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Authors: Henry James

Tags: #Terror

13 cuentos de fantasmas (72 page)

BOOK: 13 cuentos de fantasmas
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No obstante, por fortuna, esta última apareció antes de que la señorita Staverton se hubiera ido de allí, de modo que entraron juntas a la casa. Después de cruzar el vestíbulo se encontraron a Brydon tumbado de un modo muy parecido a como estaba tumbado ahora. Es decir, daba totalmente la impresión de que se había caído, pero lo asombroso era que no tenía ningún corte ni magulladura; tan sólo parecía hallarse sumido en un profundo estupor. No obstante, en medio de aquel proceso que le permitía ver las cosas cada vez con mayor claridad, lo que comprendió con más nitidez en aquellos instantes fue que Alice Staverton, durante un momento inenarrablemente largo, no había tenido ninguna duda de que él estaba muerto.

—Seguramente debí estarlo —Brydon comprendió esto estando apoyado en la señorita Staverton—; sí… no pudo ser de otro modo, tuve que estar muerto. Usted me ha traído literalmente a la vida. Sólo que —se preguntó, alzando la vista hacia ella—, por todos los demonios ¿cómo?

Un instante después la señorita Staverton se inclinaba sobre él y le besaba, y había algo en la manera de hacerlo, así como en el modo en que abrazaba su cabeza mientras él sentía el frío caritativo y virtuoso de sus labios; había algo en toda aquella beatitud que de algún modo servía de respuesta a todo.

—Y ahora te retengo —dijo la señorita Staverton.

—¡Oh, reténme, reténme! —imploró Brydon; el rostro de ella estaba aún inclinado sobre él, y en repuesta a sus palabras, Alice lo bajó aún más, dejándolo cerca, muy cerca del suyo. Aquello sellaba su situación, y Spencer saboreó en silencio la impresión de aquel prolongado momento de éxtasis. Pero luego volvió sobre el asunto: Sin embargo, ¿cómo pudiste saberlo?

—Estaba inquieta. Tenías que haber venido ¿recuerdas? Y no enviaste recado alguno.

—Sí, ya me acuerdo… yo tenía que haber ido a verte hoy a la una —esto encajaba con la vida y la relación que mantenían antes, y que ahora parecían algo tan cercano y tan lejano a la vez—. Yo estaba ahí fuera, en medio de mi extraña oscuridad… ¿dónde fue? ¿qué fue? Tuve que quedarme ahí muchísimo tiempo —no era capaz de hacerse una idea de la intensidad ni de la duración de su desmayo.

—¿Desde anoche? —preguntó ella, levemente temerosa de estar cometiendo una indiscreción.

—Desde esta madrugada… seguramente desde que apuntó la fría penumbra del amanecer. ¿Dónde he estado? —preguntó, esbozando un gemido—, ¿dónde he estado? —entonces notó que ella lo estrechaba con más fuerza y aquello le ayudó a quejarse sin temor—: ¡Qué día tan largo y oscuro!

Pese a la ternura que la embargaba, Alice aguardó un momento.

—¿La fría penumbra del amanecer? —dijo con voz temblorosa.

Pero él ya había dado un paso más en su tarea de encajar las piezas de todo aquel prodigio.

—Como yo no me presentaba te viniste directamente…

Alice lanzó una fugacísima mirada a su alrededor.

—Primero fui a tu hotel, donde me informaron de tu ausencia. Saliste a cenar y desde entonces no habías vuelto.

Pero por lo visto creían que habías ido a tu club.

—¿Entonces tenías idea de esto?

—¿De qué? —preguntó ella al cabo de un momento.

—Pues… de lo que ha pasado.

—Creí que por lo menos te habrías pasado por aquí. Supe desde el primer momento que venías.

—¿Lo sabías?

—Bueno, lo creía. No te dije nada después de aquella conversación que tuvimos hace un mes, pero estaba segura. Sabía que lo harías —afirmó ella.

—¿Quieres decir que persistiría?

—Que lo verías.

—¡Pero si no lo he visto! —exclamó Brydon, arrastrado, quejumbrosamente—. Hay alguien… un monstruo espantoso al que acorralé de manera igualmente horrible. Pero no era yo.

Al oír aquello Alice se inclinó nuevamente sobre él y clavó sus ojos en los de Brydon.

—No… no eras tú —y fue como si, de no haber tenido Spencer tan cerca el rostro que se cernía sobre él, hubiera podido detectar en el mismo algún significado particular que la sonrisa de Alice disfrazaba—. ¡No, gracias a Dios —repitió ella— no eras tú! Imposible, no hubieras podido ser tú.

—Ah, pero el caso es que lo era —insistió él amablemente y miró con fijeza delante de sí, como había estado haciendo por espacio de tantas semanas—. Hubiera podido conocerme a mí mismo.

—¡No habrías podido! —repuso ella con ánimo consolador. Y entonces, volviendo sobre otra cuestión, como si quisiera seguir dando explicaciones relativas a lo que había hecho, dijo—: Pero no fue sólo eso, que estuvieras ausente del hotel. Esperé hasta la hora en que nos encontramos a la señora Muldoon aquel día que vine aquí contigo; y, como te dije, llegó cuando yo aún seguía en las escaleras de fuera, desesperada porque nadie me había abierto la puerta. Al cabo de un rato, de no haber tenido la suerte de que apareciera la señora Muldoon habría dado con el modo de encontrarla. Pero no se trataba —dijo Alice Staverton, como si una vez más asomara en ella aquella sutil intención—, no se trataba sólo de eso.

Tumbado aún, Spencer volvió la vista hacia ella.

—¿De qué más se trata entonces?

Alice afrontó su mirada y la intriga a que había dado lugar con sus palabras.

—¿Dices que fue en medio de la fría penumbra del amanecer? Pues bien, hoy, al amanecer, en medio de la penumbra y del frío, yo también te vi.

—¿Que me viste?

—Lo vi a él —dijo Alice Staverton—. Debió de ser en el mismo momento.

Spencer se quedó un instante callado asimilando lo que había oído, como si deseara tener una actitud enteramente razonable.

—¿En el mismo momento?

—Sí… otra vez mi sueño, el mismo de que te he contado ya. Se me volvió a aparecer aquel hombre. Entonces me di cuenta de que era una señal. Aquel hombre te había encontrado.

Al oír esto Brydon se incorporó; tenía necesidad de ver mejor a Alice. Cuando comprendió el sentido de aquel movimiento, ella le ayudó. Brydon quedó sentado, apoyado en el banco, junto a ella, cogiendo con su mano derecha la mano izquierda de Alice.

—El no me encontró.

—Tú te encontraste a ti mismo —dijo ella con una hermosa sonrisa:

—Ah, ahora me he encontrado a mí mismo… gracias a ti, mi vida. Pero esa alimaña de rostro horrible, esa bestia es un ser extraño y oscuro. No tiene nada que ver conmigo, ni siquiera con lo que yo hubiera podido ser —afirmó Brydon rotundamente.

Pero Alice conservaba una lucidez que parecía el aliento mismo de la infalibilidad.

—¿Pero no se trataba precisamente de que habrías sido alguien muy distinto?

La mirada de Alice Staverton volvió a parecerle más hermosa que las cosas de este mundo.

—¿No querías justamente saber hasta qué punto habrías sido distinto? Así es como te vi esta mañana —dijo ella.

—¿Como a él?

—¡Eras un ser extraño y oscuro!

—¿Entonces cómo supiste que era yo?

—Porque, como te dije hace unas semanas, mi mente y mi imaginación le habían dado muchas vueltas a lo que hubieras y a lo que no hubieras podido ser (para que veas cuánto he pensado en ti). En medio de todo eso te me apareciste… para que mis preguntas hallaran respuesta. Así supe —prosiguió Alice— y creí que, puesto que era una cuestión tan vital para ti, según me dijiste aquel día, acabarías viendo lo que buscabas. Y cuando esta mañana volví a tener una visión supe que era porque lo habías visto al otro también porque entonces, desde el primer momento, de algún modo, tú querías que yo lo viera. Me pareció que él me decía eso —Alice sonrió de modo extraño—. Así que ¿por qué no habría de gustarme él?

Esto hizo que Spencer Brydon se pusiera en pie.

—¿Te «gusta» ese ser horrible?

—Hubiera podido gustarme. Además —dijo ella—, para mí no era un ser horrible. Yo lo habría aceptado.

—¿«Aceptado…»? —la voz de Brydon revelaba extrañeza.

—Antes, por el interés que tenía el hecho de que fuera distinto… sí. Y como cuando lo vi lo reconocí (cosa que tú, cuando por fin lo tuviste delante, cruelmente, no hiciste, cariño)… en fin, comprenderás que a mí tenía que resultarme menos espantoso. Y tal vez él se haya sentido contento porque me compadecí de él.

Alice también estaba de pie, junto a él; seguía cogiéndole de la mano ofreciéndole el apoyo de su brazo. Pese a que todo aquello arrojaba una débil luz sobre su entendimiento, Brydon preguntó, resentido, a regañadientes:

—¿Te «compadeciste» de él?

—Ha sido muy desdichado, ha sufrido muchos atropellos —dijo ella.

—¿Y yo no he sido desdichado? Basta con que me mires: ¿es que yo no he sufrido atropellos?

—Ah, yo no he dicho que me guste más él —concedió Alice después de pensarlo un momento—. Pero él tiene un aspecto lamentable, las cosas que le han pasado han hecho estragos en él. No utiliza como tú, un elegante monóculo para la vista.

—No… —aquello le llamó la atención a Brydon—. Yo no habría sido capaz de usar algo así en pleno New York. Se habrían reído de mí.

—Esos enormes quevedos de lentes convexas… los vi, me di cuenta de qué clase eran… ese hombre ve muy mal.

¡Y la mano derecha…!

—¡Ah! —Brydon hizo una mueca de dolor… bien fuera porque quedaba demostrada la identidad de aquel ser, bien por los dos dedos que le faltaban. A continuación añadió lúcidamente—: tiene un millón al año, pero no te tiene a ti.

—Y él no es… no, ¡él no es tú! —musitó Alice cuando Brydon la atrajo hacia su pecho.

HENRY JAMES, (Nueva York, 15 de abril de 1843 – Londres, 28 de febrero de 1916) fue un escritor y crítico literario estadounidense (aunque pasó mucho tiempo en Europa y se naturalizó británico casi al final de su vida) de finales del siglo XIX y principios del XX, conocido por sus novelas y relatos basados en la técnica del punto de vista, que le permite el análisis psicológico de los personajes desde su interior. Fue hijo de Henry James Sr. y hermano menor del filósofo y psicólogo William James.

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