Starship: Pirata (16 page)

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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Starship: Pirata
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Taniguchi meditó lo que Cole le decía, y finalmente asintió.

—Voy a aceptar sus condiciones. Y ahora, ¿dónde están los diamantes?

—Se los voy a entregar en cuanto tenga el dinero en las manos.

—¿Y por qué piensa que voy a creerle?

—¿Para qué iba a mentirle? Me imagino que me tendrán en la mira de sus armas desde el momento en el que me den el dinero hasta que hayan recibido los diamantes. Soy mercenario y avaricioso, no suicida.

—Espere en el vestíbulo —dijo Taniguchi—. Lo llamaré en cuanto tengamos el dinero.

—Estupendo —dijo Cole, y se dirigió hacia la puerta, que percibió que se acercaba y lo dejó pasar.

Taniguchi entregó el dinero unos veinticuatro minutos más tarde. Cole regresó al espaciopuerto, acompañado por un desfile de ejecutivos y guardias de seguridad. Tras cerciorarse de que Taniguchi y uno de los guardias de seguridad se habían despojado de sus armas, los hizo entrar en la nave, ordenó a Morales que les entregase los diamantes y despegaron antes de que Pilargo pudiera contactar con las autoridades del espaciopuerto.

—¡Por Dios, qué fácil ha sido esto! —dijo Cole cuando alcanzaron la velocidad de la luz.

—Estaba preocupado, señor —dijo Morales—. Ya sé que el plan parecía bueno cuando usted lo explicó, pero, de todos modos, se trataba de presentarse de golpe y exigir que le pagaran unos millones de créditos.

—No tenían otra opción.

—Está claro que no ejerce usted la piratería de la misma manera que el capitán Windsail —dijo Morales—. Me alegro de haberme alistado en la
Teddy R
.

—Su capitán Windsail no comprendió jamás que la recompensa tiene que ser proporcional al esfuerzo —dijo Cole—. Arriesgaba la vida de los miembros de su tripulación, arriesgaba su propia nave, y los beneficios apenas si le bastaban para pagarse el combustible y las municiones. Ésa sería una manera estúpida de llevar cualquier negocio… sobre todo un negocio de piratería.

—Lo sé —dijo Morales—. Pero cuando estaba yo solo en la nave, esperándolo, he llegado a tener miedo de que algo saliera mal.

—Si los planes están bien trazados, es difícil que algo salga mal —le respondió Cole, seguro de sí mismo.

En principio, tenía razón. Pero no le faltaba mucho para descubrir hasta qué punto podía equivocarse en la práctica.

Capítulo 13

—¡Tres millones! —exclamó Sharon Blacksmith. Estaba junto a Cole y Forrice en el laboratorio de ciencias—. ¡Jamás en mi vida había visto más de diez mil juntos! —La mujer acariciaba los impecables fajos de billetes de mil créditos—. ¿Verdad que son hermosos?

—¿Y no has tenido ningún problema? —intervino Forrice.

—No más de los que esperaba —dijo Cole—. Me gritó, me amenazó, contuvo el aliento hasta volverse azul… y finalmente me dio el dinero y le ahorró seis millones de créditos a su compañía. Probablemente, más. Mi estimación original de trece millones me gusta más que la de diez.

—Pues entonces, ¿por qué no insististe en ella?

—Si hubieras podido proporcionarme una tarjeta de identidad capaz de escapar a un examen meticuloso, lo habría hecho —dijo Cole—. Me imagino que en estos momentos la Armada ya debe de saber que estuve en Nueva Madrid.

—Lo que de verdad necesitamos es un topo que pueda infiltrarse en el Ordenador Central de Deluros VIII —dijo Sharon—. Alguien que sea capaz de introducir las huellas y el retinagrama de otra persona bajo tu nombre, y de asignarles a los tuyos una nueva identidad.

—Y ya que estamos en ello, ¿verdad que estaría muy bien que te trajesen un millón de créditos? —dijo Cole.

—¿Para qué molestarme? —respondió ella, sonriente—. Acabas de traerme tres millones.

—No sé si te lo vas a creer, pero no son todos para ti —dijo Cole—. Tenemos que mantener en funcionamiento una nave y pagar a una tripulación.

—Nadie se ha quejado —dijo Sharon—. Por ahora.

—De todas maneras, no tenemos en qué gastarlos —añadió Forrice—. Ahora sí que deberíamos bajar de permiso a algún planeta.

—Habla con Morales para que te diga qué planetas nos recibirán bien —respondió Cole—. Un día de éstos tendremos que recargar la batería nuclear. No estaría nada mal que lo hiciéramos en un planeta amistoso.

—Iré ahora mismo a hablar con él —dijo el molario.

—Habla con él cuando quieras, pero antes tenemos que colocar las joyas.

—¿No te basta con los tres millones de créditos? —preguntó Forrice—. ¿Tenemos que conseguir más? Yo preferiría pasar directamente al consumo de estimulantes líquidos y la persecución de molarias en celo.

—Querría comprar una nave pequeña con el dinero que nos paguen por las joyas —repuso Cole—. El momento en el que corrimos mayores riesgos fue cuando tratamos de alquilar la que utilicé en esta última excursión. Nos vigilarán mucho más de cerca si alquilamos una nave que valga cientos de miles de créditos que si nos presentamos en un planeta con las manos vacías.

—¿Sabes una cosa?, no soporto que tengas razón —murmuró el molario.

—Ahora que lo pienso —siguió diciendo Cole—, ¿Christine ha descubierto quién fue el que aseguró las joyas?

—No se lo he preguntado —dijo Sharon.

—Y yo tampoco —dijo Forrice—. No parecía una cuestión vital cuando te hallabas a cientos de años luz de aquí intentando colocar los diamantes.

—Bueno, pues averiguadlo mientras voy a comer —dijo Cole—. ¿Hay algún otro asunto que requiera mi atención?

—No, ninguno —dijo Forrice, y se marchó hacia el aeroascensor.

—Qué bonito montón de dinero —dijo Sharon, admirada—. Me sabe mal tener que deshacerme de él.

—En tanto que directora de Seguridad, eres responsable de su custodia —observó Cole—. Confío en que lo mantendrás íntegro.

—¿Ni siquiera me vas a pagar por mis servicios sexuales?

—¡Qué diablos!, te mereces tu sueldo —dijo Cole—. Toma diez créditos y no me molestes más.

—Ya verás cuando te estés duchando y Seguridad informe de que un respirador de metano se ha instalado en tu camarote.

—Bueno, está bien. Quince.

Sharon se rió y se puso a contar el dinero. Entonces, la imagen de Christine Mboya apareció enfrente de Cole.

—He encontrado la compañía aseguradora, señor —informó—. Es una división de la Compañía Amalgamated Trust.

—¿Dónde se encuentra su sede?

—En Phalaris II, señor.

—No había oído nunca ese nombre.

—Se halla en el cúmulo de Albión, señor.

—¡Diablos!, eso está a un tercio de galaxia de aquí —se quejó—. Si son una división de la Amalgamated, deben de tener sucursales por toda la República, quizás incluso en la Frontera Interior. Trata de encontrar una que se encuentre cerca…

—Estoy en ello… —dijo Christine, que visiblemente trabajaba con el ordenador—. Tienen una oficina muy pequeña en Binder X, pero, por lo que veo, se dedican tan sólo a la venta, no negocian reclamaciones. Creo que lo mejor será la sucursal de McAllister, señor.

—¿Un planeta de la República?

Christine asintió.

—Sí, señor.

—Qué maravilla —dijo Cole—. ¿A qué distancia se encuentra?

—¿De nuestra posición actual? —dijo Christine—. A unos trescientos diez años luz.

—Está bien —dijo Cole—. Será allí donde les llevemos sus joyas. Encuéntrame un planeta poblado en la Frontera Interior donde podamos alquilar una nave.

—¿Enviará de nuevo a Morales, señor?

—No. Aunque le cambiáramos la tarjeta de identidad, ya tienen sus huellas dactilares y holograma. Si viaja a un planeta, saltarán todas las alarmas. ¡Déjame que lo piense mientras buscas un planeta apropiado!

Cole interrumpió la conexión.

—Escucha —dijo Sharon, que había terminado de guardar los créditos—, si piensas emplear lo que te paguen por las joyas para comprar una nave nueva, ¿por qué no la compras con el dinero que ya tenemos y luego negocias con las joyas para reembolsarlo? Sería mucho más fácil que alquilar otra nave para esta segunda vez.

—No es mala idea —le reconoció Cole—. Ya me parecía a mí que también podías serme útil con la ropa puesta.

—Pues voy a demostrarte de nuevo mi utilidad —dijo Sharon—. Si estás dispuesto a separarte de unos cien mil créditos, podría conseguirte material suficiente para proporcionarle a todo el mundo pasaportes e identidades que colarían incluso en la República.

—¿Y desde cuándo el equipamiento de impresión y codificación es tan caro?

—No es tan caro. Podría conseguirlo por menos de cincuenta mil créditos.

—¿Y para qué es el resto?

—Para pagar al falsificador.

—¿No sabrías hacerlo tú misma?

—Soy buena en esto, pero no tanto. Si lo que queremos es engañar a los servicios de seguridad de la República, necesitaremos a un profesional de verdad.

—¿Tiene usted tratos con un gran número de falsificadores, coronel? —preguntó Cole sardónicamente.

—No —respondió Sharon—. Pero si corre la voz de que estoy dispuesta a pagarles una suma como ésa, tendremos que sacárnoslos de encima con un palo.

—¿Cuánto tiempo crees que se necesitaría?

—¿Para buscar a alguien capaz de falsificar tarjetas de identidad y pasaportes? —respondió Sharon—. Los habrá en todos los planetas poblados de la Frontera. Pero habría que encontrar a uno que sea bueno.

—Yo te preguntaba cuánto tiempo necesitaría un falsificador para hacernos el trabajo.

—Los hay que sabrían prepararte tarjetas de identidad capaces de superar todos los controles que llegue a inventarse mi departamento, y que las tendrían a punto en tres horas, o incluso en menos. Viajamos con una tripulación de unas treinta personas. Vamos a necesitar una para Morales, porque ya no podrá emplear la que se llevó para alquilar la nave, pero, por otra parte, Wkaxgini podría pasarse los próximos diez años en su pequeño envoltorio de plástico, conectado al ordenador de navegación, y ciertamente no va a necesitar ninguna tarjeta. —Calló por unos instantes, como si contase las horas—. Yo pienso que con una docena de días estándar sería suficiente.

—No pienso quedarme en un planeta durante doce días mientras esperamos a que nos hagan tarjetas de identidad para la tripulación entera —dijo Cole—. Le pagaré al falsificador la mitad del dinero en efectivo, esperaré el tiempo necesario hasta que tenga a punto una tarjeta para mí, y tal vez para otros dos, y luego, cuando tenga el trabajo a punto, regresaremos a su planeta y le abonaremos el resto del dinero.

—No creo que ningún falsificador tenga nada que objetar a ese plan —dijo Sharon—. Total, le vas a entregar los retinagramas, voces, huellas dactilares y hologramas de todas las personas a las que tiene que hacerles la tarjeta.

—Pero si se encuentra en la Frontera Interior, ¿a quién se los va a pasar? —le dijo Cole, sonriente.

—A cazadores de recompensas —le respondió ella, muy seria—. Aquí, en la Frontera Interior, son la única ley. Los hay que son muy buenos en su trabajo.

—¿Cómo puedes saber tantas cosas?

—Cuando voy vestida soy la directora de Seguridad, ¿recuerdas?

—Está bien —dijo Cole—. Dejo en tus manos y en las de Christine la elección de un planeta. En cuanto tenga mi nueva tarjeta de identidad, compraré una nave y me marcharé a McAllister a cerrar el negocio mientras las tarjetas de identidad terminan de hacerse.

—Parece razonable —dijo Sharon.

—Estupendo. Así que por fin podré irme a comer —dijo, y se dirigió a la puerta del laboratorio—. Luego nos vemos.

—Ahora que tienes tres millones de créditos, no te olvides de venir con dinero.

Capítulo 14

Cole compró una nave en Hermes II y se quedó en el planeta durante el tiempo suficiente para conseguir una tarjeta de identidad mejor que la que tenía. La
Teddy R
. permanecería en órbita mientras Sharon se encargaba de que se hicieran tarjetas para el resto de la tripulación, y Cole partió en su nueva nave, esta vez en solitario, hacia Allister IV.

Una vez allí, aterrizó en el único espaciopuerto del planeta, pasó por la aduana y se dirigió a un kiosco de información, donde le dieron instrucciones para llegar a la Compañía Amalgamated Trust.

Era un edificio grande para un planeta de población tan escasa. Entonces pensó que las pólizas de seguros no eran más que una pequeña parte del conjunto de operaciones que controlaba la Amalgamated Trust, y que McAllister debía de funcionar como centro bancario para una docena de planetas agrícolas cercanos y el doble de planetas mineros.

Entró en el edificio y miró a su alrededor. No cabía ninguna duda de que la planta baja funcionaba estrictamente como banco. La mayoría del personal era humano, pero también había unos pocos lodinitas, atrianos e incluso un mollute. A medida que uno se acercaba a la Frontera Interior y se alejaba de Deluros VIII y de otros planetas importantes de la República, la demanda de crédito se volvía cada vez menor. Había un puesto de cambio de moneda muy concurrido, en el que aparecían en caracteres luminosos varios tipos de cambio con cuatro decimales, sujetos a continua modificación, para el crédito, el dólar de María Teresa, la libra de Lejano Londres, el rublo de Nueva Stalin, y otra media docena de divisas que podían llegar a aquel extremo de la República.

Al fin, Cole se acercó a un guardia humano.

—Disculpe —dijo—. Estoy buscando una compañía de seguros.

—En este edificio hay tres —respondió el guardia—. ¿Sabe usted cuál es la que busca?

—La Amalgamated.

El guardia asintió.

—Sí, ésa es la más grande. Ocupan toda la cuarta planta. Suba con el aeroascensor de la izquierda, no con el que está al otro extremo del vestíbulo.

—Gracias —dijo Cole.

—Cuando esté allí —siguió diciéndole el guardia—, si no sabe usted el nombre de la persona con la que tiene que hablar, dígale por lo menos a la recepcionista si ha venido para contratar una póliza o para reclamar un pago.

Cole le dio las gracias de nuevo y se dirigió al aeroascensor antes de que el guardia pudiera hacerle más recomendaciones igualmente superfluas. Subió hasta la cuarta planta, pisó un suelo firme y reluciente, y anduvo en línea recta hasta un vestíbulo bien indicado.

—Buenos días, y bienvenido a la Compañía de Seguros Amalgamated Trust —dijo un peludo lodinita, que hablaba a un Equipo-T y aguardaba a que éste dijera la traducción con voz monótona e inexpresiva—. ¿Que desea?

—¿Quién es el responsable de su división de pagos? —preguntó Cole.

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