Tiempo de odio (5 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: Tiempo de odio
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—Comienzo a comprender —dijo el brujo, en apariencia impasible— en qué se va a apoyar la nueva que pensáis sembrar discreta pero ampliamente. Ciri se convertirá en la nieta de una envenenadora y parricida.

—No te adelantes a los hechos, Geralt. Sigue hablando, Fenn.

—Calanthe —el tullido sonrió— salvó la vida, pero la corona cada vez estaba más lejos. Si a la muerte de Roegner la Leona hubiera intentado hacerse con el poder absoluto, la aristocracia de nuevo se hubiera opuesto a la quiebra de la ley y de la tradición. En el trono de Cintra había de sentarse un rey, no una reina. Dejaron las cosas claras: en cuanto que la pequeña Pavetta comenzara apenas a recordar a una mujer, habría que otorgarla en matrimonio a alguien que sería el nuevo rey. Un nuevo matrimonio de una reina estéril no entraba en el juego. La Leona de Cintra comprendió que podía contar todo lo más con el papel de reina madre. Para colmo de los males, podría resultar que el marido de Pavetta fuera alguien que expulsara totalmente a la suegra del ejercicio del gobierno.

—Seré trivial de nuevo —advirtió Codringher—. Calanthe tardó en dar la mano de Pavetta. Destruyó el primer proyecto de matrimonio cuando la muchacha tenía diez años y el segundo, cuando tenía trece. La aristocracia entrevió sus planes y exigió que el decimoquinto cumpleaños de Pavetta fuera el último como doncella. Calanthe tuvo que acceder. Pero antes consiguió lo que quería.

Pavetta había sido virgen durante demasiado tiempo. Así que sintió la comezón hasta tal punto que se dio al primero que pasaba, para colmo, uno que estaba hechizado en forma de monstruo. En aquellas circunstancias sobrenaturales hubo no sé qué profecía, hechizos, promesas... no sé qué Derecho de la Sorpresa. ¿No es cierto, Geralt? Lo que sucedió después lo recuerdas, seguro. Calanthe hizo venir a Cintra a un brujo y el brujo metió las narices. Sin saber que estaba siendo dirigido, le quitó la maldición al monstruoso Erizo, permitiendo que se casara con Pavetta. Con ello, el brujo facilitó que Calanthe conservara el trono. La relación de Pavetta con el monstruo deshechizado fue un shock tan grande para los magnates que aceptaron de pronto el matrimonio de la Leona con Eist Tuirseach. El yarl de las islas de Skellige les pareció mejor que el Erizo vagabundo. De esta forma Calanthe siguió gobernando el país. Eist, como todos los isleños, guardaba demasiado respeto a la Leona de Cintra como para enfrentársele en nada y el oficio de reinar simplemente le aburría. Dejó completamente el gobierno en manos de ella. Y Calanthe, rellenándose de medicamentos y elixires, mantenía al marido en la cama noche y día. Quería gobernar hasta el fin de sus días. Y si había de ser como reina madre, entonces como madre de su propio hijo. Pero, como ya he dicho, las grandes ambiciones...

—Ya lo has dicho. No te repitas.

—Sin embargo, la princesa Pavetta, la esposa del extraño Erizo, ya durante la ceremonia nupcial había llevado un vestido sospechosamente amplio. Calanthe, resignada, cambió sus planes. Si no era su hijo, pensó, al menos que sea el hijo de Pavetta. Pero Pavetta dio a luz a una niña. ¿Una maldición, o qué? La princesa, de todas formas, podía seguir teniendo hijos. Es decir, hubiera podido seguir. Porque sucedió un misterioso accidente. Ella y su extraño Erizo murieron en una catástrofe marítima sin desvelar.

—¿No estás sugiriendo demasiado, Codringher?

—Intento explicar la situación y nada más. Después de la muerte de Pavetta, Calanthe se desesperó, pero por poco tiempo. Su última esperanza era su nieta. La hija de Pavetta, Cirilla. Ciri, un diablillo personificado que corría por el palacio real. Para algunos, la niña de sus ojos, especialmente para los más viejos, porque les recordaba a Calanthe cuando era una niña. Para otros... un mutante, la hija del monstruoso Erizo, sobre la que además cierto brujo alegaba derechos. Y ahora llegamos al núcleo del asunto: la pupila de Calanthe, que a todas luces estaba siendo preparada para ser sucesora, y era tratada sin embargo como una segunda encarnación, la Leoncilla de la sangre de la Leona. Por aquel entonces ya algunos consideraban que estaba excluida del derecho al trono. Cirilla era mal nacida. Pavetta había cometido un casamiento desigual. Había mezclado sangre real con la sangre inferior de un vagabundo de procedencia desconocida.

—Muy listo, Codringher. Pero no es así. El padre de Ciri no era inferior en absoluto. Era príncipe heredero.

—¿Qué dices? No sabía eso. ¿De qué reino?

—De uno del sur... De Maecht... Sí, de Maecht.

—Interesante —murmuró Codringher—. Hace mucho que Maecht es una marca nilfgaardiana. Forma parte de la provincia de Metinna.

—Pero es un reino —introdujo Fenn—. Reina allí un rey.

—Allí reina Emhyr var Emreis —le cortó Codringher—. Sea quien sea el que esté sentado allí en el trono, se sienta por merced y decisión de Emhyr. Pero ya que estamos con ello, consulta a quién hizo rey Emhyr. No me acuerdo.

—Ya voy. —El tullido empujó las ruedas de su sillón, se alejó chirriando en dirección a una estantería, sacó de ella un grueso rollo de vitelas y comenzó a repasarlas, arrojando las ya vistas al suelo—. Humm... Ya está. El reino de Maecht. En el escudo, un pez de plata y corona alternando sobre campo cuarteado de azur y gules...

—Que le den a la heráldica, Fenn. El rey, ¿quién es el rey allí?

—Hoët llamado el Justo. Nominado por elección...

—...de Emhyr de Nilfgaard —se imaginó Codringher con frialdad.

—... hace nueve años.

—No es éste —calculó raudo el abogado—. Éste no nos interesa. ¿Quién hubo antes que él?

—Un momento. Ya está. Akerspaark. Murió...

—Murió de una infección aguda de los pulmones causada por el estilete de algún esbirro de Emhyr o del Justo ése. —Codringher alardeó de nuevo de perspicacia—. Geralt, ¿el mencionado Akerspaark despierta en ti alguna asociación? ¿Podría ser el padre del Erizo?

—Sí —confirmó el brujo después de pensarlo un segundo—. Akerspaark. Lo recuerdo, Duny llamaba así a su padre.

—¿Duny?

—Tal era su nombre. Era príncipe heredero, hijo de Akerspaark...

—No —le cortó Fenn, mirando el pergamino—. Aquí están todos. Los hijos legítimos: Orm, Gorm, Torm, Horm y González. Hijas legítimas: Alia, Valia, Nina, Paulina, Malvina y Argentina...

—Retiro las acusaciones lanzadas contra Nilfgaard y contra el Justo Hoët —afirmó serio Codringher—. Ese Akerspaark no fue asesinado. Simplemente estuvo follando hasta que la palmó. Porque seguro que tenía hasta bastardos, ¿o no, Fenn?

—Los tenía. Y muchos. Pero no veo ninguno con el nombre de Duny.

—Y no contaba con que lo vieras. Geralt. Tu Erizo no era príncipe de nada. Incluso si de verdad lo engendró de refilón ese salido de Akerspaark, del derecho a tal título lo separaba, además de Nilfgaard, una cola la leche de larga de Ormos, Gormos y otros González legítimos, con su propia, seguramente numerosa, progenie. Desde el punto de vista formal, Pavetta cometió un casamiento desigual.

—¿Y Ciri, hija de un casamiento desigual, no tiene derecho al trono?

—Bravo.

Fenn se acercó rechinando al púlpito, impulsando las ruedas del sillón.

—Esto es una argumentación —dijo, meneando la enorme cabeza—. Solamente una argumentación. No olvides, Geralt, que no estamos luchando ni por la corona de la princesa Cirilla, ni por privarla de ella. De los rumores que extendamos habrá de desprenderse que no se puede usar a la muchacha para hacerse con Cintra. Que si alguien intenta algo así, será fácil cuestionarlo, socavarlo. La muchacha dejará de ser una figura en el juego de la política, se convertirá en un peón de escaso valor. Y entonces...

—Le permitirán vivir —terminó impasible Codringher.

—Por el lado formal —preguntó Geralt—, ¿qué consistencia tiene vuestra argumentación?

Fenn, miró a Codringher, luego al brujo.

—No demasiada —reconoció—. Cirilla sigue siendo de la sangre de Calanthe, aunque un tanto aguada. En condiciones normales puede que la hubieran expulsado de la sucesión, pero las condiciones no son normales. La sangre de la Leona posee importancia política...

—La sangre... —Geralt se limpió la frente—. ¿Qué quiere decir Niña de la Antigua Sangre, Codringher?

—No lo entiendo. ¿Acaso alguien, al hablar de Ciri, utilizó tal nombre?

—Sí.

—¿Quién?

—No importa quién. ¿Qué significa?

—Luned aep Hen Ichaer —dijo de pronto Fenn, alejándose del púlpito—. Literalmente no sería Niña, sino Hija de la Antigua Sangre. Humm... La Antigua Sangre... Ya he oído antes esta definición. No recuerdo exactamente... Creo que se trata de alguna profecía élfica. En algunas de las versiones del texto de la sibila Itilina, las más antiguas, hay, por lo que me parece, menciones a la Antigua Sangre de los Elfos, es decir Aen Hen Ichaer. Pero aquí no tenemos el texto completo de esa profetisa. Habría que dirigirse a los elfos...

—Dejemos eso —cortó con tono frío Codringher—. No tratemos demasiados enigmas a un tiempo, Fenn, no matemos dos pájaros de un tiro, no repasemos demasiadas profecías y secretos. Gracias de momento. Hasta luego, que trabajes bien. Geralt, permíteme. Volvamos a la oficina.

—Demasiado poco, ¿verdad? —aseguró el brujo en cuanto volvieron y se sentaron en los sillones, el abogado detrás de la mesa, él enfrente—. Unos honorarios demasiado bajos, ¿no es cierto?

Codringher alzó desde la superficie de la mesa un objeto de metal en forma de estrella y lo volteó unas cuantas veces en los dedos.

—Demasiado bajos, Geralt. Rebuscar en las profecías de los elfos es, para mí, una pesadez diabólica, una perdida de tiempo y de medios. Será necesario ir a ver a los elfos, porque excepto ellos nadie es capaz de comprender sus escritos. Los manuscritos élficos están llenos en la mayoría de los casos de una embrollada simbólica, acrósticos, a veces incluso códigos cifrados. La Vieja Lengua siempre es, por lo menos, ambigua, y escrita puede llegar a tener hasta diez significados. Los elfos no son dados a ayudar a quien quiera hincarle el diente a sus profecías. Y al día de hoy, cuando por los bosques se desarrolla la guerra con los Ardillas, cuando se llevan a cabo pogromos, resulta peligroso acercarse a ellos. Doblemente peligroso. Los elfos pueden tomarte por provocador, los humanos te pueden acusar de traición...

—¿Cuánto, Codringher?

El abogado guardó un instante de silencio, mientras jugueteaba incansable con la estrella de metal.

—El diez por ciento —dijo por fin.

—¿El diez por ciento de qué?

—No te burles de mí, brujo. El asunto se está volviendo serio. Cada vez está menos claro de lo que va esto y cuando no se sabe de qué va algo, seguro que entonces se trata de dinero. Me darás el diez por ciento de lo que vayas a sacar de ello, menos la suma ya pagada. ¿Firmamos un contrato?

—No. No quiero hacerte perder dinero. El diez por ciento de cero da cero, Codringher. Yo, mi querido amigo, no voy a sacar nada de esto.

—Repito, no te burles de mí. No me creo que no estés actuando por beneficio. No creo que no se oculte tras...

—Poco me interesa lo que creas. No habrá contrato alguno. Ni porcentaje alguno. Calcula los honorarios por recopilar la información.

—A cualquier otro —tosió Codringher— le echaría por la puerta, completamente seguro de que está intentando estafarme. Pero a ti, brujo anacrónico, es como que parece que te pega este desinterés noble e inocente. Es algo en tu estilo, es maravillosa y patéticamente pasado de moda... el dejarse matar gratis...

—No perdamos tiempo. ¿Cuánto, Codringher?

—Otra cantidad igual. Todo junto, quinientos.

—Lo siento —Geralt agitó la cabeza— pero no puedo pagar una suma así. Por lo menos, no ahora.

—Renuevo la proposición que ya te hice una vez, al comienzo de nuestra relación —dijo el abogado lentamente, todavía jugando con la estrella—. Trabaja para mí y podrás pagarla. La información y otros lujos.

—No, Codringher.

—¿Por qué?

—No lo entenderías.

—Esta vez no me hieres el corazón, sino el orgullo profesional. Porque me halago a mí mismo creyendo que por lo general entiendo todo. En la base de nuestras profesiones yace la hijoputez, pero tú, sin embargo, sigues prefiriendo el anacronismo antes que los nuevos tiempos.

El brujo sonrió.

—Bravo.

Codringher de nuevo se ahogó tosiendo, se limpió los labios, miró al pañuelo, luego alzó sus ojos verdiamarillos.

—¿Le echaste un vistazo de reojo a la lista de magas y magos que estaba sobre el púlpito? ¿La lista de potenciales amos de Rience?

—Lo eché.

—No te daré esa lista mientras no la repase concienzudamente. No saques ideas de lo que viste. Jaskier me dijo que Filippa Eilhart seguramente sabe quién está detrás de Rience pero que te lo ocultó. Filippa no protegería a un gañán cualquiera. Detrás de este canalla hay alguna figura importante.

El brujo guardó silencio.

—Protégete, Geralt. Estás en serio peligro. Alguien está jugando contigo. Alguien prevé perfectamente tus movimientos, alguien incluso los dirige. No te dejes llevar por la arrogancia y la vanidad. Quien está jugando contigo no es una estrige ni un lobisome. No son los hermanos Michelet. No es ni siquiera Rience. Niña de la Antigua Sangre, joder. Como si fuera poco el trono de Cintra, hechiceros, reyes y Nilfgaard, ahora para colmo, los elfos. Interrumpe este juego, brujo, salte de él. Destrózales los planes haciendo algo que nadie se espera. Rompe ese lazo loco, no permitas que se te relacione con Cirilla. Déjasela a Yennefer y vuelve solo a Kaer Morhen y no saques la nariz de allí. Escóndete en las montañas y yo rebuscaré en manuscritos élficos, con tranquilidad, sin prisa, acuradamente. Y cuando tenga información acerca de la Niña de la Antigua Sangre, cuando sepa el nombre del hechicero interesado en esto, tendrás tiempo de reunir el dinero y efectuaremos el intercambio.

—No puedo esperar. La muchacha está en peligro.

—Es cierto. Pero sé que a ti se te considera un obstáculo en el camino hacia ella. Un obstáculo que hay que eliminar sin escrúpulos. Por esta razón, eres tú el que está en peligro. Se pondrán con la muchacha luego de acabar contigo.

—O cuando interrumpa el juego, me aparte y me esconda en Kaer Morhen. Demasiado te he pagado, Codringher, para que me des tales consejos.

El abogado hizo girar entre sus dedos la estrella de acero.

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