—No tenemos ninguna prueba —dijo el coronel Melrose con pesadumbre.
El señor Quin sonrió.
—El señor Satterthwaite la tiene.
—¿Yo?
El aludido estaba perplejo.
—Usted tiene la prueba de que el reloj no se rompió. No es posible romper el cristal de un reloj como este sin abrir la tapa. Inténtelo y verá. Alguien cogió el reloj, lo abrió y, después de atrasarlo y romper el cristal, volvió a cerrarlo y a colocarlo en donde estaba. Ellos no se fijaron, pero falta un pedacito de cristal.
—¡Oh! —exclamó Satterthwaite, introduciendo la mano en un bolsillo de su chaleco para sacar un fragmento de cristal curvado.
Aquél era su momento.
—Con esto —dijo el señor Satterthwaite, dándose importancia— salvaré a un hombre de morir ahorcado.