Una noche más (14 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

BOOK: Una noche más
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Llegan al hospital. La chica se baja con Sara para ir entrando y que las atiendan cuanto antes. Juan se dedica a buscar un sitio en el que aparcar su coche. Tarea que le ocupa más de veinte minutos. En cuanto lo consigue, echa a correr las calles que le separan del hospital. Llega a la sala de espera casi sin resuello pero sólo encuentra a la desconocida en ella. Sara no está. La chica advierte enseguida su llegada y le mira con curiosidad. Juan se dirige a ella.

—¿Dónde está? —le pregunta casi a bocajarro.

—Les he contado lo que ha pasado y se la han llevado para que la vea un psiquiatra. En un rato nos dirán algo —le explica con gesto abatido. Juan cae en la cuenta entonces de que debe de ser esa jovencita de la que Sara le habló días atrás. La que la abordó en una cafetería dándole su teléfono y a la que Sara no sabía si llamar.

—Bueno, ahora cuéntame a mí con más calma qué es lo que ha pasado en tu casa —le pide Juan a la chica sentándose junto a ella.

—Pues más o menos lo que te he dicho en el coche. Le dio una especie de desmayo, de desvanecimiento. Estaba totalmente ida. No creo que llegará a perder la conciencia pero respiraba muy deprisa y tenía como un ataque de ansiedad o algo así…

—Ya. Pero, ¿eso fue así de repente? ¿No pasó nada antes? ¿Estaba bien y de repente ¡zas! le da un jamacuco? —inquiere Juan extrañado.

La chica se queda en silencio, pensando. Luego se mete la mano en el bolsillo y saca algo de él. Se lo tiende a Juan. Un escalofrío le recorre la espalda al ver un mechero con el logotipo de la agencia de publicidad de Ruth. Juan lo coge de la mano de la chica y se queda mirándolo, incrédulo.

—¿Qué coño significa? —le pregunta la chica. Juan no es capaz de decir nada. Empieza a comprender la reacción de Sara. Pero como no dice nada, la chica añade: ¿Quién es Ruth?

Juan mira a la chica a los ojos. En su rostro cree ver preocupación sincera por Sara. Sabe que es posible que la noche anterior pasara algo entre ellas dos. Posiblemente esa chica tenga algún tipo de interés en su amiga. Y no sabe cómo le podría afectar el que le dijera el motivo de lo que le ha pasado a Sara. Traga saliva, se humedece los labios y finalmente se lo explica.

—Ruth es la ex novia de Sara… —le dice alzando las cejas en un gesto de circunstancias—. ¿Tú la conoces?

La chica asiente y se le ensombrece la mirada. Agacha la cabeza en un gesto apesadumbrado, entendiendo lo que eso significa. Al tiempo que ella se da cuenta de que el pasado de Sara ha sido el culpable de su situación actual, a Juan le empieza a dominar la ira. Y siente crecer un extraño odio hacia Ruth que, incluso sin hacer acto de presencia, sigue dominando el ánimo de Sara y llevándola a sufrir del modo en que lo está haciendo. Se levanta decidido y se aleja de la sala de espera. Sale incluso fuera del hospital. Hace todo el trayecto con el móvil quemándole en la mano. Al llegar a la calle pulsa las teclas adecuadas rápidamente y el tono de llamada comienza a sucederse cuando se pone el teléfono en la oreja. En contra de lo que se esperaba, al tercer pitido descuelgan al otro lado.

—Juan, me pillas en mal momento. Estoy… —empieza a decir Ruth al otro lado.

—¡Me da igual como te pille! —le grita Juan—. ¡Eres una cabrona, tía! ¡Vas por la vida jodiendo a la gente y te da igual lo que les pase! ¡No te mereces ni la mitad de lo que las personas te dan…!

—Pero bueno, ¿a ti qué coño te pasa? —le espeta Ruth gritando también.

—¡Me pasa que incluso sin verla sigues jodiéndole la vida a Sara! ¡Me pasa que estoy harto de esa actitud de niñata que tienes! ¡Me pasa que soy yo el que ha traído a Sara al hospital porque tú y sólo tú le has jodido la vida y me da rabia que siga tan enamorada de alguien que no se lo merece…!

—¿Que Sara está en el hospital? —chilla Ruth—. ¿Qué le ha pasado? ¿Qué….?

—¡Eso a ti no te importa! ¡Ya has hecho bastante! —Juan se da cuenta de que su tono es quizá demasiado duro pero es que ya está cansado de esa situación—. ¡Sólo te digo que ni se te ocurra acercarte a Sara en la vida! ¡Y empieza a tener cuidado con las tías a las que te follas!

Juan cuelga la llamada súbitamente. Y después desconecta el teléfono para que Ruth no le pueda llamar. Regresa a la sala de espera y se sienta junto a la chica todavía visiblemente alterado. Ella le mira confundida pero no dice nada.

—¿Han dicho algo? —pregunta al cabo de unos pocos segundos en los que ha tratado de calmarse.

—Todavía no. Seguirá hablando con el psiquiatra.

Juan se recuesta en el asiento sabiendo que si Sara tiene que contar toda la historia, la cosa irá para largo. Las sienes todavía le palpitan. Quizá se haya propasado con Ruth pero ya se ha cansado de ir de amigo comprensivo que deja todo pasar.

Ruth se queda mirando el móvil en su mano totalmente estupefacta. Jamás había escuchado a Juan dirigirse a ella en ese tono. Jamás. Si alguna vez ha tenido que llamarle la atención sobre su comportamiento ha tratado de hacerlo con tacto y diplomacia. Nunca se ha dejado llevar por un cabreo incipiente. El estómago se le convierte en un manojo de nervios y las piernas le tiemblan de tal modo que piensa que si tratara de ponerse en pie en ese momento le fallarían irremediablemente.

—¿Qué es lo que pasa? —le pregunta Pedro sentado frente a ella.

Ruth mira a su amigo. La llamó unos días atrás para ver cómo estaba. Se había enterado con bastante retraso de que ella y Sara lo habían dejado. Y es que en el último año y medio apenas se han visto. Ambos por las mismas razones. Ella porque estaba enredada en su trajín de viajes a Barcelona y él porque también empezó una relación y había dejado de salir tan habitualmente con Ruth y los demás por Chueca. Pero desde que hace un rato se habían vuelto a encontrar al fin, Ruth se daba cuenta de que no le estaba resultando tan fácil como creía retomar su amistad.

Pedro había sido su mejor amigo en la época de la facultad. Lograron mantener su relación tras acabar los estudios porque él también hizo piña en torno a ella junto a Juan, Diego y Pilar cuando Olga la dejó. El tiempo hizo el resto. Siguieron viéndose todos juntos para salir. Era fácil. Ni él ni Pilar ni la propia Ruth tenían pareja, si acaso historias fugaces que nunca les robaban demasiado tiempo. Y Juan y Diego ya estaban juntos desde hacía mucho y casi los contaban como una sola persona. Pero en cuanto los tres solteros de oro comenzaron sus respectivas relaciones por separado, los lazos que los unían se fueron disolviendo. Y quizá el que peor parado había salido era Pedro. Porque, al fin y al cabo, él salía con una chica, a la chica no le hacía gracia ir a Chueca y comenzaron a gastar su tiempo de ocio por otros bares y otras zonas. Se distanciaron de un modo gradual. Las llamadas se fueron espaciando y aunque siempre acababan prometiéndose buscar un hueco para verse nunca parecían capaces de encontrarlo. Ruth ni siquiera conoce a la novia de Pedro y si él ha visto a Sara es porque ambos estaban juntos en aquella fiesta de Ibiza en la que la conocieron.

Ahora mira a su amigo y le siente extraño. Ni siquiera sabe por qué ha aceptado a quedar a comer con él. ¿Qué podría decirle acerca de la ruptura? Él ni siquiera fue testigo de la relación. Y si ni con sus propios amigos ha sido capaz de hablar abiertamente de lo que ha pasado, ¿qué podría contarle a él? Nada. Absolutamente nada. ¿Qué podría decirle ahora de la llamada de Juan, del motivo de la misma?

El motivo de la llamada… Sara está en el hospital… En el hospital… ¿Por qué está Sara en el hospital…? ¿Por qué ella tiene la culpa de que esté allí…? ¿Qué ha hecho para que sea culpa suya…? Ella no ha vuelto a ver a Sara desde hace mucho. No la ha llamado. No le ha mandado un solo mensaje… ¿Qué ha podido hacer para que Sara esté en el hospital? ¿Qué le ha pasado a Sara?

—Ruth, ¿te encuentras bien? Estás como ida… —le dice su amigo pasándole la mano por delante de la cara.

—Era Juan… Algo le ha pasado a Sara. Está en el hospital —logra articular Ruth. Ve que Pedro abre mucho los ojos y que va a decir algo. Pero antes de que lo haga le interrumpe—. No me encuentro muy bien. Creo que me voy a ir a casa. ¿Te importa que dejemos la comida para otro día?

—No, claro que no —se apresura en decir Pedro—. ¿Qué le ha pasado a Sara?

—No lo sé —dice Ruth desfalleciendo a cada momento— . Juan no me lo ha querido decir. Sólo me ha dicho que no me acerque a ella. Que yo tengo la culpa…

Pedro no parece comprender lo que le explica Ruth. Pero es que tampoco lo comprende ella misma. Se levanta de la mesa desorientada. Luego se inclina hacia su amigo para darle dos besos justo cuando la camarera se acercaba a tomarles nota. Casi choca con ella al darse la vuelta. Sale del Vips como una autómata. Al llegar a la calle aprieta el paso y cruza Fuencarral con el semáforo en rojo, sorteando los coches que vienen en una y otra dirección. Sólo tiene una cosa en mente y es llegar a su casa cuanto antes. Y los escasos quinientos metros que le faltan por recorrer se le hacen eternos. Cada paso es como un golpe para ella. Un golpe en su estómago ya cerrado y encogido. Otro golpe en el pecho que le corta la respiración hasta casi ahogarla. Otro en la cabeza que hace que casi se le salten las lágrimas. Alcanza su portal cuando está a punto de derrumbarse. Las llaves se le caen al tratar de meter la que corresponde en la cerradura. Y se le vuelven a caer. Por fin, a la tercera vez, lo consigue y entra en el portal. La respiración se le acelera esperando el ascensor. Al entrar en la cabina y ver su reflejo en el espejo le da la espalda rápidamente. Pulsa el botón de su piso y cuenta con ansiedad los segundos que tarda en llegar hasta él.

Pero no encuentra alivio en su casa. Más bien al contrario. Las paredes se le caen encima. No sabe qué hacer. Algo se rompe en su interior. Se marea. Las piernas le fallan del todo. Se sienta en el sofá. Pero el mareo no remite sino que va a más. La imagen de Sara acude a su mente junto con la incertidumbre de no saber qué le ha pasado. Por qué tiene ella la culpa. Por qué Juan le ha hablado de ese modo. Se tumba en el sofá y acaba adoptando una posición fetal, doblándose sobre sí misma porque el dolor del estómago aumenta más a cada minuto. Y por fin, tarde, con retraso, casi cuatro meses después, una lágrima sale de uno de sus ojos. Luego otra. Y otra. Y Ruth rompe a llorar, viniéndose abajo por completo. Llora sin parar, sin encontrar consuelo. Llora todo lo que no lloró en su momento. Y se da cuenta, tarde, con retraso, de que las cosas no son tan fáciles como ella se ha empeñado en creer.

ESTA MADRUGADA

¿Q
ué hace que nos enamoremos de las personas? ¿Qué estúpida sustancia química segrega nuestro estúpido cerebro para que consideremos extraordinario a alguien que no pasa de mediocre? El amor es un chute, no un acto racional. Muchas veces encontramos a personas que parecen perfectas, hechas a nuestra medida. Con intereses, gustos, caracteres parecidos a los nuestros. Afinidad lo llaman. Sin embargo no nos enamoramos. Puede que hasta nos resulten indiferentes. En cambio sucumbimos a personas con las que no tenemos nada en común, con opiniones y modos de ver la vida que no encuentran eco en nosotros. Que, incluso, son diametralmente opuestos y nos llevan a caer en conflicto con nuestros propios principios. Pero nos enamoramos sin remedio. Cuando eso ocurre los amigos cercanos siempre se preguntan en silencio: «¿Pero qué coño ve en esa persona?». Los amigos no se lo explican pero si nos preguntaran a nosotros tampoco podríamos hacerlo. Es irracional. Es químico. Pero también psicológico. Tal vez la otra persona sea para nosotros la figura de algo que se quedó grabado en nuestro pasado. Quizá la expiación de algún pecado (eso, claro está, para quienes sean católicos, otros pueden echar mano del tan traído karma). O simplemente una dependencia tan absurda y atroz como la que se tiene con una droga. Nos mata poco a poco y con saña pero no podemos prescindir de ella.

Sara sabe que Ruth produce sobre ella el mismo efecto que la droga más dura. Lo sabe, lo acepta y lucha por combatir su adicción. Sabe que Ruth es nociva. Sabe que debe alejarla de su vida todo lo que pueda. Porque si la tiene cerca no podrá controlarse. Y no por saberlo es más fácil o le cuesta menos. Al contrario. La tentación es más fuerte cuando se identifica el objeto prohibido. Y ella ha pasado cuatro meses alejada de su droga. No la ha visto, no ha tratado de tener ningún tipo de contacto. Las únicas noticias que le han llegado durante ese tiempo era lo que le contaban sus amigos y tampoco eso era mucho. ¿Por qué reaccionó así al darse cuenta de que se acababa de acostar con una persona con la que también Ruth se había acostado? Sara no sabría explicarlo. Reaccionó de un modo visceral. No pudo controlarlo. Fue como si Lola hubiera tenido rastros del sabor de Ruth en su cuerpo y ella, al absorber esos restos de la droga de la que tanto esfuerzo le está costando prescindir, hubiera sufrido una sobredosis. Saber que una, dos, tres semanas antes, da igual el tiempo, Ruth se tumbó en esa misma cama en la que se había tumbado Sara la noche anterior bastó para que sus nervios sufrieran un colapso.

Pero, ¿realmente se trata de amor cuando hablamos de amor? ¿Realmente el amor es la causa de los males que provoca una ruptura? ¿No se trataría en realidad de un síndrome de abstinencia, de un simple mono al faltar la sustancia a la que nos habíamos acostumbrado durante un determinado periodo de tiempo? En ese caso, ¿qué tiempo es el necesario para engancharse a alguien? ¿Sería más difícil desintoxicarse de una relación de nueve años que de una que solamente hubiera durado uno? ¿Son más débiles las personas que en unos pocos meses se enganchan a una persona y más fuertes las que tras años de relación son capaces de dejar atrás a su pareja sin problemas? ¿Influye el tipo de relación que se haya tenido? ¿Puedes engancharte de alguien con quien no has llegado a mantener una relación? ¿Qué papel juega el sexo en todo esto? ¿Por qué Sara no puede olvidar a Ruth, prescindir de su recuerdo, dejarla atrás definitivamente? ¿Por qué no puede aún sabiendo todo el daño que le ha hecho, aún sabiendo que no le conviene, aún viendo ahora, en perspectiva, analizándola, lo mezquina y ruin que puede llegar a ser, lo egoísta y débil que, sin duda, es Ruth? ¿Por qué todavía sigue enamorada de ella? Enamorada de alguien que no la quiso tener a su lado, que la hirió sin medida porque no se atrevía a decirle que no quería continuar pero cuyos actos dejaban meridianamente claro que ni siquiera estaba dispuesta a luchar.

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