Miró hacia abajo. El lomo marcado del behemotauro anónimo se elevó hasta donde se encontraban. Uagen observó que bullía de actividad. La criatura agonizante había sido descubierta por más seres que un simio humano y unas falfícoras.
Era como un terrible cruce entre un cáncer y una guerra civil. Todo el ecosistema formado por el behemotauro dirigible
Sansemin
se estaba desgarrando. Y ahora, otros seres se unían a ellos.
Habían descubierto su nombre gracias a su descripción. Praf 974 efectuó un vuelo de reconocimiento en torno a él, tomando un registro de todas las marcas distintivas no destruidas o alteradas por la destrucción que estaba teniendo lugar. Seguidamente, se posó sobre el pequeño mogote de la piel desnuda que lo envolvía, en la parte superior, donde la tropa de exploradores de rapiña había establecido su base principal. La intérprete había transmitido todos sus hallazgos mediante la enorme vaina de señalización con forma de semilla, que se encontraba en el centro del improvisado complejo. Los rayos infrarrojos de la vaina habían encontrado a
Yoleus a
varias decenas de kilómetros en dirección ascendente, y recibieron respuesta unos momentos más tarde. Según los registros de la biblioteca que compartía
Yoleus
con su especie, el behemotauro agonizante se llamaba
Sansemin.
Sansemin
siempre había sido un forastero, un renegado, casi un fugitivo. Había desaparecido de la sociedad miles de años atrás, y se le atribuía el hecho de frecuentar los volúmenes menos elegantes y acogedores de la aerosfera, tal vez a solas, o posiblemente en compañía de un grupo reducido de otros behemotauros inadaptados cuya existencia era conocida. Se habían dado otros casos difusos y no confirmados de avistamientos de la criatura a lo largo de los primeros siglos de su exilio voluntario, pero, a partir de entonces, no se supo nada más.
Y ahora lo habían redescubierto, pero se encontraba en guerra consigo mismo y estaba a punto de morir.
Bandadas de falfícoras rodeaban al gigante en nubes confusas, alimentándose de su follaje y de las capas externas de su piel. Esmerinos y fueléridos, las mayores criaturas aladas de la aerosfera, repartían su tiempo entre la carne viva del behemotauro y los enjambres de falfícoras cuya temeridad se había dejado tentar por el exceso de alimentos disponibles. Los lustrosos cuerpos bulbosos de los diseisores ogrinos –una forma rara de behemotauros flexibles de tan solo unos cientos de metros de longitud, y los mayores depredadores del mundo– nadaban por el aire con movimientos tremendamente veloces y sinuosos, dejándose caer en picado para arrancar trozos del cuerpo de
Sansemin
y sin dejar escapar a grupos enteros de falfícoras despistadas, así como de los ocasionales esmerinos y fueléridos.
Fragmentos de piel y tendones del behemotauro caían en las sombras azules como velas oscuras desgarradas de máquinas arrasadas por ciclones; nubes de gas surgían de la nada, dispersando bocanadas de vapor en el aire mientras las bolsas externas de gas de la criatura estallaban en pedazos; los cuerpos desmembrados de las falfícoras, los esmerinos y los fueléridos se tambaleaban en espirales sangrientas hacia el abismo, con alaridos que sonaban alarmantemente cercanos en las profundas masas compactas de aire, y casi ahogados por todas las criaturas presentes.
Los exploradores de rapiña, los atacantes en masa, los defensores externos y el resto de criaturas que formaban parte del dispersado
Sansemin,
y que en circunstancias normales habrían mantenido a raya a sus agresores, no se veían por ninguna parte. Solo se habían descubierto los restos de algunos al caer otros en picado y despojarse de los cuerpos. Los dos esqueletos más enteros se encontraron con las mandíbulas clavadas en sendos cuellos.
Uagen Zlepe estaba de pie sobre la aparentemente sólida superficie del gran lomo del behemotauros dirigible, contemplando un desolador panorama de follaje desgarrado y marchito, arrancado a jirones por bandadas de falfícoras. Se encontraba junto a la vaina de señalización, que medía siete metros de anchura y estaba anclada a la superficie que envolvía a la criatura por una docena de ganchos pequeños, hechos con talones de falfícoras y tensada por unos cuantos Decisivos casi idénticos a Praf 974.
Formando una circunferencia junto a ellos, había una barrera viva defensiva formada por cien exploradores de rapiña de
Yoleus,
patrullada desde arriba por otras cincuenta o sesenta criaturas iguales, volando en círculos. Hasta el momento, habían repelido todos los ataques y no habrían causado bajas; incluso uno de sus diseisores ogrinos, claramente intrigado por la vaina de señalización, había salido huyendo tras enfrentarse a veinte exploradores de rapiña en formación de ataque, y había regresado a las zonas descubiertas de la superficie del behemotauro agonizante.
A doscientos metros hacia el interior del lomo de
Sansemin,
cerca de la protuberancia de un espinazo, un esmerino bajó en picado, dispersando a las criaturas de menor tamaño en una ventisca de desgarradores gritos; abalanzándose sobre una gigantesca herida de la piel del behemotauro. Uagen vio el impacto del animal contra la carne. El depredador batió sus alas de veinte metros y sumergió su enorme cabeza, despellejando el tejido expuesto.
Una bolsa de gas, separada de su estructura de apoyo, se alzó hacia arriba desde la herida abierta. Empezó a ascender. El esmerino la miró, y la ignoró; la bandada de falfícoras que había más arriba se abalanzó sobre ella, chillando, hasta que se perforó y salió despedida, desinflándose en un largo quejido gaseoso y dispersando a las rabiosas falfícoras que había dejado atrás.
Se oyó un ruido sordo a sus pies. Uagen saltó.
–Ah, Praf –dijo, mientras la intérprete escondía las alas. Se había marchado con una docena de exploradores de rapiña para investigar el interior del behemotauro–.
¿
Has descubierto algo?
Praf 974 contempló la bolsa de gas mientras caía, completamente desinflada, sobre el follaje del bosque cercaba a las aletas superiores delanteras de
Sansemin.
–Hemos encontrado algo –repuso–. Ven a echar un vistazo.
–¿Dentro? –preguntó Uagen, nervioso.
–Sí.
–
¿
Es seguro...
mmm...
el interior?
–Puede haber una explosión –contestó Praf 974, con tono indiferente–. De tener lugar, sería de naturaleza catastrófica.
–¿Catastrófica? –Uagen tragó saliva.
–Sí. El behemotauro dirigible
Sansemin
quedaría totalmente destruido.
–
Mmm...
¿y nosotros?
–También.
–¿También?
–También quedaríamos destruidos.
–Bien. Genial.
–Las probabilidades de que ocurra van aumentando con el paso del tiempo. Con lo cual, retrasarnos no es una opción inteligente. Emprender la expedición es la alternativa recomendable. –Praf 974 arrastró los pies–. Extremadamente recomendable.
–Praf –dijo Uagen– ¿debemos hacerlo?
La criatura se volvió sobre sus talones y lo miró fijamente.
–Por supuesto. Es un deber para con el
Yoleus.
–¿Y qué pasa si me niego?
–¿A qué te refieres?
–¿Si no quiero entrar y ver lo que habéis descubierto?
–Entonces, nuestras investigaciones se retrasarán.
Uagen miró a la intérprete a los ojos.
–Se retrasarán –repitió.
–Exacto.
–¿Y qué es lo que habéis encontrado?
–No lo sabemos.
–Entonces...
–Es una criatura.
–¿Una criatura?
–Muchas criaturas. Todas muertas, excepto una. De una especie desconocida.
–¿Qué tipo de especie desconocida?
–Eso es lo que se desconoce.
–Pero, ¿a qué se parece?
–Se parece un poco a ti.
La criatura parecía la muñeca de un bebé alienígena, lanzada contra una pared de púas y suspendida allí. Era de estatura considerable, con una cola que medía la mitad del tamaño de su cuerpo. Tenía la cabeza ancha, cubierta de pelo y arrugada –o esa impresión tuvo Uagen–, aunque en la oscuridad, y con la única ayuda del sensor de infrarrojos, no podía determinar el color de su piel. Sus grandes ojos estaban cerrados. Su cuello era grueso, sus hombros anchos, y tenía dos brazos del tamaño de los de un humano adulto, con unas manos muy voluminosas y pesadas, que más bien parecían zarpas. Solo un behemotauro dirigible o uno de sus acólitos hubiera pensado que se parecía en algo a Uagen Zlepe.
Era una de las veinte formas similares que colgaban de la pared de aquella estancia. Las demás estaban muertas y en estado de descomposición.
Por debajo de los brazos de la criatura, apoyado sobre otro par de hombros, aún más ancho, yacía lo que parecía ser un faldón gigante de piel de animal. Pero, al mirar más de cerca, Uagen se percató de que era una extremidad. Una protuberancia de piel endurecida se extendía de un extremo al otro en forma de ocho, con series de dedos o garras que punteaban el perímetro del miembro. Por debajo del torso, dos fuertes piernas colgaban desde unas amplias caderas. Otra protuberancia cubierta de pelo probablemente ocultaba genitales de alguna clase. La cola era de rayas. Uno de los cables arraigados que Uagen había visto introducidos en el explorador de rapiña en la sala similar de
Yoleus
se adentraba en la pared desde la cabeza de la criatura.
Allí, el olor era aún peor que en
Yoleus.
El viaje había resultado horrible. Los behemotauros dirigibles estaban plagados de fisuras, cámaras, cavidades y túneles dispuestos de forma que su colección de fauna anexa pudiera desempeñar sus distintas labores. Muchas de aquellas estancias eran lo suficientemente grandes como para albergar a los exploradores de rapiña y en una de ellas se encontraban tras haber recorrido la distancia desde una entrada del complejo de aletas situado en la zona dorsal trasera del behemotauro.
Los efectos de la revuelta de las criaturas ayudantes del behemotauro contra él eran patentes en todas partes. Habían perpetrado enormes orificios y hendiduras en las paredes de los túneles, manchando el suelo curvado con brotes líquidos en algunas zonas y empalagando otras; varios faldones de tejido colgaban del techo como obscenas pancartas, y las grietas del suelo podían tragarse una pierna, un ala o incluso –al menos, en el caso de Uagen– un cuerpo entero.
Por todas partes, criaturas de menor tamaño seguían dándose un festín con el ser que habían sitiado; otros cadáveres inundaban el suelo del serpenteante túnel, y donde los dos exploradores de rapiña acompañaban a Praf 974 y a Uagen Zlepe por el cuerpo del behemotauro podían hacer lo propio, sin demorarse en sus avances, al arrancar a los parásitos y despedazarlos, abandonándolos tras ellos a su suerte.
Finalmente, llegaron a la estancia en la que el behemotauro recibía información sobre sus semejantes y sus huéspedes. Un gran temblor recorrió la caverna cuando se adentraron en ella, sacudiendo las paredes y lanzando al suelo algunos de los cuerpos en estado de descomposición.
Dos de los exploradores de rapiña especialistas se habían abierto paso escalando con ayuda de sus garras junto a la criatura que parecía viva todavía. Intentaron examinar su cabeza donde el cable arraigado desaparecía. Uno de ellos sostenía algo pequeño y brillante.
–¿Conoces la naturaleza de este ser? –preguntó Praf 974.
–No –repuso Uagen, mirando fijamente a la criatura–. Bien, no del todo. Me resulta vagamente familiar. Puede que la haya visto en televisión o algo así. Pero no sé qué es.
–¿No pertenece a tu clase?
–Por supuesto que no. Míralo. Es mayor, tiene unos ojos enormes y una cabeza completamente distinta. Es decir...
mmm...
que no es de mi especie, al menos no originalmente, no sé si me explico –dijo Uagen volviéndose hacia Praf, que lo miraba parpadeando–. Pero lo que marca la diferencia es...
mmm...
esa zona central. Parece una pierna añadida. Bueno, o dos que han crecido juntas. ¿Y ves esas dos... crestas? Apuesto a que son los huesos de lo que eran dos piernas separadas en sus antepasados, antes de evolucionar a una única extremidad.
–¿Y no sabes qué es?
–
Mmm...
lo siento, pero no.
–¿Crees que si se consigue que hable podrá ser comprendido por ti?
–¿Cómo?
–No está muerto. Está enlazado a la mente del
Sansemin,
pero la mente del
Sansemin
sí está muerta. Pero la criatura no lo está. Si conseguimos separar ese enlace con el
Sansemin,
que sí lo está, entonces tal vez pueda hablar. Si eso fuera así, ¿tú comprenderías lo que dice?
–Ah.
Mmm,
lo dudo.
–Qué infortunio. –Praf 974 guardó silencio durante unos segundos–. Y, no obstante, significa que debemos apresurarnos en deshacer el enlace lo más pronto posible, lo que resulta positivo porque menguarán nuestras probabilidades de morir cuando el
Sansemin
sufra su explosión catastrófica.
–¿Qué? –aulló Uagen. La intérprete empezó a repetir literalmente sus palabras, más despacio, pero él la hizo callar–. ¡Es igual! ¡Separad el enlace ahora mismo, y salgamos rápido de aquí! ¡Vamos!
–Así se hará –respondió Praf 974. Parloteó y chasqueó la boca mirando a los dos exploradores de rapiña que colgaban de la pared junto a la criatura alienígena. Ellos se volvieron y le contestaron. Parecía que estaban en desacuerdo.
Otra convulsión sacudió la estancia. El suelo tembló bajo los pies de Uagen, que levantó los brazos hacia los lados para mantener el equilibrio y sintió que se le secaba la boca. Sopló una corriente de aire que pasó a convertirse en una brisa de aire caliente, impregnado de un olor que identificó como el del metano. Borró gran parte del olor a carne podrida, pero Uagen se sintió mareado de terror. Tenía la piel helada y húmeda.
–Por favor. Por favor, marchémonos –susurró.
Los dos exploradores de rapiña hicieron algo tras la cabeza de la criatura colgada en la pared. Esta se desplomó y cayó hacia delante. Acto seguido, empezó a tiritar y levantó la cabeza. Movió la mandíbula, y luego abrió los ojos. Eran muy grandes y oscuros.
Miró a su alrededor, primero a los exploradores de rapiña que tenía a los lados, después al resto de la estancia, a Praf 974 y, finalmente, a Uagen Zlepe. Emitió un sonido, o una serie de sonidos, pero no era un lenguaje que Uagen hubiese oído nunca antes.