Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (16 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Ha sido una reunión de trabajo muy valiosa y agradable —dijo—. ¿Qué le parece si la reanudamos dentro de una hora?

—Me encantaría seguir trabajando mientras almorzamos —respondió Leia—. Podríamos hacer que nos trajeran algo de comer.

Su propuesta pareció escandalizar a Nil Spaar.

—Debo disculparme, pero eso es imposible —dijo cuando hubo recuperado la compostura—. Mi pueblo considera que comer delante de otra persona es una grave incorrección que debe ser evitada a toda costa. Y, personalmente, considero una estupidez diluir la devota atención que debemos dedicar a la comida con la distracción que supone mantener una conversación mientras se come.

—Le pido disculpas —dijo Leia, poniéndose en pie—. Hasta dentro de una hora, pues.

—Aguardaré con impaciencia ese momento.

El comité de discusión y análisis estaba formado por Leia, el almirante Ackbar en representación de la Flota, el almirante Drayson en representación del general Rieekan, director del Servicio de Inteligencia, Behn-kihl-nahm por el Senado, el Primer Administrador Engh, dos androides de registro, y media docena de secretarios y ayudantes.

Todos escucharon atentamente a Leia sin interrumpirla en ningún momento mientras repetía rápidamente su conversación con Nil Spaar hasta allí donde se lo permitía su memoria. Después todos tuvieron ocasión de hacerle preguntas o de ofrecer sus comentarios.

Casi todos los comentarios fueron bastante predecibles, por supuesto. Al almirante Ackbar, que siempre estaba pensando en los problemas estratégicos, le preocupaba que todavía no hubieran abordado el tema de los derechos de navegación, y quería que esa cuestión gozara de prioridad en la reunión de la tarde. Drayson, que siempre estaba buscando nuevos canales de inteligencia, se preguntó cómo reaccionaría el virrey ante la propuesta de revivir el Sistema de Intercambio de Bibliotecas, en el que algunos de los mundos de los yevethanos habían participado anteriormente.

Behn-kihl-nahm, que siempre era muy consciente del flujo incesante y eternamente variable de las corrientes del poder, preguntó si Leia poseía la autoridad necesaria para negociar todos aquellos asuntos sin que existiera una solicitud de unión a la Nueva República. Y Engh, que siempre era muy consciente del gran poder del dinero a la hora de reforzar los vínculos políticos, apremió a Leia a que agitara todo el catálogo de mercancías delante de los ojos de Nil Spaar en un intento de inducirle a cambiar de parecer sobre las ventajas de unirse a la Nueva República.

—Después de haber oído su informe, supongo que insistirán en que todas las mercancías que entren y salgan de Koornacht deberán ser transportadas por naves yevethanas —dijo Engh—. Eso es magnífico para sus comerciantes, pero no es el tipo de situación al que están acostumbrados los nuestros.

—No estoy segura de que los yevethanos sientan mucho interés por el comercio —respondió Leia.

—Eso es interesante —dijo Drayson—. Si no quieren convertirse en miembros de pleno derecho de la Nueva República y no les interesa el comercio, ¿por qué están aquí?

—Creo que están aquí porque la Nueva República ha llegado a ser lo suficientemente grande y poderosa como para empezar a preocuparles —dijo Leia—. No quieren unirse a nosotros, pero tampoco quieren que acabemos aplastándoles.

—¿Cuál es su poderío militar? —preguntó Behn-kihl-nahm.

—No creo que lo sepamos —respondió Drayson.

—Antes de la ocupación imperial, había dos sistemas con un índice militar de Clase Dos en el Cúmulo de Koornacht —dijo Ackbar—. Pero ya hace mucho tiempo de eso, claro... El Imperio pudo confiscar o destruir muchas de esas naves.

—Según el virrey, han transcurrido nueve años desde el final de la ocupación —dijo Drayson—. En estos momentos, creo que no podemos formarnos ninguna idea razonable de hasta qué punto han llegado en su proceso de rearme. No cabe duda de que la nave que transportó a la delegación hasta Puerto del Este es un buen testimonio de sus progresos en el campo de la ingeniería.

—No me parece que eso tenga ninguna importancia —dijo Leia—. Estoy totalmente convencida de que los yevethanos se sienten amenazados por nosotros. Creo que es vital que no les proporcionemos ninguna razón tangible que pueda justificar esos temores.

—Si se sienten amenazados, eso debería proporcionarle un medio de presión bastante útil —dijo Behn-kihl-nahm.

—No estoy buscando una manera de ejercer presión sobre ellos —replicó Leia—. Ése es el peor lenguaje que podríamos llegar a emplear en estas conversaciones. Los yevethanos tienen muy buenas razones para recelar de nosotros, y se trata de razones con las que todos los presentes en esta sala deberían poder identificarse sin ninguna dificultad. No quiero retorcerles el brazo. Quiero ganarme su confianza. No va a resultar fácil, y hará falta mucho tiempo. Pero creo que Nil Spaar y yo tenemos una posibilidad de llegar a desarrollar la clase de relación personal que puede permitirnos superar los momentos más difíciles. No sé si vamos a acabar obteniendo una alianza o una solicitud para entrar en la Nueva República, pero no voy a preocuparme por eso en estos momentos.

—Cinco minutos —anunció un secretario.

—Gracias, Alóle.

—Le ruego que tenga mucho cuidado con las promesas que haga, Leia —dijo Behn-kihl-nahm mientras todos se ponían en pie—. La idea de que todos somos iguales ante los ojos de Coruscant es muy importante para la estabilidad y la fortaleza de la Nueva República.

—Soy consciente de ello, Behn-kihl-nahm.

—Entonces también debe ser consciente de que si los yevethanos llegan a obtener los beneficios que conlleva el ser miembro de la Nueva República sin tener que cargar con las obligaciones correspondientes, habrá una gran conmoción en el Senado, así como en miles de capitales. Y si se les conceden privilegios que no se hallan al alcance de nuestros miembros, entonces verá cómo centenares de mundos deciden dejar de formar parte de la Nueva República.

—Eso no ocurrirá —replicó Leia—. Mi postura en este asunto es que cualquier tratado con los yevethanos les proporcionará únicamente una pequeña parte de los derechos contenidos en los artículos del pacto de confederación, y que muchas cosas quedarán totalmente excluidas de él: no habrá mercados abiertos, control monetario, resolución de disputas, voz en el Senado, paraguas militar...

—La ausencia del lobo suele hacer que no se dé mucho valor a la presencia del pastor —dijo Behn-kihl-nahm.

—Tal vez sea así —dijo Leia—. Pero hay muchas cosas a ganar forjando un primer vínculo con los yevethanos, sea cual sea la clase de vínculo de que se trate. El Senado lo comprenderá.

—Muchas ideas totalmente estúpidas han obtenido un considerable apoyo dentro de ese organismo político —replicó Behn-kihl-nahm—, y son muchas las falsedades que han circulado por esa sala. Princesa, por mucho que todos queramos contar con ese aliado en el Perímetro Interior, o por mucho que deseemos tener acceso a los metales y la tecnología de los yevethanos, siempre debemos ser conscientes del precio a pagar por ello. Nosotros somos la novia, y son ellos quienes deben ganarse nuestra mano..., y no al revés.

—Le agradezco sus consejos, Behn-kihl-nahm.

—Recuerde que Cortina y Jandur también se presentaron aquí envueltos en una aparatosa aureola de orgullo y fanfarronadas, y que esos dos planetas acabaron firmando los artículos del pacto de la confederación. Y eso ocurrió hace mucho tiempo, cuando ser miembro de la Nueva República significaba bastante menos de lo que significa hoy.

—¡Es la hora! —anunció el secretario.

Leia vació su vaso de un par de rápidos sorbos.

—Si me disculpa...

Behn-kihl-nahm asintió y se fue, dejándola a solas con el almirante Drayson y un androide de registro.

—Fin de la grabación —dijo Drayson. La cajita negra del sistema de control del androide quedaba casi totalmente escondida por su mano—. ¿Podemos hablar un momento, princesa?

—Un momento, pero no mucho más.

—Este proceso de negociaciones me preocupa bastante, y el hecho de que todos sus asesores deban confiar en información de segunda mano es algo que me preocupa muy especialmente. Eso hace que les resulte bastante difícil proporcionarle los consejos bien meditados y libres de prejuicios que usted espera de ellos.

—¿Qué me sugiere?

—Que me permita introducir más ojos y oídos en la habitación para que asistan a la reunión con usted. Podría proporcionarle un comunicador de pulsos codificados tan pequeño que incluso el general Solo tendría muchas dificultades para descubrirlo.

—No espero que el virrey vaya a cachearme —dijo Leia—. Y usted no puede prometerme que el comunicador resultaría totalmente indetectable para los yevethanos, ¿verdad? Si nosotros podemos escuchar lo que se diga dentro de esa habitación, en teoría ellos también pueden hacerlo.

—Cierto —dijo Drayson—. Los recursos técnicos siempre pueden ser descubiertos, desde luego. Naturalmente, si ellos estuvieran espiando discretamente sus reuniones con el virrey, entonces probablemente no se atreverían a...

—¿Tiene alguna prueba de que lo estén haciendo?

—No. Pero a veces me parece más prudente dar por supuesto lo que no salta a la vista que el creer que lo que no puedo ver no está allí.

—Me temo que no entiendo esa forma de pensar, almirante Drayson..., especialmente en este caso.

—¡Es la hora, princesa Leia! —dijo Alóle, asomando la cabeza por el hueco de la puerta desde el pasillo.

—¡Ya voy! —replicó Leia—. Nada de «recursos técnicos» en la Gran Sala, general. Tendremos que conformarnos con mis ojos y mis oídos. No correré el riesgo de confirmar los peores temores de los yevethanos permitiendo que me sorprendan espiándoles. ¿Lo ha entendido?

—Por supuesto, princesa.

El deslizador de superficie yevethano que había ido a recoger a Nil Spaar en las entrañas del complejo administrativo de la Ciudad Imperial depositó a su pasajero en las entrañas del navío embajada
Aramadia
después de unos minutos de viaje.

Allí no había nadie para darle la bienvenida, pero eso no era ninguna sorpresa. Tampoco lo era el hecho de que el conductor esperase dentro del deslizador a que Nil Spaar saliera sin ayuda del compartimiento de pasajeros y recorriera con unos cuantos pasos la corta distancia que lo separaba de la compuerta de salida incrustada en la pared delantera.

Apenas la compuerta se hubo cerrado detrás de él, una espesa nube de gas amarillo empezó a llenar la cámara en la que se había posado el deslizador. Poco después, un diluvio abrasador brotó de millares de diminutas toberas y cayó sobre el deslizador, disipando la neblina amarilla y empujándola hacia las rejillas y los agujeros del sistema de desagüe.

Al otro lado de la compuerta, Nil Spaar se encontró con una estación de acceso sanitaria. El procedimiento ya le resultaba muy familiar, pero aquel día había una nueva y nerviosa premura en sus movimientos. Se quitó rápidamente la ropa y la dejó caer dentro de un incinerador estéril. Su mano cerró el conducto de carga, y la acción produjo un tranquilizador chasquido seguido por un siseo. La parte delantera del incinerador se calentó lo suficiente para que Nil Spaar pudiera percibir el calor en sus dedos.

Después Nil Spaar entró en la cámara de limpieza. Con los ojos cerrados, sus manos invocaron el rociado de gotitas tan finas que parecían agujas: primero llegó la suave lluvia del líquido fumigante, y después el doloroso mordisco de los chorros de frotado. Mientras el agua golpeaba su cuerpo, su expresión se fue suavizando poco a poco hasta rozar el éxtasis. Nil Spaar permaneció largo rato dentro de la cámara, y soportó de buena gana un segundo ciclo de limpieza. Después cruzó el umbral de la salida, donde las manos que habían estado aguardando su llegada envolvieron su cuerpo en una túnica azul fuego.

—Virrey... —dijo el secretario, inclinándose ante Nil Spaar.

—Gracias, Eri —dijo Nil Spaar, aceptando el pesado collar protector de plata que simbolizaba el poder del virrey y cerrándolo alrededor de su cuello—. Tendré que acostumbrarme a soportarlo, ¿verdad? La pestilencia que desprenden sus cuerpos sigue impregnando mis fosas nasales sea cual sea el tiempo que pase dentro de la cámara de limpieza.

—Mis sentidos no perciben ninguna contaminación —dijo Erin.

—Confiaré en que esa afirmación sea algo más que una muestra de cortesía —replicó Nil Spaar—. ¿Y Vor Duull? ¿Me está esperando?

—Sí, virrey.

—Excelente. Haz que preparen resúmenes de los informes y exámenes de la sesión de hoy, y asegúrate de que me estén esperando en mis aposentos cuando llegue allí. No tardaré mucho.

Nil Spaar entró en una cabina magnética que ascendió velozmente a lo largo de los once niveles de cubiertas que separaban el acceso por el que había vuelto a la nave de los dominios de Vor Duull, guardián de información y ciencias del
Aramadia
. Cuando entró en ellos, fue saludado con una rápida reverencia.

—Me alegra enormemente que volváis a estar entre nosotros, virrey.

—Nadie se alegra de ello más que yo —dijo Nil Spaar—. ¿Habéis podido recibir la señal?

—Sin ninguna interrupción —dijo Vor Duull—. Siguiendo vuestras instrucciones, hemos obtenido una grabación completa y la hemos introducido en vuestra biblioteca.

—¿Has visto la grabación?

—Sólo lo suficiente para asegurarme de que los decodificadores y estabilizadores funcionaban correctamente.

Nil Spaar asintió.

—¿Qué opinas de esas criaturas? —El virrey vio que Vor Duull titubeaba, y le animó a responder—. Vamos, vamos... Tienes mi permiso para hablar.

—Me parecen débiles y tremendamente crédulas... Están dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de complacernos. Esa mujer no es una adversaria digna de nuestro virrey.

—Ya lo veremos —dijo Nil Spaar—. Gracias, guardián. Sigue cumpliendo con tus deberes tan bien como lo has hecho hasta este momento.

Después la cabina magnética, moviéndose tan deprisa como antes, recorrió la espiral central de la nave hasta llevarle a la tercera cubierta, donde empezaba la zona de acceso restringido a los niveles superiores de la jerarquía yevethana. Nil Spaar aceptó los saludos de la guardia de honor y un beso de su
dama
, y luego desapareció detrás de las puertas de sus aposentos.

Nil Spaar se sentó delante de un criptocomunicador en la intimidad de su sala privada. Su breve mensaje fue enviado a N'zoth, capital de la Liga de Duskhan, bajo la forma de una sarta aleatoria de bits introducida en la incesante sucesión de los despachos abiertos normales.

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