Vampiros (45 page)

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Authors: Brian Lumley

BOOK: Vampiros
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Aquella mañana, temprano, se habían dirigido en coche al lugar donde, hacía casi dos decenios, había sido recobrado el cuerpo de Ilya Bodescu de entre una maraña de matorrales y entre los espesos abetos de una empinada vertiente, de cara al sur, en los montes cruciformes. Y cuando habían subido más, habían tropezado con el mausoleo de Thibor. Allí, donde las losas cubiertas de líquenes estaban inclinadas como menhires al pie de los árboles inmóviles, los tres psíquicos, Kyle, Quint y Krakovitch, habían sentido la amenaza todavía latente del lugar, y se habían marchado a toda prisa.

Sin perder tiempo, Irma había llamado a su equipo de ingenieros civiles, un capataz y cinco hombres, con base en Pitesti. A través de Krakovitch, Kyle había hecho una pregunta al jefe.

—¿Están usted y sus hombres acostumbrados a manejar este material?

—¿Termita? ¡Oh, sí! A veces la hacemos estallar, y otras, la encendemos. He trabajado antes de ahora para los rusos, en el norte, en Berézov. La empleábamos mucho para ablandar el terreno helado. Pero no veo su objetivo aquí…

—Peste —dijo al punto Krakovitch, a modo de explicación. Era un invento suyo—. Hemos encontrado unos antiguos informes que hablan de un entierro masivo de víctimas de la peste en este lugar. Aunque de esto hace trescientos años, es probable que el subsuelo esté infectado. Estos montes han sido calificados ahora de tierras de labranza. Antes de que dejemos que algún agricultor incauto empiece a ararla, o a hacer bancales en la falda del monte, queremos asegurarnos de que no hay peligro. ¡Hay que desinfectarlo hasta el lecho de roca!

Irma Dobresti lo había captado todo. Arqueó una ceja y miró a Krakovitch, pero éste no dijo nada.

—¿Y cómo se han interesado los soviets en esto? —quiso saber el capataz.

Krakovitch había previsto la pregunta.

—Tuvimos un caso parecido en Moscú, hace un año —respondió; y más o menos era verdad.

Pero el otro insistió:

—¿Y los británicos?

Ahora intervino Irma:

—Porque pueden tener un problema parecido en Inglaterra —dijo—. Y han venido para ver cómo lo resolvemos, ¿entendido?

Al capataz no le había importado enfrentarse a Krakovitch, pero no iba a indisponerse con Irma Dobresti.

—¿Dónde quiere que abramos los agujeros? —preguntó—. ¿Y de qué profundidad?

Poco después del mediodía, los preparativos habían terminado. Lo único que faltaba era conectar los detonadores, un trabajo de diez minutos que, para mayor seguridad, podía esperar hasta el día siguiente.

Carl Quint había sugerido:

—Podríamos terminar ahora…

Pero Kyle se había opuesto a ello.

—En realidad, no sabemos con qué nos enfrentaremos aquí —había respondido—. Además, cuando esté hecho el trabajo, no quiero entretenerme, sino pasar directamente a la próxima fase: el castillo de Faethor en el Khorvaty. Me imagino que, cuando hayamos quemado esta falda del monte, vendrá aquí mucha gente para ver lo que hemos hecho. Por consiguiente, preferiría que nos marchásemos el mismo día. Esta tarde, Félix se cuidará de preparar el viaje, y tengo que hacer una llamada a nuestros amigos de Devon. Después de todo esto se estará haciendo de noche, y prefiero trabajar a la luz del día después de una buena noche de descanso. Así pues…

—¿A qué hora de mañana?

—Por la tarde, cuando todavía dé el sol en aquella falda del monte.

Entonces se había vuelto a Krakovitch.

—Félix, ¿volverán hoy esos hombres a Pitesti?

—Volverán —respondió Krakovitch—, si no tienen nada que hacer hasta mañana por la tarde. ¿Por qué lo pregunta?

Kyle se encogió de hombros.

—Sólo una impresión —dijo—. Me habría gustado tenerlos a mano. Pero…

—También yo he tenido una impresión —respondió el ruso, frunciendo el entrecejo—. Supongo que serán los nervios…

—Entonces somos tres —añadió Carl Quint—. Esperemos que sólo sean los nervios y nada más, ¿eh?

Todo esto había ocurrido a media mañana, y todo se había desenvuelto, al parecer, con normalidad. Y ahora, de pronto, estaba esta amenaza de una interferencia desde fuera. Mientras tanto, Kyle había hecho su llamada a Devon; tardó dos horas en establecer comunicación y, cuando lo logró, dispuso el golpe contra la casa Harkley.

—¡Maldita sea! —gruñó—.
Hay
que hacerlo mañana. Con independencia del Ministerio, tenemos que seguir adelante con esto.

—Habríamos debido hacerlo esta mañana —dijo Quint—, cuando llevábamos ventaja…

Irma Dobresti entrecerró los ojos y dijo:

—Oigan, esos burócratas locales me fastidian. ¿Por qué no van ustedes cuatro al lugar? Quiero decir, ahora mismo. Miren, yo podía haber estado sola cuando se recibió aquella llamada, y todos ustedes en el monte, haciendo su trabajo. Telefonearé a Pitesti, haré que Chevenu y sus hombres se reúnan con ustedes en el lugar. Pueden hacer el trabajo…, quiero decir terminarlo, esta noche.

Kyle la miró fijo.

—Es una buena idea, Irma, pero ¿y usted? ¿No se meterá en un lío? ¿No le harán pasar un mal rato?

—¿Qué? —Pareció sorprendida por la idea—. ¿He tenido la culpa de estar sola cuando recibí la llamada telefónica? ¿Me podrán acusar de que el taxi haya equivocado el camino y no haya podido encontrarlos a ustedes a tiempo para impedir que quemasen el monte? ¡A mí, todos esos caminos vecinales me parecen idénticos!

Krakovitch, Kyle y Quint se miraron y sonrieron. Sergei Gulhárov no había entendido gran cosa, pero percibió el entusiasmo de los otros y se levantó, asintiendo con la cabeza.


Da, ¡da!

—Está bien —dijo Kyle—, ¡hagámoslo!

Y cediendo a un impulso, agarró a Irma Dobresti, la atrajo hacia sí y le aplicó un sonoro beso…

Lunes por la noche.

Las nueve y media, hora de Europa central; las siete y media de la tarde en Inglaterra.

Hubo fuego y pesadilla en los montes cruciformes, bajo la luna y las estrellas y los imponentes Cárpatos Meridionales, y la pesadilla se trasladó hacia el oeste, a través de ríos y montañas y mares, hasta Yulian Bodescu, que se revolvía en la cama y sudaba el sudor fétido del miedo en su habitación del ático de la casa Harkley.

Agotado por los temores inconcretos del día, sufría ahora el tormento telepático de Thibor el Valaco, el vampiro cuyos restos físicos estaban siendo finalmente consumidos. Ahora no había camino de regreso para el vampiro; pero, a diferencia de Faethor, el espíritu de Thibor era inquieto, agitado, maligno. ¡Y estaba ansioso de venganza!

¡Yuliaannn! ¡Ay, hijo mío, mi único verdadero hijo! Mira lo que ha sido ahora de tu padre

—¿Qué? —dijo Yulian en sueños, imaginándose un calor abrasador, unas llamas que se iban acercando. Y, en el calor del fuego, alguien que lo llamaba—. ¿Quién… quién eres?

Ay, tú me conoces, hijo mío. Sólo nos encontramos durante un instante, y tú habías de nacer aún; pero puedes acordarte si lo intentas
.

—¿Dónde estoy?

De momento, conmigo. No preguntes donde estás, sino dónde estoy yo. En los montes cruciformes, donde empezó esto para ti y termina ahora para mí. Para ti es sólo un sueño, mientras que para mí, es la realidad
.

—¡Tú! —Ahora Yulian lo reconoció. La voz que había llamado en la noche y que no había recordado hasta ahora. La Cosa enterrada. El origen—. ¿Tú? ¿Mi… padre?

¡Cierto! Oh, no a consecuencia de una cita de amante con tu madre. No gracias al deseo o al amor de un hombre por una mujer. Nada de eso, pero soy tu padre a pesar de todo. Por la sangre, Yulian, ¡por la sangre!

Yulian dominó su miedo a las llamas. Sabía que se trataba sólo de un sueño, por real y palpable que éste fuese, y que no sufriría daño. Avanzó a través de aquel infierno y se acercó a la figura que allí estaba. Un humo negro y espeso y unas llamas carmesí enturbiaban su visión y el calor era el de un horno, pero Yulian tenía que hacer unas preguntas, y la Cosa que ardía era la única que podía contestarlas.

—Me has pedido que vaya a buscarte, e iré. Pero ¿por qué? ¿Qué quieres de mí?

¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!
, gritó angustiada la aparición envuelta en llamas. Y Yulian supo que su dolor no era fruto del fuego que lo consumía, sino de una amarga frustración.
Yo habría sido tu maestro, hijo mío. Sí, y tú habrías aprendido los muchos secretos del wamphyri. A cambio de ello… No puedo negar que habría habido una recompensa para mí. Habría andado de nuevo por el mundo de los hombres, ¡habría experimentado otra vez los insoportables deseos de mi juventud! Pero es demasiado tarde. Todos los sueños y planes son inútiles. La ceniza a la ceniza, el polvo al polvo

La figura se fundía lentamente, su silueta cambiaba de forma gradual, se encogía en sí misma.

Yulian debía saber más, debía ver con más claridad. Penetró hasta el corazón de aquel infierno, se acercó más a la
Cosa
, que ardía.

—¡Ya conozco los secretos del wamphyri! —gritó, sobre los crujidos y chasquidos de los árboles en llamas y el silbido de la tierra fundida—. ¡Los aprendí yo solo!

¿Puedes adoptar las formas de criaturas inferiores?

—Puedo andar a cuatro patas, como un perro grande —respondió Yulian—. Y de noche, ¡la gente juraría que
soy
un perro!

¡Ah, un perro! ¡Un hombre que puede ser un perro! ¡Vaya una ambición! ¡Esto no es nada! ¿Puedes hacer que te crezcan alas, volar como un murciélago?

—No…, no lo he intentado.

Tú no sabes nada
.

—¡Puedo hacer que otros sean como yo!

¡Tonto! Esto no puede ser mas fácil. ¡Hacer que
no
se te parezcan es mucho más difícil!

—Cuando hay hombres peligrosos cerca de mí, leo en sus mentes…

Esto es instinto, y yo te lo di. Por cierto, ¡todo lo que tienes te lo di yo! Conque lees las mentes, ¿eh? Pero ¿puedes someter esas mentes a tu voluntad?

—Con los ojos, sí.

Hechicería, hipnotismo, ¡un truco de mago de escenario! Eres un ignorante
,

—¡Maldito seas! —Herido al fin en su orgullo, Yulian perdió la paciencia—. ¿Qué eres tú, a fin de cuentas, sino una cosa muerta? Te diré lo que he aprendido: puedo tomar una criatura muerta y arrancarle sus secretos, ¡y saber todo lo que hizo ella en su vida!

¿Necromancia? ¿Sí? ¿Y nadie te lo enseñó? ¡Es toda una hazaña! Todavía se puede esperar algo de ti
.

—Puedo cicatrizar mis heridas como si nunca las hubiese sufrido, y tengo la fuerza de dos hombres. Puedo yacer con una mujer y hacerle el amor… hasta matarla, si así lo desease, y sin sentir cansancio. Y si me haces enfadar, querido padre, puedo matarte, matarte,
¡matarte!
Pero no, porque ya estás muerto. ¿Que hay esperanza para mí? Yo así lo creo. Pero ¿qué esperanza tienes tú?

De momento, aquella Cosa que se fundía no respondió. Después:

¡Aaay! Ciertamente, ¡eres hijo mío, Yulian! Acércate más, acércate más
.

Yulian se acercó a menos de un metro de la Cosa y se encaró a ella. El hedor de su materia quemada era horrible. El ennegrecido caparazón empezó a romperse y se desintegró rápidamente. Las llamas atacaron enseguida la imagen interior, la cual vio Yulian casi como un reflejo de sí mismo. Tenía las mismas facciones, la misma estructura ósea, el mismo atractivo sombrío. ¡La cara de un ángel caído! Se parecían como dos gotas de agua.

—Tú… ¡tú
eres
mi padre! —jadeó.

Lo era
, gimió el otro.
Ahora no soy nada. Me estoy quemando, como ves. No mi verdadero yo, sino lo que dejé detrás de mí. Era mi última esperanza; gracias a ello, y con tu ayuda, habría podido ser de nuevo poderoso en el mundo. Pero ahora es demasiado tarde
.

—Entonces, ¿por qué te preocupas por mí? —Yulian trataba de comprenderlo—. ¿Por qué has venido a mí… o me has atraído hacia ti? Si no puedo ayudarte, ¿a qué viene todo esto?

¡Venganza! La voz ardiente de la Cosa se hizo de pronto afilada como un cuchillo en la mente dormida de Yulian. ¡Por medio de ti!

—¿Debo yo vengarte? ¿De quién?

De los que me encontraron aquí. De los que incluso ahora destruyen mi última posibilidad de tener un futuro. ¡De Harry Keogh y su pandilla de magos blancos!

—Esto no tiene sentido. —Yulian sacudió la cabeza y miró, con morbosa fascinación, cómo seguía fundiéndose la Cosa. Vio que sus propias facciones se licuaban, desprendiéndose en jirones de la criatura en llamas—. ¿Qué magos blancos? ¿Harry Keogh? No conozco a nadie que se llame así.

¡Pero él te conoce! Primero yo, Yulian, ¡y después tu! Harry Keogh nos
conoce…
y sabe la manera: la estaca, la espada ¡y el fuego! Dices que puedes sentir la presencia de los enemigos, ¿y ni siquiera ahora los has sentido cerca? Son los mismos. ¡Primero yo y después tú!

Aun en sueños, Yulian sintió un hormigueo en el cuero cabelludo. ¡Los misteriosos vigilantes, desde luego!

—¿Qué debo hacer?

Véngame, y sálvate. También estas dos cosas son lo mismo. Pues ellos saben lo que somos, Yulian, y no pueden soportarnos. Tienes que matarlos, ¡o te matarán a ti!

El último pedazo de carne humana se desprendió de aquel ser de pesadilla, revelando al fin su verdadera realidad interior. Yulian silbó, horrorizado, se echó un poco atrás y miró a la cara del entero mal. Vio el pico de murciélago de Thibor, las orejas retorcidas, los ojos carmesí. El vampiro se rió y su ronca carcajada resonó como el ladrido de un enorme sabueso, mientras una lengua roja y bífida vibró en una caverna de afilados dientes. Entonces, como si alguien hubiese aplicado un fuelle gigantesco a aquel horno, las llamas se elevaron todavía más y lo envolvieron, y la imagen se ennegreció al instante y se convirtió en cenizas relucientes.

Presa de un violento temblor, empapado en sudor, Yulian se despertó y se incorporó de golpe en la cama. Y como desde un millón de kilómetros de distancia, oyó por última vez la voz lejana y débil de Thibor:

Véngame, Yuliaannn

Se levantó en la habitación a oscuras, se dirigió con paso inseguro a la ventana y miró hacia fuera en la noche. Allí, una mente, un hombre, vigilaba, esperaba…

El sudor se secó enseguida sobre la piel de Yulian y su carne se enfrió; pero permaneció allí. El pánico menguó y fue sustituido por el furor y el odio.

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