Vespera (56 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Vespera
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Él tenía que creérselo, tenía que verse a sí mismo allí. La gloria, la ambición y el honor que suponía estar al servicio del emperador. Evocó una imagen de Vespera, como la del recibimiento de Valentino hacía tan poco tiempo y añadió banderas imperiales que ondeaban sobre el Palacio de los Mares, el Palacio Imperial, reconstruido al otro lado de la Estrella Profunda. Se vio a sí mismo observando desde una galería del palacio, rodeado por los secretarios y agentes de su propio servicio de inteligencia.

Y la oportunidad de dar forma a las cosas que deseaba de verdad, la ambición que jamás se molestó en ocultar. Eso lo haría creíble, porque Valentino nunca vería en Rafael a un sumiso y leal criado, satisfecho con el puesto que ahora ocupaba. Y Rafael podía ganarse una oportunidad en el servicio imperial, podía hacerse con una influencia enorme. La araña en el centro de la telaraña, justo lo que era Silvanos.

«Por favor, emperador, perdóname», se obligó a pensar.

Y un toque de furia, hacia sí mismo y más incluso hacia Leonata y Iolani que lo habían capturado.

—Estoy cayendo en la cuenta de que nunca me has jurado lealtad —dijo Valentino, después de un momento, casi pareciendo divertirse y mirándole a los ojos. Rafael retuvo esa imagen en su mente, el poder y la riqueza que quería obtener, la necesidad de hacer ese juramento, el precio que debía pagar para estar al servicio del emperador, y sintió que le resultaba un poco más fácil—. ¿Lo harías ahora?

—Lo haré, mi emperador.

Valentino sacó su puñal y se lo colocó a Rafael cerca del pecho, donde se lo pondría un guerrero avezado, justo entre las costillas, directo al corazón.

Rafael conocía el juramento.

—Yo, Rafael Quiridion, me entrego al servicio del imperio Thetiano y del verdadero emperador, Valentino V, con mi corazón, mi cuerpo y mi alma, para defenderlo y ayudarlo, para actuar de acuerdo con sus causas y contra sus enemigos, para acatar todas las órdenes que me sean dadas y para perder el derecho a la vida si falto a este juramento, en nombre de Thetis, la Madre de las Aguas, Defensora de Thetia.

Aquello era el pasaporte para ganarse la confianza del emperador.

Valentino mantuvo allí el cuchillo durante un buen rato. Rafael podía escuchar el susurro de su filo sobre la túnica. Una de las magas mentales avanzó hasta ponerse a la vista del emperador y asintió con la cabeza. Ella había creído a Rafael.

Por supuesto que Rafael era leal. ¿Es que alguien había pensado otra cosa?

El emperador retiró el cuchillo y lo guardó en la funda.

—Te acepto a mi servicio —dijo un instante después, y Rafael, aunque aliviado, se obligó a retener en la mente sus pensamientos. Estaba contento por haber sido capaz de mantenerse al servicio del Imperio.

—Gracias, emperador —dijo Rafael, manteniendo aún con firmeza en su mente la recompensa a su ambición al servicio de Valentino. El emperador quería que la lealtad de Rafael fuera más profunda. Pero por el momento, su ambición le bastaba.

—Este hombre —dijo Valentino, haciendo un barrido con su mirada sobre los tribunos y prisioneros—, es un agente bajo juramento del imperio a mi servicio. Y como ocurre con todos mis sirvientes, el que le insulta a él me insulta a mí.

El odio que había en las miradas de los tratantes árticos era inmensurable, pero Rafael podía advertir cómo estaba creciendo también su temor. Los hombres y las mujeres que había en la plaza eran tratantes árticos en su mayor parte junto a Corsina y sus oficiales de más jerarquía. Algunos de ellos tenían la edad suficiente para haber luchado por Azrian y sus aliados, y ahora, su terrible experiencia estaba a punto de iniciarse nuevamente. Sería aun peor por haber visto cómo se salvaba alguien, aunque se tratara de un agente imperial.

No. No podía permitirse ahora la furia o la lástima. Las magas mentales aún podían estar al acecho y tenía que salir libre de todo aquello.

Valentino chasqueó los dedos.

—Zhubodai, una capa para este hombre.

Uno de los legionarios jóvenes se quitó rápidamente la capa azul de sus hombros y se la colocó a Rafael sobre su túnica empapada, cerrándole el pasador de bronce delantero. Era un símbolo del servicio imperial y una forma de distinguir a Rafael de los prisioneros de negro y empapados como él.

—Quédate a mi lado —dijo Valentino en voz más baja—. Te necesitaré esta noche.

* * *

De modo que Rafael había elegido su rumbo, ¿no? Leonata había creído que él era mejor que eso, que acabaría entrando en razón, pero él había superado con éxito el escrutinio de las magas mentales, ellas no habían hallado ningún indicio de deslealtad al Imperio.

La alternativa que le había planteado Valentino había sido terrible, pero Rafael había tenido una oportunidad para decidir no formar parte de aquello; de aceptar la degradación, la humillación de la cautividad y la esclavitud a cambio de conservar su alma. No era una elección fácil, pero su orgullo y su instinto de autoconservación habían vencido.

«Te deseo un rápido ascenso y una caída aún más rápida, Rafael Quiridion.» Él medraría, de eso no había duda, pero Leonata sabía que caería, porque su fulgor había sido excesivo. Y la caída, cuando se produjera, sería tanto más demoledora por cuanto ya habría alcanzado una posición de poder y autoridad importantes para entonces. El trayecto que iba de ser la mano derecha del emperador hasta una celda diminuta y el cadalso era bastante transitado.

El emperador se dio la vuelta hacia Leonata, Iolani y el líder tribal de nombre Zhubodai que, incongruentemente, portaba un yelmo con un penacho azul de un tribuno thetiano. A un gesto de su mano, los cinco representantes supervivientes de los clanes fueron sacados de las filas de prisioneros y situados al lado de Leonata. El corpulento Hycano Seithen estaba rojo de ira, los demás se mostraban inquietos. ¿Dónde estaba el enviado de Petroz? ¿Muerto? Ella no había visto ningún rastro de él.

—Altos thalassarcas, representantes —dijo Valentino—, habéis conspirado contra el Imperio y habéis proporcionado ayuda a agentes de una potencia que quería nuestra destrucción. Por ello, vuestras vidas y las de vuestros thalassarcas quedan confiscadas y vuestros clanes serán proscritos. Aquellos miembros de vuestros clanes que estaban simplemente acatando órdenes serán tratados según el Imperio estime conveniente.

Proscritos. La proscripción era el instrumento de los tiranos, el decreto de que tanto la vida como la propiedad quedaban confiscadas y pasaban a pertenecer al Estado. Era una palabra que ella había tenido la esperanza de no volver a oír jamás. Leonata le miró fijamente, anonadada y faltándole el aire, pero fue Hycano quien tomó la palabra, antes de que ella pudiera detenerlo.

—¿Proscripción? ¡Tú eres un tirano, Valentino, y morirás como tal!

Valentino se mantuvo en silencio absoluto durante unos instantes y luego se volvió hacia Rafael.

—Toma a dos de mis tribunos y ejecuta a este hombre. Ha amenazado mi vida.

—¡Emperador! —exclamó Leonata, antes de que nadie llegara a moverse—. ¿Vas a demostrar que él está en lo cierto?

Dos de los tribunos y Rafael ya habían dado un paso al frente para agarrar a Hycano antes incluso de que ella hubiera acabado la pregunta. Los ojos de Rafael se toparon con los de Leonata un instante y ella advirtió conmocionada que aquello era lo que Rafael realmente quería. No podía creer que él tuviera tal coraje ni tal entrega, y eso la avergonzó más allá de toda medida.

Leonata no había tenido tanto miedo desde que tenía cinco años y las hechiceras de la noche merodeaban por la ciudad. Ella había perdido y ahora estaba a merced de un hombre que podía matarla sólo con una palabra.

—Emperador, tú has ganado —las palabras le sabían a hiel en la boca—. Pero esto es terror, no justicia.

—Él ha amenazado mi vida y a mi reino —dijo Valentino con la expresión imperturbable, como la máscara de plata que había llevado en el baile.

—Tú quieres que Thetia vuelva a ser fuerte. Creo que incluso quieres que se te conozca como un emperador que creó un mundo mejor. En esto, y sólo en esto, somos parecidos. ¿Gobernarías una corte, un imperio donde tu palabra signifique la muerte? Ni siquiera el Dominio fue tan bárbaro. ¿Una tierra donde una palabra fuera de lugar pueda costar una vida? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que tus agentes empiecen a imitarte para obtener privilegios?

Leonata permanecía bien erguida, haciendo caso omiso del temor que le atenazaba el estómago, pero lo estaba haciendo por su clan y por todos aquellos que vendrían después, incluso si ella moría allí mismo, aquella noche. Le habría gustado conferir un tono más controlado a sus palabras, pero éstas parecían brotar con demasiada rapidez.

—Tu corte y tu Imperio se convertirán en un lugar de miedo y sombras, tus islas quedarán arruinadas, tu nombre será una maldición. ¿Crees que acudirán a tu corte los maestros y los poetas? Harás un infierno del cielo. Y cuando un hombre sepa que puede morir con el más leve pretexto, sin la mínima culpa, ¿qué será lo que le aterrorice? ¿Que mates también a su familia? ¿A su clan? ¿A su ciudad? ¿Dónde termina el terror? Termina cuando alguien se da cuenta de que sufrirá la misma condena si te mata que si lleva una vida sin tacha, emperador. Y ésa, emperador Valentino, es la razón por la que muchos de tus predecesores murieron y por la que, al final, fueron derrocados. Tú has ganado. ¿Gobernarás o serás un déspota?

Valentino no la había interrumpido. Leonata se dio cuenta de repente. Los tribunos habían amordazado a Hycano y Rafael estaba preparado, con la mirada tan inescrutable como la del emperador.

—Sophistry —dijo Hesphaere—. Mátalo.

—Valentino, debes hacerlo —añadió Aesonia—. Hacer otra cosa sería mostrar debilidad.

Valentino se detuvo y, por un instante, Leonata creyó que había conseguido persuadirle, pero cuando habló, el tono de su voz era más frío que nunca.

—Esto —dijo Valentino haciendo un gesto con la mano— es un campo de batalla. Las leyes son diferentes aquí. Mátalo.

Los tribunos arrastraron a Hycano al centro de la plaza y le obligaron a ponerse de rodillas. Valentino dijo algo a Zhubodai y el cacique tribal tendió un cuchillo a Rafael.

El joven Quiridion se quedó lívido.

Rafael cogió el cuchillo, sabiendo que la mirada del emperador estaba puesta sobre él, y se sintió mareado. Pudo ver el miedo en la expresión de Hycano, pero también la determinación, la resolución que había tomado de sacrificar su vida por su causa. Hycano prefería morir aquella noche como un mártir a vivir bajo el nuevo orden del emperador.

Y Valentino quería que Rafael lo matara a sangre fría. A un prisionero maniatado, indefenso. Y que él quisiera ser un mártir no era ningún consuelo, ninguna recompensa por acabar con una vida de aquella manera.

Todos le estaban observando. Los prisioneros y las sacerdotisas, el emperador y la emperatriz, los tribunos y los thalassarcas, todos esperaban que cometiera un asesinato porque el emperador lo había ordenado.

De cosas así estaban hechas las tiranías. Leonata tenía razón: si Valentino seguía por aquel camino, ahogaría en sangre a Thetia. Aquello no era un campo de batalla e Hycano no había hecho ningún juramento a la Armada ni al servicio de Valentino. Valentino quería atar a Rafael a su servicio con sangre, pero quizá, quizá... ¿Ordenaría un hombre como él una ejecución a sangre fría? ¿O quizá lo que estaba haciendo era esperar que Rafael obedeciera la orden y condenarlo? No. En una situación así, ningún emperador del calibre de Valentino daría una orden pensando que un inferior podría cuestionarla.

Rafael ya no podía saber lo que el emperador estaba pensando. No podía decir si el honorable oficial de la Armada que pudo ser se había esfumado, sacrificándose al poder y a las necesidades del Imperio.

Zhubodai estaba al lado de Rafael, observando, mientras transcurrían los segundos y el tiempo de Rafael se agotaba. Si se negaba, no importaba lo que alegara, incurriría en perjurio y el emperador le condenaría a la misma suerte que a los tratantes árticos en un abrir y cerrar de ojos. Fuera lo que fuera lo que les aguardaba, sería terrible y significaría la muerte o, en el mejor de los casos, una vida de esclavitud. Rafael no podría soportar un destino así.

O mataba a un hombre a sangre fría.

O había otra posibilidad: jugársela pensando que el emperador estaba simplemente poniendo a prueba su lealtad. Si era así, Zhubodai le agarraría la mano antes de que pudiera matarlo. Pero si aquello no era un juego, Hycano moriría.

Temblando bajo la capa, Rafael colocó el cuchillo bajo el corazón de Hycano, sin mirarlo a los ojos. Hizo retroceder el puñal y lo asestó.

* * *

El brazo de Zhubodai se movió a la velocidad de un relámpago, capturando la muñeca de Rafael con una tenaza de hierro a un tris de que la punta del cuchillo se hundiese en el pecho de Hycano.

Leonata reprimió un grito y una náusea.

—Yo no mataría por algo así —dijo Valentino—. Tienes razón, Leonata. Es el sendero del terror, y yo pretendo que mi Imperio se rija por la justicia y no por el terror. Pero también espero que mis órdenes sean obedecidas.

La mano de Rafael estaba temblando y casi se le cayó el cuchillo al devolvérselo a Zhubodai.

—Hesphaere —dijo Valentino, sin darse la vuelta—, este hombre es tuyo. Haz de él un servidor leal al Imperio.

Durante un segundo, Leonata creyó que se estaba refiriendo a Rafael, pero entonces los dos tribunos cogieron a Hycano y le arrastraron fuera de la plaza hacia el mar, seguidos por una de las sacerdotisas sarthienas.

—No quiero que Vespera se quede despoblada —continuó el emperador, como si nunca hubiera tenido lugar la interrupción—, por eso voy a haceros una oferta y sólo una vez. Si cooperáis completamente y sin lugar a dudas en la disolución del Consejo de los Mares y rendís Vespera al imperio para que vuelva a convertirse en la capital de Thetia; y si obedecéis mis órdenes sin cuestionarlas, seré misericordioso. Vuestros clanes continuarán existiendo y vuestra gente no sufrirá. Leonata, Iolani, ambas seréis tratadas de acuerdo con vuestro rango hasta que se disuelva el Consejo. Habrá más thalassarcas, pero seré yo quien los designe. Cuando el Consejo esté disuelto, Leonata, tú serás libre de volver a liderar tu clan. Si deseas que ellos no sufran daños y que tu hija siga con vida, aceptarás estas condiciones.

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