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Authors: Diego Armando Maradona

Tags: #biografía, #Relato

Yo soy el Diego (28 page)

BOOK: Yo soy el Diego
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Para los que dicen que yo soy un irresponsable, cumplí con el plazo: el martes
5
de abril, gracias a la ayuda de Marcos Franchi, empezamos a llamar a todos los que teníamos que llamar. Primero, a Basile: "Lo voy a intentar, Coco, pero por un tiempo me voy a preparar por las mías, para
alcanzar
a los muchachos". Después, a Fernando Signorini: "Te quiero conmigo, vamos a desarrollar uno de tus planes". También al profesor Antonio Dal Monte, el mismo que me había preparado para México '86 y para Italia '90 y al doctor Néstor Lentini, que ocuparía su lugar para Estados Unidos '94. A Lentini lo contactó Signorini cuando él era director en el Cenard, y es el día de hoy que le estoy agradecido por todo lo que hizo: siempre fue un ejemplo de discreción y siempre me dio todo lo que necesité... Hasta que Hugo Porta, cuando llegó a la Secretaría de Deportes, le pegó una patada en el culo, una patada que no se merecía.

Al final, llamamos también a don Ángel Rosa... ¡Aaahhh, los maté con esa, ¿eh?! A don Ángel lo había conocido en mis vacaciones en Oriente. Un tipo bárbaro, de ésos de campo. En medio de uno de los tantos partidos de truco que habíamos jugado allá, él me ofreció:
Diego, cuando quiera se viene por mi campo, pasando Santa Rosa en La Pampa... Ahí puede cazar tranquilo.
Yo no me había olvidado y ahora necesitaba un lugar así, aislado, tranquilo... El problema fue que cuando Franchi lo llamó de parte mía, don Ángel no le creía.


En serio, don Ángel. Le hablo de parte de Maradona. Queremos aceptar el ofrecimiento que nos hizo aquella vez y pasar unos días en su campo...

—Sí, claro, je, je, je...

—Don Ángel, ¿no me cree? Yo soy el que le ganó al truco con 33 de mano...

—¡Marcos!

Allá fuimos, entonces. Con Fernando y con Marcos, y también con Germán Pérez y Rodolfo González, el mudito, un amigo de la familia, de Esquina, que está con nosotros desde hace veinte años, siempre listo para darle una mano a mis viejos. Llegamos el domingo 10 de abril y nos quedamos hasta el domingo 17. En una semana, hicimos de todo: en el trabajo aeróbico con Fernando, llegamos a correr 16 kilómetros diarios; también hacía box con Miguel Ángel Campanino, un ex campeón argentino, y después iba al gimnasio. Todo, bajo las recomendaciones y el control del doctor Lentini, desde Buenos Aires.

El campo, que se llamaba "Marito", estaba a 6l kilómetros de Santa Rosa. Tenía una casa sencillita, como todo allí, pero muy confortable: dos plantas, techo de tejas, seis habitaciones, televisor blanco y negro, energía propia por un generador y una galería fresca, espectacular, ideal para jugar al truco.

Hasta allá se llegaron el Coco Basile y el Profe Echevarría para charlar conmigo y arreglar todo, tomándonos unos mates. El Coco me había convocado para jugar el partido contra Marruecos, en Salta, y quería saber cómo estaba. ¡Hecho un avión, así estaba! Y el Coco me cazó al vuelo, porque él es de rioba, como yo:
Cuanto menos tiempo, mejor; cuanto más cerca la meta, mejor.
El Profe Echevarría, igual: se llevó abajo del brazo todos los informes que le dio Fernando y me tocó la cabeza, con el afecto de siempre. El sabía que si me dejaba tranquilo, yo llegaba, sin problemas.

Aquel partido contra Marruecos fue el 20 de abril, en la cancha de Gimnasia y Tiro. Ganamos 3 a 1 y volví a hacer un gol, de penal: ¡desde el 22 de mayo del '90 que no la metía! Después leí, por ahí, que hacía 1255 minutos que no hacía un gol. Eso también fue una satisfacción, me sentí útil. Me divertí, me divertí tanto que hasta hice jueguito con una naranja que me tiraron desde la tribuna. Tenía programado jugar sesenta minutos, nada más, pero cuando el Coco Basile me hizo la seña del cambio le pedí que me dejara un ratito más. Me sentía fenómeno. Ni yo lo podía creer: tres meses antes, me arrastraba por el piso; ahora, sentía que podía marcar diferencias. Y otra cosa sabía: todo dependía de mí. Para quienes les gusta cuando hablo en tercera persona: Maradona dependía de Maradona. Faltando quince minutos, el Coco ordenó igual el cambio. Y lo bien que hizo, porque el que entraba por mí era Ortega, Ariel Ortega. Corrí hasta él, chocamos las palmas y le grité: "¡Rómpela, ¿eh?!".

A Orteguita todos lo creen un boludito, pero yo creo que es muy inteligente. Y no es porque él hable bien de mí... A mí me lo sacaron de la habitación, en aquel grupo, porque en River decían que yo le podía meter en la cabeza algo de... algo de lo que tenía yo, y Orteguita me dijo:
Yo me quiero quedar en la pieza con vos.
Pero le contesté: "No, no, nene, no... Porque yo me voy mañana y vos tenés que seguir". Lo sacó el tartamudo ese de Alfredo Dávicce, que era el presidente de River, por eso fui y le dije a Basile que estaba todo bien, que lo cambiaran de pieza
..
El Burrito, a mí, me habló como un hombre, sabía todos los problemas que tiene Jujuy con la droga, me habló de todo lo profesional que era y también de todo lo profesional que no era porque se le cantaba el culo: un fenómeno, Ortega.

Después vino aquella historieta de los japoneses, que no me dieron la visa por mis antecedentes con la droga, y se tuvo que suspender la gira del Seleccionado por allá. Sentí la bronca de la discriminación, pero también la satisfacción de la solidaridad: mis compañeros se negaban a viajar y la AFA canceló la gira... Hubo que armar otra de apuro, por Ecuador, Israel (por supuesto, la cábala se mantenía) y Croacia. Perdimos el primero, 1 a 0; goleamos en el segundo, 3 a 0 y empatamos en el tercero, 0 a 0.

No fue de lo mejor, la verdad. Me hizo acordar a las peores épocas de Bilardo, por el rendimiento del equipo y por los quilombos para movernos de un lado a otro. Desde Croacia amenacé con volverme a la Argentina, derecho viejo. No sé, por ahí la culpa había sido mía por aquello de Japón y todo se armó de apuro, pero al final me planté y les dije: "O mejoramos esto, o me vuelvo".

No mejoró mucho, la verdad, pero tampoco me volví. Mejor, apuntamos para Estados Unidos, a instalarnos en las afueras de Boston. Primero, en un Sheraton, en Needham, sobre una autopista; después, en el Babson College, que era el lugar que la AFA había reservado para nosotros. La verdad, el lugar era espectacular y yo vivía todo de una manera distinta, más intensa. Es que estaba convencido de que sería mi último Mundial, por ahí era el broche de mi carrera: terminaba y no jugaba más, me retiraba. En ese momento ni equipo tenía.

Además, quería que Dalma y Gianinna vieran al papá en una concentración, en un entrenamiento, en un partido. No sé, sentía todo como una despedida. Con ilusión, ¿eh?, con ilusión. Con la misma de siempre en un Mundial. Tenía tres sobre las espaldas, ya, pero sentía la misma responsabilidad del que debutaba, qué sé yo... Y me gustaba la idea de no llegar como favorito: porque así había sido en México '86 y habíamos terminado campeones; porque nos habían dado por muertos en Italia '90 y llegamos a la final. Y repetí lo que había dicho cuatro años antes, aunque no la tenía en las manos: "El que quiera la Copa, me la tendrá que arrancar".

Mi cálculo era llegar a Grecia en unos siete puntos. Siete puntos cumpliendo los planes del doctor Lentini y marcados por Signorini y por el profe Echevarría. Trabajaba el doble o el triple que mis compañeros, porque hacía lo de ellos y además lo propio. Fernando decía que iba a llegar más fuerte al partido contra Grecia que al partido contra Camerún, en el '90.

Cuando ya estábamos allá, sumé al grupo a Daniel Cerrini; él llegó el jueves 9 de junio por expreso y exclusivo pedido mío. Yo quería que estuviera, sí o sí. El me había ayudado en mi acondicionamiento físico para volver en Newell's y también en el Seleccionado, contra Australia, y ahora lo quería de nuevo. Podía ayudarme con la dieta y también con el tema del peso, aunque esa vez no era mi preocupación: quería jugar con 76 kilos y no con 72, como en Newell's. Aquella vez, Signorini había dicho, con razón:
Lo tocan y se vuela.
Yo sabía que a Marcos y a Fernando no les gustaba mucho la idea de que Cerrini se sumara al grupo, pero a mí sí. Y esto que quede bien claro, porque sirve para que la gente acepte de una vez muchas cosas: en mi vida, las decisiones las tomo yo, ningún entorno ni clan las toma por mí. Si me equivoco, me equivoco yo. Y a Cerrini lo llamé a Estados Unidos yo. Con él también llegó, pero desde Italia, otro gran amigo que yo quería en mi equipo físico y humano: Salvatore Carmando, el masajista del Napoli que también me había acompañado a México y no había estado conmigo en el '90 porque se lo llevó Italia.

Yo seguía con mi manía de las remeras; en los primeros días, usaba una que decía: Si JUGANDO LES ROBO UNA SONRISA... QUISIERA JUGAR TODA MI VIDA. Era cierto, era cierto.

En el arranque, éramos el mejor equipo, lejos. Nosotros nos habíamos recontrajurado que nos teníamos que tomar revancha por todo lo que habíamos vivido y lo estábamos consiguiendo. Nosotros teníamos al mejor delantero, que era Batistuta, que estaba en su mejor momento; la metía Caniggia, que estaba motivado por mí; se había insertado fenómeno Balbo en una posición diferente.

También habíamos definido el tema del arquero, y en eso tuve que ver yo. Al principio, la decisión de Basile era que jugaran un partido cada uno, pero después Islas no arregló con Basile. El quilombo entonces era: ¿quién le dice a Goyco que no va a jugar? Nadie quería. Entonces lo encaré yo y le dije: "Mira, Goyco, acá las cosas tienen que ser claritas... Va a atajar Islas por los méritos que hizo en la cancha, en los entrenamientos". Yo no lo quería engañar a Goyco, porque ¡Goyco es un tipo sensacional! Entonces, ahí tuve que poner las pelotas como capitán para decirle a un amigo, a un amigo muy querido, que no iba a atajar, ¡cuando yo quería que atajara él!, que se quedaba afuera del Mundial cuando había peleado por todo conmigo, codo a codo. Era una decisión de Basile, yo no puse ni saqué a nadie, pero fui el primero, junto con Ruggeri, en apoyarlo al Vasco, en hacerlo sentir parte de ese equipo que ya pintaba como una orquesta.

Nosotros no necesitábamos defender, ¡nos defendíamos con la pelota! Porque ésa era la propuesta de Basile. El nos dijo:
Miren, si nosotros queremos jugar como yo los paro, con Maradona, Caniggia, Balbo, Batistuta, Simeone y Redondo, perdemos cinco a cero... Ahora, si nosotros tenemos la pelota y nos adaptamos a ser la sombra uno del otro, a bajar y a dar nada más que una manito, una vez uno, otra vez el otro, la cosa va a funcionar.
¡Y cómo funcionaba! Llegábamos todos y así le hice el gol a Grecia: tocando,
tac, tac, tac,
una ametralladora, pared, Redondo, yo, golazo, golazo... Pero también llegaba el Cholo Simeone, y llegaba el Flaco Chamot... Teníamos un equipazo, por eso arrasamos a Grecia, el 21 de junio, 4 a 1, y los dimos vuelta a los nigerianos, el 25 de junio, 2 a 1. Teníamos un equipazo y ésa es la gran amargura mía, una amargura que me va a acompañar toda la vida.

Hablando con Bebeto, con Romario, ellos me decían:
Cuando nosotros vimos que ustedes remontaron a Nigeria, a esos negritos que parecían orangutanes, dijimos "epa", acá está el equipo, no es sólo Maradona... Es un equipo con fortaleza mental, con fortaleza física, con presencia.
Eso no lo dijo cualquiera, ¿eh? Me lo dijeron Bebeto y Romario, a mí, en persona. Querían decir que para los brasileños, en dos partidos, nosotros ya éramos los rivales a vencer. Para todos, éramos los rivales. Habíamos goleado a Grecia, los habíamos dado vuelta a los nigerianos y... pasó lo que pasó.

Nunca me voy a olvidar de aquella tarde del 25 de junio de 1994. Nunca. Sentía que había jugado un partidazo, estaba feliz. Vino esa enfermera a buscarme hasta el costado de la cancha, porque yo estaba festejando con la tribuna, y no sospeché nada. ¿Qué iba a sospechar si yo estaba limpio, limpio? Lo único que hice, me acuerdo, fue mirarla a la Claudia, que estaba en la tribuna, y le hice un gesto como diciéndole: "¿Y ésta quién es?". Pero era más un gesto entre nosotros, porque era una mina, y no porque fuera algo raro. Yo estaba tranquilo porque me había hecho controles antidoping antes y durante el Mundial, y todos daban bien. ¡No tomé nada, nada de nada! ¡Abstinencia total hasta de lo otro, de lo que te tira para atrás! Por eso me fui con la gordita y festejando, ¿de qué me iba a reír, si no?

Cualquiera de los periodistas que me haya visto después del control puede decirlo: yo estaba feliz, feliz de la vida... Tan feliz como no podía estar alguien consciente de haberse mandado una macana. Me acuerdo, en serio, que un periodista me preguntó:


Diego, contra Grecia te calificaste con un 6,50. Hoy anduviste mejor, ¿cuánto te das?


Y... Seis cincuenta... y cinco, fiera.

Tres días después, el martes 28 de junio, estaba tomando mate en el parking de la concentración, ahí en el Babson College, disfrutando de un par de esas horas libres que nos daba el Coco, cada tanto. Hacía calor, como todos los días. Pero a nosotros no nos importaba nada. Estábamos felices como chicos. Charlábamos de cualquier boludez con la Claudia, con Goycochea y con su mujer, Ana Laura. Estaba mi viejo, también. En eso apareció Marcos, con una cara terrible, desencajado. "¿Quién se murió?", pensé yo.


Diego, tengo que hablar un minuto con vos —
me dijo y me apartó un poco del grupo. Me pasó la mano por el hombro y me largó la noticia, así nomás—:
Mira, Diego, tu control antidoping contra Nigeria dió positivo. Pero no te preocupes, los dirigentes lo están manejando bi... —
Lo último casi no lo escuché, ya había pegado media vuelta, buscándola a Clau... Casi no la distinguía, ya tenía los ojos nublados, llenos de lágrimas. Se me quebró la voz cuando le dije:

—Má, nos vamos del Mundial. —Y me largué a llorar como un chico.

Nos fuimos juntos, abrazados, hasta la habitación mía, la 127 y ahí sí estallé... Le pegaba piñas a las paredes y gritaba, gritaba, ¡gritaba! "¡Me rompí el culo, ¿me entendés?, me rompí el culo! ¡Me rompí el culo como nunca y ahora me viene a pasar esto!"

Nadie de quienes estaban conmigo atinaba a decirme nada: ni Claudia, ni Marcos, ni el querido Carmando, pobre... Eso de que los dirigentes estaban haciendo algo, yo no creía en nada ni en nadie. Sabía... sabía muy bien que había llegado el final.

Daniel Bolotnicoff viajó a Los Angeles, donde se iba a hacer la contraprueba, junto con Cerrini y uno de los dirigentes de la AFA, David Pintado. Cerrini no tenía nada que hacer, en realidad, porque ni siquiera figuraba en la lista oficial de la delegación. También viajó el doctor Carlos Peidró, que era el cardiólogo del plantel y ayudante del médico, del cabeza de termo de Ugalde.

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