Vampiro Zero (22 page)

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Authors: David Wellington

BOOK: Vampiro Zero
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Él también lo sabía. Levantó el dedo de la garganta de Caxton y le acarició el cuello. La uña del vampiro era fría y rígida. Entonces empezó a apretarle la garganta con la uña, con gran suavidad, aunque ella sabía que en un momento le haría un corte.

—Papá —lo llamó Raleigh entonces. Caxton mantenía los ojos cerrados y no podía ver a la chica—. Papá, por favor, no lo hagas. Haré lo que me digas, pero no le hagas daño.

Caxton quiso gritar «No», quiso decirle a Raleigh que corriera, que huyera. Pero fue incapaz de articular palabra.

—Por favor, papá.

El dedo de Jameson se alejó de su cuello. La palma magullada de su mano izquierda continuaba sujetándole la muñeca contra el suelo. Caxton sintió que el cuerpo del vampiro se movía, se alejaba de ella, aunque continuaba agarrándola con fuerza.

—Raleigh, quiero ofrecerte algo —dijo—. Algo maravilloso. Nunca fui un buen padre.

—No, papá, no digas eso.

Caxton percibió que el cuerpo del vampiro se estremecía.

—Fui un desastre, pero ahora puedo compensarte. Ven aquí, acércate.

—¡No! —logró chillar Caxton, al tiempo que oyó que algo duro y metálico se estrellaba contra el cráneo de Jameson.

Abrió los ojos de golpe y vio a Violet por encima de sus cabezas. Estaba de pie y sujetaba un candelabro de hierro con las manos. Una de las velas seguía en su sitio y ardía con una luz parpadeante.

Jameson soltó a Caxton y retrocedió de un salto para esquivar el siguiente ataque de Violet. El vampiro soltó una carcajada cuando la muchacha le paseó el candelabro por delante de la cara, como si de un rastrillo se tratara, y volvió a reírse cuando la chica se llevó el candelabro por encima de la cabeza para coger impulso y se lo estampó contra la oreja.

—Raleigh —gritó Caxton, al tiempo que rodaba para ponerse boca abajo—, ¡lárgate de aquí ahora mismo, joder!

La hija de Jameson asintió y desapareció por la puerta. Casetón logró ponerse en pie y se dirigió medio gateando medio corriendo donde creía que había aterrizado su arma. El vestíbulo estaba a oscuras y no veía dónde estaba. Tenía que encontrarla. Sabía que tan sólo disponía de unos segundos antes de que Jameson dejara de reírse de los ataques de Violet y decidiera pasar a la acción.

¿Dónde estaba la pistola? ¿Dónde estaba? Distinguió una sombra a pocos metros de sus pies y se abalanzó hacia el suelo, con los brazos estirados para recogerla. El frío metal entró en contacto con las yemas de sus dedos, Caxton agarró la pistola y acarició el seguro con el pulgar para asegurarse de que estaba quitado. Se puso boca arriba y se levantó, mirando hacia donde creía que estaba Jameson.

Se había equivocado por varios metros, el cañón de la pistola apuntaba a la vacía oscuridad. Soltó un taco y apuntó más a su izquierda. Entonces vio que Jameson había levantado a Violet del suelo. Hincó los dientes en el pecho de la muchacha y un río de sangre roja le bañó la holgada camisa. El candelabro yacía en el suelo a sus espaldas, olvidado.

—No —gimió Caxton y disparó contra la espalda de Jameson.

El vampiro se encogió y acto seguido empezó a dar vueltas sobre sí mismo. Por un momento, la agente creyó que volvería a por ella, que la inmovilizaría de nuevo y que esta vez, sin duda, la mataría. Pero Jameson arrojó el cuerpo de Violet como si fuera una muñeca, corrió hacia la puerta principal y se adentró en la noche.

Caxton lo siguió tan rápido como pudo, la adrenalina corriéndole por las venas a raudales. Fuera, las estrellas brillaban en el cielo azul oscuro y desprendían un pálido resplandor sobrenatural que iluminaba la nieve. Al principio no alcanzaba a ver a Jameson, y pensó que tal vez se trataba de una maniobra de distracción, que a lo mejor simplemente había salido por la puerta y se había escondido, y que ahora estaba con la espalda apoyada en la pared cubierta de hiedra, esperando a que ella saliera a toda velocidad. Que iba a sorprenderla en la oscuridad, donde podría agarrarla y matarla sin problemas.

Pero entonces lo vislumbró corriendo a lo lejos. Su ropa oscura configuraba una columna negra que se erguía sobre la nieve, sus brazos y piernas se movían a toda velocidad. Caxton salió corriendo con el arma en alto, aunque era consciente de que, mientras los dos siguieran corriendo, era inútil dispararle. ¿Cuántas veces lo había alcanzado? Y apenas había logrado ralentizar su marcha.

Ahora corría hacia la verja de la entrada, el portalón de hierro forjado coronado por la cruz. Nunca lo atraparía, era muchísimo más rápido que ella. Su nuevo cuerpo transformaba la sangre robada con una rapidez extraordinaria. A pie no podía competir con él y él lo sabía.

Por suerte, había tenido tiempo para prepararse.

Se sacó el móvil del bolsillo. Corriendo a aquella velocidad no pudo echar un vistazo a la pantalla para comprobar si tenía cobertura o no, de modo que abrió la tapa y presionó el botón de llamada a ciegas. El teléfono marcó automáticamente el último teléfono al que había llamado hacía unas horas.

Se acercó el aparato a la oreja y oyó un solo tono entrecortado. La electricidad estática dificultaba la recepción, como si la arañase con dedos invisibles. Sonó un segundo tono y alguien descolgó al otro lado.

—Ahora —dijo, y la verja se iluminó al instante, decenas de faros con las luces largas se acercaban en tropel.

Si todo había ido como había planificado, habría diez coches patrulla esperándola, con sus dotaciones policiales. Tras el desastre de Bellefonte, no se había atrevido a llevárselos consigo al convento, pero se le había ocurrido que podían hacerle un gran servicio desde el otro lado de la verja.

La luz tuvo sobre Jameson el mismo efecto que un bombardeo. El vampiro se cubrió la cara con los brazos y se dejó caer de rodillas sobre la nieve. Los faros de los coches le hacían mucho más daño que todas las balas que Caxton había desperdiciado con él. Era una criatura nocturna y sus ojos estaban preparados para la visión a oscuras. Aquellos monstruos no podían soportar una luz tan intensa.

Lentamente, volvió a ponerse en pie y se apartó de la verja, cubriéndose la cara con las manos.

—Por ahí no tienes escapatoria —gritó Caxton—. Y también tengo a unos cuantos hombres cubriendo el riachuelo, por si intentas escapar por allí —añadió al tiempo que le disparaba en la espalda—. Estoy dispuesta a darte una oportunidad de rendirte.

Jameson se irguió completamente, aunque sin dejar de frotarse los ojos con las manos. Más allá, Caxton veía a los policías ocupar sus posiciones, mientras los cañones de sus rifles iban asomando a través de la verja, apuntando. No sabía si tendrían más suerte que ella. Sólo había un modo de averiguarlo.

Entonces Jameson empezó a reír. A lo mejor era la risa de un hombre que sabe que no tiene escapatoria, aunque a Caxton no se lo pareció. Aun así, se acercó el móvil a los labios y dijo:

—¡Fuego a discreción!

Capítulo 31

Los rifles estallaron con estruendo, escupiendo fuego. La noche se llenó de balas, pero Jameson ya volvía a estar en plena posesión de sus facultades. Huyó con un solo salto de la zona iluminada y aterrizó de cuatro patas en una zona sombría, como un gato. Acto seguido se volvió y saltó de nuevo sin dar tiempo a que los rifles pudieran apuntar. Caxton se retiró a toda prisa del campo de batalla, muerta de miedo por si una bala extraviada la alcanzaba.

Aún oía las carcajadas del vampiro, una risa fría que rebotaba en el interior de su cabeza como un guisante seco en un cuenco. Se cubrió las orejas y así logró suavizar el ruido de los rifles, aunque no pudo silenciar la risa del vampiro.

Jameson se movía más rápido que cualquier otro vampiro que Caxton hubiera visto antes. Logró refugiarse, agachado, detrás de una estatua de la Virgen María. Un disparo de rifle destrozó parte de la cabeza de la estatua, pero Jameson ya había abandonado su posición. Su siguiente protección fue una hilera de lápidas de piedra. Caxton tan sólo alcanzó a ver su silueta porque su ropa oscura se recortaba contra el blanco apagado de la nieve, mientras él apoyaba la espalda contra una de las lápidas. Durante unos instantes se mantuvo inmóvil, o no... su mano buena se estaba moviendo, se la había llevado al cinturón. ¿Tal vez tenía un arma, un arma de fuego, con la que luchar? Caxton no había visto nunca antes a un vampiro con una pistola. No las necesitaban. Aunque a lo mejor era tan sólo una cuestión de orgullo y ahora Jameson había decidido no seguir la costumbre.

Pero Caxton se dio cuenta de que no estaba sacando una pistola. Se estaba quitando el cinturón de los pantalones. Entonces lo hizo girar sobre su cabeza y lo lanzó al aire. Los rifles siguieron el movimiento del objeto y un par de policías dispararon... pero Jameson ya había salido en otra dirección.

—¡Estén atentos! —gritó la agente al teléfono—. ¡No se distraigan!

Pero, en realidad, ni siquiera a ella misma le resultaba fácil seguir sus instrucciones. Jameson se escondió rápidamente detrás de una roca. Caxton estuvo a punto de perderlo de vista mientras él iba lanzando sus zapatos en direcciones opuestas, el primero a la izquierda y el segundo a la derecha. La agente intentó que Jameson no se le escapara de su punto de mira, pero aquel doble amago la despistó durante una milésima de segundo, tiempo suficiente para que Jameson saliera disparado hacia una fuente de piedra.

Caxton sólo pudo distinguir la curvatura de su espalda detrás de la fuente. Su cuerpo se retorcía como si fuera una serpiente. Caxton se preguntó si lo habría alcanzado algún disparo. Seguramente, aquello era demasiado esperar y, por mucho que le hubieran dado, si no era en pleno corazón, tardaría tan sólo unos pocos segundos en regenerarse. Con la sangre de Violet corriendo por sus venas era casi inmune a cualquier impacto.

—Vamos —dijo, apremiándolo a que volviera a moverse, a que se pusiera al descubierto un segundo más. En vez de eso, el vampiro pareció relajarse y su cuerpo se hundió en la nieve—. Vamos, no puedes quedarte ahí para siempre.

No se movió ni un centímetro. Los rifles aguardaban en silencio, pues no tenían ningún objetivo a tiro. Caxton pensó en ordenar la intervención de los policías, pero sabía que eso significaba poner sus vidas en peligro. Asaltar la fuente dependía de ella.

—Alto al fuego —dijo al teléfono.

A continuación se guardó el móvil en el bolsillo, sin colgar, pues tal vez necesitaría dar alguna otra orden. Agazapada, tratando de no exponer demasiado el cuerpo, fue acercándose a la fuente paso a paso.

Jameson, o lo que alcanzaba a ver de él, se mantenía inmóvil.

Podría estar tumbado, esperándola. Podría estar esperando a que se le acercara un poco más, a tenerla a la distancia adecuada para echársele encima y atacarla. Caxton tenía el arma a punto y la sujetaba con ambas manos. Un paso más y alcanzó a verle la camisa y las mangas extendidas, como si estuvieran abrazando el borde semicircular de la fuente. Cuando el vampiro se le abalanzara, sólo dispondría de una fracción de segundo para reaccionar. Dio un paso más y le vio los pantalones, las rodillas dobladas, a punto de pasar a la acción. En la nieve, los pies descalzos serían casi invisibles, pensó. La piel del vampiro era igual de lívida que el suelo helado y.,..

Los pies no estaban ahí. No es que fuera difícil distinguirlos, sino que habían desaparecido. Como si se los hubieran cortado justo a la altura del borde de los pantalones. Caxton levantó el arma medio centímetro más y vio que tampoco tenía manos. «Qué coño...», tuvo tiempo de pensar antes de comprender lo que había sucedido.

Era tan sólo su ropa, Jameson la había dejado allí tendida para hacerles creer que seguía allí. Un reclamo.

Caxton se dio la vuelta y se sacó el móvil del bolsillo mientras escrutaba la nieve con la mirada.

—Se está moviendo —chilló—. ¡Está desnudo y se mueve! ¡Allí, a las nueve en punto, que alguien dispare!

Apenas lograba distinguirlo. Jameson avanzaba zigzagueando a través del campo y ya estaba a unos veinte metros de distancia, completamente desnudo y, por ello, camuflado casi a la perfección. Caxton corrió tras él, sin preocuparse por si se metía de lleno en el campo de fuego, y descargó el revólver cada vez que le pareció que lo tenía a tiro.

No sirvió de nada. Incluso avanzando a gatas, arrastrándose como una sabandija, era mucho más veloz que ella. En unos segundos había alcanzado la fachada del convento, parecía un muñeco de nieve iluminado por la luz de las estrellas. Un instante después se había encaramado de un solo brinco a lo alto de la pared.

—¡No! —bramó Caxton, atravesando de nuevo la verja a la carrera.

No había posibilidad alguna de que Caxton pudiera superar aquella pared sin tardar una eternidad. En la verja, una fila de policías la miraban aturdidos sin dar crédito a lo que veían, pero Caxton no tenía tiempo para aclaraciones. Dobló una esquina y empezó a descender por una estrecha pendiente, cogiendo al tiempo que intentaba esquivar los troncos de los árboles. Bordeó el edificio sin aminorar la marcha. Tenía que llegar al lugar donde Jameson había aterrizado desde lo alto del muro. En la oscuridad, bajo las copas de los pinos que absorbían la luz de las estrellas, apenas lograba ver nada. Se le enganchó el pie en la raíz de un árbol y dio un salto hacia un lado para no torcerse el tobillo. Ahora no, estando tan cerca... Apoyó la mano en el tronco de un árbol para no desequilibrarse, se desolló la palma de la mano, y continuó corriendo. No podía dejarlo escapar, otra vez no.

Aunque eso fue exactamente lo que ocurrió. Tropezó con una piedra y se cayó al suelo. Amortiguó la caída con las manos, que toparon con una alfombra helada de agujas de pino. Lentamente y con el cuerpo dolorido logró ponerse en pie, consciente de que había vuelto a perder al vampiro.

Alcanzó la pared, donde se apoyó de espaldas. Cerró los ojos y se concentró en oír el sonido de unos pies corriendo. Tan sólo oyó la nieve que se deslizaba sobre las ramas, unos quince metros por encima de su cabeza. A lo lejos, oyó gritos que procedían del interior del convento. A sus espaldas, los policías subían a los coches y cerraban las puertas de golpe. El teléfono le sonó en el bolsillo. Pero ni rastro del vampiro.

Esperó a que su pulso volviera al ritmo normal e intentó recuperar el aliento.

De regreso hacia la verja, echó un vistazo al móvil y vio que tenía un mensaje de texto nuevo:

Has estado apunto de cazarlo esta noche, ¿verdad?
A lo mejor a la CUARTA va la vencida

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