The Unknown University (26 page)

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Authors: Roberto Bolaño

Tags: #Poetry, #General, #Caribbean & Latin American

BOOK: The Unknown University
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A WHITE HANDKERCHIEF

I’m walking in the park, it’s fall, looks like somebody got killed on
the grass.
Until yesterday I thought my life could be different, I was in love, etc.
I stop by the fountain; it’s dark, the surface shiny, but when I brush it with the
palm of my hand I feel how rough it really is.
From here I watch an old cop approach
the body with hesitant steps.
A cold breeze is blowing, raising goose bumps.
The cop
kneels by the body, with a dejected gesture he covers his eyes with his left hand.
A
flock of pigeons rise.
They circle over the policeman’s head.
The policeman goes
through the dead man’s pockets and piles what he finds on a white handkerchief that
he’s spread out on the grass.
Dark green grass that seems to want to
swallow
the white square.
Maybe it’s the dark old papers that the cop
sets on the handkerchief that would make me think this way.
I decide to sit down for
a while.
The park benches are white with black wrought-iron legs.
A police car comes
down the street.
It stops.
Two cops get out.
One of them heads toward where the old
cop is crouched, the other waits by the car and lights a cigarette.
A few moments
later an ambulance silently appears and parks behind the police car .
.
.
“I didn’t
see anything” .
.
.
“A dead man in the park, an old cop” .
.
.

 

LA CALLE TALLERS

Solía caminar por el casco antiguo de Barcelona.
Llevaba una gabardina
larga y vieja, olía a tabaco negro, casi siempre llegaba con algunos minutos de
anticipación a los lugares más insólitos.
Quiero decir que la pantalla se abre a la
palabra insólito para que él aparezca.
«Me gustaría hablar con usted con más calma»,
decía.
Escena de avenida solitaria, paralela al Paseo Marítimo de Castelldefels.
Un
obrero camina por la vereda, las manos en los bolsillos, masticando un cigarrillo
con movimientos regulares.
Chalets vacíos, cerradas las cortinas de madera.
«Sáquese
la ropa lentamente, no voy a mirar.» La pantalla se abre como molusco, recuerdo
haber leído hace tiempo las declaraciones de un escritor inglés que decía cuánto
trabajo le costaba mantener un tiempo verbal coherente.
Utilizaba el verbo sufrir
para dar una idea de sus esfuerzos.
Debajo de la gabardina no hay nada, tal vez un
ligero aire de jorobadito inmovilizado en la contemplación de la judía, pisos
arruinados de la calle Tallers (el flaco Alan Monardes avanza a tropezones por el
pasillo oscuro), héroes de inviernos que van quedando atrás.
«Pero usted escribe,
Montserrat, y resistirá estos días.» Se sacó la gabardina, la cogió de los hombros y
luego la abofeteó.
El vestido de ella cayó en cámara lenta sobre su abrigo de piel.
En frío se puso a cuatro patas y le ofreció la grupa.
Restregó su pene fláccido
sobre sus nalgas.
Descuidadamente miró a un lado: la lluvia resbalaba por la
ventana.
La pantalla ofrece la palabra «nervio».
Luego «arboleda».
Luego
«solitaria».
Luego la puerta se cierra.

 

CALLE TALLERS

He used to walk around the old city of Barcelona.
He wore a long shabby
trench coat, smelled of black tobacco, almost always happened upon the most unusual
spots a few minutes in advance.
In other words, the screen flashes the word
unusual
to make him appear.
“I’d like to have a word with you in
private,” he’d say.
Lonely street scene, parallel to the Paseo Marítimo of
Castelldefels.
A workman walks along the sidewalk, hands in his pockets,
rhythmically masticating a cigarette.
Empty houses, the wooden shutters closed.
“Take off your clothes slowly, I won’t look.”
The screen opens like a mollusk, I
remember a while ago reading the pronouncements of an English writer who said how
hard it was for him to keep his verb tenses consistent.
He used the word
suffer
to give a sense of his struggles.
Under the trench coat there’s
nothing, perhaps the faint whiff of a hunchback lost in contemplation of the Jewish
girl, of trashed apartments on Calle Tallers (skinny Alan Monardes stumbles down the
dark hallway), of heroes of winters that gradually fade into the past.
“But you
write, Montserrat, and you’ll get through this.”
He removed his coat, took her by
the shoulders, and then hit her.
Her dress dropped in slow motion onto her fur coat.
Just like that she got down on all fours and offered him her rear.
He rubbed his
flaccid penis on her buttocks.
Carelessly he glanced to one side: rain was sliding
down the window.
The screen flashes the word “nerve.”
Then “grove.”
Then “deserted.”
Then the door closes.

 

LA PELIRROJA

Tenía 18 años y estaba metida en el negocio de las drogas.
En aquel
tiempo solía verla a menudo y si ahora tuviera que hacer un retrato robot de ella
creo que no podría.
Seguramente tenía nariz aguileña y durante algunos meses fue
pelirroja; seguramente alguna vez la vi reírse detrás de los ventanales de un
restaurante mientras yo aguardaba un taxi o simplemente sentía la lluvia sobre mis
hombros.
Tenía 18 años y una vez cada quince días se metía en la cama con un tira de
la Brigada de Estupefacientes.
En los sueños ella aparece vestida con bluejeans y
suéter negro y las pocas veces que se vuelve a mirarte se ríe tontamente.
Sus ojos
recorrían gatos, olas, edificios abandonados con la misma frialdad con que podían
obstruirse y dormir.
El tira la ponía a cuatro patas y se agachaba junto al enchufe.
Al vibrador se le habían acabado hacía mucho tiempo las pilas y él se las ingenió
para hacerlo funcionar con electricidad.
El sol se filtra por el verde de las
cortinas, ella duerme con las medias hasta los tobillos, bocabajo, el pelo le cubre
el rostro.
En la siguiente escena la veo en el baño, asomada al espejo, luego
exclama buenos días y sonríe.
Era una muchacha dulce, quiero decir que en ocasiones
podía levantarte el ánimo o prestarte algunos billetes.
El tira tenía una verga
enorme, por lo menos ocho centímetros más larga que el consolador, y se la metía
raras veces.
Supongo que de esa manera era más feliz.
(Nunca mejor empleado el
término felicidad.) Miraba con ojos acuosos su polla erecta.
Ella lo contemplaba
desde la cama .
.
.
Fumaba cigarrillos rubios y posiblemente alguna vez pensó que
los muebles del dormitorio y hasta su amante eran cosas huecas a las que debía dotar
de sentido .
.
.
Escena morada: aún sin bajarse las medias hasta los tobillos,
relata lo que le ha pasado durante el día .
.
.
«Todo está asquerosamente
inmovilizado, fijo en algún punto del aire.» Lámpara de cuarto de hotel.
Cenefa
verde oscura.
Alfombra gastada.
Muchacha a cuatro patas gimiendo mientras el
vibrador entra en su coño.
Tenía piernas largas y 18 años, en aquellos tiempos
estaba en el negocio de las drogas y no le iba mal: abrió una cuenta corriente y se
compró una moto.
Tal vez parezca extraño pero yo nunca deseé acostarme con ella.
Alguien aplaude desde una esquina mal iluminada.
El policía se acurrucaba a su lado
y la tomaba de las manos.
Luego guiaba éstas hasta su entrepierna y ella podía estar
una hora o dos haciéndole una paja.
Durante ese invierno llevó un abrigo de lana,
rojo y largo hasta las rodillas.
Mi voz se pierde, se fragmenta.
Creo que sólo se
trataba de una muchacha triste, extraviada ahora entre la multitud.
Se asomó al
espejo y dijo «¿hoy has hecho cosas hermosas?».
El hombre de Estupefacientes se
aleja por una avenida sombreada de alerces.
Sus ojos eran fríos, a veces aparece en
mis pesadillas sentada en la sala de espera de una estación de autobuses.
La soledad
es una vertiente del egoísmo natural del ser humano.
La persona amada un buen día te
dirá que no te ama y no entenderás nada.
Eso me pasó a mí.
Hubiera querido que me
explicara qué debía hacer para soportar su ausencia.
No dijo nada.
Sólo sobreviven
los inventores.
En mi sueño un vagabundo viejo y flaco aborda al policía para
pedirle fuego.
Al meter la mano en el bolsillo para sacar el encendedor el vagabundo
le ensartó un cuchillo.
El poli cayó sin emitir ruido alguno.
(Estoy sentado en mi
habitación del Distrito V, inmóvil, sólo muevo el brazo para poner o sacar el
cigarrillo de mi boca.) Ahora le toca a ella perderse.
Se suceden rostros de
adolescentes en el espejo retrovisor de un automóvil.
Un tic nervioso.
Fisura, mitad
saliva, mitad café, en el labio inferior.
La pelirroja se aleja arrastrando su moto
por una avenida arbolada .
.
.
«Asquerosamente inmóvil» .
.
.
«Decirle a la niebla:
todo está bien, me quedo contigo» .
.
.

 

THE REDHEAD

She was 18 and she was mixed up in the drug trade.
Back then I saw her
all the time but if I had to make a police sketch of her now, I don’t think I could.
I know she had an aquiline nose, and for a few months she was a redhead; I know I
saw her laugh once or twice from the window of a restaurant as I was waiting for a
taxi or just feeling the rain on my shoulders.
She was 18 and once every two weeks
she went to bed with a cop from the Narcotics Squad.
In my dreams she wears jeans
and a black sweater and the few times she turns to look at you she laughs a dumb
laugh.
Her eyes looking over cats, waves, abandoned buildings, were as cold as when
they glazed over and slept.
The cop would get her down on all fours and kneel by the
outlet.
The vibrator’s batteries had died long ago but he’d rigged it to work on
electric current.
The sun filters through the green of the curtains, she’s asleep
with her tights around her ankles, face down, her hair covering her face.
In the
next scene I see her in the bathroom, looking in the mirror, then she says good
morning and smiles.
She was a sweet girl, I mean sometimes she might try to cheer
you up or loan you a few bucks.
The cop had a huge dick, at least three inches
longer than the dildo, and he hardly ever fucked her with it.
I guess that made him
happy.
(Never has the word
happiness
been better suited.) He stared with
teary eyes at his erect cock.
She watched him from the bed .
.
.
She smoked Camel
Lights and maybe at some point she imagined that the furniture in the room and even
her lover were empty things that she had to invest with meaning .
.
.
Purple scene:
before she pulls down her tights, she tells him about her day .
.
.
“Everything is
disgustingly still, frozen somewhere in the air.”
Hotel room lamp.
A stenciled
pattern, dark green.
Frayed rug.
Girl on all fours moaning as the vibrator enters
her cunt.
She had long legs and she was 18, in those days she was in the drug trade
and she was doing all right: she opened a checking account and bought a motorcycle.
It may seem strange but I never wanted to sleep with her.
Someone applauds from a
dimly lit corner.
The policeman would snuggle up beside her and take her hands.
Then
he would guide them to his crotch and she could spend an hour or two getting him
off.
That winter she wore a red knee-length wool coat.
My voice fades, splinters.
She was just a sad girl, I think, lost now among the multitudes.
She looked in the
mirror and asked “did you do anything nice today?”
The man from Narcotics walks away
down an avenue of larches.
His eyes were cold, sometimes I saw him in my dreams
sitting in the waiting room of a bus station.
Loneliness is an aspect of natural
human egotism.
One day the person you love will say she doesn’t love you and you
won’t understand.
It happened to me.
I would’ve liked her to tell me how to endure
her absence.
She didn’t say anything.
Only the inventors survive.
In my dream, a
skinny old bum comes up to the policeman to ask for a light.
When the policeman
reaches into his pocket for a lighter the bum sticks him with a knife.
The cop falls
without a sound.
(I’m sitting very still in my room in District V, all that moves is
my arm to raise or lower a cigarette from my lips.) Now it’s her turn to be lost.
Adolescent faces stream by in the car’s rearview mirror.
A nervous tic.
Fissure,
half saliva, half coffee, in the bottom lip.
The redhead walks her motorcycle away
down a tree-lined street .
.
.
“Disgustingly still” .
.
.
“Tell the fog: it’s all
right, I’m staying with you” .
.
.

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