Universo de locos (21 page)

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Universo de locos
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—Como la bebida durante la Ley Seca —dijo Keith. Betty parecía perpleja.

—¿Cómo qué?

Keith dijo:

—No importa.

Sacó del bolsillo el pequeño paquete de dinero, las monedas envueltas en los billetes. Lo abrió y observó con atención el dinero, primero los billetes y después las monedas.

—Tengo aquí cinco monedas y dos billetes que llevan fechas de antes de 1935 —dijo Keith—. ¿Puede decirme qué valor tienen?

Se las entregó a Betty, quien las llevó cerca del candelabro para poder estudiarlas mejor. Al fin ella dijo:

—No sé qué precios se pagan; depende de las fechas y del buen estado del dinero. Pero creo que todo esto valdrá aproximadamente unos diez mil créditos, mil dólares de los antiguos.

—¿Nada más? —preguntó Keith—. Un hombre en Greeneville me pagó dos mil créditos por sólo una moneda, y me dijo que valía mucho más que eso.

Betty le devolvió el dinero.

—Quizá era una fecha rara. Desde luego, también una de éstas podría ser rara. Sólo le he dado una aproximación del valor, basándome en que todas serán corrientes en lo que se refiere a la rareza de las fechas. Pero una sola de éstas podría valer los diez mil créditos si es de una fecha de las que quedan pocas. ¿Qué son estas otras monedas y billetes que ha separado?

—Las que podrían meterme en complicaciones —dijo Keith—. Son las que llevan fecha posterior a 1935.

—Entonces deben ser falsificaciones —dijo Betty—. Hechas por los arturianos. Más vale que se desprenda de ellas y que no se las encuentren encima.

—Eso es lo que no puedo comprender —contestó Keith—. Estas monedas y estos billetes no son falsificaciones arturianas. Pero ¿por qué habrían los arts de falsificar monedas con fechas posteriores a la época en que el Gobierno de la Tierra dejó de acuñar moneda?

—Los arts hacen al mismo tiempo cosas estúpidas y cosas brillantes —dijo Betty—. Después que la conversión de la moneda les quitó la oportunidad de hacer moneda falsa por los procedimientos ordinarios, los arts trataron de que sus espías pudieran tener el dinero necesario para su trabajo vendiendo monedas a los coleccionistas. Sólo que cometieron la estúpida equivocación de seguir fabricando monedas del tipo antiguo, pero con las fechas actuales.

»Más de veinte espías arts han sido atrapados por tratar de vender monedas con las fechas equivocadas a los coleccionistas. Hace pocos días, el domingo pasado, en un pueblo de la región, un espía art trató de… —Betty se contuvo y lo miró—. ¡Oh! Ese habrá sido usted, ¿no?

—Ese fui yo —dijo Keith—. Sólo que no soy un espía art y la moneda no era una falsificación, ni de los arturianos ni de nadie.

—Pero si no era falso, ¿cómo podía llevar fecha posterior al treinta y cinco? preguntó Betty.

Keith suspiró.

—Si supiera eso tendría la respuesta a muchas de las otras preguntas. De todos modos voy a tirar por la primera alcantarilla que encuentre cuando salga de aquí las monedas y billetes que no podré vender. Pero dígame: sobre esos espías arturianos, ¿son de veras seres humanos? ¿O son tan parecidos a nosotros físicamente que pueden pasar por humanos?

La muchacha se estremeció.

—Son
horriblemente
distintos. Monstruos. Se parecen a los insectos… más grandes, desde luego; y son tan inteligentes como nosotros. Pero malignos. En los primeros días de la guerra, los arts capturaron vivos a unos cuantos seres humanos. Y pueden trasplantar personalidades, colocar sus mentes en los cuerpos humanos y usarlos como espías y saboteadores. Ahora ya no quedan tantos —continuó Betty—. La mayoría han sido muertos. Tarde o temprano se delatan porque sus mentes son extrañas a nosotros y no acaban de comprender todos los detalles de nuestra civilización. Eso los hace incurrir en algún error que los descubre.

—Entiendo perfectamente —dijo Keith.

—De todas maneras es un peligro que va desapareciendo —dijo Betty—. Nuestras defensas son tan buenas que ya han pasado años sin que capturaran a seres humanos vivos. A veces los arts pueden infiltrarse lo suficiente para causarnos algunas muertes, pero nunca para hacer prisioneros. Y de las personas que capturaron al principio de la guerra seguramente no quedan muchas con vida.

—Pero, aunque sea así —dijo Keith—, ¿por qué disparar a la más leve sospecha? ¿Por qué no se los detiene? Si sus mentes son realmente extrañas, un psiquiatra ha de ser capaz de decir si son arturianos o no. ¿Y no muere una gran cantidad de inocentes a causa de esa orden de disparar sin previo aviso?

—Naturalmente —dijo Betty—. Quizá más de cien por cada espía verdadero que conseguimos matar. Pero los arts son tan peligrosos, tienen tanta capacidad para realizar cosas que pueden llegar a matar a millones de personas, y es mejor, mucho mejor, no arriesgarse en lo más mínimo. Aunque murieran mil humanos para matar a un espía arturiano, valdría la pena. Comprenderá que si pudieran conocer algunos de nuestros secretos científicos para añadir a su propia técnica —prosiguió— eso representaría un cambio importante en el curso de la guerra, y en estos momentos las fuerzas están muy equilibradas. Es decir, yo creía que estaban equilibradas, hasta que Mekky me dijo, igual que a usted, que había una crisis en la guerra. Es posible que los arts lleven ventaja. Y si perdemos la guerra eso significará la aniquilación de la raza humana. No desean gobernarnos; quieren exterminamos y apoderarse del Sistema Solar para su propia expansión.

—Que desagradable —dijo Keith.

El rostro de Betty se encendió de ira.

—No bromee. ¿Acaso cree que el fin de la raza humana es una broma?

—Lo siento —dijo Keith, un poco arrepentido—. Lo que pasa es que no puedo… Olvídelo, por favor. Ya comprendo lo que quiere decir sobre lo peligroso que puede ser un espía. Pero aún no veo por qué no hemos de asegurarnos de que es un art antes de matarlo. Si se lo tiene apuntado con una pistola no se va a poder escapar.

—Sin embargo puede, y se ha escapado muchas veces —dijo Betty—. Primero tratamos de arrestarlos, hasta que muchos empezaron a escapar camino a la cárcel e inclusive después de que estaban encerrados. Tienen fuerzas especiales, tanto físicas como mentales. Tenerlos encañonados con una pistola no es suficiente.

Keith sonrió.

—De modo que uno de ellos podría quitarle la pistola a un agente del W.B.I. que lo estaba apuntando. Bien, por lo menos en mi caso, si es que tenían alguna duda, ya no la tendrán después de lo que pasó esta tarde.

Keith se incorporó. Durante un largo rato miró a Betty, al resplandor de las velas en el pelo y la piel dorados, y la increíble belleza de aquel rostro y aquel cuerpo. La miró como si no fuera a verla nunca más, lo que en ese momento parecía muy probable…

En su mente se formó un retrato mental de ella que lo acompañaría durante toda su vida, durara ésta cuarenta años o cuarenta minutos. Lo último parecía lo más probable.

Keith giró la cabeza y miró hacia la ventana, la misma ventana por la que Betty se había inclinado en ocasión de la visita de Mekky. El cristal estaba ahora negro y opaco.

La Niebla Negra había empezado.

Keith dijo:

—Muchas gracias, señorita Hadley, y adiós.

Ella se puso de pie y su mirada fue hacia la ventana, igual que la de él antes.

—¿Pero a dónde va a ir? Podría arriesgarse una cuadra o dos, si tiene cuidado, pero…

—No se preocupe por mí —dijo Keith—. Voy armado.

—Pero no tiene ningún lugar a dónde ir, ¿no es cierto? No es posible que se quede aquí, desde luego; sólo estamos Della y yo. Pero hay un departamento vacío en el piso de abajo. Puedo arreglar con el portero para que…

—¡No!

La negativa de Keith fue tan brusca que él mismo se Sintió un poco avergonzado.

Betty dijo:

—Pero mañana yo puedo hablar con el W.B.I. Puedo explicarles que Mekky me ha garantizado que usted no es espía. Hasta que vuelva Mekky dentro de unos meses, usted no andará seguro por las calles, pero bajo mi palabra quizá las autoridades acepten retenerlo bajo custodia, hasta que Mekky regrese.

La propuesta parecía lógica, y en el rostro de Keith apareció una sombra de duda. Aunque no le gustaba la idea de estar bajo custodia protectora, eso no iba a durar siempre, y era mejor estar vivo que muerto.

Betty quizá pensó que ganaba la partida y continuó:

—Estoy segura de que me creerán, por lo menos lo suficiente para darle a usted el beneficio de la duda. Siendo la prometida de Dopelle…

—¡No! —dijo Keith. Ella no lo sabía, pero mencionar el nombre de Dopelle fue un error. Keith meneó la cabeza con decisión.

—No puedo quedarme —dijo—. No sé cómo explicarlo, pero no puedo quedarme.

La volvió a mirar, llenándose los ojos con la imagen de ella por la que sin duda sería la última vez.

—Adiós —dijo Keith.

—Adiós, entonces.

Betty extendió la mano, pero él simuló que no la veía. No quería pasar por el tormento de tener que tocarla.

Salió afuera rápidamente.

Mientras bajaba las escaleras empezó a darse cuenta de lo estúpido que había sido, y a sentirse contento de haber estado estúpido. Se alegraba de no haber aceptado ninguna ayuda de Betty Hadley. Información, sí; eso era natural. Y respuestas a las preguntas que no podía hacer a nadie excepto a ella o a Mekky. Su comprensión de este universo era mucho más clara ahora, especialmente en la cuestión de las monedas.

Otras cosas eran aún confusas.

Pero eso tendría que esperar a que tuviese más tiempo. Quizá Mekky podría explicar muchos de esos detalles, siempre y cuando pudiera llegar a donde estaba Mekky y éste le concediera tiempo suficiente para resolver su problema principal.

De todas maneras se sentía satisfecho de haber tenido el valor suficiente para rechazar la oferta de ayuda de Betty.

Eso era absurdo, pero Keith estaba cansado, muy cansado, de sentirse atropellado por este universo de locos, en el que existían espías arturianos disfrazados y máquinas de coser volantes.

Cuanto más precavido y cuidadoso había tratado de ser, más equivocaciones había cometido. Ahora sentía rabia. Y tenía una pistola en el bolsillo, una pistola grande, una automática calibre cuarenta y cinco que podía detener incluso a un rojo Lunan de tres metros de altura.

Sentía deseos de usar la pistola; Cualquiera que lo atacara en la oscuridad de la Niebla Negra se encontraría con un hueso duro de roer. Aunque tropezara con los Nocturnos se iba a llevar unos cuantos por delante antes de que terminaran con él.

¿Por qué seguir siendo precavido? ¿Qué podía perder?

El portero estaba aún en el vestíbulo de entrada. Levantó la cabeza sorprendido cuando vio a Keith que bajaba las escaleras.

—No va a salir, ¿verdad? —preguntó el hombre.

Keith sonrió.

—Tengo que salir. Necesito ver a un hombre por cuestiones de una esfera.

—¿Quiere decir a Mekky? —preguntó el portero—. ¿Va a ver a Dopelle?

Había respeto y admiración en la voz del hombre.

Fue hasta la puerta para abrirla, mientras sacaba un revólver del bolsillo de atrás.

—Bien, si es que lo conoce, y debí haberlo adivinado ya que subió a visitar a la señorita Hadley, quizá sabe lo que hace. Por lo menos así lo espero.

Keith entró en la oscuridad, y escuchó cómo la puerta se cerraba rápidamente detrás de él.

Se quedó inmóvil allí, delante de la puerta, y escuchó. Después del ruido de la cerradura no se oyó más nada. El silencio era tan denso como la oscuridad.

Finalmente, respiró hondo. No podía quedarse allí toda la noche. Sería mejor que empezara a caminar. Esta vez iba a seguir un método mejor de atravesar la Niebla Negra que el que había usado el domingo al llegar de Greeneville.

Se acercó al cordón de la acera y se sentó en el suelo para quitarse los zapatos, atar los cordones juntos y colgárselos al cuello. Descalzo no iba a hacer ningún ruido que pudiera delatarlo a algún bandido que lo acechara en la oscuridad.

Se puso de pie y encontró que no era difícil, aunque sí un poco incómodo, seguir la línea del cordón caminando con un pie en la acera y el otro en la calzada.

El contacto con la reja de una alcantarilla le recordó las monedas y billetes que tenía con las fechas equivocadas y de las que había decidido desprenderse. Las había puesto en un bolsillo distinto de las otras, de modo que no tuvo necesidad de encender un fósforo para identificarlas cuando las metió entre los barrotes de la reja. Escuchó cómo chapoteaban en el agua varios metros más abajo.

Arreglado ese asunto, siguió caminando, escuchando atentamente. Había cambiado la automática al bolsillo de la derecha, y la empuñaba con el dedo pronto a quitar el seguro.

Ahora no sentía el miedo que había sentido la última vez que había estado en la Niebla Negra. La pistola influía en eso, pero no lo explicaba todo. Tampoco se debía a que la última vez la Niebla Negra había sido un misterio, para él y ahora sabía qué era y por qué estaba allí.

La explicación era mucho más simple. La última vez Keith había sido la víctima y ahora era el cazador. Su papel era ahora activo y no pasivo, y la oscuridad era su amiga y no su enemiga.

Sus planes eran necesariamente vagos y tendría que adaptarse a las circunstancias, pero el primer paso era claro. Tenía que conseguir dinero, necesitaba una oportunidad para vender aquellas monedas y billetes por diez mil créditos aproximadamente. Y como en la Niebla Negra sólo podría encontrar un criminal (ya que sólo los criminales se aventuraban por la noche en aquella oscuridad) tendría que convencerlo, con la pistola si era necesario, para que lo llevara hasta alguien que le comprara el dinero ilegal.

Sí, era mejor ser el cazador que el cazado, y estar haciendo algo más positivo que escribir cuentos solamente para poder sobrevivir. Siempre había odiado el trabajo de escritor.

La caza era mucho mejor. Especialmente esta clase de caza. Nunca había cazado hombres antes.

XIII. Joe

En la Quinta Avenida Keith dobló al sur. Durante las primeras manzanas caminó en un silencio tal que lo mismo podía estar en Chichén Itzá o en la ciudad caldea de Ur. Entonces, de repente, escuchó a su presa.

No era un sonido de pasos; quienquiera que fuese o estaba de pie quieto delante de algún edificio o se había quitado los zapatos como Keith para andar silenciosamente. El sonido que Keith había oído era un estornudo débil, casi inaudible.

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