A barlovento (21 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: A barlovento
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Desaparecía bajo las sierras Mamparas en colosales laberintos de agua que danzaban bajo aquellos amplios diques y se deslizaba –desbordándose en ocasiones durante estaciones enteras– hacia las llanuras que se perdían en el horizonte, antes de sumergirse en sinuosos cañones de varios kilómetros de profundidad y de miles de longitud. Se congelaba desde un extremo de un continente hasta el otro durante el afelio del orbital o en los inviernos locales producidos por un grupo de dispersadas lentes solares del orbital.

Su curso atravesaba varias ciudades bien delimitadas o de expansión incontrolada y, al llegar a plataformas como la de Osinorsi, cuyo nivel mediano se hallaba por debajo de la elevación de la corriente, el río discurría por encima de llanuras, sabanas, desiertos o pantanos situados sobre montañas o cordilleras trenzadas que dominaban el suelo a cientos o a miles de metros de altura; elevadas cintas de tierra coronadas por nubes, bordeadas por cascadas, forradas por vegetación colgante y ciudades verticales, perforadas por cuevas y, como allí, con artísticos arcos esculpidos que convertían a las monumentales montañas en una imagen más precisa de lo que eran exactamente: enormes acueductos sobre un curso de agua de diez millones de kilómetros de largo.

El parapeto que los separaba del sistema montañoso, a poca distancia de los acantilados y las llanuras que marcaban el inicio de Xaravve, era un banco de hierba, con flores esporádicas, de menos de diez metros de anchura.

Desde su posición de ventaja, desde un camarote de proa elevado de la barcaza ceremonial
Bariatricista,
Quilan podía contemplar, a través de la neblina, las colinas y los ríos que crecían a través de brumosos bosques, a dos kilómetros por debajo de él.

Le habían preguntado si deseaba dirigirse directamente a la casa que habían habilitado para su estancia, o si prefería pasear por el Gran Río de Masaq, en una de sus famosas embarcaciones, donde habían preparado una pequeña recepción. Él respondió que aceptaba encantado el ofrecimiento. El avatar del Centro se mostró complacido ante ello, y el dron Tersono brilló con su aprobación de color rosado.

El módulo de personal había descendido lentamente hacia la atmósfera del orbital. El techo de la nave también se había convertido en una pantalla, que mostraba el arco flotante del atardecer y el lado lejano del orbital, mientras el buque se sumergía en el cálido aire matinal de la plataforma de Osinorsi. El módulo había sobrevolado la alongada forma de ese de la cordillera central que transportaba el río por el nivel inferior de la plataforma. Ambas naves se reunieron con la barcaza
Bariatricista
junto a la delimitación con Xaravve.

A unos cuatrocientos metros, la barcaza era casi el doble de larga que la anchura del río en aquel lugar; era una embarcación alta, iluminada, con dos niveles de cubiertas y tachonada de mástiles, algunos de los cuales ostentaban velas ornadas, aunque de la mayoría colgaban banderas de varios colores.

Quilan había visto a mucha gente, aunque el barco no estaba ni mucho menos lleno.

–Todo esto no será por mí, ¿verdad? –había preguntado al dron Tersono mientras el módulo se acercaba a la popa de una de las cubiertas.

–Bueno... –había respondido de forma algo incierta–. No. ¿Por qué? ¿Preferiría una nave privada?

–No. Solo sentía curiosidad.

–Hay otras recepciones de distinta índole, fiestas y distintos eventos que se están celebrando en estos momentos en la barcaza –le había aclarado el avatar–. Además, hay mucha gente para quien este barco es un hogar temporal o permanente.

–¿Cuánta gente ha venido a verme a mí?

–Unos setenta –repuso el avatar.

–Comandante Quilan –había dicho el dron–. Si ha cambiado de idea...

–No. Yo...

–Comandante, ¿me permite una sugerencia? –había preguntado Estray Lassils.

–Por favor.

Así, el módulo se posicionó de forma que Quilan pudiese entrar directamente en el camarote de proa elevado de la barcaza; Estray Lassils desembarcó al mismo tiempo que él y le mostró el camino, quedándose rezagada mientras él se abría paso de un extremo al otro de una especie de armazón que atravesaba una bulliciosa fiesta, para llegar finalmente a una de las cubiertas traseras del barco.

Allí había un reducido grupo de humanos, parejas en su mayor parte. Quilan recordó un nebuloso y caluroso día, en un barco mucho más pequeño que navegaba sobre un río más ancho, pero infinitamente menor, a miles de años luz de aquel preciso momento. Su tacto, su aroma, el peso de su mano sobre su hombro...

Los humanos lo miraron con curiosidad, pero no le dijeron nada. Él miró hacia el exterior y contempló las vistas. El día era claro, pero fresco. El gran río y aquel enorme y asombroso mundo se extendían y giraban por debajo de él, llevándoselo con ellos.

VIII. El retiro de Cadracet

VIII

El retiro de Cadracet

A
l cabo de un rato, apartó la vista del paisaje.

Estray Lassils llegó desde uno de los bailes de la ruidosa fiesta, con el rostro sonrojado y la respiración pesada, y lo acompañó a la sección de la barcaza dispuesta para su recepción.

–¿Está seguro de que le apetece conocer a toda esta gente, comandante? –le preguntó la mujer.

–Sí, gracias.

–Bien, no dude en decírmelo cuando quiera marcharse. No pensaremos mal de usted. He investigado un poco a su orden. Parecen algo... ascéticos y monásticos. Estoy segura de que todo el mundo lo entenderá si nuestro grupo le cansa o le resulta algo pesado.

~
Me pregunto hasta dónde habrán investigado.

–Seguro que sobreviviré.

–Así me gusta. Se supone que yo soy veterana en este tipo de cosas, pero a veces también me parecen algo tediosas. No obstante, las recepciones y las fiestas son panculturales, o, al menos, eso dicen. Nunca he sabido si sentirme reconfortada u horrorizada ante ello.

–Supongo que ambas sensaciones son apropiadas, en función del estado de ánimo del momento.

~
Bien dicho, hijo. Creo que me vuelvo a mi retiro. Concéntrate en ella; parece muy astuta. Puedo sentirlo.

–Comandante Quilan, espero que sea consciente de lo mucho que lamentamos lo que le ocurrió a su pueblo –prosiguió la mujer, mirando al suelo y después al chelgriano–. Imagino que ya estará harto de oírlo a estas alturas, en cuyo caso, me disculpo también por haberlo dicho, pero en ocasiones una siente que debe dejar constancia de ciertas cosas. –Estray apartó la vista en dirección a la brumosa profundidad del paisaje–. La guerra fue culpa nuestra. Enmendaremos y repararemos todo lo que podamos, pero, por si sirve de algo, y soy consciente de que no es demasiado, pedimos nuestras más sinceras disculpas. –Hizo un ademán con sus viejas y arrugadas manos–. Creo que todos nosotros sentimos que estamos en deuda con usted y con su gente. –Volvió a bajar la vista antes de mirarlo de nuevo a los ojos–. No dude en apelar a ello.

–Gracias. Aprecio mucho su sentimiento y su ofrecimiento. Mi misión no es ningún secreto.

Ella entornó los ojos y esbozó una tímida e indecisa sonrisa.

–Sí. Bien. Veremos lo que podemos hacer. Espero que no tenga demasiada prisa, comandante.

–No demasiada –repuso él.

Ella asintió y siguió caminando. En un tono más distendido, dijo:

–Espero que la casa que le ha preparado el Centro sea de su agrado, comandante.

–Como bien ha dicho, en mi orden no somos conocidos por gustar de grandes caprichos o lujos. Estoy seguro de que tendré más de lo que necesito.

–Imagino que así será. Pero si necesita cualquier cosa, no dude en pedirla, aunque sea tener menos de lo que sea.

–Supongo que la casa no estará junto a la de mahrai Ziller.

Ella sonrió.

–Ni siquiera se encuentra junto a la siguiente plataforma, sino a dos de distancia. Pero me han dicho que tiene unas vistas fantásticas y acceso privado a su propia subplataforma. ¿Sabe a lo que me refiero? ¿Conoce el significado de todos estos términos?

–Yo también he investigado, señora Lassils –sonrió Quilan.

–Sí, por supuesto. Bien, veamos qué clase de terminal o de dispositivo desea utilizar. Si ha traído con usted su propio comunicador, estoy segura de que el Centro podrá adaptárselo, y si no, puede proporcionarle un avatar o algún otro familiar a su disposición o... bueno, lo que usted decida. ¿Qué prefiere?

–Creo que uno de sus terminales bolígrafo estándar será suficiente.

–Comandante, tengo la fuerte sospecha de que, en el momento en el que llegue a su casa habrá alguien esperándolo allí. –Se estaban acercando a una gran cubierta superior decorada con muebles de madera, parcialmente cubierta por marquesinas y salpicada de gente–. Y será una bienvenida bastante más agradable que esta: una tropa de gente desesperada por hablar con usted. No olvide que puede marcharse cuando quiera.

~
Amén.

Todo el mundo se volvió a mirarlo.

~
Unamos fuerzas, comandante.

Había unas setenta personas para recibir a Quilan, entre las que se encontraban tres miembros de la Junta General –a quienes Estray Lassils reconoció, saludó, y con los que se reunió en cuanto el decoro se lo permitió–, varios eruditos en asuntos chelgrianos o cuya especialidad incluía el prefijo
xeno,
profesores en su mayor parte, y un grupo de seres no humanos, de especies que Quilan desconocía completamente y que se enroscaban, flotaban, se mecían o se despatarraban por la cubierta, las mesas y los sillones.

La situación aún se complicaba más con otras criaturas varias que, excepto el avatar, Quilan podía haber confundido con otros alienígenas inteligentes, pero que resultaron ser simples mascotas de compañía. Y todo aquello se sumaba a una apabullante diversidad de otros humanos que ostentaban títulos que no eran títulos y oficios que nada tenían que ver con el trabajo.

~
¿Transcripcionista mimético cultural? ¿Qué demonios significa eso?

~
Ni idea. Imagínate lo peor. Debe de ir por debajo de informador.

El avatar del Centro le había presentado a todo el mundo; alienígenas, humanos y drones, a los que se trataba realmente como ciudadanos con plenos derechos y libertades como el resto. Quilan asentía con la cabeza y sonreía, o asentía y estrechaba manos y efectuaba cualquier otro ademán que le pareciera apropiado.

~
Supongo que este tipo raro de piel plateada es el anfitrión perfecto para toda esta tropa. Los conoce a todos. Y los conoce íntimamente, también, con sus debilidades, sus gustos, sus aversiones y demás.

~
No es eso lo que nos han dicho.

~
Ah, claro. Solo sabe tu nombre y que estás bajo su jurisdicción. Eso es lo que dicen. Solo sabe lo que tú quieres que sepa. ¡Ja! ¿No te parece un poco difícil de creer?

Quilan no sabía lo cerca que podía vigilar el Centro de un orbital de la Cultura a todos sus ciudadanos. En realidad, tampoco importaba. Pero se dio cuenta de que sabía muchas cosas sobre aquellos avatares cuando pensó en ello, y lo que Huyler había comentado sobre su don de gentes era totalmente cierto. Incansables, amables hasta la saciedad, con una memoria de elefante, y con algo similar a una capacidad telepática para determinar quién se llevaría bien con quién, la presencia de un avatar era comprensiblemente considerada indispensable en cualquier evento social de determinada magnitud.

~
Con una de esas cosas plateadas y un implante, aquí la gente no tiene ni que molestarse en recordar los nombres de los demás.

~ Me pregunto si también olvidarán los suyos.

Quilan habló, cautelosamente, con un montón de gente, y probó los alimentos que se ofrecían sobre las mesas, todos servidos en platos y bandejas con imágenes codificadas para indicar cuáles eran aptos para cada especie.

Miró hacia arriba, y se percató de que habían dejado atrás el colosal acueducto y navegaban a través de una inmensa llanura de hierba verde, salpicada por lo que parecían estructuras de gigantescas tiendas de campaña.

~
Arboles bóveda.

~ Ah.

El río fluía con mayor lentitud en aquella zona y se ensanchaba en más de un kilómetro de una ribera a la otra. Al frente, asomando por entre la niebla, otra especie de montaña empezaba a hacerse visible.

Lo que había juzgado momentos antes como nubes lejanas resultaron ser los picos de las montañas recubiertos de nieve, ensartados en la cima de una cordillera. Los ondulados precipicios se erigían casi en vertical, coronados con finos velos blancos que podían ser cascadas de agua helada. Algunas de esas esbeltas columnas se extendían hasta la base de los acantilados, mientras que otras, hebras blancas aún más delgadas, desaparecían a medio camino o se perdían y reaparecían con más fuerza deslizándose lentamente por la enorme pared rocosa.

~
El macizo de Aquime. Aparentemente, este riachuelo suyo rodea ambos lados y luego sigue en línea recta. La ciudad de Aquime, justo en el centro, en las costas del mar Alto, es donde vive nuestro amigo Ziller.

Quilan miró el enorme barranco y las montañas rociadas de nieve, que se iban tornando más y más reales con cada latido de su corazón.

En las montañas Grises se encontraba el monasterio de Cadracet, que pertenecía a la Orden Sheracht. En una ocasión, Quilan estuvo allí de retiro, para intentar superar su duelo. Solicitó un permiso especial al Ejército, que le concedió la excedencia manteniéndolo en su rango. También le ofrecieron la baja permanente, con licencia honrosa y una modesta pensión.

Él ya tenía todo un lote de medallas. Le concedieron una por pertenecer al Ejército, una por haber sido un combatiente armado, otra por ser un Entregado que podía haber evitado fácilmente la lucha en primer lugar, otra por haber resultado herido (con un lingote porque sus lesiones eran especialmente graves), otra por haber participado en una misión especial y una última decretada cuando se descubrió que la guerra había sido responsabilidad de la Cultura y no de la especie chelgriana. Los soldados la llamaban el premio de los No-Culpables. Quilan guardaba las medallas en una caja pequeña, dentro de un cofre que había en su celda, junto con las póstumas que habían concedido a Worosei.

El monasterio yacía sobre un arrecife rocoso en la ladera de una modesta montaña, rodeado por un grupo de árboles junto a un pequeño arroyo. Desde allí, se veía el desfiladero bajo los peñascos, los precipicios, la nieve y el hielo de los picos más altos de la cordillera. Detrás de él, cruzando el río sobre un modesto y muy antiguo puente de piedra celebrado en canciones y cuentos de tres mil años de antigüedad, pasaba el camino desde Oquoon hasta la llanura central, olvidando en ese tramo sus precipitadas curvas.

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