Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
Aunque el viento soplaba con fuerza, apuntalado en sus correas se pudo dar la vuelta. A los hombres no les gustaba demasiado toparse con su mirada, pero lo cierto fue que causó efecto. Los hombros se irguieron y los susurros cesaron. Ninguno de ellos quería mostrar miedo o desánimo ante los ojos de su capitán.
—Señor Johns, cambio de posiciones, por favor —ordenó Granby por la bocina.
Al momento, los hombres del lomo y del vientre se apresuraron a intercambiar posiciones bajo la dirección de los tenientes. La dotación entró en calor al recibir el mordisco del viento y los rostros parecieron un poco menos atribulados. Tan cerca de otras tripulaciones no podían dedicarse a prácticas de artillería con fuego real; pero con un despliegue de energía encomiable, el teniente Riggs hizo que sus fusileros dispararan cartuchos de fogueo para soltar los dedos. Dunne tenía unas manos largas y finas, que ahora se veían blancas de frío. Mientras se esforzaba por recargar, el cuerno de pólvora se le resbaló de los dedos y estuvo a punto de caer por el costado del dragón. Collins consiguió recuperarlo inclinándose casi en ángulo recto fuera de la espalda de Temerario, apenas sujeto por una cuerda.
Al oír los disparos, Temerario volvió la cabeza para mirar, pero después la enderezó de nuevo sin mayor comentario. Volaba con facilidad, a un ritmo que podría haber sostenido durante casi un día entero. Su respiración no era trabajosa, ni siquiera se había acelerado. Su único problema era el exceso de entusiasmo: al ver a los dragones franceses más de cerca, se dejó llevar por la emoción y aceleró de golpe su vuelo. Pero un toque de la mano de Laurence le hizo retroceder de vuelta a la formación.
Los defensores franceses habían formado en una línea de batalla muy difusa. Los dragones más grandes volaban arriba y los más pequeños abajo, en una masa rápida y cambiante, formando un muro que protegía a las naves de transporte y a sus porteadores. Laurence pensó que si conseguían abrir brecha en aquella línea aún tendrían alguna esperanza. Los porteadores, la mayoría de los cuales eran Pécheur—Rayé, una raza de tamaño mediano, estaban haciendo un gran esfuerzo. Sobrellevar la carga desacostumbrada sin duda hacía mella en el, y Laurence estaba convencido de que serían vulnerable ante un ataque.
Pero contaban con veintitrés dragones contra los cuarenta y tantos defensores franceses, y casi una cuarta parte de la fuerza inglesa estaba compuesta por Abadejos Grises y Winchesters, que no eran rivales contra los dragones pesados de combate. Atravesar su línea se antojaba casi imposible, y en caso de conseguirlo, los atacantes se encontrarían aislados y serían vulnerables a su vez.
A lomos de Obversaria, Lenton desplegó las banderas que daban la señal para atacar: «entablar contacto con el enemigo». Laurence sintió que el corazón se le aceleraba, con ese temblor nervioso que sólo desaparecería tras los primeros momentos del combate. Tomó la bocina y dijo:
—Elige tu objetivo, Temerario. Si consigues llevarnos hasta uno de esos transportes, mejor que mejor.
En la confusión de aquella enorme multitud de dragones, confiaba en el instinto de Temerario más que en el suyo propio. Si había algún hueco en la línea francesa, Laurence estaba seguro de que Temerario lo vería.
Por toda respuesta, el dragón se dirigió de inmediato contra uno de los transportes más apartados del centro de la formación, como si tuviera la intención de ir directamente a por él. Después, de repente, plegó las alas de golpe y se lanzó en picado, y los tres dragones franceses que habían cerrado filas frente a él se lanzaron en su persecución. Girando las alas, Temerario se detuvo a mitad de su vuelo mientras los otros tres pasaban de largo como una exhalación. Con apenas unas batidas de sus poderosas alas, el dragón empezó a subir, derecho hacia el vientre desprotegido del primer transporte, por el lado de babor. Laurence comprobó que la bestia de aquel flanco, una pequeña hembra Pécheur—Rayé, estaba visiblemente cansada y aleteaba con gran esfuerzo, aunque aún seguía manteniendo un ritmo regular.
—¡Bombas preparadas! —gritó Laurence.
En el momento en que Temerario hacía una pasada junto a la Pécheur—Rayé y lanzaba un zarpazo contra el costado de la dragona francesa, los tripulantes arrojaron sus bombas sobre la cubierta del transporte. Sobre el lomo de la Pécheur sonó una detonación, y Laurence oyó un grito a sus espaldas. Collins levantó los brazos al cielo y quedó colgando inerte de su arnés, mientras su fusil caía a las aguas que se extendían bajo ellos. Momentos más tarde, su cuerpo lo siguió: estaba muerto, y alguien había cortado sus correas.
En el transporte no había cañones, pero su cubierta había sido construida con la inclinación de un tejado. Tres de las bombas rodaron antes de estallar, dejando un reguero de humo mientras caían sin haber cumplido si misión. Sin embargo, dos explotaron a tiempo. La nave entera se balanceó en el aire cuando la conmoción hizo que la Pécheur perdiera el ritmo por un instante, lo que abrió una serie de boquetes en la tablazón del transporte. Laurence tuvo un atisbo de una cara pálida que le miraba desde el interior, manchada de polvo y con un gesto de terror inhumano. Después, Temerario viró hacia un lado y se apartó de allí.
Había sangre que caía goteando de algún lugar, un chorro fino y negro. Laurence se inclinó para comprobarlo, pero no vio ninguna herida. Temerario estaba volando bien.
—¡Granby! —gritó, señalando a la sangre.
—¡Es de sus garras! ¡De la otra bestia! —le gritó Granby un momento después, y Laurence asintió.
Pero no hubo ocasión para hacer una segunda pasada. Dos dragones franceses venían directamente hacia ellos. Temerario batió las alas y se elevó hacia el cielo a toda velocidad, seguido por las bestias enemigas. Ya habían visto su truco y se acercaron a él a un ritmo más precavido para no pasarse de largo.
—¡Media vuelta, directo hacia abajo y a por ellos! —le indicó Laurence a Temerario.
—¡Armas preparadas! —gritó Riggs a su espalda.
Temerario expelió una profunda bocanada y giró en redondo a mitad del vuelo. Sin tener que luchar ya contra la gravedad, se precipitó en picado hacia los dragones franceses con un feroz rugido. Su tremendo volumen hizo vibrar los huesos de Laurence, a pesar del ulular del viento en su rostro. El dragón que iba delante retrocedió con un chillido y enredó sus alas contra la cabeza del segundo.
Temerario pasó volando entre ambos, atravesando la humareda acre de los disparos enemigos, mientras los fusiles ingleses ladraban su respuesta. Varios de los adversarios muertos ya tenían las correas cortadas y se precipitaban al vacío. Temerario lanzó un zarpazo al pasar y abrió una herida en el costado del segundo dragón. Un chorro de sangre salpicó los pantalones de Laurence, que sintió su contacto cálido y febril contra la piel.
Mientras se alejaban, sus dos atacantes seguían esforzándose por enderezarse. El primero estaba volando muy mal y emitía agudos chillidos de dolor. Laurence miró hacia atrás y vio cómo el dragón volvía grupas hacia Francia: con tal superioridad numérica, los aviadores de Bonaparte no tenían por qué exigir más a los dragones heridos.
—¡Bravo! —dijo Laurence, incapaz de reprimir la alegría.
Su orgullo era evidente en su tono de voz, por absurdo que fuese permitirse esos sentimientos en el apogeo de una batalla tan desesperada. Tras él, los tripulantes prorrumpieron en vítores cuando el segundo dragón francés se alejó para buscar a otro adversario, sin atreverse a atacar él solo a Temerario. Éste se dirigió de nuevo hacia su objetivo original, irguiendo la cabeza con orgullo: por el momento, no había sufrido ni un rasguño.
Messoria, su compañera de formación, estaba atacando al transporte. La dragona y Sutton, su cuidador, habían adquirido una gran astucia tras treinta años de servicio, y la habían aprovechado para abrirse paso a través de la línea de batalla y proseguir el ataque contra la Pécheur que, herida por Temerario, estaba ya debilitada. Una pareja de Pou—de—Ciels, de menor tamaño, estaba defendiendo a la Pécheur. Juntos superaban el peso de Messoria, pero ella estaba recurriendo a todos los trucos que conocía y trataba de atraerlos para abrir un hueco por el que lanzarse contra la dragona francesa. De la cubierta del transporte salía más humo: era evidente que la tripulación de Sutton había conseguido alcanzarlo con unas cuantas bombas más.
Cuando se acercaron a Messoria, Sutton les indicó desde su lomo la maniobra «flanquear a babor». Messoria atacó a los dos defensores para atraer su atención, mientras Temerario se lanzaba hacia delante y clavaba sus garras en el costado de la Pécheur, haciendo un ruido espantoso al desgarrar los eslabones de su armadura. La sangre brotó negra. La dragona rugió e instintivamente trató de arañar a Temerario en defensa propia, lo que hizo que una de sus patas delanteras soltara la barra. El transporte estaba asegurado al cuerpo del dragón por gruesas cadenas, pero aun así se escoró visiblemente hacia abajo, y Laurence oyó gritar a los hombres que iban dentro.
Temerario aleteó con rapidez y esquivó el golpe con un movimiento poco elegante, pero eficaz, sin apartarse apenas de la dragona. Sus zarpas volvieron a desgarrar la armadura y a herir a la Pécheur.
—¡Lanzad una andanada! —rugió Bellows, y los fusileros acribillaron cruelmente la espalda de la bestia.
Laurence vio cómo un oficial francés apuntaba a la cabeza de Temerario. Disparó sus pistolas, y al segundo disparo el francés cayó agarrándose la pierna.
—¡Señor, permiso para abordar! —le dijo Granby.
Los tripulantes y fusileros que viajaban en la parte superior de la Pécheur habían sufrido severas pérdidas. Su espalda estaba prácticamente despejada y la oportunidad era ideal. Granby ya estaba preparado con una docena de hombres, todos ellos con las espadas desenvainadas y las manos listas para abrir sus mosquetones.
Aquélla era la posibilidad que más horrorizaba a Laurence. Con una profunda desconfianza, dio la orden a Temerario e hizo que se pusiera junto al costado de la dragona francesa.
—¡Al abordaje! —gritó.
Al hacerle a Granby la señal de que tenía permiso para la maniobra, sintió cómo el estómago se le encogía. Nada podría haber sido más desagradable que ver cómo sus hombres llevaban a cabo aquel terrorífico salto sin arnés y se arrojaban de frente hacia los enemigos, mientras él mismo tenía que permanecer en su puesto.
Un terrible alarido sonó cerca de ellos. Lily acababa de rociar con ácido el hocico de un dragón francés, y éste, frenético de dolor, se estaba clavando sus propias garras, tirando de la carne primero a un lado y luego a otro. Temerario encorvó los hombros en un gesto de compasión, al igual que la Pécheur. El propio Laurence dio un respingo al escuchar aquel sonido insoportable. Después el chillido se interrumpió de súbito. Un alivio deprimente: el capitán había reptado por el cuello para hundir una bala en la cabeza de su propio dragón y no tener que contemplar cómo la criatura agonizaba lentamente mientras el ácido le corroía el cráneo y se abría paso hasta el cerebro. Muchos de sus tripulantes habían saltado a otros dragones para salvarse; algunos de ellos incluso se habían lanzado sobre la espalda de Lily. Pero el capitán había sacrificado su oportunidad de hacerlo. Laurence vio cómo resbalaba por el costado del dragón y ambos se precipitaban juntos hacia el océano.
Se obligó a apartarse de la horrible fascinación de aquel espectáculo. La sangrienta lucha que se libraba sobre la espalda de la Pécheur se estaba inclinando a favor de los ingleses, y Laurence pudo ver cómo dos de sus guardiadragones trabajaban sobre las cadenas que aseguraban el transporte a la dragona. Pero los problemas de la Pécheur no habían pasado inadvertidos: otro dragón francés se acercaba a ellos a gran velocidad, y un puñado de hombres extraordinariamente valerosos había salido por los agujeros del transporte dañado y trepaba por las cadenas para llegar a la espalda de la Pécheur y ayudar a los suyos. Bajo la mirada de Laurence, dos de ellos resbalaron sobre la cubierta inclinada y cayeron al vacío. Pero había más de una docena intentándolo, y si llegaban a su objetivo, las tornas de la batalla se volverían contra Granby y sus hombres.
En ese momento Messoria dejó escapar un largo y penetrante gemido de dolor. Laurence oyó cómo Sutton gritaba:
—¡Retrocede!
Messoria tenía un profundo corte en el esternón, del que manaba sangre oscura, y en el flanco se veía otra herida que ya le estaban cubriendo con vendas blancas. La dragona se dejó caer y viró, alejándose de allí y dejando a sus anchas a los dos Pou—de—Ciels que habían luchado contra ella. Aunque eran mucho más pequeños que Temerario, éste no podía enfrentarse a la Pécheur si le atacaban desde dos direcciones a la vez. Laurence debía elegir entre ordenar el regreso del equipo de abordaje o abandonarlos a su suerte y rezar para que se apoderaran de la Pécheur y se aseguraran de su rendición capturando con vida a su capitán.
—¡Granby! —gritó Laurence.
El teniente, sangrando por un corte en la cara, miró a su alrededor. Al ver la posición de Temerario, asintió con la cabeza y les hizo un gesto para que se alejaran. Laurence tocó el costado de su dragón y le dio una orden. Tras un último zarpazo que dejó al descubierto los blancos huesos del flanco de la Pécheur, Temerario giró en el aire para alejarse y, cuando cobró cierta distancia, se quedó sobrevolando a la dragona para permitir que los tripulantes vieran lo que pasaba. En lugar de perseguirle, las dos bestias más pequeñas se quedaron revoloteando cerca de la dragona. No se atrevían a acercarse lo suficiente para lanzar a sus hombres sobre Temerario, pues éste podía aplastarlos fácilmente si se ponían en una situación tan arriesgada.
Pero el propio Temerario también estaba corriendo cierto peligro. Los fusileros y la mitad de los tripulantes de la parte inferior habían saltado en el grupo de abordaje. Un riesgo que merecía la pena, pues si se apoderaban de la Pécheur, el transporte no podría seguir adelante: lo más probable era que, si la nave no caía, al menos los tres dragones se vieran forzados a regresar a Francia. Pero eso significaba que ahora Temerario estaba corto de personal y que ellos mismos eran vulnerables a un abordaje. No podían arriesgarse a otro combate cuerpo a cuerpo.
El grupo de abordaje estaba haciendo firmes progresos en su lucha contra los últimos hombres que resistían a bordo de la dragona, y sin duda conseguiría apoderarse de ella antes de que los hombres del transporte llegaran. Uno de los Pou—de—Ciels se lanzó sobre ellos y trató de colocarse al lado de la Pécheur.