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Authors: Alberto Olmos

A bordo del naufragio (9 page)

BOOK: A bordo del naufragio
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... El reloj marca las diez en punto. No puedes faltar a clase. Te levantas y empiezas a correr con la sensación de estar haciendo el ridículo ante alguien, no ante ti mismo (pues, a pesar de todo, no te queda más remedio que comprenderte), sino ante ellos. Entras en la facultad lo suficientemente deprisa para no tener que cogerle la publicidad al imbécil de turno y subes las escaleras sin pensar por un momento que hay una cosa llamada ascensor. El aire se ha mutado ya en hidrógeno líquido y sientes los libros subir y bajar dentro de tu mochila y tus neuronas subir y bajar dentro de tu cabeza. Pero no quieres pararte y mandarlo todo a la mierda, que es lo que haría una persona normal, porque quieres creer que has hecho algo productivo en la mañana de hoy, aunque sea algo tan insulso como asistir a una hora de clase en la universidad. Por las escaleras no hay mucha gente, lo cual te ayuda a mantener una impecable trayectoria de ascensión. También es verdad que un buen culo no te vendría mal para esos escalones finales en que faltan las energías y es más fuerte que nunca el deseo de detenerse. Por fin llegas al quinto piso del edificio más estúpido de la ciudad y te doblas sobre ti mismo para coger aire y que nadie crea que andas buscando niñas que violar. Caminas hacia tu clase repitiendo interiormente la letanía: questeabierto, questeabierto, questeabierto. Y está abierto. El profesor, un sesentón vestido de negro sacerdotal, está dialogando con un colega a la puerta del aula. Tú pasas a su lado mirando para el suelo porque es un hombre que te impone mucho, todo serio y barbudo, con el pelo blanco como la cocaína, y la mirada torva, rencorosa, como de haber llegado virgen a la vejez. Al cruzar el umbral del aula, una andanada de palabras rotas e inconexas te inunda los oídos. A pesar de aguantarlo todos los días, no eres capaz de acostumbrarte a este pandemónium rizado y femenino que precede al inicio de las clases. Por eso procuras llegar el último y largarte el primero. Te diriges al fondo de la clase, a ocupar tu sitio. (Es lo bueno que tiene este mundo: aquí todos tienen su sitio, incluso los que no quieren ninguno. Está todo tan ordenado y pensado y manipulado que es imposible no serles útil.) Te sientas y sacas un libro para taparte la cara y que nadie sospeche que no eres de los suyos. Probablemente, ya lo saben. Siempre acaban pillando al extraño, recuerda la película de Orson Welles. Alzas la vista y ves al profesor cerrar la puerta y subirse a la tarima. Ya todos se han callado. Éste es un profesor draconiano y cabrón, que se cree Franco o algo por el estilo. Es curioso cómo abundan en la facultad los profesores de este tipo, que lejos de querer enseñarte algo, se dedican a pontificar o contar sus problemas personales; como aquella zorra de literatura que llegó un día y se puso a hablar de la inundación que había sufrido su casa. Ese día sí que estuviste a punto de levantarte y decirle que se fuera mucho a tomar por el culo ella, su casa y el agua que la había inundado. Pero no lo hiciste, obviamente. El profe(ta) empieza a hablar y tú continúas leyendo, pues lo que dice te es del todo indiferente. Y lees: «Cuando has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos. Desde el principio, nunca hubo otra cosa que el caos.» Y piensas: me parece que esto ya lo he leído yo antes. Y piensas: me parece que llevo toda la vida leyéndolo. Y metes el libro en la mochila. El apóstol sigue largando su rollo insufrible y ves a tus compañeros sumidos en un aburrimiento de flor marchita. Algunos, los de la parte de atrás, se ponen a leer ese cementerio que es hoy la prensa, o cuchichean entre ellos sobre el atentado. Es probable que de toda la gente que tienes delante, muchos sean de esos que van al pueblo en verano. No hay gente sobre la faz de la Tierra que odies tanto como esos que bajan al campo en el mes de julio. Lo gracioso es que nadie sabe de dónde coño «bajan», porque, por lo que has visto en la Gran Cacharrería, no hay excesivos motivos para considerar sublime el lugar del que procede esta gente. A ti te gusta el pueblo, lo has mamado, sabes lo que es. Conoces el frío de enero, la nieve, y conoces también el olor de los pinares; has visto el trigo variar de color a lo largo del año, hasta acabar finalmente ardiendo; has visto la tormenta y la luna, los tomates ebrios de sol y el polvo de los caminos. Por eso detestas oír de su boca que aman el pueblo, que les gusta mucho, que están deseando volver. Porque ellos no conocen el pueblo. El pueblo se marcha justo cuando ellos llegan. Lo que ven cada verano es una inmensa casa de putas, una francachela montada a base de vino y toros muertos; un victorioso carnaval de gambas y colorines, de corbatas y modernidad apócrifa, de billetes de mil duros y coches sobre las aceras. Con lo que ellos se encuentran es consigo mismos, con toda su fatuidad de cacharreros opulentos, que no se sabe de qué viven, pero que tampoco hace falta saberlo, pues a la vista están los automóviles idénticos a los que salen por la tele y las niñas monas y sanas con sus coños de azúcar y sus teléfonos inalámbricos. Y cuando ya se han cansado de pasear su buena suerte ante los ojos atónitos de la rama pobre de la familia, cuando sus tacones están gastados de tanto subir y bajar las cuatro calles del pueblo/pasarela, cogen sus caballos enlatados y sus perfumes innombrables y se vuelven a Cacharrolandia, a habitar sus chalets adosados llenos de ordenadores conectados a internet y de peruanas o colombianas o chilenas o quienquiera que ande por la ciudad ahíto de hambre y acepte hacer camas y huevos por cuatro duros. Y las niñas-norte vuelven a poner en sus equipos hi-fi a Silvio Rodríguez o a Rosana y vuelven a leer a Benedetti y a llamar a sus amigas de trabajo social o educación social o pedagogía o logopedia para preguntarles qué tal les ha ido el verano y si se han tirado a muchos niños. Alguna de estas niñas hasta cogerá un cuaderno rojo de hojas cuadriculadas e hilvanará unos versos machadianos evocando Castilla con melancolía de menopáusica y misticismo vicario. No deberías dejar que el insulto ocupara el treinta y cuatro por ciento de tu discurrir. No es bueno estar tan lleno de odio, porque se le queda a uno el alma un poco negra de tanto anatematizar en silencio. Tú te excusas diciendo que de puertas adentro todo vale, y que bien claro lo dice la Constitución, que el pensamiento no delinque, aunque a lo mejor no es la Constitución quien lo dice (tú no la has leído), pero alguien lo dice y eso para ti es suficiente. El pensamiento no delinque, de modo que tú te dedicas a imaginar todo tipo de crímenes horrorosos y nefandos. Normalmente, no consigues salirte de los patrones marcados por
El silencio de los corderos
, pero te eximes a ti mismo de todo sentimiento de inferioridad porque tu cabeza tiene bastante trabajo intentando averiguar quién es el asesino en el guión de tu vida
...tu abuelo dice no me gusta la idea y tía Marta dice lo necesitamos de verdad padre y dice si no lo necesitáramos no te lo pediría y dice todo el mundo cambia el coche tu abuelo se queda pensativo mirando los faldones de la mesa camilla y al rato dice no me gusta la idea y tía Marta se levanta muy seria y dice para qué quiere el dinero y dice nunca le hemos pedido nada y dice parece que hay que quedarse preñada para que la ayuden a una tu abuelo la mira a los ojos y luego te mira a ti a los ojos y luego mira a la abuela y vuelve a mirar a tía Marta y dice un coche es un lujo que no te puedes permitir y dice si no te lo puedes permitir no deberías ni pensar en ello y dice te dejaría el dinero para una casa o algo necesario de verdad pero no para un puto coche y tu abuela dice Simón por favor deja de hablar como un carretero y dice Marta de veras necesitas el dinero y Marta dice claro que sí si no no vendría a molestar a padre y el abuelo dice pues ya has oído mi opinión sobre ello y Marta le mira con el holocausto en los ojos y sale de casa sin despedirse tú piensas que tu abuelo tiene razón y que tía Marta quiere vivir siempre por encima de sus posibilidades y que sus hijas tus primas van siempre tan maquilladas y elegantes que parecen de la capital tu abuelo te mira y te dice que qué piensas y tú piensas que cómo puede saber tu abuelo que estás pensando algo y que sería horrible que él pudiera leer el pensamiento de modo que decides no volver a pensar en su presencia que qué piensas repite tu abuelo y tú dices nada no pienso nada                tu abuela dice no empieces y él dice si es que no me lo quito de la cabeza y dice cómo hemos podido traer al mundo dos mujeres tan bobas y ella dice no son bobas sólo han tenido mala suerte y él dice mala suerte mala suerte es la que hemos tenido tú y yo y dice si Dios hubiera querido darme un hijo y dice sólo un hijo sólo uno y dice un hijo sólo un hijo y oyes como un sollozo apagado que no se prolonga mucho porque tu abuelo es un tipo muy duro que sólo se quiebra cuando está con la abuela en plan reminiscente y tú consigues verle sentado sobre la silla de madera con la cabeza en el regazo de la abuela y piensas que debe de ser bonito llegar a viejo con alguien a tu lado y tu abuela dice sólo han tenido mala suerte sólo eso y dice Isabel es trabajadora y nunca se olvida de venir a vernos y tu abuelo dice sí pero por qué tuvo que hacer lo que hizo y dice una madre tiene que estar con su hijo y dice una madre tiene que criar a su hijo y ella dice no vuelvas sobre eso y dice agua pasada no mueve molino y dice ya está mayor y pronto entrará en quintas y se hará un hombre y tu abuelo dice no creo yo que llegue a ser un hombre en la vida
... Eres demasiado joven para saber lo que quieres, demasiado joven para muchas cosas; pero también eres demasiado viejo para otras. Estás en una situación lamentable. Has perdido las bases del concurso de la vida, pero estás obligado a participar en él. ¿O no? Pues claro que sí, tú nunca te suicidarás, eso son sólo palabras (y ya sabemos lo que significan las palabras). Cortarse las venas, ahorcarse, leer de un tirón los
Episodios Nacionales
..., hay que tener un par para consumar tales proezas, y tú, ya está dicho, no tienes un par. Ahora te arde la nuca, y la espalda, y es que el sol penetra con rabia por las ventanas. Al final va a hacer un buen día. Tu silueta se pega a la espalda de angora, delgada y recta, de la chica que tienes delante; y se adhiere también al cuello, trocito de carne, que le queda visible entre el jersey y la media melena castaña. Y piensas: quién fuera sombra. Y piensas: ¿dónde irían las sombras si nada las tropezara? Lolita está allá, en la primera fila, tan lejos de ti como Dios, mismamente. Lolita es ese territorio que tienes vedado; bueno, es el símbolo, la oriflama, del territorio, el gran pastel, del que estás excluido. Te gustaría ver al tipo que se la tiró primero. Quién será. Cómo será. Puedes imaginártelo, claro, tienes una pizca de creatividad; pero es que quieres verlo, tenerlo delante, darle la mano, felicidades y todo eso. Tú casi te conformarías con cualquier cosa (el «casi» no sabes de dónde ha salido), ¿para qué lo vas a negar? Es más, ¿para qué lo vas a negar ante ti mismo, en este momento íntimo, cordial, que has creado, este trance de diálogo y comprensión que no se sabe por qué ni para qué te ha inundado esta mañana de hoy (una mañana, por cierto, como cualquier otra)? Deberías aprovechar lo que se te ofrece, este oasis de la carrera, pues que luego la cosa está como bastante jodida. Sí: después, es un buen tema de reflexión ese del después. Después es cuando empiezas a sentirte identificado con las encuestas del CIS y con los anuncios de créditos hipotecarios. Después es cuando admites que lo de romper farolas era un farol, que no, que no, de veras, que no ibas en serio, que en realidad sí que te preocupa la capa de ozono y el cáncer de pulmón y la próstata y todo eso. Y es que, después, sucede que te emperras en vivir, a toda costa, y no una o dos décadas, más bien uno o dos siglos, y claro, a cuerpo de rey, no en un bienestar de pacotilla. Después es cuando encuentras sentido al orden y a la rutina y te haces la cama. También pasa, de mayor, que una tarde de sábado, en el intermedio del partido de fútbol, te da por hacer balance, así, en plan casero, nada riguroso, de tu pasado y, hostias, algunas cosas la verdad es que te joden, vamos, que te arrepientes de ellas ampliamente. Pero ya no puedes hacer nada; a lo hecho, pecho, que se suele decir. Es probable que todos los que tienes delante vayan a llegar más lejos que tú, por eso están delante. Es una mera cuestión de currículum, ya sabes. El currículum es al mercado laboral como una polla al mercado sexual: cuanto más largo, cuanto más grande, cuanto más florido y fanfarrón, mejor. Todo eso que te cuentan de la Edad Media dividida en estamentos inamovibles, y la contemporánea dividida en clases sociales dinámicas no es cierto. No es cierto al menos para ti. Dinámicas, je; prueba a salir de tu clase social, salado, tú sólo inténtalo, mismamente con Lolita, acerca tu astrosa juventud, tu inexperiencia y tu futuro inerme a su boca de clavel y a su sombra rosadamente alargada hacia el mañana, ya verás lo que te pasa, provinciano, castellano sin castillo ni segunda lengua oficial. El profesor no para de hablar, es increíble. A lo mejor hasta dice algo interesante,
PUES SIN IR MÁS LEJOS ESTA MAÑANA VINIENDO EN MI COCHE HACIA LA
, qué egotismo el de esta gente, por Dios; que llamen al 906 o se busquen amante. Y tú que querías venir a la universidad, con lo a gusto que estarías en el pueblo, labrando pinos, haciendo un trabajo menestral (pues, al fin y al cabo, es en lo que vas a terminar, no te creas que la Gran Cacharrería saldrá a la postre con un puesto de trabajo para ti, y una leche vas a encontrar aquí un curro, como mucho en la pizzería, ya sabes, como el segundo año, que te explotaron como a un siervo de la gleba). Y dicen por ahí, tal que Umbral, no sé qué historias de la ética del trabajo, o sea, que trabajas para hacer algo con tu vida, para rellenarla, como si dijéramos, sin mirar para los emolumentos. Bueno, es una idea, y una idea es siempre mejor que una bala, pero, aparte de eso, también se puede llenar una vida viendo los Simpson por la tele, o la pornografía codificada. La vida puede llenarse de muchas formas, de cualquier forma en realidad. La cuestión es llenarla, o, mejor dicho, esconderla, taparla, como a esa prima fea de la que te avergüenzas. Sartre hablaba del vacío vital (la náusea, vamos), que era, así, en metáfora, que un compacto de U2 suena igual de bien en tu cuarto con o sin tu presencia, que tú te crees muy importante porque eres el que le da al triangulito y todo eso, pero que en realidad eres el que sobra. Y eso es la vida, un intento constante de oír One, The Fly o Acrobat como si ello tuviera alguna importancia para alguien. «Don’t believe what you hear / don’t believe what you see / if you just close your eyes / you can feel the enemy.» Y piensas: ¿por qué me compré yo un cedé de U2 si no tengo reproductor de cedés? Algún día lo tendrás, no te preocupes. Algún día un reproductor de cedés será para ti algo tan común como, por ejemplo, hoy un reproductor de cedés para el resto del globo. Como dice tu abuela, el mundo avanza que es una barbaridad, qué nos quedará por ver. Sí, qué te quedará por ver a ti, que se supone que vivirás más que ella. La cantidad de muertos y goles que te vas a tragar de aquí al, pongamos por caso, 2050. Más o menos, por esas fechas la palmarás con un palmarés mediocre y ni un solo pelo en la cabeza. Setenta y cinco años es una buena edad para morir. A algunos les parece poco. Déjales, ellos no son como tú. Ellos disfrutan de la vida, carpe diem, y todas esas chorradas. Es interesante comprobar cómo la máxima graciana (de Gracián) de que lo bueno si breve dos veces bueno se suscribe en todos los ámbitos de la vida menos en la vida misma. Nadie cree que lo mejor sea una vida breve y buena. Y es que la gente es que es la hostia, vamos, que habla según la conviene a la muy hija de puta. Volviendo al cedé de U2, hay que reconocer que algunas letras no están mal (de la música no puedes opinar, claro). Hay algunos versos (?) ciertamente sugerentes, interesantes, vivos. También es verdad que tú no has leído a Mallarmé y, por tanto, te parece original eso de «no new ideas in the house and all the books has been read»; pero tampoco te hundas, no es eso lo que quiero, sólo deseo que asumas tu descomunal ignorancia, que, al contrario de lo que se dice, es lo último que se pierde (no la esperanza: la esperanza se pierde la primera; lo que pasa es que se suele recuperar y volver a perder y a recuperar sucesivamente). Aquí, en el mundo, los únicos que leen poesía son cuatro señores superferolíticos y los que componen las canciones para la canalla restante. ¿Canalla?, qué cruel, ¿no? No, estoy en mi cerebro y digo lo que quiero sin delinquir. Bueno, tienes razón, pero ahí en tu cerebro no lo escucha nadie, y eso es lo mismo que decir que no existe. Tendrías que abrir la boca y comunicarte diferente. Tú no eres como esos jóvenes que salen en los libros de jóvenes y que leen mayormente los jóvenes. A veces dudas de que alguien sea como ellos. Es que parece que sólo puede escribirse de exceso y no de miedo, que es lo principal, el miedo/vértigo que llega con el cambio de edad, la incertidumbre diaria, esas cosas, en fin, de las que nadie ha escrito, nadie de hoy, se entiende, porque no saben escribir, sino sólo sumar viñetas costumbristas, a lo Mesonero pero peor todavía, y ni siquiera se puede decir que la literatura joven sean los jóvenes pintados por ellos mismos, más bien son los jóvenes inventados por cuatro listos, anglosajonizados y escasos. Bien, está muy bien eso de poner a parir al personal famoso y triunfal aquí, inter nos. Está muy bien pero si te plantan una cámara en plena cara tú, je, tú no dices ni que te gusta leer. Y no digamos ya lo de escribir una novela, un libro más bien; tú no serías capaz de entonar la primera persona: yo creo que tal, no, de ninguna de las humanas maneras, tú te esconderías en la tercera persona, como hacen muchos, o en la segunda, casi por prurito técnico y diferenciador, pues que ser de la parva no te hace ni puta gracia

BOOK: A bordo del naufragio
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