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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

13 balas (24 page)

BOOK: 13 balas
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¿Seguía siendo un suicidio, aunque tuviera una excusa? ¿Aunque la hubieran forzado a hacerlo?

—Agente —le dijo alguien desde muy cerca.

Sonó como el fantasma que la había llamado en el establo de Urie Polder, una voz espectral, perdida en el vacío.

—Agente —repitió la voz.

Caxton frunció el ceño y giró la cabeza. Vio a una enfermera con el uniforme manchado de sangre, una mujer de mediana edad con el pelo blanco y recogido en un moño. Llevaba unos guantes de goma como los que se utilizan para lavar platos.

—Agente, ya se ha despertado —dijo la enfermera.

Caxton la siguió; cruzaron vestíbulos, torcieron varias esquinas y subieron unas escaleras. Si le hubieran dicho que desandara ella sola el camino, habría sido incapaz. Llegaron a una habitación, una habitación semiprivada que contenía dos camas. Una de ellas la ocupaba una mujer obesa a quien le habían escayolado la parte inferior del tronco y los muslos. Una bata quirúrgica le cubría los pechos. En la otra cama yacía algo que había sido reconstruido a partir de pedazos sueltos.

Dios, pensó Caxton, se trataba de Deanna.

—Te pareces al monstruo de Frankenstein —dijo Caxton.

Deanna intentó sonreír, pero los puntos de la mandíbula le impedían mover la boca.

—Cariño, me dejaste —susurró.

Caxton se quitó el sombrero y se inclinó para besar los hinchados labios de Deanna. La mujer obesa de la otra cama soltó un bufido que tanto podía ser de sorpresa como de desdén, un sonido que Caxton ya hacía tiempo que había aprendido a ignorar. Caxton volvió a alzar la cabeza y miró de nuevo a Deanna, pero lo que vio fue en esencia lo mismo. El perfil de Deanna se mantenía unido por unas brillantes grapas. Los puntiagudos cabos de los puntos, negros y gruesos como crin de caballo, le sobresalían del pecho y los hombros, y tenía las manos vendadas; parecía que llevara mitones ensangrentados.

—Me dejaste sola —dijo Deanna.

—No hables, Dee. Descansa.

Caxton se inclinó hacia ella y acarició las grapas del rostro de Deanna con suavidad. Eran reales, sólidas, y la carne que había dejado aún estaba roja e inflamada.

Un doctor entró en la habitación. Caxton ni siquiera lo miró. Mantenía la mirada fija en los ojos de Deanna y no quería perderlos de vista.

—Quería hacer pasar a alguien que desea hablar con ella. Sé que probablemente no le gusta la idea, aunque de todas formas no creo que tenga derecho a detenerme... ¿Han contraído una unión civil?

No. Nunca se habían molestado en hacerlo porque no estaba legalmente reconocida. Pero no importaba.

—No voy a oponerme —dijo Caxton.

Fue a cogerle las manos a Deanna, pero estaban tan maltrechas que no se atrevió a tocarlas. Decidió apoyarse en la barra lateral de la cama.

Deanna empezó a quejarse, pero Caxton movió la barbilla hacia arriba y hacia abajo y le dijo:

—Shhh, sólo viene a hablar.

—Dentro de lo que cabe ha tenido mucha suerte. Podría haber muerto. Ha perdido mucha sangre y algunos de los cristales le han provocado heridas profundas. Tendremos que esperar para ver si ha sufrido algún tipo de lesión nerviosa en las manos. El corte de la cara requerirá cirugía reconstructiva, pero la cicatriz no llegará a desaparecer del todo.

Caxton se agarró con fuerza a la barra de la cama, como si un mar oscuro fuera a arrastrarla si se soltaba. No pasaba nada, se tranquilizó a sí misma. Deanna iba a sobrevivir. Viviría por lo menos hasta que alguien intentara matarla de nuevo. Quizá la próxima vez lo haría el propio Reyes.

—Llamaré a un vigilante para que custodie la habitación, doctor. Esto ha sido un intento de asesinato.

Aquellas palabras sonaban ridículas saliendo de la boca de Caxton, como si fuera algo que acababa de inventarse. Aunque era verdad; ella misma necesitaba convencerse de que lo era.

—Yo me encargaré de la primera guardia —añadió Caxton.

—Muy bien —dijo el doctor, que se dirigió hacia la otra cama para comprobar el estado de la mujer obesa—. Ahora son ya casi las dos en punto, pero llamaré a recepción para que lo organicen.

—¿Las dos en punto? —preguntó Caxton, sorprendida. Echó un vistazo al reloj y comprobó que el doctor tenía razón—. Mierda. Dee, cielo, tengo que irme.

—¿Cómo?

—Me están esperando.

Se trataba de algo que había planeado durante las largas horas que había estado aguardando en el pasillo. Sería su siguiente movimiento.

CAPÍTULO 32

Caxton fue incapaz de abrocharse el chaleco alrededor de la cintura. Uno de los miembros del equipo de emergencias local tuvo que ajustárselo bien y abrochárselo a la espalda. También la ayudó a ponerse las rodilleras, las espinilleras y las hombreras. Con el casco se las arregló sola.

—Larry Reynolds —dijo el chico, y le tendió la mano. Caxton la estrechó y se presentó.

—Lo siento, no estoy acostumbrada a esta vestimenta. Es la primera vez que me pongo el uniforme antidisturbios. Normalmente trabajo para la unidad de autopistas —admitió muerta de vergüenza.

—Usted participó en la matanza de vampiros de hace un par de noches, ¿verdad? Eso fue lo que nos contaron cuando nos destinaron a esta misión.

Reynolds llevaba pintura negra bajo los ojos y no resultaba fácil descifrar su expresión. Caxton no habría sabido decir si al chico le molestaba tener que cargar con una mocosa tan poco preparada como ella y lo disimulaba muy bien, o si realmente intentaba ser amable.

—No se separe de nosotros, intente no llamar la atención y no le pasará nada.

Apareció otro detective del equipo de emergencias local y le dio un golpecito a Reynolds en la parte superior del casco.

—El noventa por ciento del trabajo de Larry consiste en intentar no llamar la atención.

Reynolds fingió que le propinaba a su compañero un puñetazo en los riñones y a continuación empezaron a perseguirse dando círculos, como hacían los galgos de Caxton.

—Soy DeForrest y voy a ser su azafata esta mañana —le dijo el chico nuevo a Caxton. Tenía a Reynolds agarrado por el cuello con el brazo—. Esperamos que disfrute del vuelo a bordo de la aerolínea Granola Roller.

Caxton no sabía de qué le estaba hablando, pero sonrió de todos modos. Había tenido que suplicar mucho para que la asignaran a aquella misión y no quería importunar a los chicos del equipo de emergencias local con su presencia. Cuando una mujer vestida con el uniforme antidisturbios se le acercó con un termo de café para ofrecerle una taza, Caxton aceptó la invitación con tanta elegancia como pudo.

Para ser sincera, necesitaba la cafeína tanto como necesitaba ser aceptada. No había dormido nada, ni siquiera un instante, desde que había despertado el día anterior y había caído en la cuenta de por qué los vampiros habían diezmado Bitumen Hollow. Le temblaban las manos y si miraba un objeto muy de cerca o durante demasiado tiempo, su contorno se volvía difuso.

—Son muy infantiles, lo sé, pero son buenos chicos —dijo la mujer del café—. Antes de trabajar aquí DeForrest era bombero. Pero se aburría, dijo. El día en que lo conocí pensé que tan sólo quería jugar con pistolas, como mucha de la gente que se alista en el equipo de emergencias local. Sin embargo, nunca ha descargado el arma, ni una sola vez, desde que empezó a trabajar con nosotros, ni siquiera cuando los malos le han disparado. Reynolds se dislocó un hombro el año pasado, cuando intentaba salvar a un niño de cinco años que viajaba en una caravana que había quedado atrapada en un tornado.

—Uau —exclamó Caxton.

—Soy Suzie Jesuroga. La capitana Suzie —dijo la mujer y le estrechó la mano a Caxton.

—Laura Caxton, agente.

La capitana Suzzie sonrió.

Sé perfectamente quién es. Nos han informado de que acabó con un vampiro en la ruta 3/22. El comisionado nos ha puesto al corriente de todos los detalles. En teoría la operación de hoy será menos arriesgada, teniendo en cuenta que actuaremos en plena luz del día y que tomaremos precauciones especiales, pero de todos modos me alegro de tenerla entre nosotros. ¿Lista para empezar?

Cuando los cuatro hubieron terminado de vestirse, comprobaron que llevaban todas las armas y el material necesarios. Les habían proporcionado carabinas M4, unos rifles de asalto de uso militar con escopetas acopladas. Caxton también llevaba su Beretta, cargada con balas dum-dum. El resto llevaban sus propias armas: cuchillos de combate, revólveres y granadas lacrimógenas y de humo. Parecía que el equipo de emergencias local era muy flexible respecto a cómo debían equiparse para una operación. Salieron todos juntos del vestuario de la jefatura de policía de Harrisburg y bajaron hasta un aparcamiento que quedaba detrás de una hilera de árboles. La oscuridad teñía de un intenso tono azul el inminente amanecer que cubría el aparcamiento como un edredón. Allí estaba Arkeley, esperándolos. No llevaba ninguna protección, únicamente su chaqueta. La llevaba con algo más aparte de su Glock 23 con trece balas.

—Capitana —dijo Arkeley cuando lo saludaron—. Quiero expresar una vez más mi deseo de no utilizar ese vehículo —añadió entonces, señalando con la barbilla un enorme camión que ocupaba dos plazas de aparcamiento.

Se trataba de un Humvee, advirtió Caxton, pero lo habían blindado como si tuviera que atravesar Tikrit en lugar de Scranton. Tenía pesadas placas metálicas soldadas a las puertas, el capó y el techo, y habían cubierto todas las ventanas, donde habían dejado apenas una estrecha rendija. Incluso las ruedas estaban reforzadas con unas gruesas cadenas. Finalmente, encima del techo habían montado lo que parecía un cañón de aire comprimido.

—Debo admitir que hace bastante ruido cuando se pone en marcha —le dijo la capitana Suzie a Arkeley—. ¿Teme que podamos despertar a los vampiros?

El labio superior de Arkeley tembló con desdén.

—No. Los vampiros no duermen durante el día. Cada mañana vuelven a morir, literalmente. Lo que me preocupa son los siervos.

La capitana Suzie se encogió de hombros.

—Son órdenes del comisionado. Puede hablar con él si quiere modificar el plan, pero no llega a la oficina hasta las nueve. Personalmente, preferiría que nos pusiéramos en marcha de inmediato.

Arkeley entrecerró los ojos, pero a continuación asintió con la cabeza y se dirigió hacia su coche, un coche patrulla camuflado que, en comparación con el aparatoso camión, tenía un aspecto de lo más frágil.

Uno por uno, los agentes del equipo de emergencias fueron subiendo al vehículo blindado. El interior estaba tan repleto de instrumentos y los miembros del equipo llevaban unas armaduras antidisturbios tan aparatosas que apenas había espacio para los cuatro dentro de la cabina. Reynolds conducía y DeForrest era el guardia armado. La capitana Suzie se sentó junto a Caxton en la parte trasera.

Un hombre salió del edificio principal. Iba sin afeitar y llevaba la camisa del uniforme desabotonada. Caxton reconoció al oficial al cargo del campo de pruebas para armas poco letales, el que le había dado las balas dum-dum. El tipo abrió el capó del vehículo blindado y pasó un rato toqueteando el motor.

—Este coche es su bebé; el viejo nunca nos deja salir sin antes inspeccionarlo personalmente —le explicó DeForrest a Caxton. Se volvió para verla mejor, pero el casco se le encalló en los auriculares del asiento y se desplazó, de modo que le cubría un ojo—. Construyó el Granola Roller con sus propias manos.

—Imagino que ahora mismo estoy sentada en el Granola Roller, ¿no? —dijo Caxton.

Reynolds soltó una sonrisita.

—Sí. En realidad no fue diseñado para cazar vampiros. El viejo lo construyó para controlar a las masas; ya sabe, en manifestaciones, protestas, disturbios y situaciones por el estilo. A veces lo llamamos también ‹Con Tropezones›.

Caxton intentó encontrarle algún sentido, pero aunque exprimió su cansado cerebro, no se le ocurrió nada.

—¿Y eso por qué? —preguntó finalmente.

—Porque cuando atropellamos a un hippie con este trasto, así es como queda la calle —respondió DeForrest, incapaz de contener una sonrisita—. Con tropezones.

—No seas asqueroso —lo amonestó la capitana Suzie, mientras DeForrest y Reynolds se reían a mandíbula batiente—. Estoy segura de que voy a tener que hacerlo un centenar de veces hoy —dijo entonces volviéndose hacia Caxton—, pero, por primera vez, le pido oficialmente disculpas por el comportamiento de mis hombres. Reynolds, ¿se le ha olvidado cómo se conduce un coche con cambio de marchas manual o estamos esperando a que el vampiro se muera de viejo? ¡En marcha!

—Sí, señora —dijo Reynolds y arrancó el vehículo blindado. El motor sonó como un desprendimiento de rocas. El oficial les dijo adiós con la mano y empezó a abrocharse la camisa.

Siguieron el coche de Arkeley hasta la autopista y emprendieron el largo trayecto hacia Kennett Square, que se encontraba casi junto a la frontera con Delaware. El motor del vehículo blindado hacía un ruido tan infernal que era imposible hablar dentro de la cabina, pero a Caxton no le importaba demasiado; apenas era capaz de elaborar una frase coherente y mucho menos de pronunciarla.

Tenía que pegarse a la puerta para poder mirar por la rendija de la ventana, lo que suponía exponer su osamenta a la vibración constante del vehículo cada vez que pasaba por encima de una imperfección del terreno. En cualquier caso sobrevivió. Vio cómo pasaban junto a los jardines de las casas, cubiertos de escarcha y de hojas. A medida que fueron adentrándose en áreas más rurales,

Caxton se fijó en la forma geométrica de los campos de cultivo y en Las ramas oscuras, oscilantes, de los árboles que colgaban encima de la carretera.

Cada vez que cerraba los ojos veía la cabeza de un muerto y notaba como si unas falanges se retorcieran en sus manos. Veía a Deanna cubierta de sangre. Recordó cómo se había sentido cuando el vampiro la había hipnotizado, como si se estuviera hundiendo en la muerte, como si el aire se hubiera vuelto de cristal y ella estuviera suspendida en su interior. Se llevó una mano al cuello y acarició el amuleto de Vesta Polder a través de las gruesas capas de nailon y Kevlar del chaleco antibalas.

Cuando el sol empezó a asomar por detrás de las montañas, como una rodaja de limón sobre el horizonte, Caxton empezó a sentirse un poco mejor. Estaba pasando a la acción, tomando medidas contra aquello que intentaba matarla a ella y que casi había matado a Deanna. Al enterarse de que la agente había solicitado participar en la operación, Arkeley se había negado en redondo. Le había dicho que creía haber hablado con bastante claridad cuando había expresado su deseo de que no se expusiera a aquel peligro. Le había dicho también que no consideraba que estuviera preparada.

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