Viaje a un planeta Wu-Wei (16 page)

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Authors: Gabriel Bermúdez Castillo

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Viaje a un planeta Wu-Wei
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—¿Quién te mete a ti…?

—Me meto yo solo —afirmó Sergio—. Cuando quieras pelear te buscas a uno de tu tamaño… so cobarde… —¡Cobarde yo! Ahora vas a ver…

El Hombretón comenzó a escupirse en las manos y a dar saltos… era evidente que Sergio le inspiraba un poco más de respeto que él Manchurri, pero muy poco…

—Sí, señor —insistió Sergio—. Cobarde he dicho, y cobarde serás si quieres pelear conmigo así… Pesas el doble que yo… y eres mucho más fuerte… ¿A que no te atreves con una estaca cada uno?

—¡Eso, si! —gritó alguien, entre el público—. ¡Con estacas! El Manchurri se levantó del suelo, ayudado por el Huesos, tosiendo, lagrimeando y pasándose la mano por la garganta. Se sentó de nuevo a la mesa, con los ojos vueltos, y empinó de golpe lo que le quedaba en el vaso.

Sergio sentía que el suelo bailaba bajo sus pies. Aquel licor era demasiado fuerte, y se había excedido bebiendo. ¿Quién le mandaba a él meterse en todo este jaleo? Alguien había traído dos mangos de azada, de un metro aproximadamente de largo, que yacían amenazadoramente sobre la superficie de la mesa. El Saurio agarró uno y empezó a dar golpes en el aire, como si estuviera sacudiendo una alfombra. Sergio alargó la mano hacia el otro…

—Espera —dijo el Vikingo, con voz tensa—. Un momento sólo. Dame la mano.

Sin saber por qué, Sergio le obedeció, y permaneció un rato estrechando la mano del Vikingo. Mientras más gente se agolpaba en la puerta y en las ventanas, y el tabernero se apresuraba despachando bebidas, le pareció que un ligero ramalazo eléctrico pasaba a través de su mano. Una fuerza extraña subía vibrando, por su brazo dándole una lucidez fuera de lo normal; los colores parecían más vivos, los sonidos más claros… la imagen del Saurio, saltando y botando por doquier, esgrimiendo su estaca, entre los gritos de ánimo de los concurrentes, parecía disminuir en la distancia. Sintió que el suelo tomaba firmeza bajo sus pies… que los músculos se volvían más flexibles… Por un instante, la sensación llegó a ser casi dolorosa; entonces, la mano del Vikingo le soltó… Se dio cuenta de que se encontraba fresco, despejado, ágil, sin rastros de la ligera embriaguez que sentía unos segundos antes… No le dio tiempo a admirarse, ni a preguntar nada al Vikingo, que por contra, parecía fatigado; el Saurio se puso a vociferar:

—¿Para cuando es esto, piojoso? ¡Te perdonaré si me lames las botas… si no, haré de ti trozos como lagartijas…!

—Vamos allá —dijo Sergio, con voz segura.

Agarró el mango de azada, e instintivamente realizó los movimientos rituales. Había tomado la estaca por el extremo con la mano izquierda; levantó lentamente la derecha sobre la cabeza, y asió el palo por encima de la otra, a unos treinta centímetros de distancia. Comprobó el peso y la estabilidad; no era un shinai, pero en unos segundos se habría acostumbrado. Iba a sentarse, automáticamente, cuando pensó que no era necesario tanto; se limitó a inclinarse levemente ante el Saurio, que le miraba, muy sorprendido ante sus extraños movimientos.

A continuación, adelantó levemente la estaca, adoptando la postura Chudan No Kamae. El Saurio se echó a reír.

—¿Qué bailoteo es ése? ¡Ahora vas a ver lo que es bueno, sabandija!

De soslayo, Sergio se dio cuenta de que el Vikingo le miraba con extraordinaria intensidad, disecando cada uno de sus movimientos, como si los retratase.

—¡Vamos! ¡Empezad ya! —gritó el hombrecillo de las borlas.

Y esta vez, Ceanu no tuvo nada que objetar. Abriendo la boca, el Saurio se lanzó hacia adelante de cualquier manera, batiendo la estaca en el aire como si estuviera apaleando perros. Hubo una carcajada general cuando Sergio se deslizó suavemente a un lado, con un movimiento imperceptible, y la estaca del hombretón cayó con hueco sonido sobre el entarimado. Sergio permaneció inmóvil, concentrado únicamente en su adversario, tal como si hubiera dado un golpe, en pleno zanshi. Ya no veía absolutamente nada de lo que le rodeaba; solamente al Saurio, y a su shinai apenas enarbolado…

—¡Pelea! —aulló el hombre, y trató de golpearle las piernas, barriendo lateralmente el suelo, como si segase hierba. El shinai de Sergio bajó, las manos se aflojaron y se tensaron, automáticamente, el pie izquierdo siguió al derecho, y la punta de su estaca paró limpiamente el golpe. Hubo un grito general de sorpresa.

El Saurio retrocedió, resoplando, y sin tomar aliento volvió al ataque; hizo una finta, fingiendo que iba a golpear por la izquierda, y después lanzó la estaca hacia la derecha. Era lastimosamente lento, pensó Sergio, un kyo. Tenía que ser mucho más rápido, ya que sino el adversario se daba cuenta del cambio de movimiento, y esquivaba, como hizo él mediante un sencillo y resbalante paso atrás.

—¡Men! —aulló Sergio, poniendo en ello todo su abdomen.

El shinai se alzó rápidamente por encima de su cabeza, las manos se aflojaron en el momento justo, volvieron a tensarse al bajar la izquierda forzando el arma hacia abajo y la derecha dándole dirección, en un suburi fulminante… Se limitó a asestar un golpe ligero en la frente del Saurio; si hubiera puesto todos sus músculos en ello, le habría matado instantáneamente.

El Hombretón se retiró torpemente, jurando y tambaleándose, echando espuma por la boca. En este momento no había ya ninguna risa; todos seguían la pelea con desmesurada atención, dándose perfecta cuenta de que, por alguna razón, aquel joven delgado y aparentemente inofensivo podía haber matado al Saurio. Sergio estuvo a punto de relajar su zanshi; estaba seguro de que los ojos del Vikingo le taladraban desde su espalda; pero la disciplina mantenida durante largas sesiones de aprendizaje hizo que volviese inmediatamente al estado de concentración y de vigilancia prescrito: el zanshi.

El hombretón respiraba apresuradamente, y, por primera vez, Sergio notó en sus ojos, inyectados en sangre, un ligero soplo de miedo. El Saurio oscilaba adelante y atrás, manteniendo la estaca ante sí de cualquier manera, evidentemente pensándoselo mucho antes de atreverse a atacar otra vez. En su frente había aparecido una ligera mancha roja…

—¡Kote! —aulló Sergio, y pareció que la gente retrocedía ante la violencia inhumana del grito.

Un doble paso resbalante hacia el frente; el shinai ascendió sobre el hombro derecho, tan rápido que la vista no podía seguirlo, descendió de nuevo, con la mano derecha encaminándolo hacia su fatal destino, y mientras el pie derecho quedaba en posición, golpeó limpiamente y con fuerza aterradora la muñeca del Saurio…

La estaca del hombretón rodó por el suelo, mientras éste se cogía con la otra mano la muñeca golpeada, retrocediendo apresuradamente. Sergio volvió a su postura defensiva; esta vez, alzando el shinai sobre su cabeza, en un atrevido Jodan No Kamae; pero era lógico; había perdido todo temor a su adversario. «No te confíes demasiado, de todas formas», pensó.

—Recógela y sigue —dijo, cortésmente—. No es lícito golpear a un enemigo desarmado.

Esta vez el Saurio no sabía qué decir. Se adelantó, con los ojos llenos de terror, y recogió la estaca temerosamente. Era fácil que hubiese dado cualquier cosa por abandonar la pelea; pero eso, después de todo, estaba en sus manos. El silencio, en la gran sala llena de humo de cigarrillos y de vapores de cerveza, era sepulcral. Sergio hubiera querido volverse para ver la expresión del Vikingo, pero no lo hizo.

Durante unos segundos el Saurio dudó en acercarse de nuevo, mientras Sergio continuaba totalmente inmóvil, siguiéndole con la vista en el ligero movimiento circular del otro, y obsesionándole, al parecer, con la fija mirada de sus ojos.

—¡Menos miedo, Saurio! —gritó alguien—. ¿Quién es el que baila ahora?

Incitado por esta frase burlona, el Saurio trató de imitar toscamente uno de los golpes que Sergio le había propinado. Alzó la estaca sobre la cabeza, evidentemente con intención de golpear la del contrario, pero Sergio no le dio tiempo. Dejó avanzar al Saurio hasta que estuvo a corta distancia, bajó el shinai fulmíneamente sobre la estaca del hombretón, desviándola lateralmente, y en un alarde de rapidez, volvió a golpearle en la muñeca derecha, poniendo en ello todos sus músculos, y antes de que el palo cayese de las fláccidas manos del hombretón…

—¡Do!

…volvió a la postura anterior, y adelantó rápidamente el pie derecho, haciendo resbalar el izquierdo hacia atrás… Mientras el Saurio abría la boca para aullar de dolor, el shinai le golpeó con la punta, como un látigo, en el costado derecho…

El hombretón cayó al suelo, revolcándose y gritando; la estaca rodó sobre la tarima hasta quedar detenida al pie del mostrador. Serenamente, Sergio volvió a incorporarse y se mantuvo en guardia.

Un par de hombres ayudaron al Saurio a levantarse. El hombre tenía el rostro desencajado, y parecía que no supiera donde llevarse las manos, si a la muñeca dolorida, y quizá rota, o al castigado costado.

—¿Recoges tu shinai? —preguntó Sergio, educadamente, avanzando un poco hacia él.

El Saurio no le dejó acercarse. Tosiendo y tambaleándose, le dirigió una mirada de odio reconcentrado, y se dirigió torpemente hacia la salida. La gente le abrió camino, en silencio.

Cuando el hombre hubo desaparecido, Sergio se inclinó ligeramente hacia la puerta, efectuó los movimientos adecuados para abandonar el arma, y la dejó sobre la mesa. Si esperaba una explosión de júbilo y felicitaciones, no la hubo. Los espectadores se apartaron calladamente; algunos se marcharon; otros se acercaron al mostrador.

Los ojos del Vikingo parecían dos taladros. Sergio continuó en pie, al lado del Manchurri.

—Te lo agradezco… —dijo éste—. Ese bruto me hubiera matado.

—Era mi obligación defenderte —contestó Sergio—. Así hemos obrado siempre.

Había como un aura de dignidad ultraterrena rodeándole. El Manchurri alzó hacia él unos ojos impresionados.

—Señor… —dijo—. ¿Quién eres?

—Un criminal arrojado de la ciudad —respondió Sergio, sentándose junto a él.

—No es cierto —afirmó el Vikingo.

Las conversaciones y el jolgorio habían renacido a su alrededor. Nadie les prestaba atención en este momento.

—Entonces —dijo Sergio—, un sabio que ha venido a estudiar las columnas negras… y concretamente, el Pilón del Alba.

—Tampoco es cierto —respondió el Vikingo, taladrándole con los ojos.

Permanecieron los cuatro en silencio; el Manchurri jugando con su vaso vacío y tocándose la garganta; el Vikingo, con los fríos ojos azules fijos hipnóticamente en Sergio.

—Eso que has hecho —dijo— es una ciencia establecida, estudiada. Se aprende, y lleva consigo una disciplina mental, además de la física. Tiene un código dispuesto de antemano, al que no se puede faltar. ¿Cómo se llama?

—Kendo. Lo aprendí allí arriba.

El Manchurri comenzó a trazar círculos en la mesa con el vaso…

—Son ya dos veces que me salvas la vida, joven… señor. Es demasiado para mí. Mucho miedo me da, pero si quieres… yo te llevaré a Herder…

—Yo no iré —dijo el Vikingo—. Yo me quedo aquí.

EL CLARINAZO MATINAL Y AVISADOR IRREGULAR DE LA GRAN REGION EUROPEA

Precio: a convenir; normalmente gratuito.

Número: 126, creo yo.

Redaztor Jefe: Serapio Marcilla

ULTIMA HORA

La pelea del més pasado en Toledo. Parece ser que Ratller el Saurio andaba poniendole los puntos a huna muchacha de la familia de los Mendoza, kosa que al padre de la chika no le justaba demasiado. Por hotra parte, el joben y hapuesto mancebo Rorin MacDonald estaba prendado de la ermosa. La cosa tenia que acabar mal y hacabó. El Saurio, que a pesar de pasar su tiempo sin acer nada, nadie save como saca para comer, y para tener fuersas para aguantar las palisas que su mujer le da, se encontro en la plaza de la vella siudad de Toledo con la ermosa joben, Marylin Mendoza. ¡La que se armo! El Saurio, que, como de costumbre avia estado veviendo de gorra, a costa de sus amigos (que por eso, están tan hartos de él) tenia una turca de tamaño natural, y kiso meterle mano, jrosera y bilmente, a la ermosa muchacha. El eroico Robin MacDonald no estava alli sino ke se allaba cultibando los navos que le sirven de alimento en inbierno, pues los MacDonald no comen mas que navos. Cuando la muchacha trató de defenderse de la pastosa mano del Saurio, aparecio Gerda, la muquer de este hultimo, y procedió a endosarle, por vorracho y aragan, la palisa de su vida. Baste saber que el Saurio, con el ravo entre las piernas, acabo en el pilon de los cavallillos, donde se le fue la trompa que abia cojido a costa de los demas. ¡Bamos, Saurio, a ver si trabajas y asi podras pretender a la ermosa! ¡Y cuidate de Gerda, porque esa es capas de domar a un mamute con un plumerro!

SERAPIO

NOS PREGUNTAMOS…

¿por qúe el jurado de Toledo, siempre, siempre, se emborracha antes de fallar un caso? Nosotros solo podemos rekomendar la templansa, y más cuando los menesteres son tan deformes, como los de un jurado, ke tiene en sus manos la vida de un hombre. Tomen ejemplo de alguien que no veva, señores.

NOTISIAS COMERSIALES

Dizen que el precio de los navos tiende a subir esta temporada ya que casi nadie los ha cultivado. La pobora anda bien; solo que la que favrican en Abilene es kada dia pehor, seguramente porque el puherco de MacDuff la sige mesclando con asuzar. En cuanto a los zapatos, la produksion es buena en este momento, y el acreditado comerciante el Manchurri lleva en su honesto veiculo un surtido de todas las clases, a disposicion de los toledanos. Tanvien hay rifles fabricados por Morris, el mejor harmero en cien leguas, a la redonda, y buenos balines de plomo. — En lo demás, todos siguen haciendo las mismas porquerias de costumbre.

SERAPIO

LA PELEA CON LOS BANDIDOS

Hase tres noches el Manchurri y su ekipo se batieron heroicamente con un grupo de sesenta y tres bandidos matandoles casi todo el personal y un cavallo. Por nuestra parte las bajas fueron dos bueyes. ¡A ver si la patrulla del capitan Grotton se dedica a perseguirlos en vez de tocarse la barriga, como normalmente hacen, con el pretesto de que no saven donde están!

HANUNCIOS POR PALABRAS

Se buscan dos bueyes, de buen caracter, para trabajo facil y seguro. Inutil pretender que se pague al kontado, pero el comprador hes persona honesta y que responde. Rason en la redacsion.

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