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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Tarzán y los hombres hormiga (19 page)

BOOK: Tarzán y los hombres hormiga
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Las cúpulas de Veltopismakus eran tan imponentes como las de Trohanadalmakus. En realidad, a Tarzán le parecían infinitamente más grandes, puesto que ahora su tamaño era una cuarta parte del que tenía cuando había salido de allí. Ocho de ellas que estaban totalmente ocupadas y había otra en vías de construcción, pues la población de la superficie de Veltopismakus ya era de ciento ochenta mil almas, y, como no estaba permitida la masificación en la cúpula del rey, las siete restantes estaban atiborradas.

Tarzán y Komodoflorensal fueron conducidos a la cúpula real, pero no entraron por el corredor del Rey, ante cuyas puertas ondeaban los estandartes reales en blanco y oro; fueron escoltados al Corredor de los Guerreros, que se encontraba al oeste. A diferencia de lo que ocurría en Trohanadalmakus, las zonas entre las cúpulas eran bellas y estaban llenas de flores, árboles y arbustos, entre los cuales serpenteaban caminos de grava y anchas carreteras. La cúpula real daba a un gran patio donde se entrenaba un cuerpo de guerreros montados. Había miles de ellos, formando un amak, que consistía en cuatro novands de doscientos cincuenta hombres cada uno, cuyo cuerpo más grande estaba bajo el mando de un kamak y el más pequeño, de un novand. Cinco entex de cincuenta hombres cada uno componen un novand, y hay cinco entals de diez hombres cada uno en un entex; estas últimas unidades están bajo el mando de un vental y un ventex respectivamente. Las evoluciones del amak eran ejecutadas con rapidez caleidoscópica, pues los soldados de a pie eran rápidos y los diadets estaban bien entrenados. Había una evolución en particular, realizada mientras él pasaba, que interesó muchísimo al hombre-mono. Dos novands formaban fila en un extremo de la parada y dos en el otro; a la orden del kamak, los mil hombres se lanzaban velozmente por el campo en dos sólidas filas que se aproximaban una a otra con la velocidad de un tren expreso. Justo cuando parecía imposible que pudiera evitarse un grave accidente, cuando parecía que diadets y jinetes iban a chocar formando una sangrienta maraña de huesos rotos, los guerreros que se precipitaban tan velozmente al este levantaron sus ágiles monturas, que volaron por encima de la cabeza de la fuerza opuesta y aterrizaron al otro lado en una línea que continuaba hasta el otro extremo del campo.

Tarzán comentaba esta maniobra y la belleza del paisaje de la ciudad de Veltopismakus a Komodoflorensal mientras avanzaban por el Corredor de los Guerreros, suficientemente adelantados respecto de su escolta para que Tarzán pudiera hablar en voz baja sin que la guardia se enterara de que empleaba el lenguaje de Minuni.

—Es una hermosa evolución —respondió Komodoflorensal— y ha sido ejecutada con una precisión raras veces alcanzada. He oído decir que las tropas de Elkomoelhago son famosas por la perfección de su entrenamiento, igual que Veltopismakus lo es por la belleza de sus paseos y jardines; pero, amigo mío, estas cosas constituyen la debilidad de la ciudad. Mientras los guerreros de Elkomoelhago practican para perfeccionar su aspecto al desfilar, los de mi padre, Adendrohahkis, están en el campo, fuera del alcance de la vista de mujeres que los admiran y esclavos que los espían, practicando el arte de la guerra en las duras condiciones del campo de batalla y del campamento. Los amaks de Elkomoelhago podrían denotar fácilmente a los de Adendrohahkis en una competición que midiera los más bellos; pero tú mismo pudiste ver cómo menos de quince mil trohanadalmakusianos rechazaron a treinta mil guerreros de Veltopismakus, que no consiguieron pasar la línea de infantería aquel día. Sí, se entrenan de una forma muy hermosa y son valientes, todos los minunianos lo son; pero no se han entrenado en las artes más duras de la guerra. No es la manera de actuar de Elkomoelhago, que es blando y afeminado. A él no le importa la guerra; escucha los consejos que más le gustan, los de los cobardes y las mujeres que lo incitan a mantenerse alejado de la guerra, lo que no estaría mal si también pudieran persuadir a los otros de que se contuvieran.

»Los hermosos árboles y arbustos que convierten Veltopismakus casi en una jungla, y que tanto admiras, también despiertan mi admiración, en especial en la ciudad de un enemigo. ¡Qué fácil sería para un ejército trohanadalmakusiano arrastrarse por la noche, oculto por los bellos árboles y arbustos, hasta las puertas mismas de las cúpulas de Veltopismakus! ¿Entiendes ahora, amigo mío, por qué viste maniobras menos perfectas en la plaza de armas de mi ciudad que las que has visto aquí, y por qué, aunque nos gustan los árboles y los arbustos, no tenemos ninguno plantado en la ciudad de Trohanadalmakus?

Uno de los guardias, que se había acercado a él por detrás, tocó a Komodoflorensal en el hombro.

—Has dicho que Zuanthrol no entiende nuestra lengua. ¿Por qué, entonces, le hablas en un idioma que no entiende? —preguntó.

Komodoflorensal no sabía cuánto de lo dicho había oído el guerrero. Si había oído hablar a Tarzán en minuni sería difícil persuadirlo de que El Gigante no entendía dicho lenguaje; pero debía actuar suponiendo que sólo lo había oído a él.

—Desea aprenderla y estoy intentando enseñarle —respondió Komodoflorensal sin vacilar.

—¿Ha aprendido algo ya? —preguntó el guerrero.

—No —dijo Komodoflorensal—, es muy estúpido.

Y después de esto prosiguieron en silencio, recorriendo largas y suaves pendientes o subiendo las primitivas escaleras que los minunianos utilizan para llegar a los niveles más altos de sus casas cúpula entre los niveles ocasionales que no están unidos por las rampas inclinadas, que se rompen con frecuencia con fines defensivos, pues las escaleras son fáciles de retirar desde arriba, detrás de los defensores en apuros, y el avance del enemigo se frena así más fácilmente.

La cúpula real de Elkomoelhago era de grandes proporciones, y su cima se elevaba a un equivalente de más de ciento veinte metros, en una escala correspondiente al tamaño de la humanidad comente. Tarzán ascendió hasta que estuvo casi tan arriba como abajo había estado en la cantera. Si bien los corredores de los niveles inferiores estaban abarrotados, los que ahora cruzaban se hallaban casi desprovistos de vida. De vez en cuando pasaban por una cámara habitada, pero en general las habitaciones se utilizaban con fines de almacenaje, en especial para comida, grandes cantidades de la cual, curada, se secaba pulcramente envuelta y atestaba hasta el techo muchas de las grandes cámaras.

La decoración de las paredes era menos complicada y los corredores eran más estrechos, en conjunto, que los de los niveles inferiores. Sin embargo, pasaron por muchas cámaras magníficamente decoradas, y en varias de ellas había mucha gente de ambos sexos y todas las edades ocupada en diversas tareas, en actividades domésticas o en alguna clase de artesanía.

Había hombres que trabajaban la plata, quizá modelando un brazalete de delicada filigrana, y otros que grababan hermosos arabescos en cuero. Había alfareros, tejedores, grabadores, pintores, cereros… Estos últimos predominaban al parecer, pues la vela representaba sin duda la vida para estas gentes.

Y entonces, por fin, llegaron al piso superior, muy por encima del nivel de tierra, donde las habitaciones estaban mucho más cerca de la luz del día debido a que el grosor de las paredes disminuía según se aproximaba a la cumbre de la cúpula, pero incluso allí había velas. De pronto el decorado de las paredes del corredor se hizo más complejo, el número de velas aumentó y Tarzán percibió que se estaban acercando a los aposentos de un noble rico o poderoso. Se detuvieron entonces ante una puerta donde había un centinela apostado, con quien se comunicó uno de los guerreros que lo llevaban.

—Dile al zertol Zoanthrohago que hemos traído a Zuanthrol y a otro esclavo que puede comunicarse con él en una extraña lengua.

El centinela golpeó un gran gong con su lanza. Procedente del interior de la cámara, apareció un hombre al que repitió el mensaje del guerrero.

—Que entren —indicó el recién llegado, que era un esclavo de túnica blanca—, mi glorioso amo, el zertol Zoanthrohago, espera a su esclavo Zuanthrol. ¡Seguidme!

Lo siguieron a través de varias cámaras hasta que por fin los llevó a la presencia de un guerrero magníficamente ataviado que estaba sentado tras una gran mesa, o escritorio, sobre el que había numerosos instrumentos extraños, libros voluminosos, cuadernos de papel y útiles de escritura. El hombre levantó la vista cuando entraron en la habitación.

—Es tu esclavo Zuanthrol, zertol —anunció el tipo que los había hecho entrar.

—¿Y el otro? —el príncipe Zoanthrohago señaló a Komodoflorensal.

—Habla la extraña lengua de Zuanthrol y lo han traído para que puedas comunicarte con él si lo deseas.

Zoanthrohago asintió con la cabeza y se volvió a Komodoflorensal.

—Pregúntale —ordenó— si se siente diferente desde que reduje su tamaño.

Cuando Komodoflorensal formuló la pregunta a Tarzán en la lengua imaginaria con la que supuestamente se comunicaban, el hombre-mono negó con la cabeza al tiempo que pronunciaba unas palabras en inglés.

—Dice que no, ilustre príncipe —tradujo Komodoflorensal haciendo uso de su imaginación—, y pregunta si lo devolverás a su tamaño normal y le permitirás regresar a su país, que está lejos de Minuni.

—Como minuniano debería saber —replicó el zertol— que nunca se le permitirá regresar a su país; Trohanadalmakus jamás volverá a verlo.

—Pero él no es de Trohanadalmakus, ni siquiera minuniano —explicó Komodoflorensal—. Vino a nosotros y nosotros no lo hicimos esclavo, sino que lo tratamos como amigo, porque es de un país lejano con el que nunca hemos estado en guerra.

—¿De qué país se trata? —preguntó Zoanthrohago.

—No lo sabemos, pero dice que existe un gran país detrás de los espinos donde viven muchos millones de seres grandes como él. Dice que su gente sería amistosa con la nuestra y por esta razón no lo hicimos esclavo, sino que lo tratamos como invitado.

Zoanthrohago sonrió.

—Si crees esto debes de ser muy ingenuo, trohanadalmakusiano —dijo—. Todos sabemos que no hay nada detrás de Minuni, sino impenetrables bosques de espinos hasta la pared más exterior de la cúpula azul en la que todos moramos. Puedo creer que este tipo no es trohanadalmakusiano, pero sin duda es minuniano, ya que todas las criaturas de cualquier especie viven en Minuni. Sin duda es una forma extraña de Zertalacolol, un miembro de una tribu que habita en alguna remota zona montañosa que nunca hemos descubierto; pero sea lo que sea, nunca saldrá…

En este momento el príncipe fue interrumpido por el sonido del gran gong de la entrada a sus aposentos. Interrumpió su discurso para contar los golpes, y cuando llegaron a cinco y cesaron, se volvió a los guerreros que habían conducido a Tarzán y Komodoflorensal a su presencia.

—Llevad a los esclavos a esa cámara —ordenó, señalando una puerta situada al fondo del aposento en el que los había recibido—. Cuando el rey se vaya los volveré a llamar.

Cuando cruzaban la habitación hacia la puerta que Zoanthrohago había indicado, un guerrero se detuvo en la entrada principal a la cámara.

—Elkomoelhago —anunció—, Zagosoto de Veltopismakus, Gobernador de Todos los Hombres, Dueño de Todas las Cosas Ccreadas, Todo Sabiduría, Todo Valor, Todo Gloria. ¡Al suelo ante el zagosoto!

Tarzán miró atrás cuando salía de la cámara y vio a Zoanthrohago y a los demás presentes arrodillarse e inclinarse hacia atrás con los brazos en alto cuando Elkomoelhago entraba escoltada por una docena de magníficos guerreros, y no pudo por menos de comparar a este gobernador con el soldado sencillo y digno que gobernaba Trohanadalmakus y que iba por su ciudad sin pompa ni ostentación, y en ocasiones sin otra escolta que un solo esclavo; un gobernador ante el que ningún hombre se hincaba de rodillas, y a quien no obstante todos veneraban y respetaban.

Elkomoelhago había visto a los esclavos y a los guerreros salir de la cámara cuando entró en ella. Reconoció los saludos de Zoanthrohago y su gente con un breve gesto de la mano y les ordenó levantarse.

—¿Quién ha salido de aquí cuando yo entraba? —preguntó, mirando con recelo a Zoanthrohago.

—El esclavo Zuanthrol y otro que interpreta su extraña lengua para mí —explicó el zertol.

—Diles que vuelvan —ordenó el zagosoto—; quería hablarte respecto a él.

Zoanthrohago dio órdenes a uno de sus esclavos de que fuera a buscarlos y, en los pocos instantes que fueron precisos, Elkomoelhago cogió una silla de detrás del escritorio ante el que su anfitrión había estado sentado. Cuando Tarzán y Komodoflorensal entraron en la cámara, el guardia que los acompañaba les ordenó que se acercasen a pocos pasos del escritorio tras el que se sentaba, y allí les hizo arrodillarse y jurar obediencia al zagosoto.

Todas las tradiciones de la esclavitud eran conocidas desde la infancia por Komodoflorensal el trohanadalmakusiano. Casi con un espíritu de fatalismo había aceptado las condiciones de este servilismo que la fortuna de la guerra le había deparado, y por esto, sin cuestionarlo y sin vacilar, cayó sobre una rodilla en el servil saludo a este rey ajeno; pero no así Tarzán de los Monos. Él pensaba en Adendrohahkis. No había doblado las rodillas ante él y no se proponía rendir mayor honor a Elkomoelhago, cuyos cortesanos y esclavos despreciaban, que al rey verdaderamente grande de Veltopismakus.

Elkomoelhago lo miró con ojos llenos de furia.

—Este hombre no se ha arrodillado —susurró a Zoanthrohago, que se había inclinado tanto hacia atrás que no se había percatado de la falta de respeto del nuevo esclavo.

El zertol miró hacia Tarzán.

—¡Al suelo! —gritó, y entonces, recordando que no entendía minuniano, ordenó a Komodoflorensal que le indicara que se arrodillara; pero cuando el zertolosto trohanadalmakusiano fingió hacerlo, Tarzán hizo gestos de negación con la cabeza.

Elkomoelhago indicó a los otros que se pusieran en pie.

—Por esta vez lo dejaremos pasar —dijo, pues algo en su actitud le decía que Zuanthrol nunca se arrodillaría ante él y, como era valioso para el experimento del que era objeto, el rey prefirió tragarse su orgullo y no correr el riesgo de que el esclavo resultara muerto en un esfuerzo por obligarlo a arrodillarse—. No es más que un ignorante zertalacolol. Ocúpate de que lo instruyan como es debido antes de que volvamos a vernos.

CAPÍTULO XIV

C
INCUENTA fuertes hembras alali salieron a la jungla a castigar a sus recalcitrantes machos. Llevaban pesadas porras y muchas piedras emplumadas, pero lo más formidable de todo era su terrible rabia. Nunca en la memoria de ninguna de ellas un hombre había osado poner en duda su autoridad, nunca se había atrevido a mostrarles arrogancia sino miedo; pero ahora, en lugar de huir al observar su presencia, había osado desafiarlas, atacarlas, ¡matarlas! Esta situación era demasiado absurda, demasiado poco natural para prolongarse, y tampoco lo hacía durante mucho tiempo. Si hubieran dispuesto del habla habrían dicho esto y otras muchas cosas. Pintaba negro para los hombres; las mujeres estaban de un humor espantoso, pero ¿qué cabía esperar de mujeres a las que se les negaba el poder del habla?

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