Tormenta de sangre (41 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: Tormenta de sangre
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—¡Ah! —suspiró el demonio—, la carne de Naggaroth. La dulce sangre de los elfos perdidos. Huesos como delicado hielo fresco. Os doy la bienvenida. Os saborearé en mi abrazo y me deleitaréis con canciones.

El demonio abrió los poderosos brazos para recibirlos. Malus vio que las cabezas fundidas del atuendo del jefe se estremecían, y las bocas se movían en un coro de locura y horror. En las cuencas oculares se desplazaron ojos lechosos para enfocar a los druchii que avanzaban pesada e impotentemente hacia su perdición.

—¡No profanarás a los hijos elegidos de Khaine!

Las palabras atravesaron el aire como el siseo de un hierro candente contra la piel. Urial el Rechazado avanzó, impertérrito, hacia el demonio, con el hacha en alto. Tenía profundos tajos en las mejillas y su propia sangre ardía como un hierro candente en los afilados bordes del arma arcana. La voz de Urial atronaba en el cavernoso espacio.

—¡Ni tú ni tu señor podéis tocar a los elegidos de Khaine! ¡Están señalados para los campos de sangre, no para los fétidos pozos de fango humano!

Una risa burbujeante manó de la gigantesca figura.

—¿Y qué harás tú, pobre tullido, si decido quedarme con ellos? ¿Acaso el Dios de Manos Ensangrentadas dará a conocer su presencia a través de un recipiente defectuoso como el tuyo?

Urial miró a los ardientes ojos del demonio y sonrió.

—Mi cuerpo es débil, sí, pero mi fe es como el brillante oro. Adelante, demonio. Tienta la cólera del Señor del Asesinato y experimenta la plena medida de su venganza.

El jefe comenzó a tender una mano provista de garras hacia Urial, pero luego vaciló. El antiguo acólito lo encaraba con el feroz celo del verdadero creyente, y en ese momento, afloró a los ojos del demonio el más débil rastro de duda.

—Muy bien —dijo el demonio al fin, y el noble sintió que la terrible presencia se alzaba de encima de él como si fuera un collar de hierro—. Oiré lo que tengáis que decir, y luego decidiré si vale lo que vuestras vidas.

Bruglir inspiró en silencio, recobró la compostura y avanzó un prudente paso. El terror que había en los ojos del capitán resultaba inconfundible, pero su voz era firme y segura.

—Yo y mis hombres deseamos unirnos a tus filas, terrible. Deseamos convertirnos en skinriders.

Se oyó otra graznada risa entre dientes.

—¿De verdad? ¿Vosotros, escogidos hijos de Khaine, abandonaríais a vuestro dios y vuestra preciosa piel blanca y me serviríais como perros? ¿Por qué?

Malus tragó. «Piensa con rapidez, hermano», suplicó. No podía hacerle ninguna sugerencia a Bruglir, ya que de hacerlo el demonio se daría cuenta de que estaban contándole una mentira.

Para gran alivio de Malus, el capitán apenas tardó un segundo en responder.

—Pues por venganza, por supuesto —dijo—. Mi padre ha muerto y mi hermano Isilvar me ha traicionado. Se ha apoderado de mi hogar y ha asesinado o esclavizado a todos los miembros de mi casa. Soy un exiliado, perseguido por los mejores asesinos que puede pagar mi hermano. ¿En qué otro sitio hallaría refugio? ¿En qué otro sitio podría aliarme con una fuerza lo bastante poderosa como para hacerle pagar a mi hermano (y a toda Hag Graef) por el modo en que me ha traicionado?

El demonio estudió a Bruglir en silencio, con las manos provistas de garras puestas una sobre otra, como una mantis aterradora.

—Dime, ¿qué forma tomaría esa venganza?

—Con tu permiso, comandaría una flota de incursión que saquearía la torre de esclavos de Karond Kar, luego atravesaría los mares interiores y atacaría a la propia Hag Graef. Hay túneles secretos que conducen al interior de la ciudad; ¡podríamos atacar con rapidez, en plena noche, y prenderle fuego a media ciudad antes de que nadie advirtiera el peligro! Piénsalo: podríamos regresar con las bodegas cargadas de toda clase de carne para llenar tu grandioso caldero y entretenerte durante años. Volveríamos con riquezas suficientes como para convertirte en el incontestable señor de los mares del norte durante mucho tiempo.

El demonio se inclinó hacia Bruglir.

—¿Y qué esperas ganar tú con todo esto?

Bruglir se encogió de hombros.

—Me reservo lo mejor, por supuesto. Veré a mis enemigos quebrantados y huyendo ante mí. Quemaré todo lo que les es querido y los cubriré con las cenizas. Oiré sus gritos de angustia mientras los echo dentro de tu estofado, uno por uno. Y podré continuar aterrorizándolos durante décadas; me apoderaré de lo que desee y destruiré lo que no me complazca. ¿Quién podría desear nada más?

—En efecto. —Se oyó algo que resbalaba, mojado, cuando el jefe se frotó las grasientas manos—. ¿Y cómo conducirás a mi flota por los mortales estrechos para atacar la torre de Karond Kar?

Para sorpresa de Malus, Bruglir se irguió en toda su estatura e inspiró profundamente; resultaba evidente que estaba preparado para lanzarse a un muy tortuoso plan que tenía que haber ensayado durante varios días. Malus vio que lo había planeado todo. «Pensaba matarte en último lugar —pensó el noble con pesar—. Ahora podrías ser el primero, hermano. Te felicito.»

Sin embargo, en la escalera se produjo una conmoción justo cuando el capitán comenzaba a hablar. Al volverse, Malus vio que el guerrero de Norsca avanzaba por la cámara a la cabeza de un numeroso grupo de skinriders que blandían espadas y lanzas.

«Al fin han dado la alarma», pensó Malus, mientras bajaba lentamente una mano hacia la espada.

—¿Qué significa esto? —preguntó el demonio, en cuya voz burbujeaba la cólera.

—Ha llegado un mensajero con noticias —replicó el norse.

—¿Y son lo bastante valiosas como para molestarme?

—Lo son —dijo una voz desde el grupo de skinriders—. Se aproxima una flota druchii con la intención de pillar a tus barcos mientras están anclados, y quemarlos, para luego saquear tu torre y estacarte a ti al sol para que mueras.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Malus. Bruglir y Urial se volvieron, con ojos desorbitados, al reconocer la voz.

—¿Y qué pasa con la gran cadena que protege la ensenada?

—Tenían intención de hacerla bajar —dijo la voz.

Los piratas se apartaron, y quien hablaba avanzó hacia Malus y los demás.

—Mientras perdías el tiempo hablando con estos embusteros, un grupo de desembarco debía escabullirse al interior de una de las torres del dique marino y bajar la barrera.

»Sé lo que digo —añadió Tanithra con una sonrisa fría—. Es una tarea que me confiaron a mí.

23. Tormenta de sangre

Tanithra salió del grupo de skinriders con una mano posada sobre la empuñadura de la espada, mientras con la otra arrastraba a una figura desnuda por el largo pelo negro como ala de cuervo. Yasmir aún iba amordazada, atada por las muñecas y con una cuerda en torno a los tobillos para limitar el movimiento de las piernas. Su esbelto cuerpo estaba raspado y contuso de la cabeza a los pies, pero los ojos violeta ardían con un brillo febril teñido de furia —y de una cierta intrepidez—; tal aspecto hizo que Malus se preguntara cuánta cordura le quedaba aún a su hermana. La mujer corsaria iba flanqueada por casi una docena de los tripulantes del barco capturado, que tenían la cara y los brazos salpicados de sangre. Hauclir, según advirtió Malus, no estaba presente. ¿Había escapado al sangriento motín, o había muerto con el resto de los tripulantes?

—¡Que se os lleven los Dragones de las Profundidades, malditos amotinados!

Bruglir avanzó un paso hacia Tanithra, con la destellante espada en la mano. El corpulento hombre de Norsca y seis skinriders fueron al encuentro del capitán y formaron ante él un semicírculo, justo fuera del alcance de la espada. Malus giró lentamente sobre sí mismo para evaluar la situación, mientras el resto de los skinriders se desplegaban alrededor de los demás druchii, con espadas y hachas preparadas. Reprimió una maldición, en tanto pensaba a ritmo frenético. La cadena continuaba en su sitio y se estaban quedando sin tiempo.

Bruglir apenas reparó en el enorme guerrero y los skinriders. Su rostro era una colérica máscara de alabastro.

—¡Te di un sitio en mi barco y una vida sobre las rojas mareas! ¿Y es así como cumples el juramento que me hiciste?

—¿Tú me hablas de traiciones? —chilló Tanithra, cuya cara estaba contorsionada en una máscara de odio casi bestial—. Mantuve durante años el juramento que te hice, y comandé la tripulación del
Saqueador
mejor que ningún otro de tus capitanes. Toleré tus devaneos con esta bruja consentida... —tiró salvajemente del pelo de Yasmir hasta alzarla casi del todo—, y esperé a que me hicieras capitana, según mi derecho. Ese barco que hay en el muelle era mío por derecho de sangre, pero me lo arrebataste. Fue en ese preciso momento y lugar cuando me convenciste de que no ibas a respetar el juramento que me habías hecho, ¡oh, grande y poderoso capitán! Así que eres tú el perjuro, no yo. —Miró al demonio que se alzaba del pozo, y asintió con la cabeza a modo de saludo—. Por lo tanto, buscaré un barco propio junto a otro gran líder y lo compraré con tu sangre.

Bruglir gruñó como un lobo herido y avanzó otro paso hacia su amante del mar, con la espada temblando en la mano. Los skinriders le respondieron con otro gruñido, y los corsarios de Bruglir ocuparon su puesto junto al capitán, con el acero desnudo en la mano.

Malus siseó de frustración mientras buscaba desesperadamente una manera de salvar la situación antes de que todo se descontrolara. Miró a Urial, pero el hermano se había olvidado de todo el mundo salvo de la figura pálida que Tanithra tenía en su poder. Urial aferraba el hacha, con el rostro contraído por el miedo y la cólera. Los seis guardias del antiguo acólito sujetaban los espadones con ambas manos, en espera de una orden de su señor. Un movimiento equivocado, una palabra irreflexiva, y estallaría una tormenta de sangre. El noble se volvió a mirar al jefe de los skinriders.

—Ella miente, grandioso —dijo con rapidez—. Hacía tiempo que sospechábamos que podría ser un agente del Rey Brujo, y ahora se manifiesta como tal en un intento de proteger a Naggaroth de tu flota.

Tanithra echó atrás la cabeza y rió con amarga furia.

—¡Eres escurridizo como una anguila, Malus Darkblade! —gritó—. ¡Has estado vertiendo veneno en nuestros oídos desde el principio, retorciéndonos la mente con tus mentiras! Pero yo no era la estúpida que tú pensabas. —Una vez más apretó el puño con que sujetaba el pelo de Yasmir, y la sacudió brutalmente—. ¿Creías de verdad que no vería lo que ocultaba tu plan de secuestrar a esta desgraciada? ¡Pensabas provocar a Bruglir para que nos matara a Yasmir y a mí mientras tú te agazapabas como una rata en las sombras!

Malus sintió que se le erizaba el pelo de la nuca cuando tanto Bruglir como Urial se volvieron contra él.

—¡Víbora! —siseó Bruglir—. ¡No me has traído más que ruina desde que pusiste los pies en mi barco! —Apuntó con la espada a la garganta de Malus—. ¡Que la Oscuridad se lleve a tu maldito poder de hierro! ¡Cuando haya matado al último de estos amotinados, alzaré tu corazón palpitante en mis manos!

—¡Silencio! —tronó la voz del jefe, y Malus, una vez más, sintió que la voluntad del demonio caía sobre él como una pesada capa.

Bruglir gimió y se meció, mientras la espada descendía con lentitud hasta colgar a su lado.

Lenta, pesadamente, el jefe salió del agujero con el manto de suave piel viva arrastrando por el suelo como la capa de un noble. Sus hombros y su cabeza se encumbraban por encima de todos los presentes, incluso del enorme guerrero de Norsca armado con el hacha.

—Ahora veo la verdad de las cosas —dijo el demonio. Señaló a Tanithra con una mano rematada por garras—. Y acepto tu servicio. Ya me has servido bien, druchii, y muy pronto disfrutarás de las bendiciones del Gran Padre. Dime qué recompensa quieres.

Tanithra sonrió con expresión de triunfo.

—Hay siete barcos y más de trescientas almas que navegan hacia tus garras, gran jefe. Déjame sólo uno de esos barcos, sólo uno, y me contentaré.

El demonio siseó de placer.

—¿Y aceptarás las bendiciones del Gran Padre Nurgle?

—Desde luego —replicó la corsaria—. Funde esta piel llena de cicatrices que me cubre el cuerpo, gran jefe. —Puso a Yasmir de pie y miró con ferocidad los ojos violeta de la noble—. En su lugar, llevaré la perfumada piel de ésta.

—¡No! —gritó Bruglir con los ojos desorbitados de desesperación—. ¡Déjame vivir a mí, gran jefe! Mata al resto, quédate con todos los barcos y los hombres. ¡Yo no te pido nada, y aún puedo entregarte a Naggaroth! —Con un esfuerzo, se volvió para señalar a Yasmir—. ¡Ella será una víctima de sacrificio realmente dulce, gran jefe! ¡Una mujer noble, adorada como una santa por mi tripulación! ¡Acógela en tu abrazo!

El demonio se movió a tal velocidad que se convirtió en un borrón, y con el dorso de la mano le dio al capitán druchii un golpe que le desolló la piel del lado derecho de la cara. Bruglir cayó con un alarido de terror y dolor, y sus guardias gritaron de frustración, desesperados.

—No temas, druchii. Me entregarás Naggaroth, en efecto. Me cantarás sus secretos mientras te fundas en mi poder. —El demonio pasó junto al derribado capitán con los ojos fijos en Yasmir—. Pero tienes razón. Puedo oler el almizcle de la divinidad que mana de su tierna piel. La dejaré para el final y te permitiré observar cómo se somete a mi voluntad.

Todo estaba descontrolándose. Malus observó cómo Bruglir rodaba y se ponía de pie; la piel le colgaba de la mejilla en mojados jirones grises, mientras el hueso de debajo ya comenzaba a pudrirse a causa del contacto del demonio. Los guardias se esforzaban por desenvainar la espada, con el rostro contraído por el odio mientras los skinriders cercanos avanzaban para derribarlos. El noble comenzó a hablar con la intención de seducir al jefe con promesas de tesoros ocultos en la torre de Eradorius, pero su voz fue ahogada por un salvaje rugido cuando Urial el Rechazado se lanzó hacia el jefe skinrider, y la tormenta asesina estalló en toda su furia.

Urial acometió al jefe con el arma sujeta con una sola mano, pero la hoja del hacha había probado poca sangre o magia, así que el ataque fue débil y torpe. A pesar de todo, el jefe retrocedió ante la relumbrante hoja, y los skinriders respondieron con gritos de furor. Se lanzaron hacia Urial en desorden, sólo para encontrarse con los
draichs
de los guardias de máscara de plata. El demonio siseó y escupió palabras de funesto poder que hicieron que el hacha de Urial ardiera como una tea, y Malus sintió que la opresiva voluntad del jefe se desvanecía en la batalla.

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