Tengo que matarte otra vez (50 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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—La policía tampoco se lo toma a la ligera, Samson. Ellos tampoco quieren detener a la persona incorrecta.

—Pero en ellos no confío. Por favor —miró a John con aire de súplica—, ayúdeme. No lo soporto más. Estoy desesperado. Me gustaría recuperar mi vida. Solo eso. Simplemente recuperar mi vida.

John se abstuvo de decir que esa vida que Samson tanto quería recuperar no representaba un gran estímulo precisamente. No conocía los detalles, pero sabía que tampoco era una bicoca: todavía vivía con su hermano y su cuñada, no tenía trabajo y dedicaba su tiempo a una afición de lo más peculiar que consistía en espiar la vida de otras personas, al parecer encontraba una cierta satisfacción en la identificación con las vidas de desconocidos. Su propia cuñada había hurgado en su ordenador y había entregado sus anotaciones a la policía para librarse de él. Tampoco es que la vida familiar de Samson Segal le pareciera precisamente envidiable.

Sin embargo, era su vida. Por muy desgraciado que fuera, había aprendido a vivir de ese modo y por algún motivo se sentía bien viviendo esa vida, tal vez porque se había acostumbrado a ella.

Comparado con la de un hombre que vivía huyendo de la policía y que no tenía ni idea de cuándo terminaría esa huida, aquella vida le parecía el paraíso.

—Hago lo que puedo, Samson —aseveró John—. Puede estar seguro de que…

En ese momento sonó el teléfono.

John se disculpó y salió de la cocina. El inalámbrico estaba en el salón, sobre una pila de libros. Le pareció conocer el número que aparecía en la pantalla, pero no acertó a ubicarlo enseguida.

—Soy Kate Linville —dijo una voz femenina al otro lado.

—Ah… hola, Kate. —Por eso le había parecido conocer el número. Le extrañó que lo llamara. La otra noche, en la parada de Charing Cross había creído que no volvería a saber nada más de ella.

—¿Cómo estás? —preguntó ella con tono formal.

—Bien, gracias. ¿Y tú? —¿Qué quiere?, se preguntó John.

—Bien, también. John, en realidad me había propuesto no volver a incumplir la normativa para ayudarte bajo ningún concepto. Todo esto es demasiado arriesgado y, al fin y al cabo, solo puedo salir perdiendo.

—Te prometí que jamás y por nada del mundo revelaría que me pasaste información. Puedes confiar en mí. Sé que tengo mala reputación, pero todavía no he faltado nunca a mi palabra.

—Bueno, no lo estaba insinuando. Sin embargo, siempre supone un riesgo.

—Claro. Como todo lo que hacemos en la vida.

Kate titubeó un momento antes de continuar.

—Tampoco sé por qué me parece necesario advertirte, pero… bueno, digamos que no puedo decir que me dé igual.

—¿Advertirme?

—Tal vez no sea nada del otro mundo, pero Fielder ha solicitado tu expediente de investigación. Lo sé porque me ha tocado a mí acudir a la fiscalía para solicitarlo.

—¿Qué expediente?

—¿Cuántos expedientes tienes? Me refiero a la acusación por abusos —respondió Kate con aire de suficiencia.

—Comprendo. Aún no se ha olvidado de ello.

No es que esa información hubiera sorprendido mucho a John. Fielder no lo soportaba y además estaba bastante implicado en el caso que estaba investigando. Ya sabía que Stanford estaba en el foco de la investigación pero, conociendo a Fielder, sabía perfectamente que esa circunstancia ponía al inspector en un buen aprieto: si apuntaba a Stanford y al final resultaba que se había equivocado, el resto de su carrera estaría plagado de obstáculos. Eso si a pesar de todo podía plantearse seguir con su carrera. A Fielder no le gustaba correr riesgos, era un miedica y seguramente preferiría poder señalar a otra persona como asesino rápidamente antes de atreverse a hurgar de forma activa en los asuntos de Stanford.

—De acuerdo —dijo John—. Gracias por decírmelo, Kate. En mi opinión, Fielder se está equivocando. No llegaron a juzgarme por aquel asunto. No le servirá de nada recuperar el expediente.

—Lo sé —repuso Kate—, solo quería ponerte al corriente. Por cierto, pude ver la carpeta del expediente en cuestión. Fielder es la segunda persona en poco tiempo que la ha consultado.

En la tapa del expediente de investigación se anotaban los nombres de las personas que habían tenido acceso a él, así como la fecha de consulta.

—¿De verdad? ¿Quién más la ha consultado?

—Había otra solicitud de… espera, ¿cómo se llamaba…?

John oyó un crujido, Kate debía de estar revolviendo papeles. Pensó que probablemente habría sido Stanford, debería haberlo imaginado. Había anotado la matrícula del coche el día que había acudido a su casa y, una vez se hubo informado de la identidad de John, había indagado hasta encontrar aquella historia tan desagradable. Puesto que era abogado y tenía buenos contactos, sin duda podía buscar una excusa para acceder a esos expedientes.

Debía de haberse movido aprisa.

—Déjame adivinarlo. El abogado Logan Stanford.

—No —dijo Kate—, era una mujer. Y además de la fiscalía. Un momento, lo tengo aquí… Tara Caine, fiscal.

¡Tara…! John se quedó sin aliento. La mejor amiga de Gillian.

—¡No puede ser! —exclamó él.

Unas cuantas piezas del puzle empezaban a encajar. El hecho de que Gillian lo hubiera rechazado de repente, de que quisiera regresar a Norwich, de que no hubiera querido saber nada más de él. Se había peleado con Tara después de que esta le hubiera revelado detalles acerca del pasado de John. Incluso se había marchado de su casa, aunque por lo visto eso no había desalentado a la fiscal, quien había seguido hurgando en el pasado de John. Había conseguido un expediente de investigación, lo había estudiado con rigor científico y había intentado encontrar algo que lo inculpase para poder contárselo a su amiga. Y al final lo había conseguido. Gillian había perdido los nervios, había cortado de raíz la relación que había iniciado con él y había desaparecido en la medida de lo posible. John podía imaginar a la perfección cuáles debían de haber sido los argumentos de Tara: ¡Tienes una hija! Y está en el umbral de la pubertad. ¿Quieres liarte con un hombre acusado de violación? ¿Te das cuenta de que podrías estar poniendo en peligro a tu hija? A pesar del sobreseimiento del caso, por el humo se sabe que hay fuego. Simplemente no tuvieron las pruebas necesarias para llevar a cabo un procedimiento judicial. Pero ¡eso no significa que sea inocente, en realidad!

John no pudo reprimir un gemido.

Era una víbora. Una maldita víbora.

—¿John? —preguntó Kate—. ¿Me oyes?

Él hizo un esfuerzo por dominarse.

—Sí, sí, te oigo. Gracias, Kate. Aprecio muchísimo que me hayas contado todo esto. ¿Y Tara había devuelto ya el expediente?

—Sí. Antes de Navidad, de hecho.

—De acuerdo. —Hubo algo en esa última información que lo inquietó, pero no acertó a saber de qué se trataba.

—Caine —repitió Kate—. ¿Habías oído ya ese nombre en relación con el caso?

—Sí. Es una amiga de Gillian Ward, la esposa de la tercera víctima. Lo que no sé es por qué se ha interesado por el caso y me considera sospechoso. —En ese momento se le ocurrió algo más—. Kate, ¿podrías hacerme otro favor? Tengo una matrícula de coche. Solo se trataría de que hicieras una llamada, tengo que saber a qué nombre está registrado.

—Puedo hacerlo —aseguró Kate tras una breve pausa.

John se sacó del bolsillo de los pantalones la hoja de papel en la que había anotado la matrícula del coche de Liza y se lo dictó.

—Muy bien —dijo Kate antes de hacer otra pausa. John tuvo la impresión de que lo estaba esperando a él, de que esperaba que él dijera algo que le diera esperanzas. Que la invitaría a salir durante el fin de semana, por ejemplo, o simplemente para oír la calidez de su voz, algo a lo que poder aferrarse.

—Bueno pues, hasta luego —se despidió él.

—Hasta luego —replicó ella antes de colgar el teléfono de golpe.

John tenía la esperanza de que Kate pudiera ayudarlo con la matrícula.

5

Cuando sonó el teléfono móvil, Gillian reconoció el número de John en la pantalla y dudó un momento antes de responder, hasta que al final decidió aceptar la llamada. Al fin y al cabo John no le había hecho nada malo.

—Hola, John —lo saludó ella.

—Hola, Gillian. —La voz de John revelaba un cierto alivio. Puede que fuera eso lo que él había temido: que ella viera su número de teléfono y no quisiera cogerlo—. ¿Cómo estás?

—Bien, todo bien.

—¿De verdad?

—Sí. Bueno… —rectificó—, «todo bien» seguramente no es la mejor manera de describir lo que me está pasando, pero ya estoy más tranquila. La vida continúa.

—¿Todavía estás ocupada vaciando la casa?

—Ahora mismo, no. —Gillian dudó, pero acto seguido pensó que lo mínimo que podía hacer por él era contarle la verdad—. No estoy en mi casa. Estoy otra vez en el piso de Tara.

Silencio al otro lado.

—Entonces tengo las de perder —dijo John al fin.

—John…

—Está contra mí. Y a estas alturas debe de haberte convencido también a ti de todas sus reservas.

—No hemos vuelto a hablar del tema. He regresado con ella porque no me sentía bien en mi casa, es demasiado grande —decidió omitir el incidente de la otra noche. Al fin y al cabo, ni siquiera sabía si había sido producto de su imaginación—. Tengo que ver cómo me las arreglaré a partir de ahora. Puede ser que te parezca que voy de un lado a otro sin rumbo fijo y tal vez sea cierto, pero es que todavía no he encontrado mi camino. Mi vida ya no es como antes.

—¿Podemos vernos? —La voz de John sonó casi como una súplica.

—No. Es que…

—Por favor, Gillian. Solo vernos. Podríamos tomar un café y hablar sobre temas triviales. Te prometo que no insistiré más con lo de vivir juntos. Lo único que quiero es verte.

—No puede ser, John. Hoy mismo me marcho de la ciudad. Dentro de unas horas.

—¿Ya te marchas a Norwich?

—No, todavía no. —Se acercó a la puerta del balcón y contempló la barandilla cubierta de nieve con el cielo color antracita de Londres de fondo. No era la primera vez en la vida que se preguntaba cómo era posible sobrevivir, año tras año, al mes de enero—. Desapareceré durante un tiempo. Me retiraré a vivir una temporada en el campo, en algún hotel. Espero que todo se aclare, a ver si puedo llevar una vida más o menos normal.

No sabe adónde iré, se dijo a sí misma para calmarse. De hecho, no lo sé ni yo misma.

Él se quedó perplejo.

—¿A un hotel? ¿Y eso por qué? ¿En el campo? ¿Dónde? ¿En qué hotel?

—Eso no tiene importancia. Me quedaré allí un tiempo, pondré un poco de orden en mi vida y luego intentaré volver pisando fuerte.

—¿Por qué no te quedas en casa de Tara?

—Simplemente será mejor así.

—Gillian —suplicó—, ¡aquí hay algo que no encaja! ¿De qué te escondes? O mejor dicho, ¿de quién? ¿Por qué has vuelto a abandonar vuestra casa a pesar de lo mucho que tenías que hacer allí por la mudanza? ¿Por qué vuelves a marcharte del piso de Tara? Para sumergirte en el anonimato de un hotel, además. ¿Por qué, Gillian? ¡Parece que estés huyendo!

—Lo que estoy haciendo es intentar descubrir cómo debo seguir adelante, John. Eso es todo.

—Pero es que no encontrarás lo que buscas si cambias de casa continuamente. ¿Ha sido idea del inspector Fielder? ¿Es él quien te ha aconsejado que te pongas a salvo en algún lugar desconocido?

—La policía no tiene ni idea de lo que quiero hacer.

—¿Te estás escondiendo de mí? —preguntó en voz baja tras unos momentos de silencio.

—¿Por qué tendría que esconderme?

—Porque te está hablando mal de mí. Me refiero a Tara. No tengo ni idea de lo que debe de haberte contado, pero hoy me he enterado de que ha consultado el expediente que me abrieron. Y no lo habrá hecho sin motivo.

Gillian se sorprendió de verdad al oír eso.

—¿Tu expediente de investigación? No me dijo nada al respecto.

—Probablemente no quería que supieras que ha estado espiándome. Pero no hay duda de que el expediente pasó por sus manos. Y seguro que lo estudió a conciencia.

Gillian se apartó de la ventana.

Es mi amiga. Es normal que hiciera algo así.

Lo dijo en voz alta:

—Es amiga mía, John. Es probable que estuviera realmente preocupada por mí y por eso quisiera consultar lo que había sucedido. Debido a su trabajo no tuvo problemas para acceder a ese expediente. ¿No es normal que lo hiciera? Probablemente yo habría hecho lo mismo en su lugar. Pero créeme, no me ha hablado de ello. Así que es probable que tampoco encontrara nada que no supiera ya.

—Es que no había nada que encontrar. En su momento no encontraron nada, absolutamente nada en lo que poder basar la acusación. Porque no había nada.

—En este sentido no dudo de ti, John.

—¿En qué sentido dudas, pues?

—En ninguno. Ya te he dicho cuál es mi problema. Tengo que sentirme más independiente y encontrar mi propio equilibrio.

Los dos se quedaron callados.

—Bueno, pues —dijo John al fin—, ten cuidado.

La voz de John sonó llena de resignación.

—Lo haré —prometió Gillian. Acto seguido, colgó sin despedirse.

Gillian consultó el reloj con inquietud. Eran casi las nueve. Faltaban todavía muchas horas para que Tara regresara, por la tarde. Ya lo tenía todo empaquetado.

Lo único que podía hacer era esperar.

6

John al final acudió a su despacho a pesar de que temía no poder concentrarse en nada ni pensar de un modo razonable. Pero había trabajo que hacer, ya había perdido suficiente tiempo durante los últimos días y la única alternativa habría consistido en quedarse en casa con el melancólico de Samson, sin saber qué hacer a continuación.

Durante unas cuantas horas consiguió sumergirse en su rutina habitual y eso le calmó un poco los nervios. Tenía que planificar los turnos de las semanas siguientes, responder consultas, expedir facturas y aceptar la dimisión de un empleado. Apenas se dio cuenta del paso de las horas. Cuando por fin se levantó para prepararse un café se dio cuenta de que ya eran las tres y media. Aparte de él, solo quedaba el servicio de atención telefónica. Era viernes por la tarde, todo el mundo quería empezar el fin de semana cuanto antes.

Aparte del trozo de pan que había desayunado por la mañana no había comido nada más y se percató de que tenía hambre. Pensó que tal vez sería una buena idea sustituir el café por una hamburguesa y decidió marcharse a casa. Ya había trabajado lo suficiente. Probablemente Samson ya volvería a estar deprimido. Era mejor no dejarlo solo tanto tiempo. John temía que ese tipo tan extraño pudiera cometer alguna tontería en cualquier momento.

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