ra era un experto jugador. Solía ganar, pero no sólo por su pericia, sino por algo más importante: su inflexible deseo de dominar y estar por encima de todos. Era muy mal perdedor.

Mientras las escaramuzas continuaban al pie de la pirámide, Ra se entretenía con dos juegos a la vez, seguro de que iba a ganarlos. Rodeado de su colección de niños en la cámara de reposo, se distraía jugando a un antiguo juego de estrategia, mientras dirigía la destrucción de los terrícolas.

Sentado muy tieso en un sillón de madera noble cuyos brazos estaban profusamente decorados con una excelente escena de caza, parecía estar completamente absorto en una partida de senet. Este juego, llamado antaño «ajedrez de los faraones» y que aún se juega a lo largo del Nilo, exigía la máxima concentración. Su contrincante era un guapo joven de trece años que, al igual que todos los demás niños llevados a bordo, había sido elegido personalmente por Ra por su extraordinaria belleza física. Ra admiraba a este muchacho más que a los demás no sólo por la pureza de su piel y el gracioso contorno de su cuerpo, sino también por su inteligencia; podía llegar a ser el amigo y compañero que nunca había podido encontrar.

Jugador muy superior, Ra había dado ventaja al otro y sólo miraba las piezas (pirámides y obeliscos) cuando movía el contrincante, lo cual añadía una dimensión psicológica al juego que verdaderamente le hacía disfrutar: conocer la mente de su adversario para prever lo que haría a continuación.

Pero la complicada ventaja de que gozaba en el torneo contra los terrícolas era lo que verdaderamente le entretenía. Escogiendo a propósito a una niña tímida que tartamudeaba al hablar, le había ordenado que se sentara en el alféizar de la ventana y le fuera contando exactamente el desarrollo de la escena que estaba teniendo lugar en la base de la pirámide. La había amenazado con tirarla abajo si se olvidaba de mencionar algo importante. Aterrada, la chica se enganchaba al hablar más que de costumbre y, luchando contra el miedo y las palabras, balbucía datos a veces incomprensibles.

Esta forma de aprovecharse de las circunstancias convertía el trabajo sucio en un artificioso reto intelectual. No contento con matar a los intrusos, deseaba orquestar su ejecución como una composición musical. Y además pensaba hacerlo con una mano atada a la espalda.

Cuando los invasores anunciaron su llegada iniciando el fuego cruzado en el Vestíbulo, Ra no esperó a que la chica escupiera la noticia. Todos los que se hallaban allí escucharon los disparos en el silencio del desierto con la misma claridad que si alguno de los presentes se hubiera puesto a batir palmas. Entonces ordenó a Anubis que sellara la entrada de la pirámide.

Acto seguido, convocó a los guardias de seguridad que aún le quedaban, cuatro Horus, y ordenó que atacaran desde el cielo, que destrozaran a la chusma reunida al pie de los obeliscos, descargando toda la munición de las aeronaves. Habría bastado con dos
udajit
, pero como siempre, Ra buscaba la destrucción con toda la fuerza que tenía a su alcance. Sin decir palabra, los guerreros dieron media vuelta y se dirigieron a toda prisa a los hangares mientras activaban sus cascos, transformándose en una escuadrilla de temibles halcones.

Absolutamente complacido consigo mismo, Ra se inclinó para comer la pirámide del muchacho con un obelisco, movimiento que ponía la partida a su merced. Pero, ante su sorpresa, ni su oponente ni los demás niños contemplaban su victoria. Atraídos por la información de la joven tartamuda, se habían agrupado junto a la ventana para ver con sus propios ojos lo que ocurría abajo.

—¿Es así como me servís? —chilló, barriendo el tablero de un manotazo y dispersando todas las piezas. Al instante se puso en pie como si fuera a pegar al que tenía más cerca, un niño de once años, pero se dirigió a Anubis—: Prepara la bomba y envíala. ¡Rápido!

—Se hará lo que ordenas —dijo Anubis, haciendo una reverencia mientras retrocedía hacia la puerta— o moriré en el intento.

Con la última bengala disponible, O’Neil encabezó la marcha hacia la Puerta de las Estrellas. Al llegar al pequeño corredor donde estaban los dos medallones de cuarzo incrustados en el suelo y el techo, se paró en seco, alarmado. Había antorchas encendidas y colocadas a lo largo de las paredes. Junto a la Puerta de las Estrellas, sobre una mesa que antes no había estado allí, se veía claramente la bomba desmantelada, encima de la misma bandeja de plata que O’Neil había visto en su visita al piso de arriba.

Daniel quiso entrar en la sala, pero el coronel le dio el alto con el brazo. Después de los muchos obstáculos que habían tenido que salvar hasta llegar a aquel punto, no podía creer que Ra dejara sin vigilancia el lugar.

Avanzó hacia la puerta escondiendo la bengala en la espalda y, después de arrojarla al fondo de la sala, se lanzó tras ella, dispuesto a esquivar a los francotiradores.

La sala estaba vacía.

—De acuerdo, Jackson. Actívela.

Daniel, ansioso por salir de allí cuanto antes, soltó la mano de Sha’uri, dejó el fusil al pie del enorme anillo de cuarzo y empezó a trabajar.

Sha’uri había oído hablar toda su vida de la Puerta de las Estrellas, pero era la primera vez que la veía y estaba tan sorprendida por su serena belleza como todos los que habían visto a su gemela en la Tierra. A diferencia de sus compañeros, se sentía una intrusa, como si estuviera profanando un lugar sagrado. Recordaba todo lo que había aprendido en las catacumbas acerca de Ra y este lugar, pero no podía vencer la culpa por lo que estaban haciendo. Y por si esto no fuera ya bastante complicado, sabía que cuando se activara el anillo tendría que elegir entre lanzarse a otro mundo como un saco de patatas o enfrentarse al destino que los soldados de Ra hubieran reservado para ella.

Daniel se metió la mano en el bolsillo y sacó el cuaderno de notas donde estaban los seis símbolos que había copiado del cartucho de las catacumbas. Arrancó la hoja y deslizó la mano en el anillo interior del artefacto, que giró sin apenas dificultad. Colocó el primer símbolo en su lugar. El anillo hizo un ligero chasquido y un segundo después se abrió la abrazadera de encima, dejando al descubierto la piedra de cuarzo situada en el centro. Pero mientras lo hacía girar para situar encima la segunda constelación, sintió que Sha’uri le tiraba de la manga.

—¿
Nani
? —preguntó él.


Koner onio
—dijo la chica.

Al ver que no entendía, Sha’uri señaló la mesa donde el coronel estaba montando la bomba. Era increíble. Estaban a punto de salir por fin de allí y el coronel iba a hacer que saltaran por los aires.

—¡Eh! ¿Qué está haciendo? —preguntó Daniel—. Creí que había dicho que lo que había que destruir era la Puerta de la Tierra.

O’Neil levantó la vista, pero continuó con su trabajo. En una lucha feroz contra el tiempo, se secó el sudor de la frente y siguió ensamblando el mortal artilugio.

—Eso es precisamente lo que espero que haga usted, Jackson: regresar al silo y destruir aquella Puerta.

—Pero yo pensaba que habíamos acordado regresar juntos y…

—Los planes han cambiado, Jackson. —Su tono de voz daba a entender que no estaba dispuesto a negociar—. Yo me quedo.

—¿Que se queda? ¿Por qué? ¿De qué está hablando?

—Tengo que asegurarme de que esto estalle. He de cumplir mi misión. —Y al decirlo, O’Neil introdujo la llave naranja en la ranura situada entre los dos cilindros de la bomba y tecleó las instrucciones en el miniteclado del artilugio. En cuanto pulsó la tecla de introducción de datos, empezaron a parpadear unos números rojos en un pequeño visor:
12:00, 12:00, 12:00
.

—¿Qué pasa con Kawalsky y Feretti? ¿y con ella? —preguntó Daniel, señalando a Sha’uri.

—Se los puede llevar con usted si quiere, pero dése prisa. —Y pulsando otra vez la tecla de antes, se inició la cuenta atrás:
11:59, 11:58, 11:57
. Daniel estaba pasmado. Se quedó allí sin entender lo que hacía O’Neil—. Se está quedando sin tiempo, Jackson.

Daniel miró a Sha’uri y luego al coronel. Estaba a punto de decir algo cuando un agudo chasquido en la sala contigua les dejó a todos inmóviles en su sitio. Al instante siguiente, un silbante proyectil blanco penetró en la sala y alcanzó a Sha’uri entre los hombros. Daniel cogió el fusil, rodó a un lado y empezó a disparar a ciegas. Tres impactos seguidos explotaron en el abdomen del guerrero, partiéndolo casi por la mitad.

Daniel corrió al lado de la muchacha, que yacía en el suelo junto a la puerta, y la acunó en sus brazos. Sangraba mucho y estaba inconsciente. La besó en la frente y le suplicó que reaccionara, que tuviera fortaleza para sobrevivir hasta que pudiera llevarla al otro lado de la Puerta y recibir asistencia médica.

O’Neil se acercó para ver qué podía hacerse con las heridas de Sha’uri. Intentó encontrarle el pulso, pero no tenía. Había muerto.

10:45, 10:44, 10:43.

—Nos tienen cogidos, tío. De ésta no salimos. Nos tienen con los pantalones en los tobillos. Estamos más perdidos que Carracuca.

—Contrólese, soldado —ordenó Kawalsky.

Saltaron a un hueco poco profundo entre la arena y el lateral de la rampa, que no suponía una gran protección frente a las aeronaves. El teniente levantó la cabeza y examinó la zona. Al parecer, Feretti tenía razón.

El ataque aéreo los había cogido totalmente por sorpresa. La unidad estaba ahora diseminada a ambos lados de la rampa, ocultándose en todo lo que pareciera un refugio. No tenían radio, ningún idioma común y, lo que era peor, no tenían ningún plan.

Las aeronaves pasaron por encima bombardeando la zona. A cada pasada que hacían recibían menos fuego desde tierra y, al menos de momento, daba la impresión de que estaban más interesados por tener atrapados a los invasores que por barrerlos de la faz de la tierra. O tal vez no. Como salido de ninguna parte, uno de los planeadores lanzó una ráfaga, destrozando la rampa a menos de un metro y abriendo un agujero en su estructura como si ésta estuviera hecha de espuma acrílica.

—Estamos haciendo el canelo aquí, tío. Y esos tipos lo saben.

—No te preocupes, tengo un plan —murmuró Kawalsky.

—¿Un plan? —Feretti pensó que era un chiste—. Estamos totalmente al descubierto, somos un blanco fácil, hemos perdido la comunicación, no tenemos armas, la mochila más cercana está lejos. Tenga lo que tenga en la cabeza, teniente, yo me lo pensaría dos veces antes de decir que es un plan.

Kawalsky no le hizo caso. Se asomó ligeramente y miró al lugar donde estaban las carretas con el cuarzo.

—De acuerdo. ¿Quieres ver el plan? ¡Pues mira! —Saltó de la zanja y corrió por la arena a velocidad de vértigo esquivando los disparos.

—Jackson, la puerta. —O’Neil le puso la mano en el hombro y le dio un apretón—. No tenemos tiempo, tiene que regresar al silo. ¿Me escucha, Jackson? —El coronel se quedó unos instantes mirando a Daniel, que abrazaba con fuerza el cuerpo de Sha’uri. Sabía lo que era sentir un dolor así, pasar el punto en que uno sabe que todo ha acabado. Él lo había pasado hacía más de dos años, pero no podía consentir que Daniel se permitiera aquel lujo. Le enderezó los dedos de una mano y luego los de la otra, obligándole a ponerse en pie. Luego le dio el consejo hueco y nada confortante que él mismo había oído muchas veces—: Se acabó, Jackson. Está muerta. Despéjese y continúe trabajando. Le necesitamos para cruzar.

Pero Daniel no necesitaba despejarse. La conmoción de haber perdido a Sha’uri había surtido ese efecto en él. Permaneció inmóvil a la entrada de la Puerta, incapaz de recordar quién era y qué estaba haciendo allí.

—Parece que tenemos compañía —oyó decir a O’Neil.

Una púa de luz azulada surgió de repente del medallón del suelo, subió hasta el techo y empezó a extenderse a un lado y a otro. Cuando Daniel se volvió y cuando vio aquello sólo se le ocurrió pensar en una cosa: el sarcófago. Si a él le había devuelto la vida, podía hacer lo mismo con Sha’uri.

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