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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (17 page)

BOOK: Viaje alucinante
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—¿Lo está viendo? —dijo Cora, entusiasmada —. Al absorber el oxígeno, la hemoglobina se transforma en oxihemoglobina, y la sangre cobra un color rojo brillante. Ahora será llevada de nuevo al ventrículo izquierdo del corazón, y la sangre rica, oxigenada, será impulsada a todo el cuerpo.

—¿Quiere decir que tendremos que volver a pasar por el corazón? —dijo Grant, súbitamente alarmado.

—¡Oh, no! respondió Cora —. Ahora que estamos en el sistema capilar, podemos tomar un atajo.

Sin embargo, no parecía muy segura.

—Fíjense qué maravilla —dijo Duval —. Fíjense en las maravillas que hace Dios.

—No es más que un intercambio de gases —dijo Michaels, secamente —. Un proceso mecánico elaborado por las fuerzas de la evolución durante un período de más de tres mil millones de años.

Duval se volvió, irritado.

—¿Sostiene usted que esto es accidental? ¿Que este maravilloso mecanismo, elevado a la perfección en millares de aspectos y funcionando con una seguridad absoluta, no es más que el producto de casuales colisiones de átomos?

—Sí; esto es exactamente lo que quería decir —afirmó Michaels.

En aquel momento, los dos hombres, que se enfrentaban con aire beligerante, levantaron vivamente la cabeza ante el súbito y ronco sonido de un zumbador.

—¿Qué diablos...? —dijo Owens.

Pulsó desesperadamente un interruptor, pero la aguja de uno de sus manómetros siguió bajando rápidamente hacia una línea roja horizontal. Hizo callar el zumbador y gritó:

—¡Grant!

—¿Qué pasa?

—Algo anda mal. Consulte el manual, que está ahí encima.

Grant siguió la dirección que le indicaba el dedo de Owens, moviéndose con rapidez y seguido por Cora.

—Hay una aguja en la zona roja de peligro —dijo —, debajo de algo que lleva la indicación de «Tanque izquierdo». Sin duda el tanque izquierdo está perdiendo presión.

Owens gruñó y miró hacia atrás.

—¡Y de qué manera! Estamos lanzando aire en el torrente sanguíneo. Suba, Grant. ¡De prisa! —dijo, desabrochándose el cinturón.

Grant se dirigió a la escalera y se apartó lo más que pudo para que Owens pudiera bajar.

Cora pudo descubrir las burbujas al mirar por la estrecha ventanilla de popa.

—Burbujas de aire en el torrente sanguíneo pueden ser fatales... —dijo.

—Ésas, no —se apresuró a responder Duval —. A nuestra escala miniaturizada, producimos burbujas demasiado pequeñas para que puedan causar daño.

—No les preocupa el peligro que pueda correr Benes —dijo Michaels, con voz lúgubre —. Somos «nosotros» los que necesitamos el aire.

Owens gritó a Grant, que se estaba sentando en la cabina de mandos:

—De momento, manténgalo todo como está; pero preste atención al tablero, por si aparece alguna señal roja.

—Y, al pasar junto a Michaels, le dijo —: Se habrá agarrotado una válvula; no se me ocurre otra explicación.

Se dirigió a popa y levantó una plancha, haciendo palanca en uno de sus extremos con una pequeña herramienta que se había sacado del bolsillo del uniforme. Apareció una maraña de hilos y cortacircuitos extraordinariamente complicada.

Los hábiles dedos de Owens los resiguieron velozmente, comprobándolos y eliminándolos con una seguridad y una presteza que sólo podía tener el que había diseñado la nave. Pulsó un interruptor, lo abrió y dejó que se cerrara de golpe. Después se dirigió a proa y examinó los controles auxiliares situados debajo de las ventanillas.

—Debió de producirse alguna avería exterior cuando rozamos la pared de la arteria pulmonar o cuando recibimos el embate de la corriente arterial.

—¿Funcionará la válvula? —preguntó Michaels.

—Sí. Supongo que quedó un poco desequilibrada, y, cuando algo la abrió hace un momento, tal vez uno de los impulsos del movimiento de Brown, no volvió a cerrarse. Ya la he arreglado, y no volverá a causarnos molestias. Pero...

—Pero ¿qué? —dijo Grant.

—Creo que esto lo ha echado todo a perder. No tenemos aire bastante para terminar el viaje. Si éste fuese un submarino normal, diría que tenemos que subir a la superficie para renovar la provisión de aire.

—Entonces, ¿qué hemos de hacer? —preguntó Cora.

—Salir. No tenemos más remedio. Debemos pedir que nos saquen de aquí inmediatamente; en otro caso, dentro de diez minutos será imposible manejar la embarcación y nos asfixiaremos al cabo de otros cinco.

Se dirigió a la escalera.

—Volveré a tomar el mando, Grant. Vaya usted al transmisor y deles la noticia.

—Espere. ¿No llevamos reserva de aire? —preguntó Grant.

—La llevábamos. Ahora se ha escapado toda. En realidad, cuando el aire se desminiaturice, tendrá un volumen mucho mayor que el propio Benes. Y le matará.

—No —dijo Michaels—. Las moléculas miniaturizadas del aire que hemos perdido pasarán a través de los tejidos y saldrán al exterior. Quedará una cantidad ínfima en el cuerpo en el momento en que empiece la desminiaturización. Sin embargo, creo que Owens tiene razón. No podemos seguir adelante.

—Pero, espere... —dijo Grant—. ¿Por qué no podemos emerger?

—Ya le he dicho... —empezó Owens, impaciente.

—No me refiero a salir de aquí, sino a emerger «realmente». Aquí. Aquí mismo. Estamos viendo a los glóbulos rojos aprovisionándose de oxígeno. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo? Sólo dos débiles membranas nos separan de un océano de aire. Vayamos a buscarlo.

—Grant tiene razón —dijo Cora.

—No, no la tiene —replicó Owens—. ¿Cómo se imaginan que somos? Hemos sido miniaturizados y nuestros pulmones tienen el tamaño de un fragmento de bacteria. Al otro lado de esas membranas, el aire está sin miniaturizar. Cada una de sus moléculas de oxígeno sería casi perceptible a simple vista. ¡Maldita sea! ¿Creen que podríamos respirarlo?

Grant pareció anonadado.

—Pero...

—No podemos esperar, Grant. Tendrá que ponerse al habla con el cuarto de control.

—Todavía no —dijo Grant—. ¿No dijo usted que esta nave había sido proyectada en un principio para investigar en las profundidades? ¿Cuál debía ser su función, debajo del agua?

—Confiábamos en poder miniaturizar ejemplares submarinos para llevarlos a la superficie y poder estudiarlos después cómodamente.

—En tal caso, debemos llevar un equipo de miniaturización a bordo. ¿O acaso lo suprimió la noche pasada?

—Lo tenemos, claro está. Pero es muy pequeño.

—¿Para qué lo necesitamos mayor? Si inyectamos aire en el miniaturizador, podemos reducir el tamaño de sus moléculas y conducirlas a nuestros tanques de aire.

—No tenemos tiempo para esto —terció Michaels.

—Si el tiempo se agota, pediremos que nos saquen. Mientras tanto, podemos probar. Supongo que tendremos un
snorkel
a bordo, ¿verdad, Owens?

—Sí.

Owens parecía completamente aturrullado por las rápidas y apremiantes palabras de Grant.

—Y que podríamos hacer pasar el
snorkel
a través de las paredes del capilar y del pulmón sin perjudicar a Benes. ¿no es cierto?

—Dado nuestro tamaño actual, estoy seguro de que podríamos hacerlo —dijo Duval.

—Muy bien. Se trata, pues, de conectar el pulmón con el miniaturizador por medio del
snorkel
, y de montar un tubo desde el miniaturizador a la cámara de reserva de aire. ¿Podría improvisar un sistema para hacerlo?

Owens reflexionó un momento, pareció súbitamente animado con el provecto y dijo:

—Sí; creo que sí.

—Cuando Benes haga una inspiración, la presión será suficiente para llenar nuestros tanques. Recuerden que la distorsión del tiempo hará que los pocos minutos de que disponemos parezcan mucho más largos que a la escala natural. Sea como fuere, tenemos que probar.

—Estoy de acuerdo —dijo Duval—. Tenemos que probar. Cueste lo que cueste. ¡E inmediatamente!

—Gracias por su apoyo, doctor —dijo Grant.

Duval asintió con la cabeza, y dijo a continuación:

—Más aún: ya que vamos a intentarlo, no debemos confiar el trabajo a un hombre solo. Conviene que Owens permanezca al cuidado de los mandos; pero yo voy a salir con Grant.

—¡Ah! —dijo Michaels—. Me estaba preguntando lo que se proponía usted. Ahora lo comprendo. Quiere aprovechar la oportunidad de explorar a campo abierto.

Duval enrojeció, y Grant se apresuró a intervenir:

—Sean cuales fueren los motivos, la sugerencia es buena. En realidad, lo mejor es que salgamos todos. A excepción de Owens, naturalmente. Supongo que el
snorkel
estará a popa, ¿no?

—En el compartimiento que sirve de almacén —dijo Owens, que había vuelto a la cabina de mando y miraba ahora fijamente hacia delante—. Si ha visto alguna vez un snorkel, no puede confundirse.

Grant se dirigió a toda prisa al compartimiento, vio inmediatamente el
snorkel
y se dispuso a coger el equipo de inmersión.

De pronto, se detuvo, horrorizado, y exclamó:

—¡Cora!

Ésta acudió al momento.

—¿Qué ocurre?

Grant procuró contenerse. Era la primera vez que miraba a la joven sin pensar en su belleza física. En aquel instante, sentía únicamente una enorme angustia. Señaló algo y dijo:

—¡Mire eso!

Ella miró y palideció intensamente.

—No lo comprendo —dijo.

El láser, colocado encima de la mesa de trabajo, oscilaba colgado de un gancho, sin su cubierta de plástico.

—¿Olvidó asegurarlo? —preguntó Grant.

Cora movió enérgicamente la cabeza.

—¡Lo hice! ¡Lo hice! Puedo jurarlo. Sabe Dios que...

—Entonces, ¿cómo es posible...?

—No lo sé. ¿Cómo podría explicarlo?

Duval estaba ahora detrás de ella, entornados los párpados y duro el semblante.

—¿Qué le ha ocurrido al láser, Miss Peterson?

Cora se volvió a su nuevo inquisidor.

—No lo sé. ¿Por qué me lo preguntan a mí? Voy a probarlo ahora mismo. Comprobaré...

—¡No! —rugió Grant—. Déjelo y asegúrese únicamente de que no reciba más golpes. Antes que nada, tenemos que conseguir nuestro oxígeno.

Empezó a distribuir los equipos de inmersión.

Owens había bajado de la cabina.

—He fijado la nave en su sitio —dijo—. De todos modos, no podría desplazarse por sí sola en el capilar... ¡Dios mío! ¡El láser...!

—¡No empiece usted ahora! —chilló Cora, echándose a llorar.

—Vamos, Cora —dijo Michaels, con voz grave—, no empeore la situación perdiendo el dominio de sus nervios. Más tarde estudiaremos esto con todo detenimiento. Se habrá soltado cuando nos pilló el remolino. Ha sido un accidente.

—Capitán Owens —dijo Grant—, conecte este extremo del
snorkel
con el miniaturizador. Mientras tanto, nos pondremos los trajes de inmersión, y espero que alguien me dirá cómo he de ponerme el mío. Es la primera vez que lo intento.

—¿Se han parado? —dijo Reid—. ¿Está usted seguro?

—Sí, señor —dijo la voz del técnico—. Se encuentran junto al borde externo del pulmón derecho, y no se aprecia el menor movimiento.

Reid se volvió a Carter.

—No lo comprendo.

Carter interrumpió un momento su agitado paseo y señaló el cronómetro, que marcaba 42.

—Hemos consumido más de la cuarta parte del tiempo disponible, y estamos más lejos del maldito coágulo que en el momento de empezar. Ya tendrían que estar fuera.

—Cualquiera diría —observó Reid fríamente— que pesa una maldición sobre nuestro trabajo.

—Pero yo no pierdo los estribos, coronel.

—Tampoco yo. Pero, ¿quiere decirme lo que he de sentir para complacerle?

—De momento, averigüemos la causa de la detención. —Hizo la conexión adecuada, y dijo—: Comuniquen con el
Proteus
.

—Supongo —dijo Reid—, que habrán tropezado con alguna dificultad de tipo mecánico.

—¡Lo supone! —exclamó Carter, en tono sarcástico—. Efectivamente, no creo que se hayan detenido para tomar un baño.

Capítulo XII

PULMÓN

Los cuatro expedicionarios: Michaels, Duval, Cora y Grant, se habían puesto ya sus trajes de inmersión; ajustados, cómodos y de un blanco antiséptico. Todos ellos llevaban bombonas de oxígeno sujetas a la espalda, una linterna sobre la frente, aletas en los pies y un transmisor y un receptor de radio sobre la boca y el oído, respectivamente.

—Esto es una manera de bucear —dijo Michaels, colocándose el casco—, y yo no he buceado en mi vida. Tener que hacer el primer ensayo en el sistema sanguíneo de una persona...

La radio de la nave sonó con insistencia.

—¿No debería contestar? —preguntó Michaels.

—¿Y entablar conversación con ellos? —dijo Grant, con impaciencia—. Ya tendremos tiempo de charlar cuando hayamos terminado con esto. Por favor, ayúdeme.

Cora le ayudó a ponerse el casco con visera de plástico y lo cerró debidamente.

La voz de Grant llegó al oído de ella, a la manera ligeramente cambiada con que suele sonar en un aparato de radio:

—Gracias, Cora.

Ella hizo un movimiento de cabeza, todavía dolida.

Salieron uno a uno por la escotilla de emergencia. La expulsión del plasma sanguíneo de la cámara obligaba, a cada salida, a gastar un aire precioso.

Grant se encontró chapaleando en un fluido todavía más turbio que el agua removida que suele encontrarse en las playas. Estaba lleno de restos flotantes, copos y fragmentos de materia. El
Proteus
ocupaba la mitad de la anchura del capilar, y los glóbulos rojos se deslizaban junto a sus costados. De vez en cuando, pasaban más holgadamente pequeñas plaquetas.

—Si las plaquetas se rompen al chocar con el
Proteus
—dijo Grant, inquieto—, puede formarse un coágulo.

—Es posible —respondió Duval—, pero, tratándose de un capilar, no sería peligroso.

Podían ver a Owens dentro de la nave. Levantó la cabeza y mostró un rostro lleno de

ansiedad. Movió aquélla y agitó la mano sin ningún entusiasmo, tratando de inclinarse y de volverse a fin de permanecer visible entre el desfile de infinitos glóbulos. Se puso el casco de su propio traje de inmersión y habló por el micrófono.

—Creo que lo tengo todo dispuesto. Al menos, he hecho todo lo posible. ¿Puedo soltar el
snorkel
?

—Adelante —dijo Grant.

El aparato asomó por la escotilla especial, como una cobra que saliese de la cesta de un faquir al son de la flauta.

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