Viaje alucinante (28 page)

Read Viaje alucinante Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Viaje alucinante
6.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

Boranova observó, pensativa:

–Es un remedio desesperado, pero nuestra situación también lo es. ¿Ha hecho alguna vez submarinismo, Albert?

–Un poco. Por eso se me ocurrió.

–Y ninguno de nosotros lo ha hecho... y por ello no se
nos
ocurrió. En este caso, Albert, suéltese y deje que le pongamos el traje.

–¿A
mí?
–estalló Morrison.

–Naturalmente. Ha sido idea suya y es el único que tiene experiencia.

–Pero no en una corriente sanguínea.

–Nadie tiene experiencia en una corriente sanguínea, pero el resto de nosotros ni siquiera la tiene en el agua.

–No –protestó Morrison enfurecido–. Todo esto es cosa
suya...
de los cuatro. Yo he pensado cómo sacarlos de la célula blanca y acabo de pensar en el modo de sacarlos de un callejón sin salida. Ésta ha sido mi contribución. Pónganla
ustedes
en práctica. Uno de ustedes.

–Albert –insistió Boranova–. Todos estamos en esto. Aquí dentro no somos ni soviéticos ni americanos, sino seres humanos tratando de sobrevivir y realizar una gran tarea. Lo que se haga depende de quién pueda hacerlo mejor, y nada más.

Las miradas de Morrison y Kaliinin se cruzaron. Ella le sonreía ligeramente y él pudo leer admiración en aquella sonrisa.

Bruñendo entre dientes ante la locura de dejarse influir de una forma tan infantil por su sed de admiración, Morrison supo que aceptaría realizar aquella locura que él mismo había sugerido.

Boranova sacó el traje. Al igual que la nave, era transparente y excepto en la parte de la cabeza, estaba arrugado y aplastado. A Morrison le dio la impresión de una caricatura humana, en tamaño natural, dibujada por un niño. Alargó la mano para tocarlo y preguntó:

–¿De qué está hecho? ¿De tejido plástico?

–No, Albert –le contestó Boranova–. Es muy delgado pero resistente; y es tremendamente fuerte e inerte. Ninguna sustancia extraña se pegará y debería ser perfectamente impermeable.


¿Debería?
–repitió Morrison sarcásticamente.

Dezhnev interrumpió:

–Es impermeable. Me parece recordar que se probó hace poco tiempo.

–Le
parece
recordar...

–Me censuro por no haberlo hecho personalmente al revisar la nave, pero también a mí se me olvidó su existencia. No fue por...

–Estoy seguro de que su padre le habrá dicho alguna vez que censurarse es una penitencia de pacotilla por la incompetencia, Arkady.

–No soy un incompetente, Albert –protestó Dezhnev dolido.

Boranova tuvo que intervenir:

–Nos pelearemos cuando todo esto haya terminado, Albert, no hay motivo de preocupación. Incluso si hubiera un escape microscópico, las moléculas de agua contenidas en el plasma exterior son mucho mayores, comparativamente, que lo que serían en circunstancias normales. Un poro en un traje normal podría dejar entrar moléculas de agua normales, pero este mismo poro en un traje miniaturizado no dejaría que entraran estas moléculas que ahora, en comparación, son gigantescas.

–Eso por lo menos tiene sentido –asintió Morrison, intentando tranquilizarse.

–Naturalmente. Podemos acoplar un cilindro de oxígeno aquí mismo –explicó Boranova– de tamaño pequeño, porque no va a estar fuera mucho tiempo; aquí un bote de absorción de dióxido de carbono y una pila para la luz. Como ve irá bien equipado.

–De todos modos –sugirió Konev volviéndose para mirar a Morrison con indiferencia– será mejor que lo haga lo más rápidamente posible. Ahí fuera hace mucho calor, treinta y siete grados Celsius, y no creo que el traje lleve mecanismo de refrigeración.

–¿No tiene refrigeración? –y Morrison miró inquisitivo a Boranova.

–No es fácil refrigerar un objeto en un medio isotérmico. El cuerpo entero, que para nosotros es grande como una montaña, está a una temperatura constante de treinta y siete grados. La propia nave puede refrigerarse mediante los motores de microfusión. No podemos construir un dispositivo equivalente en el traje pero, como le he estado diciendo, no va a estar fuera mucho tiempo. De todos modos, sería preferible que se quitara la ropa que lleva ahora, Albert.

–No es grueso –remoloneó Morrison–; sólo una fina capa de algodón.

–Si transpirara con él puesto estaría envuelto en ropa mojada cuando regrese a la nave. Y no tenemos ropa de repuesto que ofrecerle.

–Bueno, ya que insiste –acabó diciendo Morrison. Se quitó las sandalias y luego trató de quitarse el traje de una pieza, pero le resultó algo sorprendentemente difícil dado su falta de peso. Boranova al darse cuenta, ordenó:

–Por favor, Arkady, ayude a Albert a ponerse el traje.

Dezhnev se acercó con dificultad por encima del respaldo de su asiento hasta donde Morrison estaba flotando en una postura difícil, contra el casco de la nave. Dezhnev ayudó a Morrison a meterse en las perneras del traje una tras otra; aunque los dos trabajando a la par resultaban tan torpes como Morrison estando solo. (Todo en nosotros, pensó el americano, está preparado para funcionar en presencia de la gravedad.) Dezhnev no dejó de hablar mientras se debatían:

–El material de este traje es precisamente el mismo que el de la nave. Absolutamente secreto, por supuesto, pero por lo que he oído, tienen un material parecido en los Estados Unidos... también secreto, naturalmente.

Hizo una pausa después del comentario vagamente inquisitivo.

–No sabría decirle –murmuró Morrison. Su pierna desnuda se esforzaba por entrar en su envoltura de fino plástico; no se le pegaba a la piel sino que resbalaba suavemente, aunque le proporcionaba la sensación de que por la parte exterior estaba frío y húmedo, pero en realidad no era así. Nunca se había encontrado con una superficie parecida a la de aquel traje y no sabía cómo interpretar la sensación.

–Cuando se cierre por los bordes se convertirá en una sola pieza de material –explicó Dezhnev.

–¿Y cómo se vuelve a abrir?

–La electroestática puede ser neutralizada una vez haya vuelto a la nave. Por el momento, gran parte del exterior tiene una suave carga negativa, equilibrada por una positiva en el interior. Cualquier porción del traje se pegará a cualquier área de carga positiva en la superficie de la nave, pero no con tanta fuerza que no pueda despegarse.

–¿Y qué hay de la popa de la nave donde están los motores? –quiso saber Morrison.

–No debe preocuparse por ellos. Funcionan con un mínimo de energía para nuestra refrigeración y luz y cualquier partícula que escape de ellos le atravesará sin que se entere usted. Los cilindros de oxígeno y la absorción de desechos funcionan automáticamente. No producirá burbujas. Puede respirar normalmente.

–Uno debe agradecer
algunas
de estas bendiciones tecnológicas.

–Es bien sabido que los trajes espaciales soviéticos –explicó Dezhnev sombrío– son los mejores del mundo. Luego vienen los japoneses.

–Pero éste no es un traje espacial.

–Está copiado de uno de ellos –terció Dezhnev iniciando el gesto de ponerle el casco.

–Espere –dijo Morrison–. ¿Y la radio?

–¿Y para qué necesita una radio?

–Para
comunicarme.

–Podrá vernos, y podremos verlo. Todo es transparente. Puede hacernos una señal.

–En otras palabras, no hay radio... –Morrison respiró profundamente.

–Lo siento, Albert –se excusó Boranova–; se trata de un traje muy simple para tareas sencillas.

–De todas formas, si se hace una cosa, merece la pena hacerla bien.

–No para los burócratas –dijo Dezhnev–. Para ellos, si se hace una cosa merece la pena hacerla barata.

Había cierta ventaja en la irritación y el fastidio, pensó Morrison; servía para quitar el miedo. Preguntó:

–¿Cómo se proponen sacarme de la nave?

–En este punto donde se encuentra, el casco es doble –explicó Dezhnev.

Morrison se volvió de prisa y, naturalmente, se encontró flotando. Por lo visto le costaba recordar que carecía esencialmente de peso. Dezhnev lo ayudó a controlar su cuerpo pero a costa del suyo. (Debemos parecer un par de payasos, pensó Morrison. Por fin se encontró mirando hacia la parte indicada del casco. Ahora que su atención se fijaba, le pareció algo menos transparente que las demás secciones, pero también podía ser fruto de su imaginación. Dezhnev le insistió:

–Estése quieto, Albert. Mi padre solía decir: «Solamente cuando un niño ha aprendido a estarse quieto, puede considerárselo una criatura sensata»

–Su padre no tenía en cuenta las condiciones de gravedad cero.

–La compuerta de aire –siguió diciéndole Dezhnev ignorando su comentario– está modelada de acuerdo con el tipo que tenemos en nuestros cierres de superficie lunar. La capa interior de la compuerta se echará hacia atrás, después lo envolverá, y quedará cerrada. La mayor parte del aire entre las dos capas será extraído; no podemos permitirnos malgastar aire, y esto sin duda le producirá una extraña sensación. Luego la capa exterior retrocederá, abriéndose, y se encontrará afuera. ¡Muy sencillo! Ahora, deje que le sujete el casco.

–¡Espere! ¿Y cómo vuelvo?

–Del mismo modo, pero al revés.

Morrison se veía ahora acorralado y una sensación clara de claustrofobia ayudaba a intranquilizarlo, a medida que una helada sensación de miedo le anulaba la salvadora sensación de rabia.

Dezhnev lo iba empujando hacia el casco y Konev, después de haber conseguido volverse en su asiento, lo ayudaba. Las dos mujeres permanecían tranquilas en sus asientos observando atentamente.

Morrison no pensó ni por un instante que contemplaran su cuerpo; ojalá fuera así. Eso hubiera sido relativamente benigno. Estaba absolutamente seguro de que observaban para ver si funcionaría la compuerta; si funcionaría su traje; si él mismo duraría vivo más de unos minutos, una vez afuera de la nave.

Quería gritar, y acabar con todo, pero el impulso de hacerlo quedó solamente en eso.

Sintió un movimiento resbaladizo detrás de él y en seguida una lámina transparente lo envolvió. Era como el cinturón de seguridad del asiento cerrándose alrededor de su cintura y pecho; pero aquí, la lámina lo envolvió por completo de la cabeza a los pies, de un lado al otro.

Se le adhirió con más fuerza al hacerse vacío. El material de su traje pareció tensarse hacia fuera cuando el aire en su interior empujaba contra el creciente vacío exterior. Y, entonces, la lámina exterior del casco se retiró y sintió un pequeño empujón que lo mandó dando tumbos hacia fuera dentro del plasma sanguíneo del interior del capilar.

Estaba fuera de la nave y estaba solo.

XI. DESTINO

Ir hacia allá debe ser muy divertido... pero sólo si se acaba llegando.

DEZHNEV, padre

Inmediatamente, Morrison sintió el calor envolvente y creyó ahogarse. Konev le había advertido, la temperatura sería de treinta y siete grados Celsius. Era el mismo calor de un ardiente día de verano y no había escapatoria. Ni sombra; ni brisa.

Miró en derredor para situarse. Era obvio que Boranova había miniaturizado más la nave mientras él intentaba torpemente meterse en el traje. La pared embaldosada del capilar estaba más alejada. Sólo podía ver un poco de ella, porque entre él y la pared había como una enorme nube. Un glóbulo rojo, naturalmente. Luego una plaqueta se deslizó entre el glóbulo y la pared, pero muy despacio.

Todos ellos, glóbulo rojo, plaqueta, él, y la nave, se movían llevados por la lenta corriente del interior del capilar, a juzgar por el desplazamiento reptante de las baldosas de la pared.

Morrison se asombró de lo poco que notaba el movimiento browniano. Había, en efecto, la sensación de movimiento y otros objetos visibles parecían temblar. Incluso las marcas dejadas por las baldosas de las paredes capilares parecían también desplazarse, pero de un modo peculiar. No obstante, no disponía de tiempo para analizar a fondo. Tenía que hacer lo que había salido a hacer, y regresar al interior de la nave.

Estaba a un metro o así de distancia. (¿Un metro? Puramente subjetivo. ¿Cuántos micrómetros, cuántas millonésimas de metro lo separaban de la nave, según una medida real? No se entretuvo intentando encontrar la respuesta a la pregunta.) Movió las aletas para volver junto a la nave. El plasma era claramente más viscoso que el agua de mar..., desagradablemente más.

El calor persistía, por supuesto. No cesaría mientras el cuerpo en que se encontraba siguiera con vida. A Morrison empezó a sudarle la frente. Vamos, tenía que poner manos a la obra.

Su mano se tendió hacia donde había dejado la nave, pero no tocó nada. Era como si hiciera presión en un blando almohadón de aire, aunque sus ojos le decían que no había nada entre aquella porción de nave y su mano enfundada; como mucho, una película de fluido. Un instante de reflexión y vio lo que ocurría. La parte exterior de su traje llevaba una carga eléctrica negativa. Y lo mismo la parte del casco que estaba tocando. Lo repelía.

Pero había más secciones de casco. Morrison dejó que sus manos se deslizaran hasta que se dio cuenta de que tocaba el plástico. Pero con ello no bastaba, porque sus manos se movían a lo largo del área como si fuera una superficie infinitamente resbaladiza.

Y entonces, casi con un chasquido, su mano izquierda se heló. Había pasado por una región de carga positiva y allí quedó. Trató de desprenderse, primero con una suave sacudida hacia atrás, después frenéticamente. Pero era como si estuviera atornillado. Tanteó con la mano derecha, hacia delante, si conseguía sujetarla, tal vez pudiera liberar, de un tirón, su mano izquierda. Clic. Sujeto ahora por la derecha, tiró de la izquierda. Nada. Se apretó contra el casco, como crucificado en él.

Enormes gotas de sudor brotaron de su frente y se reunieron bajo sus brazos. Gritó inútilmente, retorciendo las piernas en un paroxismo de esfuerzo.

Lo estaban mirando. ¿Pero cómo podía hacerles señas con sus manos atrapadas? El glóbulo rojo que había sido su compañero desde que emergió, se le acercó y lo empujó contra el casco. Pero su pecho no se adhirió. Afortunadamente, no se apoyaba en una región de carga positiva.

Kaliinin miró hacia él. Movía los labios, pero no sabía leer lo que le decían... por lo menos en ruso. Hizo algo con la computadora y su brazo izquierdo se liberó. Presumiblemente, había disminuido la intensidad de la carga.

Movió la cabeza en un gesto que confiaba en que sería interpretado co21mo de agradecimiento. Ahora solamente sería necesario avanzar, de carga positiva en carga positiva, hasta llegar a la popa de la nave.

Other books

Memoirs of a Wild Child by P Lewis, Cassandra
The Platform by Jones, D G
Bonds of Denial by Lynda Aicher
The Cowboy Way by Christine Wenger
Lord Beast by Ashlyn Montgomery
A Cry For Hope by Rinyu, Beth
Summer of the War by Gloria Whelan
Sweet Seduction by Whitelaw, Stella