Un puente hacia Terabithia (9 page)

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Authors: Katherine Paterson

BOOK: Un puente hacia Terabithia
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—¿Estás segura de que estaba llorando?

—Jess Aarons, sé cuándo alguien está llorando.

Caray, ¿qué le pasaba? Janice Avery se lo había hecho pasar muy mal y ahora se sentía responsable de ella: como si se tratara de uno de esos lobos grises o de las ballenas varadas de los Burke.

—Ni siquiera echó una lágrima cuando le tomaron el pelo después de lo de la nota de Willard.

—Sí, lo sé.

Él la miró.

—Bueno —dijo—, ¿qué vamos a hacer?

—¿Hacer? —preguntó ella—. ¿Qué quieres decir con qué vamos a hacer?

¿Cómo explicárselo?

—Leslie, aunque fuera un animal de rapiña tendríamos que ayudarle.

Leslie le miró divertida.

—Pues eres tú el que siempre me dices que ando preocupándome de cosas.

—Pero ¿y Janice Avery? Si llora es que le ha pasado algo muy grave.

—Bueno, ¿y qué piensas hacer?

Se ruborizó.

—A mí no me dejan entrar en el servicio de las chicas.

—Oh, comprendo. Me quieres hacer entrar en la boca del lobo. No gracias, señor Aarons.

—Leslie, te lo juro, si pudiera entrar lo haría. —Estaba realmente convencido de lo que decía—. No le tienes miedo, ¿verdad, Leslie?

No tenía intención de desafiarla, simplemente le desconcertaba la idea de que Leslie pudiera tener miedo.

Los ojos de Leslie comenzaron a echar chispas y levantó la cabeza de aquel modo tan orgulloso que tenía.

—Bueno, voy a entrar. Pero quiero que sepas, Jess Aarons, que creo que es la idea más disparatada que has tenido en toda tu vida.

La siguió con cautela por el pasillo y se escondió en el hueco más cercano al servicio de las chicas. Debía quedarse allí por lo menos para recoger a Leslie cuando Janice la echara a patadas.

Hubo un minuto de silencio cuando la puerta se cerró tras Leslie. Después escuchó a Leslie diciéndole algo a Janice. Luego vino un rosario de palabrotas dichas en voz alta y que a pesar de que la puerta estaba cerrada se oyeron perfectamente. Después fuertes sollozos, no de Leslie, gracias a Dios, y luego más sollozos y palabras, todo mezclado, y el timbre.

Tenía que evitar que le cogieran mirando a la puerta del servicio de las chicas, pero ¿cómo irse? Sería una deserción. El montón de chicos que entraban en el edificio lo resolvió todo. Dejó que la manada lo absorbiera y fue hacia la escalera del sótano, todavía mareado por el sonido de las palabrotas y de los sollozos.

Una vez en la clase de quinto clavó los ojos en la puerta aguardando a Leslie. No le hubiera extrañado demasiado verla entrar hecha cisco, como si fuera el coyote de
Correcaminos.

En cambio, entró sonriente, sin ni siquiera un ojo hinchado. Se fue como flotando hacia la señora Myers y le explicó en voz baja por qué había llegado tarde y la señora Myers le lanzó la sonrisa que ya empezaban a llamar «especial para Leslie Burke».

¿Cómo averiguaría lo que había pasado? Si intentaba pasarle una nota los otros chicos la leerían. El pupitre de Leslie estaba en el rincón de enfrente, lejos de la papelera y del sacapuntas, así que tampoco podía hacer como que iba a esos sitios y hablar con ella disimuladamente. Y ella tampoco le miró. Estaba sentada muy tiesa en su asiento, con la cara de contento de un motociclista después de saltar por encima de catorce camiones.

Leslie siguió sonriendo de satisfacción toda la tarde y hasta en el autobús donde Janice Avery le echó una media sonrisa cuando pasó a su lado para dirigirse a su asiento en la parte de atrás. Leslie miró a Jess como si dijera «¿Ves?». Estaba loco de ganas de saber qué había ocurrido. Ella retrasó la cosa haciéndole sufrir una vez que el autobús hubo arrancado, señalando a May Belle con la cabeza como si dijera: «No podemos hablar de este asunto delante de una niña».

Por fin, en la seguridad del castillo, se lo contó.

—¿Sabes por qué lloraba?

—¿Cómo voy a saberlo? Dios, Leslie, ¿quieres contármelo? ¿Qué demonios pasó allí dentro?

—Janice Avery es muy desgraciada. ¿Te das cuenta?

—Por Dios, ¿por qué lloraba?

—Es una situación muy complicada. Ahora entiendo por qué Janice Avery tiene tantos problemas para relacionarse con otras personas.

—Si no me cuentas qué pasó me va a dar un ataque.

—¿Sabes que su padre le pega?

—Hay muchos padres aquí que pegan a sus hijos
. ¿Quieres continuar?

—No, lo que quiero decir es que le da verdaderas palizas. Esas palizas que en Arlington llevarían a la cárcel al que las diera.

Sacudió la cabeza incrédulamente.

—No puedes imaginarte siquiera...

—¿Por eso lloraba? ¿Sólo porque su padre le da palizas?

—Oh, no. Recibe palizas cada dos por tres. No lloraría en la escuela por eso.

—Bueno.

Qué bien se lo estaba pasando Leslie. Iba a seguir jugando a un tira y afloja.

—Pues hoy estaba tan enfadada con su padre que se lo contó a sus supuestas amigas Wilma y Bobby Sue. Y esas dos, esas dos —no encontraba una palabra lo suficientemente abominable para calificar a las amigas de Janice Avery—, esas dos chicas se han dedicado a chismorrearlo por toda la clase de séptimo.

Sintió lástima por Janice Avery.

—Hasta la profesora lo sabe.

—Vaya.

La palabra le salió en forma de suspiro. Había una regla en Lark Creek a la que el señor Turner daba más importancia que a ninguna otra. Esa regla consistía en que nunca se debían mezclar los problemas domésticos con la vida de la escuela. Si los padres eran pobres, ignorantes o malvados, o incluso aunque no tuvieran televisión en casa, sus hijos debían protegerlos. Mañana todos los chicos y profesores de la Escuela Primaria de Lark Creek estarían hablando medio en broma del padre de Janice Avery. Aunque sus propios padres estuvieran en hospitales del Estado o en prisiones federales, sus hijos no les hubieran traicionado y Janice sí.

—¿Sabes lo que pasó después?

—¿Qué?

—Le conté a Janice lo que me pasó cuando dije que no tenía un televisor en casa y todos se rieron. Le dije que comprendía qué se siente cuando todo el mundo piensa que eres un bicho raro.

—¿Y qué te contestó?

—Sabía que lo que decía era verdad. Hasta me pidió consejo como si fuera una de esas personas de los consultorios de la radio.

—¿De veras?

—Le dije que tenía que fingir que no tiene ni la más mínima idea de lo que Wilma y Bobby Sue andan diciendo ni de dónde sacaron una historia tan fantástica, y entonces todos se olvidarán del asunto en una semana...

Se inclinó hacia adelante, bruscamente inquieta.

—¿Crees que han sido buenos consejos?

—Leslie, ¿cómo voy a saberlo? ¿Se sintió mejor después?

—Creo que sí. Parecía sentirse mejor.

—Entonces fueron unos consejos estupendos.

Se echó hacia atrás, contenta, tranquila.

—¿Sabes una cosa, Jess?

—¿Qué?

—Gracias a ti tengo ahora un amigo y medio en la escuela de Lark Creek.

Le dolió que significara tanto para Leslie tener amigos. ¿Cuándo aprendería que no merecían la pena?

—Oh, tienes más amigos.

—Qué va. La Myers Boca de Monstruo no cuenta.

Allí, en su lugar secreto, sus sentimientos hervían dentro de él como un guisado en la lumbre; algunos eran tristes por su soledad, pero también había rastros de felicidad. Poder ser su único amigo en el mundo como ella lo era para él, le llenaba de satisfacción.

Por la noche, cuando iba a meterse en la cama, le sorprendió la aguda voz de May Belle que le susurró:

—Jess.

—¿Por qué estás aún despierta?

—Jess. Sé dónde Leslie y tú tenéis vuestro escondite.

—¿Qué quieres decir?

—Os seguí.

Se arrimó a su cama de un salto.

—¡No tienes por qué seguirme!

—¿Y por qué no? —preguntó ella con voz respondona.

La agarró por los hombros y la obligó a mirarle a la cara. Parpadeó en la penumbra como una gallina asustada.

—Escúchame, May Belle Aarons —susurró con ferocidad—. Si te pillo siguiéndome otra vez, tu vida no vale un comino.

—Vale, vale —se deslizó a la cama—. Qué malo eres. Debería chivarme a mamá.

—Mira, May Belle. No puedes hacer eso. No te puedes chivar a mamá de adónde vamos Leslie y yo.

Su respuesta fue sorberse los mocos.

Volvió a agarrarla por los hombros. Estaba preocupado.

—Lo digo en serio, May Belle. ¡No digas ni una palabra a nadie! —La soltó—. No se te ocurra ni seguirme
ni
chivarte a mamá, nunca jamás, ¿me oyes?

—¿Por qué no?

—Porque si lo haces le contaré a Billy Jean Edwads que todavía te sigues meando a veces en la cama.

—¡No lo harás!

—Escucha, pequeña, mejor será que no me tientes.

Le hizo jurar sobre la Biblia que jamás lo contaría ni volvería a seguirle, pero fue incapaz de coger el sueño en mucho tiempo. ¿Cómo se le podía confiar todo lo que le importaba a uno a una respondona de seis años? A veces le parecía que su vida era tan delicada como la de una flor. Un soplido un poco fuerte y se caería en pedazos.

Capítulo 8
Pascua

Aunque ya era casi Pascua todavía no hacía calor suficiente como para dejar a
Miss Bessie
al aire libre por las noches.

Y llovía. Durante todo el mes de marzo llovió a cántaros. Por primera vez en años el agua llenó el cauce del arroyo y no era sólo un hilillo sino la suficiente como para que cuando cruzaban por encima, columpiándose, sintieran un poco de miedo al mirar el agua corriendo por debajo.

Jess pasaba al
Príncipe Terrien
dentro de su chaqueta pero el animal crecía con tal rapidez que en cualquier momento podía estallar la cremallera caer al agua y ahogarse.

Ellie y Brenda ya andaban peleándose a ver qué ropa iban a llevar para acudir a la iglesia. Desde que su madre se había enfadado con el predicador hacía tres años, el único día en que los Aarons iban a la iglesia era el domingo de Resurrección y eso era un acontecimiento muy importante. Su madre siempre decía que no tenían dinero pero invertía tanta imaginación y dinero como lograba reunir para asegurarse de que la ropa que llevaba la familia no le diera vergüenza. Pero el día que tenía pensado llevarlos a todos a Millsburg Plaza para comprar ropa nueva, su padre volvió de Washington más temprano. Lo habían despedido. Este año no habría ropa nueva.

Ellie y Brenda comenzaron a aullar como dos sirenas cuando hay incendio.

—No me puedes obligar a ir a la iglesia —dijo Brenda—. No tengo nada que ponerme y tú lo sabes bien.

—Eso es porque estás demasiado gorda —murmuró May Belle.

—¿Has oído lo que ha dicho, mamá? Voy a matar a esta niña.

—Brenda, ¿quieres cerrar el pico? —dijo su madre con severidad. Luego añadió con tono hastiado—: Tendremos que preocuparnos de muchas más cosas que de la ropa de Pascua.

Su papá se levantó ruidosamente y se sirvió café de la cafetera que estaba sobre la estufa.

—¿No podemos comprar algunas cosas a cuenta? —dijo Ellie con voz que quería ser persuasiva.

Brenda interrumpió:

—¿Sabéis lo que hace alguna gente? Compra alguna prenda a cuenta, se la ponen y luego la devuelven diciendo que no es de su talla o algo por el estilo. En las tiendas no les dicen nada.

Su padre se volvió lanzando una especie de rugido.

—En mi vida he escuchado semejante tontería. Ya has oído a tu madre, ¡cierra el pico niña!

Brenda se calló pero hizo estallar con toda su fuerza el globo que formaba con su chicle para demostrarle que no se daba por vencida.

Jess se alegró de poder escaparse al establo y a la complaciente compañía de
Miss Bessie.
Le llamaron:

—¿Jess?

—Leslie, entra.

Primero echó un vistazo y luego se sentó en el suelo cerca de su banqueta.

—¿Qué hay de nuevo?

—No me preguntes. —Tiró rítmicamente de las ubres y escuchó el
plink, plink, plink
que hacía la leche al caer en el cubo.

—Va todo mal, ¿eh?

—Han despedido a mi padre, y Brenda y Ellie están hechas unas furias porque no hay ropa nueva para Pascua.

—Lo siento mucho... lo de tu padre, quiero decir.

Jess sonrió.

—Sí, desde luego, no me preocupan nada esas dos. Conociéndolas sé que se las arreglarán para sacar ropa de alguien. Te darían ganas de vomitar ver cómo intentan llamar la atención en la iglesia.

—No sabía que fueras a la iglesia.

—Sólo en Pascua. —Se concentró en las calientes ubres—. Me imagino que crees que es una tontería o algo así.

Tardó un minuto en responder.

—Estaba pensando que me gustaría ir.

Dejó de ordeñar.

—A veces no te entiendo, Leslie.

—Bueno, nunca he estado en una iglesia. Sería una experiencia nueva para mí.

El volvió a su tarea.

—No te gustaría.

—¿Por qué?

—Es aburrido.

—Bueno, prefiero comprobarlo por mí misma. ¿Crees que tus padres me dejarían ir con vosotros?

—No puedes llevar pantalones.

—Jess Aarons, también tengo vestidos.

Un milagro más.

—Oye —dijo Jess—. Abre la boca.

—¿Por qué?

—Tú abre la boca.

Por una vez, ella obedeció. Le envió un chorro de leche caliente a la boca.

—¡Jess Aarons! —Su nombre le salió confuso y la leche le caía por la barbilla al hablar.

—No abras la boca. Desperdicias una leche muy buena.

Leslie comenzó a reír, se atragantó y se puso a toser.

—Si pudiera encajar una pelota de béisbol con tanta seguridad. Déjame probar otra vez.

Leslie dominó sus risas, cerró los ojos y abrió solemnemente la boca. Pero ahora le tocaba a Jess reír y no pudo controlar la mano.

—Tonto. Me has dado en la oreja. —Leslie levantó los hombros y se limpió con la manga de su camiseta. Volvió a reír.

—Te agradecería que terminaras de ordeñar y volvieras a casa.

Su padre estaba en la puerta.

—Es mejor que me vaya —dijo Leslie en voz baja. Se levantó y se fue hacia la puerta—. Perdóneme.

El padre se hizo a un lado para dejarla pasar. Jess creía que volvería a hablar, pero permaneció allí en silencio un rato más y luego se dio la vuelta y se fue.

Ellie dijo que iría a la iglesia si su madre le dejaba llevar la blusa transparente, y Brenda que iría también si al menos pudieran comprarle una falda. A la postre hubo alguna cosa nueva para todos, excepto para Jess y papá, a los que no les importaba nada, pero a Jess se le ocurrió que eso podía darle un cierto poder de negociación con su madre.

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