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Authors: José Saramago

Todos los nombres (28 page)

BOOK: Todos los nombres
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Como partía del jardín tuvo dudas sobre la dirección a seguir, pensó que si hubiera comprado el mapa de la ciudad, como fuera su intención, no necesitaría estar ahora pidiéndole a un agente de la policía que lo orientase, pero es verdad que la situación, la ley aconsejando al crimen, le proporcionó un cierto placer subversivo. El caso de la mujer desconocida había llegado al final, sólo faltaba esta indagación en el colegio, después la inspección de la casa, si tuviera tiempo todavía haría una visita rápida a la señora del entresuelo derecha para narrarle los últimos acontecimientos, y después nada más. Se preguntó cómo viviría su vida de ahora en adelante, si volvería a sus colecciones de gente famosa, durante rápidos segundos apreció la imagen de sí mismo, sentado a la mesa en la velada, recortando noticias y fotografías con una pila de periódicos y revistas al lado, intuyendo una celebridad que despuntaba o que, por el contrario, fenecía, alguna que otra vez, en el pasado, tuvo la visión anticipada del destino de ciertas personas que después se convertirían en importantes, alguna que otra vez había sido el primero en sospechar que los laureles de este hombre o de aquella mujer iban a comenzar a marchitarse, a secarse, a convertirse en polvo, Todo acaba en la basura, dijo don José, sin percatarse en aquel momento si estaba pensando en las famas perdidas o en su colección.

Con el sol dando de lleno en la fachada, el reverdecer de los árboles del patio, los arriates floreciendo, la apariencia del colegio no recordaba en nada al tenebroso edificio donde este don José penetró, en una noche de lluvia, por escalo y efracción.

Ahora estaba entrando por la puerta principal, le decía a una empleada, necesito hablar con el director, no, no soy encargado de educación, tampoco soy repartidor de material escolar, soy funcionario de la Conservaduría General del Registro Civil, se trata de un asunto de trabajo. La empleada informó por el teléfono interior, dio conocimiento a alguien de la llegada del visitante, después dijo, Haga el favor de subir, el señor director está en secretaría, es en el segundo piso, Muchas gracias, dijo don José, y comenzó a subir la escalera tranquilamente, que la secretaría estaba en el segundo piso él ya lo sabía. El director estaba hablando con una mujer que debía de ser la jefa, le decía, Necesito el gráfico mañana mismo, y ella respondía, Cuente con ello, director, don José se había detenido en la entrada esperando que reparasen en su presencia. El director terminó la conversación, lo miró, sólo entonces don José dijo, Buenos días, señor director, después, ya con el carné de identidad en la mano, dio tres pasos adelante, Como podrá verificar, soy funcionario de la Conservaduría General del Registro Civil, vengo por una cuestión de trabajo. El director hizo el gesto de rechazar el carné, después preguntó, De qué se trata, Es por causa de una profesora, Y qué tiene que ver la Conservaduría General con los profesores de este colegio, Como profesores, nada, aunque sí con las personas que ellos son o fueron, Explíquese, por favor, Andamos trabajando en una investigación sobre el fenómeno del suicidio, tanto en sus aspectos psicológicos como en sus incidencias sociológicas y yo estoy encargado del caso de una señora que era profesora de matemáticas en este colegio y que se suicidó. El director puso cara de pena, Pobre señora, dijo, es una historia muy triste que ninguno de nosotros, hasta hoy, consigue comprender, El primer acto a que procederé, dijo don José, usando el lenguaje más oficial que podía, será confrontar los elementos de identificación que constan en los archivos de la Conservaduría con la inscripción profesional de la profesora, Supongo que se refiere al registro como integrante de nuestra plantilla, Sí señor. El director se volvió hacia la encargada de la secretaría, Búsqueme esa ficha, Todavía no la habíamos retirado del cajón, dijo en tono de disculpa la mujer, al mismo tiempo que recorría con los dedos las fichas de un archivador, Aquí está, dijo. Don José sintió una contracción brusca en la boca del estómago, un conato de mareo que felizmente no fue a más le recorrió la cabeza, de hecho el sistema nervioso de este hombre se encuentra en un estado lastimoso, pero tenemos que reconocer que el caso no es para menos, basta recordar que tuvo al alcance de la mano la ficha que le está siendo mostrada en este momento, sólo con haber abierto aquel cajón, el que tiene el rótulo que dice Profesores, pero cómo podría entonces imaginar que la chiquilla que él buscaba vendría a enseñar matemáticas precisamente en el colegio en que había estudiado. Disimulando la perturbación aunque no el temblor de las manos, don José fingió que comparaba la ficha del colegio con la copia de la ficha de la Conservaduría, después dijo, Es la misma persona. El director lo miraba con interés, No se siente bien, preguntó, y él respondió simplemente, Es natural, ya no soy joven, Supongo que querrá hacerme algunas preguntas, Así es, Venga conmigo, vamos a mi despacho.

Don José sonrió para sus adentros mientras seguía al director, Yo no sabía que su ficha estaba allí, y tú no sabes que me quedé una noche en tu sofá. Entraron en el gabinete, el director avisó, No tengo mucho tiempo, pero estoy a su disposición, siéntese, y apuntó al sofá que sirviera de cama al visitante, Desearía saber, dijo don José, si notaron alguna alteración en su habitual estado de ánimo en los días que antecedieron al suicidio, Ninguna, siempre fue una persona discreta, muy callada, Era buena profesora, De las mejores que el colegio ha tenido, Tenía amistad con algún colega, Amistad, en qué sentido, Amistad, sin más, Era amable, delicada con toda la gente, pero no creo que alguien de aquí pueda decir que tenía con ella relaciones de amistad, Y los alumnos, la estimaban, Mucho, Era saludable, Tanto cuanto creo saber, sí, Es extraño, Qué es extraño, Ya hablé con los padres y todo lo que oí de sus bocas, más lo que estoy oyendo ahora parece apuntar a un suicidio sin explicación, Me pregunto, dijo el director, si el suicidio podrá ser explicado, Se refiere a éste, Me refiero al suicidio en general, A veces dejan cartas, es cierto, lo que no sé es si podrá llamarse explicación a lo que en ellas se dice, en la vida no faltan cosas por explicar, eso es verdad, Qué explicación podrá tener, por ejemplo, lo que sucedió aquí unos cuantos días antes del suicidio, Qué sucedió, Me asaltaron el colegio, Sí, Cómo lo sabe, Perdone, mi sí quería ser interrogativo, tal vez no le haya dado la suficiente entonación, en cualquier caso los asaltos generalmente son fáciles de explicar, Excepto cuando el asaltante sube por un tejadillo, entra por una ventana después de partir el vidrio, anda por toda la casa, duerme en mi sofá, come de lo que encuentra en el frigorífico, usa el material de la enfermería y después se va sin llevarse nada, Por qué dice que durmió en su sofá, Porque estaba en el suelo la manta con la que suelo cubrirme las rodillas para que no se me enfríen, tampoco yo soy joven, tal como usted ha dicho, Presentó denuncia a la policía, Para qué, al no haber robo, no merecía la pena, la policía diría que está para investigar delitos y no para descifrar misterios, Es extraño, no hay duda, Verificamos en todas partes, todas las instalaciones, la caja estaba intacta, todo se encontraba en su sitio, Excepto la manta, Sí, excepto la manta, ahora dígame si encuentra alguna explicación para esto, Habría que preguntarle al asaltante, él deberá saberlo, habiendo dicho estas palabras don José se levantó, señor director, no le robo más tiempo, le agradezco la atención que se dignó prestar al infeliz asunto que me ha traído aquí, No creo que le haya ayudado mucho, Probablemente tenía razón cuando dijo que tal vez ningún suicidio pueda ser explicado, Racionalmente explicado, se entiende, Todo ha pasado como si ella no hubiese hecho más que abrir una puerta y salir, O entrar, Sí, o entrar, según el punto de vista, Pues ahí tiene una excelente explicación, Era una metáfora, La metáfora es siempre la mejor forma de explicar las cosas, Buenos días, señor director, se lo agradezco de todo corazón, buenos días, fue un placer conversar con usted, evidentemente no me estoy refiriendo al triste asunto, sino a su persona, Claro, son maneras de decir, Le acompaño a la escalera. Cuando don José ya estaba bajando el segundo tramo, el director se acordó de que no le había preguntado cómo se llamaba, No tiene importancia, reconsideró a continuación, es una historia terminada.

No podía decir lo mismo don José, a él todavía le faltaba dar el último paso, buscar y encontrar en casa de la mujer desconocida una carta, un diario, un simple papel donde cupiese el desahogo, el grito, el no puedo más que todo suicida tiene la estricta obligación de dejar tras de sí antes de retirarse por aquella puerta, para que los que aún van a continuar de este lado puedan tranquilizar las alarmas de su propia consciencia diciendo, Pobrecillo, tuvo sus razones. El espíritu humano, sin embargo, cuántas veces será necesario decirlo, es el lugar predilecto de las contradicciones, además ni se ha observado últimamente que ellas prosperen o simplemente tengan condiciones de existencia viable fuera de él, y ésa debe de ser la causa de que don José ande dando vueltas por la ciudad, de lado a lado, arriba y abajo, como perdido sin mapa ni guía, cuando sabe perfectamente lo que tiene que hacer en este último día, que mañana ya será otro tiempo, o que él será otro en un tiempo igual a éste, y la prueba de que lo sabe es haber pensado, Después de esto, quién seré yo mañana, qué especie de escribiente va a tener la Conservaduría General del Registro Civil. Dos veces pasó frente a la casa de la mujer desconocida, dos veces no paró, tenía miedo, no le preguntemos de qué, esta contradicción es de las que están más a la vista, don José quiere y no quiere, desea y teme lo que desea, toda su vida ha sido así. Ahora, para ganar tiempo, para retrasar lo que sabe que será inevitable, decide que primero tiene que almorzar, en un restaurante barato, como impone su magra bolsa, pero sobre todo que quede lejos de estos sitios, no sea que a un vecino curioso le dé por sospechar de las intenciones del hombre que ya pasó dos veces. Aunque su aspecto no se distinga del que tienen habitualmente las personas honestas, lo cierto es que nunca tenemos garantías firmes sobre lo que se ve, las apariencias engañan mucho, por eso las llamamos apariencias, a pesar de que en el caso a examen, atendiendo al peso de la edad y a la frágil constitución física, a nadie se le ocurriría decir, por ejemplo, que don José vive de escalar casas con nocturnidad. Prolongó el frugal almuerzo lo más que pudo, cuando se levantó de la mesa ya pasaba mucho de las tres, y sin prisa, como si arrastrara los pies, se fue aproximando a la calle donde la mujer desconocida había vivido. Antes de torcer la última esquina paró, respiró hondo, No soy miedoso, pensó para darse ánimos, pero era, como les sucede a tantas personas de coraje, valiente para unas cosas, cobarde para otras, no es por el hecho de haber pasado una noche en el cementerio por lo que se le quitará el temblor de piernas de ahora. Metió la mano en el bolsillo exterior de la chaqueta, palpó las llaves, una, la del buzón de correos, pequeña, estrecha, quedaba excluida por naturaleza, las dos restantes eran casi iguales, una era de la puerta de la calle, otra de la puerta del apartamento, ojalá acierte en seguida, si el edificio tiene portera y es de las que asoman la nariz al menor ruido, qué explicación dará, podrá decir que está allí autorizado por los padres de la señora que se suicidó, que viene por causa del inventario de los bienes, soy funcionario de la Conservaduría General del Registro Civil, señora, aquí tiene mi carné y, como se ve, me confiaron las llaves de la casa. Don José acertó con la llave a la primera tentativa, la guardiana de la puerta, si la finca la tenía, no apareció preguntándole, Adónde va, señor, aunque es bien cierto lo que se dice, que el mejor guarda de viñas es el miedo a que el guarda venga, por tanto se aconseja comenzar venciendo el miedo, después veremos si el guarda aparece.

El edificio, a pesar de antiguo, tiene ascensor, con lo que le están pesando las piernas a don José nunca conseguiría alcanzar el sexto piso donde la profesora de matemáticas vivía. La puerta chirrió al abrirse, sobresaltando al visitante, repentinamente con dudas sobre la eficacia de la justificación que había pensado dar a la portera en el caso de que lo interpelara. Se deslizó con rapidez al interior de la casa, cerró la puerta con todo cuidado y se encontró en medio de una penumbra densa, a la que le faltaba poco para ser oscuridad. Palpó la pared junto al marco de la puerta, encontró un interruptor, pero prudentemente no lo hizo funcionar, podría ser peligroso encender las luces.

Poco a poco los ojos de don José estaban habituándose a la penumbra, se diría que en situación semejante lo mismo le ocurre a cualquier persona, pero lo que comúnmente no se sabe es que los escribientes de la Conservaduría General, dada la frecuentación regular al archivo de los muertos a que están obligados, adquieren, al cabo de cierto tiempo, facultades de adecuación óptica absolutamente fuera de lo común. Llegarían a tener ojos de gato si no los alcanzase primero la edad de la jubilación.

Aunque el suelo estuviese enmoquetado, don José creyó que sería mejor descalzarse los zapatos para evitar cualquier choque o vibración que pudiese denunciar su presencia a los inquilinos del piso de abajo. Con mil cuidados descorrió los cerrojos de los postigos de una de las ventanas que daba a la calle pero sólo los abrió lo suficiente para que entrase alguna luz. Estaba en un dormitorio. Había una cómoda, un armario, una mesilla de noche. La cama, estrecha, de soltera, como se decía antes. Los muebles eran de líneas simples y claras, lo contrario del estilo bazo y pesado del mobiliario de la casa de los padres. Don José dio una vuelta por las restantes habitaciones del apartamento, que se limitaban a una sala de estar amueblada con los sofás de costumbre y una estantería de libros que ocupaba de extremo a extremo una pared, una habitación más pequeña que servía de despacho, la cocina minúscula, el cuarto de baño reducido a lo indispensable.

Aquí vivió una mujer que se suicidó por motivos desconocidos, que había estado casada y se divorció, que podría haber vuelto a vivir con los padres después del divorcio, pero que prefirió continuar sola, una mujer que como todas fue niña y muchacha, que ya en ese tiempo, de una cierta e indefinible manera, era la mujer que llegó a ser, una profesora de matemáticas que tuvo su nombre de viva en el Registro Civil junto a los nombres de todas las personas vivas de esta ciudad, una mujer cuyo nombre de muerta volvió al mundo vivo porque este don José fue a rescatarlo al mundo de los muertos, apenas el nombre, no a ella, que no podría un escribiente tanto. Con las puertas de comunicación interiores todas abiertas, la claridad del día ilumina más o menos la casa, pero don José tendrá que despacharse en la búsqueda si no quiere dejarla a medias. Abrió un cajón de la mesa del despacho, pasó los ojos vagamente por lo que había dentro, le parecieron ejercicios escolares de matemáticas, cálculos, ecuaciones, nada que le pudiese explicar las razones de la vida y de la muerte de la mujer que se sentaba en este sillón, que encendía esta lámpara, que sostenía este lápiz y con él escribía. Don José cerró lentamente el cajón, todavía comenzó a abrir otro pero no llegó al final del movimiento, se detuvo pensando un largo minuto, o fueron solamente uno pocos segundos que parecieron horas, después empujó el cajón con firmeza, después salió del despacho, después se sentó en uno de los sofás de la sala y allí se quedó. Miraba los viejos calcetines zurcidos que traía puestos, los pantalones sin raya un poco subidos, las canillas blancas y delgadas, con escaso vello. Sentía que su cuerpo se acomodaba a la concavidad suave del tapizado y de los muelles del sofá dejada por otro cuerpo, Nunca más se sentará aquí, murmuró. El silencio, que le había parecido absoluto, era cortado ahora por los sonidos de la calle, sobre todo, de vez en cuando, con el paso de un coche, pero había en el aire también una respiración pausada, un latir lento, sería tal vez la respiración de las casas cuando las dejan solas, ésta, probablemente, aún no se percató de que tiene alguien dentro. Don José se dice a sí mismo que aún hay cajones para examinar, los de la cómoda, donde se suelen guardar las ropas más íntimas, los de la mesilla de noche, donde intimidades de otra naturaleza son generalmente recogidas, el armario, piensa que si abre el armario no resistirá al deseo de recorrer con los dedos los vestidos colgados, así, como si estuviese acariciando las teclas de un piano mudo, piensa que levantará la falda de uno para aspirarle el aroma, el perfume, el simple olor. Y están los cajones de la mesa del despacho que no llegó a investigar, y la pequeña cajonera de la estantería, en algún sitio tendrá que estar guardado aquello que busca, la carta, el diario, la palabra de despedida, la señal de la última lágrima. Para qué, preguntó, supongamos que tal papel existe, que lo encuentro, que lo leo, no será por leerlo por lo que los vestidos dejarán de estar vacíos, a partir de ahora los ejercicios de matemáticas no tendrán solución, no se descubrirán las incógnitas de las ecuaciones, la colcha de la cama no será apartada, el embozo de la sábana no se ajustará sobre el pecho, la lámpara de la cabecera no iluminará la página del libro, lo que acabó, acabó. Don José se inclinó hacia delante, dejó caer la frente sobre las manos, como si quisiese seguir pensando, pero no era así, se le habían acabado los pensamientos. La luz se quebró de pronto, alguna nube está pasando en el cielo. En ese momento el teléfono sonó. No se había fijado antes, pero allí estaba, en una pequeña mesa, en un rincón, como un objeto que pocas veces se utiliza. El mecanismo del grabador de llamadas funcionó, una voz femenina dijo el número de teléfono, después añadió, No estoy en casa, deje el recado después de oír la señal. Quien quiera que hubiese llamado, colgó, hay personas que detestan hablarle a una máquina o, en este caso, se trató de una equivocación, de hecho si no reconocemos la voz que sale de la grabadora no merece la pena continuar. Esto habría que explicárselo a don José, que nunca en su vida había visto un aparato de éstos de cerca, aunque lo más probable sería que él no prestase atención a las explicaciones, tan perturbado lo pusieron las pocas palabras que oyó, No estoy en casa, deje el recado después de oír la señal, sí, no está en casa, nunca más estará en casa, quedó apenas su voz, grave, velada, como distraída, como si estuviera pensando en otra cosa cuando realizó la grabación. Don José dijo, Puede ser que vuelvan a telefonear, y con esa esperanza no se movió del sofá durante más de una hora, poco a poco la penumbra de la casa se iba haciendo más densa y el teléfono no sonó más. Entonces don José se levantó, tengo que irme, murmuró, pero antes de salir todavía dio una última vuelta por la casa, entró en el dormitorio, donde había más luz, se sentó un momento en el borde de la cama, una y otra vez deslizó la mano despacio por el embozo bordado de la sábana, después abrió el armario, allí estaban los vestidos de la mujer que había dicho las definitivas palabras, No estoy en casa. Se inclinó hacia ellos hasta tocarlos con la cara, el olor que desprendían podría llamarse olor de ausencia, o será aquel perfume mixto de rosa y crisantemo que de vez en cuando recorre la Conservaduría General.

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