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Authors: Khaled Al Khamissi

Tags: #Humor

Taxi (12 page)

BOOK: Taxi
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Acabé mi entrevista con el lumbrera del presentador diciendo que este taxista me demostró que hablar sobre la participación política en Egipto es una broma de mal gusto, de muy mal gusto.

Tenía la esperanza de que mis hijos estuvieran orgullosos de mí ante sus amigos, o de que mi mujer aumentase su dosis de respeto hacia mí, nada más verme dentro de la pantalla dorada, pero al parecer fui demasiado rectangular y no cuadriculado, como se esperaba de mí.

41

Nada más sentarme en el coche descubrí que éste se parecía más a una pocilga que a un taxi: olía a podrido y la suciedad me rodeaba por todas partes. En cuanto al polvo, mejor no hablar. Cuando el coche se puso en marcha me sorprendió el hecho de que cada una de las piezas se moviera independientemente de las otras, y que cada una emitiera un chirrido particular, formando un concierto musical molesto a más no poder.

Al mirar al taxista, vi que su estado no era mucho mejor que el del coche que conducía.

—¿Pero qué es esto que conduces?

—¿Y qué voy a hacer? Su dueño no quiere arreglarlo, ¡a la mierda si no lo arregla! Prefiere usarlo así hasta que reviente del todo.

El taxista estaba hablando imitando a El Lembi
[39]
.

—Es que incluso, aunque me diesen un quiosco de cigarrillos con cuatro ruedas debajo, lo usaría como taxi. Soy un taxista al que le da igual.

—Bueno, ¿y cuánto me cobras hasta Maadi?

—Lo que me pague.

—No, todavía no hemos dado ni dos pasos, vamos a acordarlo ahora para que luego no haya malentendidos.

—Señor, si no vamos a discrepar.

—Bueno, supón que sí discrepamos; acabaríamos discutiendo en plena calle. ¿Cuánto me vas a cobrar?

—Yo no quiero influir en el sustento que me da Dios. Viene de nuestro Señor y usted es un mero intermediario. ¿Cómo me pide que influya?

—Pero soy yo el que va a pagar. Si no vas a decirme cuánto quieres, me bajo.

—Suponga que le digo que quiero cobrar tanto y resulta que usted iba a pagar más. Éste es el pan de Dios.

—Cuando entras en una farmacia y preguntas el precio de un medicamento, el farmacéutico, ¿qué te dice? ¿Seis libras con ochenta piastras, o «lo que me pagues»? Tú eres es el único que tiene que saber cuánto va a costar esta carrera.

—¿Es que usted no lo sabe?

—Claro que lo sé.

—¿Y cuánto cuesta?

—Quince libras.

—Que sean veinte.

—¡Me bajo! —grité.

—No, de acuerdo, quince libras está bien. Hecho —dijo el taxista soltando una risotada—. ¿Sabe? Le juro por Dios que iba a haberle dicho diez, pero usted dijo quince. ¿Ve? Si le hubiera hecho caso habría influido en mi sustento. Le digo esto para que vea que lo bien hecho bien parece y para que vea que el taxista no debería decir el precio, eso tiene que dejarlo en manos de nuestro Señor.

—¿Y si hubiera dicho cinco?

—No, imposible. No se ofenda, pero ¿cinco libras hasta Maadi? Lo que faltaba.

Y el coche siguió circulando, cada una de sus piezas moviéndose en una dirección mientras tocaban la peor sinfonía de la historia de la Humanidad.

—¿Ha visto la película
El Lembi
?. —pregunté.

—No, no la he visto, pero dicen que es muy buena.

Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de que no estaba imitando a Muhammad Saad en
El Lembi
, sino que era Muhammad Saad el que le imitaba a él.

42

—¿Sabe que tengo un gran sueño, un sueño por y para el que vivo? Es que uno sin sueños no puede vivir, se pasa todo el día apático, sin poder levantarse de la cama, deprimido y hasta le entran ganas de morir. Pero una persona con sueños se siente como un toro, un torbellino, un fuego que no se consume. Yo voy a pasarme así cuatro años, como el fuego, dando vueltas sin parar para ahorrar dinero. ¿Sabe cuál es mi sueño? Coger dentro de cuatro años mi taxi y conducir hasta Sudáfrica para ver la Copa del Mundo. Ahorraré piastra a piastra durante cuatro años para luego salir y descubrir el continente africano, desde el norte, donde estoy ahora, hasta el sur. Cruzaré todos los países de África y seguiré el Nilo hasta su nacimiento, hasta el lago Victoria; de camino dormiré en el coche y en el maletero guardaré víveres para dos meses: latas de habas con atún y pan como para parar un tren; es que me encanta el pan. Veré la selva, los leones, los tigres, los monos, los elefantes y las gacelas. Conoceré gente nueva, gente de Sudán y de todos los países de más allá. Todavía no sé exactamente qué países voy a cruzar. Me he comprado un atlas en la librería y lo he ojeado, pero aún no he decidido la ruta. Y cuando llegue a Sudáfrica iré al confín del continente africano, junto al océano, y miraré con mis propios ojos para ver desde lejos el Polo Sur. Y, claro está, asistiré a todos los partidos. Quiero presentar aquí una petición a la Federación de Fútbol, la que está junto al club del Ahly en Zamalek, para que me den entradas. Todos somos africanos, así que seguro que me echan una mano. Conduzco durante todo el día, en torno a quince horas. Estoy acostumbrado, no creo que tenga problemas para llegar a Sudáfrica. Éste es mi sueño y tengo que hacerlo realidad.

No quise decirle que no existe una carretera asfaltada que una Abu Simbel, la ciudad más al sur de Egipto, con Sudán; ni que el camino que sale de Toshka en dirección a Sudán está cerrado; ni que ni siquiera existe una línea de ferrocarril que conecte Egipto con Sudán; ni que incluso si llegara a Sudán, le está prohibido ir al sur si no es con permisos de las autoridades de Jartum, permisos que nunca conseguiría. Ni que los taxis de El Cairo tienen prohibido viajar.

Olvidé decirle que nuestro continente africano está fragmentado, incomunicado, completamente colonizado y que el único que todavía puede moverse por su interior, no es, con toda seguridad, el nativo africano, sino el señorito blanco, constructor de las puertas de África, que sólo se abren o se cierran para él.

Que Dios bendiga las puertas de Alí Babá, que se abrían con un «¡Ábrete Sésamo!».

43

Estaba en la Residencia Universitaria de Profesores, en Saft El Laban, exactamente detrás de la Universidad de El Cairo, tras las vías del tren. El lugar es un modelo ejemplar de la planificación urbanística egipcia: Saft El Laban es un pueblo que linda con tierras de cultivo, pero como resultado del salvaje crecimiento de El Cairo, a este pobre pueblo le han llovido edificios altos de bloques de cemento que, importados de las ciudades, materializan la fealdad urbanística. También lo han inundado hombres de otras partes y una Residencia Universitaria de Profesores caída de otro mundo que se ha rodeado a sí misma de un alto muro para evitar que los terrestres puedan entrar.

Al salir de aquella ciudad (obviamente la palabra ciudad no significa más que unos edificios amontonados habitados por extraterrestres) en dirección a Saft El Laban, y después de observar meticulosamente la urbanística y las personas, me di cuenta de hasta qué punto la tragedia era horrorosa. El lugar estaba tan deformado que no se podía reconocer. Pasó a mi lado una hermosa mujer que vestía una chilaba de pueblo, llevaba pendientes de provincia, tenía la nariz de ciudad y sus pies la dirigían al mercado más sucio que he visto en toda mi vida.

Detrás del mercado empezaron a aparecer hordas de niños que salían de los colegios. Salió una primera oleada de niñas de primaria, todas ellas
muhaggabas
. A continuación salió una segunda oleada de niños, todos ellos vestidos con uniformes marrones descoloridos. Me atravesaron por todas partes como si fuera un alma errante sin cuerpo. Me puse nervioso a pesar de que normalmente cuando veo a niños pequeños se me llena el alma de alegría.

Vi aparecer un taxi y corrí hacia él para que me sacara de esta ensalada, después de acabar con la cara manchada por algunos tomates.

—¿A dónde vamos?

—A donde sea, pero sácame de aquí.

—Voy hacia la universidad.

—Vale.

El coche no se puso en movimiento como esperaba, porque el camino estaba atascado con decenas de microbuses que circulan sin matrículas, conducidos por demonios del asfalto. A mi derecha, observé a un niño de cinco años acercarse a una niña un poco mayor que él y cogerle de la mano para ayudarla a cruzar la calle, que estaba atestada. Él parecía asustado y una parte de su uniforme marrón estaba rota. Ella parecía confiada en que gracias a este niño cruzaría por en medio de los coches sin problemas. Yo también me sentí a salvo, mi tensión por esa ensalada disminuyó y empecé a comerme sus pepinos.

—¿Has visto qué monos los niños?

—Sí, los niños son muy monos, pero sus familias están locas —dijo el chófer.

—¿Y eso?

—Por haberlos mandado al colegio.

—¿Y a dónde quieres que los manden?

—Los niños van al colegio y no aprenden nada. Luego a las familias les toca pagarles clases particulares a partir de los diez años. Al final los padres acaban arruinándose y los niños no encuentran trabajo. Una auténtica estupidez, vamos. Y como puede observar, después uno se encuentra a los niños abarrotando las calles a todas horas: niños yendo y viniendo del colegio, rodeados de gasolina, contaminación y suciedad… un auténtico caos. Personalmente muchos de mis amigos y yo hemos sacado a nuestros hijos de los colegios después de acabar primaria, y el dinero que nos ahorramos de las clases privadas lo guardamos para ellos. Cuando el chaval y la chica cumplan veintiún años les daremos todo el dinero que se supone habríamos gastado en profesores particulares. ¿No cree usted que es mejor que los hijos empiecen su vida con algo de dinero en las manos en vez de una educación que no tiene sentido, una educación que para empezar no enseña nada? Y terminó diciendo:

—Yo se lo digo a todo el que está a mi alrededor: «No llevéis a vuestros hijos al colegio, no llevéis a vuestros hijos al colegio». Es mi única preocupación en la vida.

—Pues mi familia se gastó en mi educación todo lo que tenía y no me dejó nada de dinero, pero gracias a esa educación puedo trabajar y vivir.

—Eso era hace tiempo, eso valía en los sesenta, ahora el único lema que vale es «Hacer negocio es de listos»; y para su información, el noventa por ciento de los ingresos proviene del comercio y no de ninguna otra cosa. Dejamos a nuestros hijos dinero para que abran un pequeño local o un quiosco o para que den un adelanto para un taxi. Ahora ya no hay formación profesional que valga, ni formación agrícola que valga ni formación mercantil que valga. Y no se olvide de que los pobres críos tienen esperanzas y creen que tienen una educación de verdad, cuando en realidad no saben ni leer ni escribir. Lo único que aprenden en los colegios es el himno nacional, que es muy bonito pero, ¿de qué les va a servir?

44

Los espíritus, los diablillos, los ángeles y nuestros hermanos de ahí abajo sí existen, pues están presentes de una u otra forma en el subconsciente de todos los egipcios. Hablar de espíritus no es una tontería, pues están presentes en nuestra religión, en nuestra historia y en nuestros cuentos. A fin de cuentas, los espíritus están tan mezclados con nuestras almas como las habas machacadas con las verduras dentro de la batidora. Pero a pesar de estar tan mezclados, los espíritus generalmente no se inmiscuyen en nuestra vida diaria excepto en casos que nuestro débil intelecto no alcanza a comprender. Cuando deciden aparecer, el resultado es tan desastroso como lo fue para este taxista, que me estaba llevando a la mezquita del Sultán Hasan y cuando me pidió que rezara en la mezquita por él me contó su historia.

—¿Y por qué no me cree? Usted se cree tranquilamente lo que le cuentan en el colegio, en la radio o en la televisión, ¿verdad? Pues no lo haga, no se lo crea, haga caso a la gente: los espíritus existen y viven con nosotros. Yo tengo la mala suerte de vivir con uno en el piso en el que me casé. Es algo de lo que nos hemos cerciorado más de cien veces. Hemos intentado sin éxito echarlo por todos los medios. Para poder dejar el piso y mudarnos a otro necesitaríamos mucho dinero, no menos de cuatro mil libras, de las cuales tengo como cuatro. Hace una semana mi mujer me dijo: «Mira, si a principios del mes que viene no has encontrado solución a esta desgracia que nos ha caído encima, pienso marcharme de esta casa embrujada».

Bueno, ¿y qué solución puedo encontrar? Es que la muy perra sabe muy bien cómo vamos de dinero y me dice esto.

—¿Y cómo sabes que la casa está embrujada?

—¿Que cómo lo sabemos? Está más claro que el agua.

—No te entiendo, explícate, por favor.

—Lo primero es que nada más despertarnos por la mañana, aparecen dibujos en las paredes del mismo color que la pared, pero el trazo está fresco. Hay muchos dibujos pero la mayoría son ojos, grandes y pequeños. Al acabar el día los dibujos desaparecen. Lo segundo es que la casa está llena de salamanquesas, haga lo que haga hay salamanquesas por todas partes, de todas formas y colores, colores que usted no ha visto. Ayer por la noche, por ejemplo, vi una enorme de color violeta oscuro. ¿A que en su vida ha visto una salamanquesa violeta? Y hay muchas cosas más. Lo más raro de todo es que en la casa no hay ningún animal hembra.

—¿Y eso?

—Nosotros criamos pájaros. Ponemos dos machos y dos hembras juntos, y al levantarnos por la mañana, nos encontramos con que las hembras se han escapado de la jaula. ¿Cómo pudieron abrirla? ¿Y cómo echaron a volar? Ni idea. Y si la jaula se abrió, ¿por qué no se escaparon los machos? Es algo inexplicable. Y no ha pasado sólo una vez, no, ha pasado más. Una vez trajimos a una señora de las que entienden del más allá y nada más entrar, dijo que la casa estaba embrujada, sin nosotros haberle dicho nada. Supo al instante que había un espíritu en la casa. Y lo que complicó aún más las cosas fue que la vieja le dijo a mi mujer que nosotros, mientras vivamos en esa casa embrujada, nunca vamos a tener hijos. Esto ocurrió hace un mes, y desde ese día, mi mujer no quiere que me acerque a ella, me dice: «¿Qué sentido tiene que lo intentemos?». Y me ha jurado que no piensa dejar que la toque hasta que nos marchemos de ese maldito lugar en el que vivimos.

—¿Y la vieja no os dijo por qué hay un espíritu viviendo con vosotros en la casa?

—Sí que lo dijo, dijo que ésa es su casa y que no la va a abandonar ni por asomo. Incluso rechazó el dinero y ni siquiera se tomó el té. Le dijo a mi mujer que se cortara las uñas porque los espíritus salen de ellas. Acto seguido le susurró al oído algo y luego se marchó. Mi mujer así la maten no quiere decirme qué es lo que le dijo.

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