Una fortuna peligrosa (55 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Una fortuna peligrosa
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Micky marchó tras ella.

Explicaría a Solly la importancia del ferrocarril para él y para Córdoba. Le diría que, a causa de algo que había hecho Augusta, Solly iba a condenar a la miseria a millones de pobres campesinos. Solly tenía un corazón bondadoso: si conseguía calmar su furia, tal vez le convenciese.

Había dicho que acababa de estar con el príncipe de Gales. Eso significaba que posiblemente aún no habría tenido tiempo de contar a nadie el secreto que le había transmitido el príncipe: que fue Augusta quien organizó la campaña antijudía de la prensa. Nadie había oído la gresca del club: en la sala de fumadores no estaban más que ellos tres. Con toda probabilidad, Ben Greenbourne ignoraría aún quién le había birlado el título nobiliario.

La verdad saldría a la superficie tarde o temprano. Era muy posible que el príncipe se lo contara a alguien más. Pero el contrato iba a firmarse al día siguiente. Si el secreto se conservaba hasta entonces, todo iría bien. Después, los Greenbourne y los Pilaster podían seguir peleándose hasta el Día del Juicio: Papá Miranda tendría ya su ferrocarril.

Por Pall Mall pululaban las prostitutas que hacían la calle en las aceras, hombres que entraban y salían de los clubes, faroleros que cumplían su tarea de encender el alumbrado público, coches particulares y simones, que rodaban por la calzada. Todo aquel tránsito entorpecía el paso de Micky. Hirvió el pánico en su interior. Solly dobló entonces la esquina de una calle lateral, rumbo a su casa de Piccadilly.

Micky hizo lo propio. Había menos gente en aquella calle. Micky pudo echar a correr.

—¡Greenbourne! -llamó-. ¡Espera!

Solly se detuvo y volvió la cabeza. Jadeaba. Reconoció a Micky y reanudó la marcha hacia su domicilio.

Micky le agarró por un brazo.

—¡Tengo que hablar contigo!

A Solly le faltaba el aliento hasta el punto de que casi no podía articular las palabras.

—¡Quítame de encima tus malditas manos! -resolló. Se soltó de un tirón y continuó andando.

Micky fue tras él y volvió a cogerle el brazo. Solly intentó liberarse, pero en esta ocasión Micky le retuvo.

—¡Escúchame!

—¡Déjame en paz! -conminó Solly vehemente.

—¡Sólo un momento, maldita sea! -Micky empezaba ya a irritarse.

Pero Solly no estaba dispuesto a atenderle. Se revolvió furiosamente, logró soltarse de Micky y se alejó.

Dos pasos más adelante llegó a un cruce y tuvo que detenerse en el bordillo mientras pasaba raudo un coche. Micky aprovechó la oportunidad para hablarle de nuevo.

—¡Cálmate, Solly! -pidió-. ¡Sólo quiero razonar contigo!

—¡Vete al diablo! -gritó Solly.

La calzada estaba libre. Para evitar que se alejara de él otra vez, Micky se puso delante de Solly y le cogió por las solapas. Solly se debatió, pero Micky aguantó los tirones.

—¡Escúchame! -chilló.

—¡Suéltame!

Solly asestó un puñetazo a Micky en la nariz.

Micky acusó el golpe y saboreó el gusto de la sangre.

Perdió los estribos.

—¡Maldito seas! -gritó. Soltó la chaqueta de Solly y le devolvió el puñetazo. Alcanzó a Solly en la mejilla.

Solly dio media vuelta y puso un pie en la calzada. En aquel momento ambos vieron un carruaje que avanzaba hacia ellos a toda velocidad. Solly saltó hacia atrás para evitar que le atropellase.

Micky vio su oportunidad. Si Solly moría, los problemas de Micky habrían terminado.

No había tiempo para calcular los pros y los contras, no quedaba resquicio para el titubeo ni la reflexión.

Micky dio a Solly un fuerte empujón, lanzándole hacia el arroyo para que quedase delante de los caballos.

El cochero soltó un grito y tiró de las riendas. Solly dio un traspié, se vio los caballos encima, cayó al suelo y chilló.

Durante unos segundos Micky vio las caballerías lanzadas al galope, las pesadas ruedas del vehículo, el aterrado cochero y la inmensamente desvalida forma de Solly, tendido de espaldas en la calzada.

Luego, los caballos se precipitaron sobre Solly. Micky vio el cuerpo retorcerse y serpentear cuando los herrados cascos le destrozaron. De inmediato, la rueda delantera de la parte próxima a donde estaba Micky alcanzó a Solly en la cabeza, un impacto terrible que lo dejó inconsciente. Una fracción de segundo después, la rueda posterior pasó por encima de la cara de Solly y le aplastó el cráneo como si fuera una cáscara de huevo.

Micky se alejó. Creyó que iba a vomitar, pero pudo evitarlo. Los temblores sacudieron su cuerpo. Se sintió débil, al borde del desmayo, y tuvo que apoyarse en una pared.

Se obligó a echar un vistazo al cuerpo que yacía inmóvil en mitad de la calzada. La cabeza de Solly aparecía destrozada, su rostro, irreconocible, la sangre y algo más manchaban el arroyo a su alrededor.

Estaba muerto.

Y Micky se había salvado.

Ben Greenbourne ya no necesitaba saber lo que Augusta le había hecho; el trato se cumpliría; el ferrocarril se construiría, y Micky Miranda sería un personaje importante en Córdoba.

Notó un hilito caliente que se deslizaba por su labio. Le sangraba la nariz. Se sacó un pañuelo y lo aplicó allí.

Contempló a Solly un momento más. Pensó: «Sólo perdiste los nervios una vez en tu vida, y te maté».

Miró a un lado y a otro de la calle, iluminada por las farolas de gas. No se veía a nadie por allí. Sólo el cochero presenció lo ocurrido.

El coche de caballos se detuvo traqueteante a unos veinticinco metros. El cochero se apeó de un salto y una mujer miró por una ventana. Micky dio media vuelta y se alejó a toda prisa, de regreso hacia Pall Mall.

Unos segundos después oyó la voz del cochero que le llamaba:

—¡Eh, oiga! ¡Usted!

Apretó el paso un poco más, dobló la esquina y se adentró por Pall Mall sin volver la cabeza. Se perdió inmediatamente entre el gentío.

«Por Dios, lo conseguí», pensó. Ahora que había perdido de vista el cuerpo destrozado, la sensación de disgusto desaparecía, y empezó a vivir la sensación de triunfo. Pensar con rapidez y actuar con audacia le habían permitido superar un obstáculo más.

Aceleró la marcha rumbo al club. Con suerte, nadie habría reparado en su ausencia. Confiaba en ello, pero al franquear la puerta de entrada se encontró de frente con Hugh Pilaster, que salía en aquel momento.

Hugh le dirigió una inclinación de cabeza y dijo:

—Buenas noches, Miranda.

—Buenas noches, Pilaster -respondió Micky; y entró en el club sin dejar de maldecir a Hugh por lo bajo.

Pasó al guardarropa. Tenía la nariz enrojecida como consecuencia del puñetazo de Solly, pero aparte de eso sólo aparecía un poco desarreglado. Se alisó la ropa y se cepilló el pelo. Mientras lo hacía pensó en Hugh Pilaster. Si Hugh no hubiese estado en el umbral en aquel momento, nadie habría sabido nunca que Micky había salido del club… apenas unos minutos… de todas formas, ¿qué importancia tenía? Nadie iba a sospechar que Micky pudiese matar a Solly y, aunque alguien lo sospechara, el hecho de que hubiese abandonado el club unos minutos no demostraría nada. No obstante, ya no tenía una coartada irrefutable, y eso le preocupaba.

Se lavó las manos a conciencia y subió la escalera para dirigirse a la sala de juego.

Edward estaba jugando al bacarrá y había un asiento libre en la mesa. Micky lo ocupó. Nadie hizo comentario alguno acerca del tiempo que había estado ausente.

Le sirvieron cartas.

—Pareces un poco mareado -comentó Edward.

—Sí -dijo tranquilamente-. Creo que el pescado de la sopa de esta noche no estaba todo lo fresco que debiera.

Edward hizo una seña al camarero.

—Tráigale a este hombre una copa de coñac.

Micky miró sus cartas. Tenía un nueve y un diez, la mano perfecta. Apostó un soberano.

Hoy podía perder.

2

Hugh fue a ver a Maisie dos días después de la muerte de Solly. La encontró sola, sentada inmóvil y silenciosa en un sofá, ataviada con un elegante vestido negro, menuda e insignificante en medio de la magnificencia del salón de la casa palaciega de Piccadilly. Arrugas de dolor surcaban su rostro, y parecía llevar bastantes horas sin dormir. A Hugh se le encogió el corazón de pena por ella.

Maisie se le echó en sus brazos, al tiempo que exclamaba:

—¡Oh, Hugh, era el mejor de todos nosotros!

Al oír aquellas palabras, Hugh no pudo contener las lágrimas. Hasta aquel momento había estado demasiado aturdido para llorar. Era un sino terrible morir como había muerto Solly, y lo merecía menos que cualquier otra persona que Hugh pudiese citar.

—No había en él la más mínima pizca de maldad -dijo-. Era incapaz de hacer daño a nadie. En los quince años que llevaba conociéndole, no recuerdo una sola vez en que no fuese amable y bueno con los demás.

—¿Por qué ocurren estas cosas? -articuló Maisie con voz dolida.

Hugh titubeó. Apenas unos días antes se había enterado, por medio de Tonio Silva, de que Micky Miranda había matado a Peter Middleton tantos años atrás. A causa de ello, no podía evitar preguntarse si no habría tenido Micky algo que ver con la muerte de Solly. La policía buscaba a un hombre bien vestido que estuvo discutiendo con Solly poco antes de que éste fuera atropellado. Hugh había visto a Micky entrar en el Club Cowes aproximadamente a la misma hora en que Solly murió, de forma que era indudable que estuvo por las proximidades.

Pero no existía móvil: todo lo contrario. Solly estaba entonces a punto de cerrar el trato para la operación del ferrocarril de Santamaría, tan importante para Micky. ¿Por qué iba a matar a su benefactor? Hugh decidió no decir nada a Maisie acerca de sus posiblemente infundadas sospechas.

—Parece que fue un trágico accidente -manifestó.

—El cochero cree que a Solly le empujaron. ¿Por qué iba a huir el testigo si no era culpable?

—Puede que intentara robar a Solly. De todas formas, eso es lo que dicen los periódicos.

La prensa concedía una amplia cobertura a la noticia. Era un caso sensacional: la espantosa muerte de un destacado banquero, uno de los hombres más ricos del mundo.

—¿Visten los ladrones traje de etiqueta?

—Era casi de noche. Puede que el cochero se confundiese respecto a la ropa del hombre.

Maisie se separó de Hugh y volvió a sentarse.

—Y si tú hubieses esperado un poco más, podrías haberte casado conmigo, en vez de hacerlo con Nora -dijo.

A Hugh le desconcertó la sinceridad de Maisie. La misma idea se le había ocurrido a él a los pocos segundos de enterarse de la noticia… pero se avergonzó de ella. Era típico de Maisie ir derecha al grano y decir lo que ambos pensaban. Hugh no estaba seguro de lo que debía responder, así que salió con una broma tonta.

—Si un Pilaster se casara con una Greenbourne, más que una boda sería una fusión.

Maisie sacudió la cabeza.

—No soy una Greenbourne. En realidad, la familia de Solly no me ha aceptado nunca.

—Sin embargo, debes de haber heredado una buena parte del banco.

—No he heredado nada, Hugh.

—¡Pero eso es imposible!

—Es la verdad. Solly no tenía dinero propio. Su padre le pasaba una generosa asignación mensual, pero nunca puso capital a su nombre, por culpa mía. Incluso esta casa es alquilada. Me pertenece mi vestuario y las joyas, de modo que no me moriré de hambre. Pero no heredo nada del banco… como tampoco lo heredará el pequeño Bertie.

Hugh estaba atónito… y furioso por el hecho de que alguien fuera tan mezquino con Maisie.

—¿El viejo ni siquiera atenderá las necesidades de tu hijo?

—No le dará ni un penique. Esta mañana he visto a mi suegro.

Era una forma miserable de tratarla y Hugh, como amigo de Maisie, se sintió afrentado personalmente.

—Es una vergüenza -dijo.

—En realidad, no -respondió Maisie-. Le proporcioné a Solly cinco años de felicidad y, a cambio, él me dio a mí cinco años de vida por todo lo alto. Puedo volver a la existencia normal. Venderé mis joyas, invertiré el dinero y podré llevar una vida tranquila con los ingresos que esa inversión me procure.

Era duro de aceptar.

—¿Te irás a vivir con tus padres?

—¿A Manchester? No, no creo que pudiera volver tan lejos. Me quedaré en Londres. Rachel Bodwin está creando un hospital para madres solteras: puedo ir a trabajar con ella.

—El hospital de Rachel está armando bastante alboroto.

La gente cree que es un escándalo. -¡Entonces encajaré de maravilla en él!

Hugh seguía dolido y preocupado por la forma ruin en que Ben Greenbourne trataba a su nuera. Decidió tener un intercambio de opiniones con Greenbourne e intentar hacerle cambiar de idea. Pero no se lo mencionaría a Maisie. No deseaba que la mujer concibiese unas falsas esperanzas que luego posiblemente quedasen en nada.

—No tomes ninguna determinación precipitada, ¿quieres? -le aconsejó.

—¿Como cuál? -quiso saber Maisie.

—No abandones esta casa, por ejemplo. Es posible que Greenbourne intentara confiscar tus muebles.

—No me moveré de aquí.

—Y te hace falta un abogado que defienda tus intereses.

Ella negó con la cabeza.

—He dejado de ser la clase de persona que llama a un abogado como se llama a un lacayo. Tengo que pensar en lo que cuestan sus servicios. A no ser que tenga la certeza de que me estafan, no consultaré a ningún abogado. Y no creo que traten de timarme. Ben Greenbourne es un hombre íntegro. Aunque también duro: duro como el hierro e igual de frío. Resulta asombroso que haya engendrado a alguien tan amable y bondadoso como Solly.

—Estás muy filosófica -dijo Hugh. Admiraba su valor.

Maisie se encogió de hombros.

—Mi vida ha sido maravillosa, Hugh. Pobre de solemnidad a los once atlas y fabulosamente rica a los diecinueve. -Se tocó el anillo del dedo-o Este diamante seguramente vale más dinero que el que mi madre haya visto jamás. He dado las mejores fiestas de Londres; he conocido a todo el que era alguien; he bailado con el príncipe de Gales. No lamento nada. Salvo que estés casado con Nora.

—Nora me gusta mucho -afirmó Hugh, en tono poco convincente.

—Estás enfadado porque no quise tener una aventura contigo -dijo Maisie crudamente-. Estabas loco por dar salida a tu vitalidad sexual. y elegiste a Nora porque te recordaba a mí. Pero Nora no soy yo, y por eso te sientes ahora desdichado.

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