Wyrm (20 page)

Read Wyrm Online

Authors: Mark Fabi

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Wyrm
13.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

Mientras apretaba los frenos a fondo para no chocar contra el camión que teníamos delante, Al dijo con total indiferencia:

—He oído que este año va a celebrarse la sexta edición de la DEF CON en Filadelfia.

—Sí, mala suerte -dije, riendo entre dientes.

Al rodeó el camión y estuvo a punto de incrustarse contra el tubo de escape de un Bronco que circulaba por el otro carril.

—¿Mala suerte? ¿Por qué?

—Porque preferirían estar en Las Vegas.

La DEL CON era probablemente la mayor reunión de piratas,
cracken, whackers, phreakers. cryppies, ciberpunks, cipherpunks
y demás chiflados por la tecnología de todo tipo y condición, que pululaban por el planeta. La última vez que se celebró fue en un área en que el juego era legal, se produjo una conmoción cuando se supo que unos cuantos empleaban su tiempo en manipular las maquinas tragaperras. Al parecer algunos lo consiguieron, porque la DEF CON no ha vuelto a celebrarse en Nevada.

—Deben de pensar que Filadelfia está cerca de Atlantic City por carretera.

—¡Ay! ¿Por qué el carril del que has salido siempre empieza a ir más rápido que el que escoges para seguir circulando? -exclamo, apoyándose en el claxon-. ;Vas a ir?

—¿Adónde?

—¡A la DEF CON!

«Tal vez, si sobrevivo», pensé.

—Suelo hacerlo, pero este año estaba pensando en pasar de ella, con todo ese follón que tenemos entre manos. ¿Tú piensas ir?

—Me gustaría, tengo que admitir que nunca he asistido a ninguna. Sé que puedo conseguir mucha información, pero siempre me he sentido un poco incómoda; es como aventurarse en territorio enemigo. O, por lo menos, creo que me sentiría desplazada.

—Desde luego, te sentirías muy desplazada, pero podrías usar esta circunstancia en beneficio propio.

—¿Qué quieres decir? -pregunto, dando un golpe de volante a la derecha para realizar otro centelleante cambio de carril.

Me imaginé el equipo de rescate sacando nuestros cuerpos de entre los hierros retorcidos del Toyota.

—No me gusta utilizar tópicos, pero existe una subcategoría de piratas que, digamos, tienen algunas dificultades de socialización.


Sí. ¿Y bien?

—Muchos de esos chicos son como púberos en lo referente a las mujeres. Piensan en féminas todo el tiempo, pero no tienen la menor idea de cómo comportarse con ellas.

—¿Quieres decir que tienen problemas de desarrollo psicológico

—Digámoslo así. En definitiva, que si una mujer atractiva -mejorando lo presente, que quede claro- fuera amable con uno de esos chicos, éste haría cuanto ella quisiera.

—¿Exactamente qué es lo que quieres decir con ser amable? -preguntó con expresión fiera.

La miré, sorprendido por su reacción. Cuando me di cuenta de lo que estaba pensando, solté una carcajada.

—¡Oh, Dios mío, no! Cuando digo amable, quiero decir justo eso: sonreír, hablar con educación, aparentar interés…

Pareció serenarse un poco.

—¡Ah, vale! Entonces debería actuar como una tontita: «Oh, por favor, explícame lo que haces con tu ordenador. ¡Es muy interesante! Me cuesta tanto entenderlo con este cerebro tan pequeñito que tengo…».

Tampoco parecía muy contenta.

—Podrías enfocarlo de ese modo, pero creo que muchos de ellos estarían más dispuestos a colaborar si les demostrases que conoces el tema. Entonces serías realmente la chica de sus sueños eróticos.

Al soltó un chillido y me dio un golpe en el hombro derecho, lo que nos hizo aproximarnos de forma muy peligrosa a un viejo Chevy Nova que circulaba por el carril de la derecha. En el momento en que ambos coches estuvieron más cerca, vi el blanco de los ojos del otro conductor, lo cual no era difícil, ya que casi le saltaban de la cara. Los míos, probablemente, tenían el mismo aspecto.

—Es una idea repugnante -continuó Al, como si no fuese consciente de que habíamos estado a punto de chocar-. Creo que has estado hablando demasiado con George estos últimos días. Es evidente que tendría que, digamos, encubrir la verdadera naturaleza de mi trabajo en el campo informático.

—Creo que muchos de ellos te contarían cualquier cosa que quisieras saber aunque supieran que eres consultora de segundad de sistemas. Pero, sí, deberías ir de incógnito.

—¿Porqué?

—Porque si supieran quién eres en realidad, los piratas más vengativos podrían perseguirte. ¡Qué diablos!, ni siquiera es necesario que quieran desquitarse; algunos quizá sólo querrían llamar tu atención. Pero pueden causarte muchos problemas si quieren: manipular tu crédito, armar un caos en tus teléfonos, escuchar tus conversaciones y todo tipo de putadas.

—Casi me has convencido para no ir. Y es una lástima porque se me acaba de ocurrir una razón para que vayamos los dos.

—¿Cuál?

—¿No crees que es posible que Roger Dworkin vaya a Filadelfia?

—¡Maldición! Es verdad, incluso es posible que esté incluido en el programa. Al fin y al cabo, se encuentra en lo más alto del panteón de los piratas.

—Crees que deberíamos ir?

—Me has convencido.

 

Nuestra siguiente parada era Palo Alto para ver a George y comprobar el estado Goodknight, que había ganado el Pacific Open, y, aunque tenía que ganar un duelo a doce partidas con Mephisro para ser considerado oficialmente campeón, casi todo el mundo pensaba que no iba a tener mayores problemas.

George nos estaba esperando en el SAIL. No sé cómo había convencido a Jason para que aceptara que Al viniera conmigo, pero debió de hacer un buen trabajo porque Jason fue cortés y parecía esforzarse mucho por no mirarla con recelo cada vez que pensaba que ella no lo estaba mirando.

—George me ha explicado lo que le dijo acerca del gusano. ¿Todavía quiere realizar aquella prueba que nos propuso?

—No, ya no es necesario -dije-. El gusano se zamparía mi sonda y la escupiría. Además, ya sé cómo localizarlo.

—¿Y podremos librarnos de él?

—Sí, aunque tal vez no quieran.

—¿Cómo dice?

Le expliqué de qué manera había afectado el gusano a los otros sistemas donde lo habíamos encontrado. Ya habíamos identificado media docena de casos.

—Por consiguiente -concluí-, es posible que los beneficie en vez de perjudicarlos. El intento de eliminarlo podría causar daños.

—Quiero que lo saque -dijo Jason, furibundo-. Nosotros creamos este programa y nos gustaría pensar que su posible éxito se debe a nuestros esfuerzos y no al resultado accidental de la acción de un gusano informático. Sáquelo. Podremos reparar cualquier daño que haya causado.

Entendía esta actitud; de hecho, en su lugar posiblemente pensaría lo mismo.

—Usted es el jefe; lo sacaremos.

Exploramos todo el programa en busca del código de identificación que Leon Griffin y yo habíamos descubierto. Así podíamos saber con precisión qué segmentos pertenecían al gusano y cuáles no. Después lo borraríamos y juntaríamos los pedazos restantes.

Hojas y hojas de papel continuo salían de la impresora a medida que ejecutábamos la exploración. Al y yo nos alternábamos ante el monitor y hojeando la impresión. Cuando estábamos en la mitad del proceso, nos miramos. Ella tenía los ojos abiertos como platos.

—Es increíble -murmuró.

—Vaya mierda… -comenté yo.

Jason se acercó cuando terminábamos la exploración.

—Muy bien, ¿qué porcentaje del sistema ha sido ocupado por ese gusano?

Tragué saliva y dije:

—¿Me creerá si le digo… que lo ha devorado todo?

Tras el sobresalto inicial, no fue difícil imaginar cómo había sucedido. El gusano se había limitado a asimilar Goodknight. Se lo había tragado entero. Eso, por supuesto, no nos indicaba nada sobre la razón de que hubiera hecho algo así.

Los programadores de Goodknight se hallaban en un serio apuro. Podían seguir ejecutando el programa devorado por el gusano, tratar de aprender más de el y esperar lo mejor; o bien, podían borrarlo todo y empezar de cero. Debido a la naturaleza del programa y dada su capacidad de autoaprendizaje, esta última opción tiraba por la borda casi un año de trabajo.

George sugirió entonces que Al y yo fuéramos a cenar con él. Aceptamos, aliviados por tener una excusa para salir de la atmósfera fúnebre que flotaba entre el equipo de Goodknight.

Fuimos a un restaurante pequeño que no estaba lejos del campus y ocupamos un reservado.

—George, ojalá pudiéramos ser de más ayuda -dije-. Todo este asunto es una mierda.

—¿Sabes? -respondió, encogiéndose de hombros-, esto no puede considerarse una gran tragedia si lo comparamos con la inmensidad del universo. Mira ¿por qué no nos olvidamos del asunto por ahora? No quiero estropearle la digestión a nadie; no vale la pena que nos hagamos una úlcera por ello.

La moción de George fue aprobada por aclamación y nos limitamos a tratar temas más intrascendentes. Al final, la conversación se convirtió en un duelo entre George y yo para decidir quién de los dos contaba más historias embarazosas sobre el otro. Creo que yo debía de ir ganando porque él fue el primero en cambiar de tema.

—¡Eh!, ya que vais a pasar la noche aquí, ¿por qué no venís a verme tocar? Mike, creo que la última vez que viniste te dieron un vale porque se suspendió a causa de la lluvia. ¿Quieres canjearlo?

Como respuesta a la mirada intrigada de Al, dije:

—¿Te gusta el
jazz
? George tocaba el bajo bastante bien.

—¿Tocaba? Ahora me veo obligado a insistir en que vengáis. Después aceptaré tus rendidas disculpas.

—George, Michael no me dijo nunca que eras músico. Estoy impresionada.

—Le encanta que digas eso -dije-. Impresionar a las chicas fue su única motivación para hacerse músico.

George asintió impasible.

—Todavía me sigue pareciendo un motivo perfectamente válido. Por desgracia, nadie me explicó que el bajo nunca se lleva a las chicas.

Fuimos a ver al trío de George en un pequeño club de San Francisco. Muchas piezas eran una extraña fusión de
jazz
y
new age
típicamente californiana, pero bastante agradable de escuchar. También tocaron algunas piezas de
jazz
tradicional, que me gustaron más. En los descansos, George venía a sentarse con nosotros. Creo que tanto Al como yo nos quedamos sorprendidos cuando volvió el tema del gusano.

—¿Estás seguro de que quieres hablar de ello ahora? -preguntó Al, recordando que habíamos decicido dejar el tema al margen durante la cena a petición del propio George-. ¿No te afectará luego al tocar?

—No. En primer lugar, la verdad es que no estoy tan molesto. Y, en cualquier caso, me encuentro allí -dijo, señalando el escenario con un movimiento de la cabeza-. Ahora estoy usando el lado derecho del cerebro: no podría pensar en este otro tema aunque quisiera. ¡Pero si al final de un concierto estoy casi disléxico!

—Muy bien, tú lo has querido -dije, encogiéndome de hombros-. Si deseas hablar de ello, hablemos.

—Estaba pensando en lo que dijiste antes, Mike, de que todo este asunto es un engaño. Creo que diste en el clavo. Mi teoría es que este gusano representa una especie de apoteosis de la bogosidad. Es como un bogón viviente.

—¿Un qué? -preguntó Al.

—No le sigas el rollo… -le advertí, meneando la cabeza. Demasiado tarde.

—Un bogón -explicó George, haciendo caso omiso de mi último comentario de forma ostentosa- es la partícula fundamental de la bogosidad. El estudio de los bogones y fenómenos colaterales es conocido como
bogodinámica cuántica.

—Continúa -le apremió Al. Creo que ella estaba intentando fastidiarme, pero George ya no necesitaba que le animasen.

—Existen algunas fuentes conocidas de bogones en el universo: políticos, burócratas, abogados, contables, la mayoría de los diversos tipos de ejecutivos, telepredicadores, vendedores de coches usados y, en general, casi cualquier persona que lleve traje. De hecho, existe la hipótesis de que son los mismos trajes los que emiten los bogones, pero esto está un poco fuera del común pensamiento científico.

—¡Vamos, vamos! -dije yo-. No queremos ser acusados de sostener teorías de ortodoxia dudosa.

En realidad, no quería que George parase. Pensé que estaba gestionando la decepción a su manera habitual: recreándose con su excéntrico sentido del humor. También sabía que disfrutaría aún más si yo discutía con él.

—Es, por supuesto -continuó, todavía sin prestarme atención-, un hecho bien documentado que los fallos de los equipos informáticos aumentan de forma espectacular cuando hay trajes cerca de una máquina. Según la teoría de la bogodinámica cuántica, es el resultado directo de que los ordenadores absorban los bogones. De hecho, se cree que los bogones también afectan de forma perjudicial los procesos mentales humanos, pero es un dato más difícil de comprobar, salvo en las áreas en que la emisión de bogones es especialmente intensa como, por ejemplo, el Congreso.

—Lo que da más miedo de todo esto es que él lo cree de verdad -dije a Al.

—Tiene cierto sentido -dijo ella.

—¡Tú también, no!

—Mike, viejo amigo, me temo que últimamente te has puesto demasiados trajes. Es posible que estés sufriendo las primeras fases de envenenamiento por bogones.

—Gracias. ¿Quieres impartir más sabiduría sobre este tema?

—No, esto es todo -cedió, encogiéndose un poco de hombros, como si diera a entender que ya había echado demasiadas margaritas a los cerdos-. Lo que quiero saber es esto: ¿hasta qué punto está extendida esa cosa y qué es lo que va a pasar.?

Nos pasamos el resto de los descansos poniendo al día a George sobre todo lo que había sucedido. Al final de la velada, después de su última actuación, llegamos a mis especulaciones sobre Macrobvte y Roger Dworkin. George emitió un largo y suave silbido.

—Mike, eso es diabólico. No puedo creerme que hayas pensado algo así.

—¿Qué diablos quieres decir?

—Bueno, ya sabes, tú eres una especie de
boy scout,
o un…

—¿Un monaguillo? -sugirió Al.

—Soy un caballero andante, ¿recuerdas? -repuse, agitando un dedo en gesto de advertencia-. Además, no sé de dónde habéis sacado la idea de que soy tan bondadoso.

George se echó a reír.

—Mike, no te he visto ni siquiera cambiar una sola vez un
bono
de aparcamiento. -Se volvió hacia Al y añadió-: Cuando estábamos en Caltech, hubo un escándalo: alguien se infiltró en el ordenador de un profesor para conseguir la copia de un examen. Había una docena de personas, Mike entre ellas, que tenían los conocimientos
y
la capacidad de acceso necesarios para ver aquellos archivos; sin embargo, de algún modo jamás fue considerado sospechoso. Algún tiempo después, le pregunté al
profe si
se le había ocurrido que podía haberlo hecho Mike.

Other books

Unnatural Selection by Aaron Elkins
God of Luck by Ruthann Lum McCunn
Medium Rare: (Intermix) by Meg Benjamin
Her Husband's Harlot by Grace Callaway
Harvard Rules by Richard Bradley
An Accidental Man by Iris Murdoch